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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Narrativa

Diecinueve minutos (67 page)

—Shoooo —dijo él, y arrastró un pie.

Josie miró hacia abajo y vio la correa de velcro de su zapatilla suelta.

—Aquí vamos —dijo ella, abrochándosela.

De repente, no soportó más estar allí, viendo aquello.

—Tengo que volver —dijo Josie, levantándose. Mientras se alejaba, al doblar la esquina a ciegas, chocó contra alguien.

—Perdón —murmuró, y entonces oyó la voz de Patrick.

—¿Josie? ¿Estás bien?

Ella se encogió de hombros y luego sacudió la cabeza.

—Ya somos dos. —Patrick sostenía una taza de café y una rosquilla—. Lo sé —prosiguió—: soy un cliché andante. ¿Lo quieres? —Le dio la rosquilla y ella la aceptó aunque no tenía hambre—: ¿Vienes o vas?

—Voy a la cafetería —mintió, antes incluso de darse cuenta de que lo hacía.

—Entonces hazme compañía durante un par de minutos. —La llevó a una mesa en el otro extremo de donde se encontraban Drew y John; podía notar cómo la miraban, seguramente preguntándose por qué se sentaba allí con un policía—: Odio la parte en la que hay que esperar —dijo Patrick.

—Por lo menos tú no estás nervioso por tener que testificar.

—Claro que lo estoy.

—Pero ¿no lo haces todo el tiempo?

Patrick asintió con la cabeza.

—Pero eso no hace más fácil ponerse de pie frente a una sala llena de gente. No sé cómo lo hace tu madre.

—Entonces, ¿qué haces para superar el miedo escénico? ¿Te imaginas al juez en ropa interior?

—Bueno, no a este juez —contestó Patrick y luego, al darse cuenta de lo que había implícito en lo que había dicho, se sonrojó por completo.

—Eso probablemente sirva —comentó Josie.

Patrick tomó un pedazo de la rosquilla.

—Intento decirme a mí mismo que, si digo la verdad, no puedo meterme en problemas. Después dejo que Diana haga todo el trabajo. —Tomó un trago de su café—. ¿Necesitas algo? ¿Una bebida? ¿Más comida?

—Estoy bien.

—Entonces te acompaño de regreso. Vamos.

La sala de los testigos de la defensa era minúscula, porque éstos no eran muchos. Un hombre asiático al que Josie nunca había visto antes estaba sentado de espaldas a ella, escribiendo en su computadora portátil. Había una mujer dentro que tampoco estaba cuando Josie salió, pero no podía verle la cara.

Patrick se detuvo frente a la puerta.

—¿Cómo crees que van las cosas en el tribunal? —le preguntó ella.

Él dudó.

—Van.

Josie pasó junto al alguacil que les estaba haciendo de niñera, y se dirigió hacia el asiento que había al lado de la ventana, donde antes se había acurrucado para leer. Pero en el último minuto decidió sentarse a la mesa que había en medio de la sala. La mujer ya sentada allí tenía las manos cruzadas frente a ella y la mirada fija en la nada.

—Señora Houghton —murmuró Josie.

La madre de Peter se volvió.

—¿Josie? —la miró con los ojos entreabiertos, como si así pudiera enfocar mejor.

—Lo siento mucho —susurró Josie.

La señora Houghton asintió con la cabeza.

—Bueno —empezó, e inmediatamente se detuvo, como si la frase no fuera más que un acantilado desde el que saltar.

—¿Cómo va todo? —Josie deseó inmediatamente poder retirar la pregunta. ¿Cómo pensaba que le podía ir a la madre de Peter, por el amor de Dios? Probablemente, en esos momentos estuviera ejerciendo todo su autocontrol para no disolverse como la espuma e irse volando por la atmósfera. Lo cual, Josie se dio cuenta, significaba que tenían algo en común.

—No esperaba verte aquí —dijo la señora Houghton suavemente.

Por aquí no quería decir el tribunal, sino aquella sala. Con los escasos testigos que habían sido citados para defender a Peter.

Josie se aclaró la garganta para abrir paso a palabras que no había dicho en años, palabras que todavía tenía miedo de pronunciar delante de nadie por miedo a oír el eco.

—Él es mi amigo —dijo.

—Comenzamos a correr —dijo Drew—. Era como un éxodo en masa. Sólo quería alejarme de la cafetería tanto como pudiera, así que me dirigí hacia el gimnasio. Dos de mis amigos habían oído los disparos, pero no sabían de dónde venían, así que les dije que me siguieran.

—¿Quiénes eran? —preguntó Leven.

—Matt Royston y Josie Cormier —contestó Drew.

Al oír el nombre de su hija en voz alta, Alex se estremeció. Lo hacía tan… real. Tan inmediato. Drew había localizado a Alex entre el público de la sala y la miró directamente a ella al decir el nombre de Josie.

—¿Adónde fueron?

—Pensamos que, si llegábamos al vestuario, podríamos trepar por la ventana y alcanzar el arce y que entonces estaríamos a salvo.

—¿Llegaron al vestuario?

—Josie y Matt sí —dijo Drew—, pero a mí me alcanzó un disparo.

Alex escuchaba mientras la fiscal interrogaba a Drew sobre la gravedad de sus heridas y cómo éstas habían terminado con su carrera en el hockey. Luego lo miró directamente a la cara.

—¿Conocías a Peter de antes del día del tiroteo?

—Sí.

—¿De qué?

—Estábamos en el mismo curso. Todo el mundo se conoce.

—¿Eran amigos? —preguntó Leven.

Alex miró a través de la sala a Lewis Houghton. Estaba sentado directamente detrás de su hijo, sus ojos fijos en el banco. Alex tuvo una imagen fugaz de él, años atrás, abriendo la puerta de la casa cuando ella había ido a recoger a Josie tras una tarde de juegos. «Aquí viene la jueza», había dicho él, y se rió de su propio chiste.

—¿Eran amigos?

—No —dijo Drew.

—¿Tenías problemas con él?

Drew dudó.

—No.

—¿Alguna vez discutiste con él? —preguntó Leven.

—Probablemente intercambiamos un par de palabras —contestó Drew.

—¿Alguna vez te burlaste de é?

—A veces. Sólo estábamos bromeando.

—¿Alguna vez le atacaste físicamente?

—Cuando éramos pequeños, quizá le empujé un poquito.

Alex miró a Lewis Houghton. Tenía los ojos cerrados, apretados.

—¿Has hecho eso alguna vez en el instituto?

—Sí —admitió Drew.

—¿Alguna vez has amenazado a Peter con un arma?

—No.

—¿Alguna vez amenazaste con matarle?

—No… éramos, ya sabe, sólo éramos chicos.

—Gracias. —Diana Leven se sentó y Alex vio cómo McAfee se levantaba.

Era un buen abogado, mejor de lo que ella hubiera creído. Había montado una buena escenificación: susurrando con Peter, poniendo la mano en el brazo del chico cuando él se molestaba por algo, tomando copiosas notas en los interrogatorios y compartiéndolas con su cliente. Estaba humanizando a Peter, a pesar del hecho de que la fiscalía estaba haciendo de él un monstruo, a pesar del hecho de que la defensa aún no había comenzado su turno.

—No tenías problemas con Peter —repitió McAfee.

—No.

—Pero él sí tenía problemas contigo, ¿verdad?

Drew no contestó.

—Señor Girard, tendrá que responder —dijo el juez Wagner.

—A veces —concedió Drew.

—¿Alguna vez has clavado el codo en el pecho de Peter?

La mirada de Drew se deslizaba hacia los lados.

—Quizá. Por accidente.

—Ah, sí. Es muy fácil clavarle el codo a alguien cuando menos te lo esperas…

—Protesto…

McAfee sonrió.

—De hecho, no era un accidente, ¿o sí, señor Girard?

En la mesa de la fiscalía, Diana Leven levantó su lápiz y lo dejó caer al suelo. El ruido hizo que Drew mirara hacia allí y un músculo se tensionó en su mandíbula.

—Sólo estábamos bromeando —dijo.

—¿Alguna vez encerraste a Peter en un casillero?

—Quizá.

—¿Sólo bromeando? —preguntó McAfee.

—Sí.

—Muy bien —continuó—. ¿Alguna vez le pusiste la zancadilla?

—Supongo.

—Espera… déjame adivinar… una broma, ¿correcto?

Drew lo miró con odio.

—Sí.

—En realidad, le has estado haciendo este tipo de cosas a Peter desde que eran niños pequeños, ¿verdad?

—Nunca fuimos amigos —dijo Drew—. Él no era como nosotros.

—¿Quiénes son «nosotros»?

Drew se encogió de hombros.

—Matt Royston, Josie Cormier, John Eberhard, Courtney Ignatio. Gente así. Todos nosotros estuvimos juntos durante años.

—¿Conocía Peter a todos los de ese grupo?

—Es una escuela pequeña, claro.

—¿Conoce Peter a Josie Cormier?

A Alex se le aceleró la respiración.

—Sí.

—¿Alguna vez viste a Peter hablando con Josie?

—No lo sé.

—Bueno, más o menos un mes antes del tiroteo, cuando todos ustedes estaban juntos en la cafetería, Peter se acercó para hablarle a Josie. ¿Puedes decirnos algo sobre eso?

Alex se inclinó hacia adelante en su silla. Podía sentir las miradas convergiendo en ella, calientes como el sol en un desierto. Se dio cuenta de que ahora Lewis Houghton la estaba mirando a ella.

—No sé de qué estaban hablando.

—Pero estabas allí, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y Josie es amiga tuya? ¿No una de las personas que anda con Peter?

—Sí —dijo Drew—, ella es una de nosotros.

—¿Recuerdas cómo terminó la conversación de la cafetería? —preguntó McAfee.

Drew bajó la mirada al suelo.

—Déjeme que le ayude, señor Girard. Terminó con que Matt Royston se colocó detrás de Peter y le bajó los pantalones mientras él estaba hablando con Josie Cormier. ¿Es correcto esto?

—Sí.

—La cafetería estaba atiborrada de chicos ese día, ¿verdad?

—Sí.

—Y Matt no sólo bajó los pantalones de Peter… le bajó también los calzoncillos, ¿es correcto?

La boca de Drew se torció.

—Sí.

—Y ustedes vieron todo eso.

—Sí.

McAfee se volvió hacia el jurado.

—A ver si lo adivino —dijo—. Otra broma, ¿verdad?

El tribunal permanecía en absoluto silencio. Drew miraba a Diana Leven, rogando que lo sacaran del banquillo de los testigos, le pareció a Alex. Drew era la primera persona, sin contar a Peter, ofrecida en sacrificio.

Jordan McAfee volvió a la mesa de la defensa y levantó un papel.

—¿Recuerdas qué día le bajaron los pantalones a Peter?

—No.

—Permíteme que te lo muestre, entonces, Prueba de la Defensa Número Uno. ¿Reconoces esto?

Extendió el papel a Drew, que lo agarró, encogiéndose de hombros inmediatamente después.

—Esto es una parte de un correo electrónico que recibiste el tres de febrero, dos días antes de que le bajasen los pantalones a Peter en la cafetería del Instituto Sterling. ¿Puedes decirnos quién te lo envió?

—Courtney Ignatio.

—¿Era una carta dirigida a ella?

—No —contestó Drew—. Había sido escrita para Josie.

—¿Quién la escribió? —lo presionó McAfee.

—Peter.

—¿Qué decía?

—Era sobre Josie. Y de cómo estaba por ella.

—Quieres decir que estaba enamorado.

—Supongo —dijo Drew.

—¿Qué hiciste tú con este correo electrónico?

Drew levantó la vista.

—Lo mandé a todos los estudiantes del instituto.

—A ver si lo entiendo bien —dijo McAfee—. ¿Tú tomaste una nota de contenido altamente privado que no te pertenecía, una carta que hablaba de los más profundos y secretos sentimientos de Peter, y la reenviaste a todos y cada uno de los chicos de tu escuela?

Drew permanecía callado.

Jordan McAfee dio un golpecito con el papel del correo electrónico contra la baranda de delante del estrado.

—Bueno, Drew —dijo—. ¿Fue una buena broma?

Drew Girard estaba sudando tanto que no podía creer que toda aquella gente no se diera cuenta. Podía sentir la transpiración corriéndole entre los omoplatos y formando círculos debajo de sus brazos. Aquella bruja de la fiscal lo había sentado en una silla caliente. Había dejado que aquel abogado despreciable le pinchara el trasero y ahora, durante el resto de su vida, todo el mundo pensaría de él que era un imbécil, cuando él —como todos los demás en el Instituto Sterling —sólo había estado divirtiéndose un poco.

Se puso de pie, listo para salir disparado del tribunal y posiblemente correr hasta los confines de Sterling, pero Diana Leven estaba caminando hacia él.

—Señor Girard —dijo ella—, todavía no he terminado.

Se hundió en el asiento, desinflado.

—¿Alguna vez pusiste motes a alguien que no fuera Peter Houghton?

—Sí —contestó él cautelosamente.

—Es lo que hacen los chicos, ¿no?

—A veces.

—¿Alguna vez alguien a quien hubieras puesto motes te ha disparado?

—No.

—¿Alguno de los chicos a los que le han bajado los pantalones alguna vez te ha disparado?

—No.

—¿Alguna vez has reenviado masivamente el correo electrónico de alguien a modo de broma?

—Una o dos veces.

Diana se cruzó de brazos.

—¿Alguno de esos chicos alguna vez te disparó?

—No, señora —respondió él.

Ella se dirigió de regreso a su asiento.

—Nada más.

Dusty Spears entendía a los chicos como Drew Girard, porque él mismo había sido uno de ellos una vez. Bajo su punto de vista, los matones eran lo suficientemente buenos como para tener una beca de fútbol para las diez Grandes Escuelas, donde podrían establecer contactos para jugar en campos de golf durante el resto de sus vidas, o si se rompían las rodillas, acabar dando clases de gimnasia en el instituto.

Llevaba camisa y corbata, cosa que le molestaba, porque su cuello todavía era tan musculoso como cuando era jugador de fútbol americano en Sterling, en 1988, aunque sus abdominales ya no lo fueran.

—Peter no era un verdadero atleta —dijo a la fiscal—. En realidad, nunca lo vi fuera de las clases.

—¿Alguna vez vio cómo otros chicos se metían con él?

Dusty se encogió de hombros.

—Lo normal en el vestuario, supongo.

—¿Usted intervino?

—Probablemente les dije a los chicos que terminaran con aquello. Pero eso forma parte del crecimiento, ¿no?

—¿Alguna vez oyó que Peter amenazara a alguien?

—Protesto —dijo Jordan McAfee—. Es una pregunta hipotética.

—Admitida —respondió el juez.

—Si hubiera oído eso, ¿habría intervenido?

—¡Protesto!

—Admitida. Otra vez.

La fiscal no perdió el ritmo.

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