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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Narrativa

Diecinueve minutos (70 page)

Diana Leven levantó una cinta de vídeo, la Prueba del Estado Número Quinientos Veintidós:

—¿Puede identificar esto, detective?

—Sí, lo obtuve de la oficina principal del Instituto Sterling. Muestra la secuencia tomada por la cámara ubicada en la cafetería, el día seis de marzo del dos mil siete.

—¿Se ve algo en esta cinta?

—Sí.

—¿Cuándo fue la última vez que la miró?

—El día antes de que empezara este juicio.

—¿Ha sido alterada de algún modo?

—No.

Diana caminó hacia el juez.

—Pido que esta cinta sea mostrada al jurado —dijo, y un asistente dispuso el mismo televisor que habían utilizado días antes.

La grabación era granulosa, pero clara. En la parte de arriba, en el extremo derecho, estaban las mujeres que servían el almuerzo, echando comida en bandejas de plástico, mientras los estudiantes avanzaban en fila uno a uno, como gotas a través de una vía intravenosa. Había mesas llenas de estudiantes; el ojo de Patrick gravitaba hacia una del medio, donde Josie estaba sentada con su novio.

Él comía patatas fritas.

Por la puerta que había a la izquierda, entró un chico. Llevaba una mochila azul y, aunque no se le pudiera ver el rostro, tenía la complexión delgada y la espalda encorvada que alguien que conociera a Peter Houghton podría reconocer como las suyas. Se metió por debajo de la zona de alcance de la cámara. Sonó un disparo al tiempo que una chica se desplomaba de una de las sillas de la cafetería, una mancha de sangre florecía en su camisa blanca.

Alguien gritó, todos chillaron y se oyeron más disparos. Peter reapareció en pantalla, sosteniendo un arma. Los estudiantes comenzaron a huir en estampida, a esconderse por debajo de las mesas. La máquina de bebidas, acribillada a balazos, burbujeaba y rociaba todo el suelo de alrededor. Algunos estudiantes se doblaban sobre sí mismos en el lugar donde les habían disparado, otros, también heridos, intentaban huir gateando. Una chica que había caído, era pisoteada por el resto de los estudiantes, y finalmente yacía inmóvil. Cuando las únicas personas que quedaron en la cafetería no fueron más que cadáveres o heridos, Peter se volvió en redondo. Caminó hacia la mesa que había junto a aquella en la que había estado Josie y bajó su arma. Abrió una caja intacta de cereales que todavía estaba en la bandeja de la cafetería, los vertió en un tazón de plástico y agregó leche de un tetrabrick. Se llevó cinco cucharadas a la boca antes de dejar de comer; sacó un nuevo cargador de su mochila, lo colocó en su arma y salió de la cafetería.

Diana se acercó hasta la mesa de la defensa, tomó una pequeña bolsa de plástico y se la extendió a Patrick.

—¿Reconoce esto, detective Ducharme?

La caja de cereales.

—Sí.

—¿Dónde lo ha encontrado?

—En la cafetería —contestó él—. En la misma mesa en que acaba de verse en el vídeo.

Patrick se permitió mirar a Alex, sentada entre el público de la sala. Hasta entonces no había podido. No creía que pudiera hacer bien su trabajo si se preocupaba en exceso por cómo le estuviera afectando a Alex toda aquella información y el nivel de detalle. Ahora, mirándola, podía ver lo pálida que se la veía, lo rígida que estaba en su silla. Tuvo que esforzarse mucho para no caminar hacia el público, cruzar de un salto la barra que los separaba y arrodillarse a su lado. «Está todo bien —quería decirle—. Ya casi hemos terminado».

—Detective —dijo Diana—, cuando acorraló al acusado en el vestuario, ¿qué tenía en la mano?

—Una pistola.

—¿Vio alguna otra arma alrededor?

—Sí, una segunda pistola, a más o menos tres metros de distancia.

Diana levantó una imagen que había sido ampliada.

—¿Reconoce esto?

—Es el vestuario donde Peter Houghton fue detenido. —Señaló un revólver en el suelo, cerca de los casilleros, y luego otro a corta distancia—. Ésta es el arma que dejó caer, el arma A —dijo Patrick —y ésta, el arma B, es la otra que estaba en el suelo.

Unos tres metros más allá, en la misma trayectoria lineal, estaba el cuerpo de Matt Royston. Un amplio charco de sangre se extendía debajo de sus caderas. Le faltaba la mitad superior de la cabeza.

Se oyeron exclamaciones sofocadas entre el jurado, pero Patrick no prestaba atención a eso. Él miraba fijamente a Alex, que no tenía la vista dirigida hacia el cuerpo de Matt, sino hacia el lugar que había a su lado: una mancha de sangre de la frente de Josie, donde la chica había sido encontrada.

La vida era una serie de si… , si hubieras ganado la lotería anoche; si hubieras elegido una universidad diferente; si hubieras invertido en valores en lugar de hacerlo en bonos; si no hubieras llevado a tu hijo al jardín de infantes en su primer día de clase el 11 de septiembre. Si un solo profesor hubiera frenado al niño que atormentaba a Peter en la escuela. Si Peter se hubiera puesto el arma en la boca, en lugar de apuntar a otra persona. Si Josie hubiera estado delante de Matt, podría ser ella la que estuviera enterrada. Si Patrick hubiera llegado un segundo más tarde, quizá Peter todavía podría haberle disparado. Si él no hubiera sido el detective en ese caso, no habría conocido a Alex.

—Detective, ¿recogió usted estas armas?

—Sí.

—¿Se buscaron huellas dactilares?

—Sí, en el laboratorio de criminalística del Estado.

—¿Encontró el laboratorio alguna huella de valor en el arma A?

—Sí, una, en la empuñadura.

—¿De dónde obtuvieron las huellas dactilares de Peter Houghton?

—De la comisaría de policía, cuando lo detuvimos.

Patrick condujo al jurado a través de la mecánica de las pruebas de huellas dactilares: la comparación de diez zonas, la similitud en estrías y espirales, el programa de computadora que verificaba las coincidencias.

—¿En el laboratorio compararon la huella del arma A con las huellas de alguna otra persona? —preguntó Diana.

—Sí, con las de Matt Royston. Fueron obtenidas de su cuerpo.

—Cuando en el laboratorio compararon las huellas de la empuñadura de la pistola con las de Matt Royston, ¿pudieron determinar si eran coincidentes?

—No había coincidencia.

—Y cuando el laboratorio las comparó con las huellas de Peter Houghton, ¿pudieron determinar si había coincidencia?

—Sí —dijo Patrick—, la había.

Diana asintió.

—¿Y en el arma B? ¿Alguna huella?

—Sólo una parcial, en el gatillo. Nada relevante.

—¿Qué significa eso, exactamente?

Patrick se volvió hacia el jurado.

—Una impresión relevante en el análisis de huellas dactilares es aquella que puede ser comparada con otra impresión conocida y excluirla o incluirla como coincidente con esa impresión. La gente deja huellas dactilares en las cosas que toca, pero no necesariamente huellas que podamos usar. Pueden estar emborronadas o ser demasiado incompletas como para ser consideradas relevantes a nivel forense.

—Así que, detective, no sabe con certeza quién dejó la huella dactilar en el arma B.

—No.

—Pero ¿podría haber sido de Peter Houghton?

—Sí.

—¿Tiene alguna prueba de que alguien más en el Instituto Sterling llevara un arma ese día?

—No.

—¿Cuántas armas fueron encontradas finalmente en el vestuario?

—Cuatro —dijo Patrick—. Una pistola en manos del acusado, una en el suelo, y dos escopetas recortadas en una mochila.

—Además de procesar las armas que encontraron en el vestuario para buscar huellas dactilares, ¿se hicieron otras pruebas forenses en las mismas?

—Sí, un examen de balística.

—¿Puede explicar eso?

—Bueno —dijo Patrick—, cada bala que sale de un arma tiene unas marcas producidas en ella cuando gira dentro del cañón. Eso significa que se pueden clasificar como correspondientes a un arma u otra. Para obtener balas de control, se disparan las armas que han intervenido en un crimen, y luego esas balas se cotejan con las recuperadas de un escenario. También se puede determinar si un arma ha sido disparada alguna vez, por el examen que se hace de los residuos que quedan dentro del cañón.

—¿Se examinaron las cuatro armas?

—Sí.

—¿Y cuáles fueron los resultados de las pruebas?

—Sólo dos de las cuatro armas fueron efectivamente disparadas —dijo Patrick—. Las pistolas A y B. Las balas que encontramos provenían todas del arma A. El arma B se recuperó del escenario cargada con un doble suministro. Eso significa que dos balas entraron en la recámara al mismo tiempo, lo que no permitió que el arma funcionase de manera apropiada. Cuando el gatillo fue apretado, se bloqueó.

—Pero usted dijo que el arma B fue disparada.

—Al menos una vez. —Patrick alzó la vista hacia Diana—. La bala no ha sido recuperada hasta la fecha.

Diana Leven guió meticulosamente a Patrick a través del descubrimiento de los diez estudiantes muertos y de los diecinueve heridos. Él comenzó con el momento en que salió del Instituto Sterling con Josie Cormier en brazos y la metió en una ambulancia, y terminó con el último cuerpo que llevaron a la mesa de examen médico de la morgue; luego el juez aplazó el juicio hasta el día siguiente.

Cuando abandonó el estrado, Patrick habló con Diana un momento acerca de lo que ocurriría al día siguiente. Las puertas dobles del tribunal estaban abiertas y, a través de ellas, Patrick podía ver a los periodistas absorbiendo las historias de cualquier padre enojado, deseoso de conceder una entrevista. Reconoció a la madre de una chica —Jada Knight—, que había recibido un balazo por la espalda cuando huía de la cafetería.

—Mi hija —decía la mujer —este año irá a la escuela cada día a las once en punto, porque no puede soportar estar allí cuando empieza la tercera clase. Todo le asusta. Esto le ha arruinado la vida por completo; ¿por qué el castigo de Peter Houghton habría de ser menos?

Patrick no tenía ganas de aguantar el acoso de los medios y, como único testigo del día, estaba destinado a ser asediado. Así que se quedó en la sala y se sentó en la barra de madera que separaba a los abogados del público.

—Eh.

Se volvió al oír la voz de Alex.

—¿Qué haces aún aquí? —Él creía que ella estaría arriba, recogiendo a Josie de la sala de los testigos, como hizo el día anterior.

—Podría preguntarte lo mismo.

Patrick asintió con la cabeza, señalando el vano de la puerta.

—No estaba de humor para la batalla.

Alex se acercó a él, hasta estar de pie entre sus piernas, y le rodeó el cuello con los brazos. Enterró su rostro en el pecho de él y cuando respiró, profunda y rápidamente, Patrick lo sintió en su propio interior.

—Podrías haber mentido —dijo.

Jordan McAfee no estaba teniendo un buen día. El bebé le había vomitado encima mientras salía por la puerta. Había llegado diez minutos tarde al tribunal porque los malditos medios de comunicación se multiplicaban como conejos y no había espacio para estacionar, y el juez Wagner le había reprendido por su retraso. A eso se sumaba el hecho de que, por la razón que fuera, Peter había dejado de comunicarse con él, excepto mediante el extraño gruñido, y, además, lo primero que tenía que hacer esa mañana era interrogar al caballero de la reluciente armadura que irrumpió en la escuela para enfrentarse al maldito francotirador; aunque, bueno, ser un abogado defensor no era mucho más fabuloso que eso.

—Detective —dijo, acercándose a Patrick Ducharme en el estrado—, después de que terminara con el examen médico, ¿regresó al departamento de policía?

—Sí.

—Peter estaba allí, ¿verdad?

—Sí.

—En una celda carcelaria… ¿con barrotes y cerradura?

—Se trata de una celda de retención —le corrigió Ducharme.

—¿Ya se habían presentado cargos contra Peter por algún delito?

—No.

—En realidad, no fue acusado de nada hasta la mañana siguiente, ¿no es así?

—Es correcto.

—¿Dónde pasó esa noche?

—En la cárcel del condado de Grafton.

—Detective, ¿habló en algún momento con mi cliente? —preguntó Jordan.

—Sí, lo hice.

—¿Qué le preguntó?

El detective se cruzó de brazos.

—Si quería un poco de café.

—¿Él aceptó la oferta?

—Sí.

—¿Le preguntó en algún momento por el incidente de la escuela?

—Le pregunté qué había pasado —dijo Ducharme.

—¿Cómo respondió Peter?

El detective frunció el cejo.

—Dijo que quería ver a su madre.

—¿Lloró?

—Sí.

—De hecho, no paró de llorar en todo el tiempo que usted intentó interrogarle, ¿no es verdad?

—Sí, lo es.

—¿Le hizo usted alguna otra pregunta, detective?

—No.

Jordan dio un paso hacia adelante.

—Usted no se molestó en hacerlo, porque mi cliente no estaba en condiciones de pasar por un interrogatorio.

—No le hice más preguntas —replicó Ducharme sin alterar la voz—. No tengo idea de en qué tipo de condiciones estaba él.

—¿Así que usted agarró a un chico, un chico de diecisiete años, que estaba llorando pidiendo ver a su madre, y lo llevó de regreso a su celda de retención?

—Sí. Pero le dije que quería ayudarle.

Jordan echó un vistazo al jurado y dejó que la frase penetrara por un momento.

—¿Cuál fue la respuesta de Peter?

—Me miró —respondió el detective —y dijo «Ellos empezaron esto».

Curtis Uppergate había sido psiquiatra forense durante veinticinco años. Tenía títulos de tres escuelas de medicina de la Ivy League y tenía un currículum tan grueso como una guía telefónica. Era blanco como un lirio, llevaba el cabello gris peinado con trencitas y había ido al tribunal con una camisa dashiki. Diana casi esperaba que la llamara hermana cuando ella le interrogara.

—¿Cuál es el campo al que se dedica?

—Trabajo con adolescentes violentos. Los visito en representación del tribunal para determinar la naturaleza de sus enfermedades mentales, si es que las hay, y determino un plan de tratamiento apropiado. También informo al tribunal acerca del estado mental en que podrían haberse encontrado en el momento de cometer el delito. He trabajado con el FBI para elaborar sus perfiles de francotiradores escolares y para estudiar paralelismos entre casos del Instituto Thurston, Paducah, Rocori y Columbine.

—¿Cuándo entró en contacto con el caso?

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