Read Donde esté mi corazón Online
Authors: Jordi Sierra
Sergio notó que se estaban alejando del centro.
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âSiento haberme presentado de aquella forma antes âdijo de pronto.
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â¿De qué forma?
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âBueno, estabais tu amiga y tú, y he aparecido yo...
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âSi no conoces a nadie, salvo a las chicas a las que vas ayudando por la calle, es lógico âtrató de ser amable Montse, comprendiendo lo que le sucedÃa a su nuevo amigo.
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âPero puede que os haya molestado.
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â¿Por qué habrÃas de haberlo hecho?
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âEstabas muy seria.
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Montse se detuvo y le miró.
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âEs que yo soy asà âdijo con la mayor naturalidad.
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âNo lo creo ârepuso élâ. Es como si te controlaras todo el tiempo.
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â¿Yo?
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âCasi no te conozco, claro, pero dirÃa que no estás en el mejor de tus momentos. ¿Has suspendido?
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âNo âle dijo la verdad, porque no habÃa hecho ni un solo examen.
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âEntonces perdona, debo de ser yo, que soy muy susceptible.
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Montse iba a decirle que él también parecÃa muy nervioso, muy tenso, pero optó por no hacerlo. Carolina tenÃa razón: era tÃmido, y además probablemente se sentÃa muy solo, extraño. A lo largo de aquellos treinta o cuarenta minutos de intimidad, desde que su amiga se marchó, habÃan estado hablando de un montón de cosas
neutras, dispares, música, deportes, como si los dos trataran de rehuir otros asuntos más conflictivos o personales. Y era absurdo. Acababan de conocerse.
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Aunque a Sergio se le notaba que ella le gustaba.
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La mayorÃa de los chicos solÃa ser bastante transparente en eso.
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âNo era mi intención parecer un palo de chica
âconfesó Montse reanudando la marchaâ. De todas formas tienes razón, he tenido un mal año. Entre otras muchas cosas, he perdido el curso.
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â¿Ah, sÃ?
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âYa no importa âse cruzó de brazos con su caracterÃstico gesto de determinación y miró a lo lejos, hacia las montañas cuyas siluetas se recortaban sobre el cielo estrellado.
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Sergio no volvió a preguntar.
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Y cuando lo hizo, fue para cambiar de tema.
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â¿Vives aquà todo el año?
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âSÃ.
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â¿Y qué tal?
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Montse se encogió de hombros.
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âSiempre he vivido aquÃ, no sé âconfesó.
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âA mà me encanta viajar, moverme âdijo élâ. En cuanto pueda me gustarÃa recorrer el mundo, ver las pirámides de Egipto, Palenque en México, las cataratas de Iguazú, Petra, Katmandu, y bañarme en las Maldivas y en la Polinesia.
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âPues de momento has ido a parar a Vallirana
âse burló ellaâ. No está mal. ¿Cómo decidiste quedarte aquÃ?
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âPues... âSergio desvió la mirada por un instanteâ, fue casual. Me gusta esta zona, y a veces venÃa con mi moto por la carretera general hasta Vilafranca del Penedés, o hasta el puerto del Ordal. Un dÃa vi esto y me dije que era perfecto, aunque no me preguntes por qué. Me gusta fiarme de mi instinto.
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âY estás aquÃ.
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âY estoy aquÃ.
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âPues aquélla es mi casa âseñaló Montse con un suspiro de resignaciónâ. Yo sà que estoy aquÃ.
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A Sergio se le notó la desilusión, el corte. Miró la hora de manera que pareciera que no lo hacÃa, aunque ella se percató. No era tarde.
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La mayorÃa de los jóvenes comenzaba a vivir la noche en ese momento.
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Sergio tuvo la delicadeza de no preguntar.
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âGracias por dejarme acompañarte âdijo.
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âNo seas tonto.
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Ãl se detuvo a menos de veinte pasos de la puerta.
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âVale, pues... adiós âse despidió.
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âAdiós âsonrió ella.
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Eso fue todo.
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L
a despertó su madre, llamando a la puerta de la habitación con insistencia poco habitual.
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âMontse, que te llama Carolina.
Abrió un ojo y miró la hora en el reloj luminoso. Se habÃa pasado. Era tardÃsimo, aunque de todas formas no tuviera nada que hacer aquella mañana. Por la tarde sÃ. Por la tarde tocaba médico. Pero por la mañana...
â¿Montse? âinsistió ella.
âYa va, ya va âprotestó.
Saltó de la cama y salió con los ojos cerrados, igual que un fantasma. Odiaba tener que hablar antes de lavarse los dientes, pero si le pedÃa a su madre que le dijera a Carolina que llamase más tarde, su amiga era capaz de aparecer con un enfado de padre y muy señor mÃo. Se derrumbó sobre el sofá, como si estuviese agotada por el esfuerzo de haber dado aquellos diez pasos, y cogió el auricular de la mesa. ¿Por qué no tenÃan un inalámbrico como todo el mundo?
â¿Qué? âfarfulló.
âEso, ¿qué? âsaltó Carolina con energÃa, demostrando que ella sà llevaba un buen rato despierta.
âEres una cerda âla insultó a conciencia Montse.
âBah, tÃa, que le vas.
â¿Y qué?
âEl dÃa que me
flipe
un chico y no te busques una excusa para dejarnos solos, vas a ver tú.
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â¡Pero es que te largaste a los dos segundos!
â¡Es tÃmido, hay que darle más oportunidades que a los demás! âgritó Carolinaâ. ¿Y se puede saber por qué estamos discutiendo? A ver, ¿no te gusta?
âSi es que no es eso. ¿Por qué todo ha de ser blanco o negro?
âMira, no te enrolles. En esto es blanco o negro, ¿vale? Asà que, si no te gusta, me lo quedo yo. No tengo más que desplegar mis buenas artes de seducción.
â¡Hala, asà de fácil!
â¡Jo, tÃa, para algo nuevo que hay! âexclamó Carolina, y como si quisiera convencerla de ello, insistióâ: ¡Pero si es monÃsimo!
âNo está mal âconcedió Montse.
â¡Cómprate una lágrima y ahógate! Va, cuenta, ¿cómo es? ¿Resulta tan encantador como parece?
âEs bastante dulce, sÃ.
â¿Dulce? ¿No me digas que le has probado y ya os habéis bes...?
â¡No seas bestia, que no pasó nada! Te digo que es dulce porque lo es. No sé, ha sido la primera palabra que me ha venido a la cabeza.
âO sea, como los psiquiatras, que enseñan manchas y tú dices la primera bobada que se te ocurre
âdemostró su rapidez mental Carolinaâ. Pues tú has dicho «dulce», y eso es algo. Vamos, digo yo.
âCarolina, descansa âsuspiró Montse.
â¿Y además de «dulce»...? âlo dijo de forma muy especial.
âEstaba bastante cortado, nervioso, algo asÃ.
âLe gustas âsentenció Carolinaâ. ¡Huy, cómo le gustas! ¡Ãse está en el bote! ¡Amor a primera vista, flechazo! ¡PodrÃas pasarte un verano de perlas!
âYo no quiero pasarme un verano de perlas.
âPues estamos en verano, ¿sabes? Lo quieras o no. Estamos en verano, y los veranos o se pasan de perlas o se pasan fatal, porque sólo hay uno cada año, mejor dicho, sólo hay uno cuando se tiene diecisiete años. Y aunque te moleste, te lo diré: tú estás viva y Arturo se ha ido de tu vida. Adiós. Asà que despierta y enfréntate a la verdad. Tienes a un tÃo encantador a tiro de piedra, ¿qué pasa?
âNada âmanifestó Montse.
âNo te hagas la enfadada porque conmigo no puedes, y más en casos asÃ. ¡No he pegado ojo en toda la noche! Va, suéltalo, que para eso soy tu amiga: ¿qué te pasa?
âYa te lo he dicho: nada.
âTienes miedo.
â¡No!
â¡Jo, mira que eres cerrada cuando quieres! ¿Es por...?
â¡No! âvolvió a gritar Montse antes de que formulara la preguntaâ. ¡Estoy bien!
â¿Seguro?
âSeguro. Son los demás los que no paran de recordármelo.
âBueno, la verdad es que eso sà puedo entenderlo âel tono de Carolina cambió de golpeâ. Tú eres más fuerte que yo, ¿sabes? Yo sà tendrÃa miedo, tanto que...
âCarolina âimpidió de nuevo que siguiera su amiga dando un giro a la conversaciónâ, ¿te has fijado en su manera de vestir?
âSÃ, ¿lo has notado? Viste demasiado bien para estar buscando trabajo por aquà de lo que sea, ¿verdad? Y sus modales... ¡Ufff!
âHay algo en él que..., no sé.
âOye, déjate de chorradas. Tú espera a ver qué pasa y ya está, pero tampoco pienses que él lo va a hacer todo. ¡FÃjate, hace dos dÃas parecÃa que éste iba a ser un verano de lo más amuermado, y ahora...!
âSi no fuera por lo que me ha pasado, ¿irÃas a por él? Quiero decir que... si me lo cedes por cortesÃa.
â¡No seas burra! Te miraba a ti.
âHas dicho que, si no lo quiero, te lo quedas.
â¡Era un comentario, mujer!
âHace tres años nos fijamos en el mismo chico y bien que tratamos de ver cuál de las dos...
â¡Ãramos unas crÃas! âprotestó Carolina.
Siempre decÃa la última palabra. Y siempre tenÃa algo que agregar. No podÃa con ella. Pero no sólo era su mejor amiga. Era su único nexo con el mundo real.
Y a veces, no siempre, pero a veces, incluso tenÃa razón.
Aquélla era una de esas veces.
â¿Cuándo volverás a verlo? âinsistió incansable e incombustible Carolina.
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E
l médico examinó el trazo de la lÃnea que iba dejando el electrocardiograma en la larga hoja de papel. Un trazo continuo, de subidas y bajadas estables, siguiendo los impulsos marcados por el corazón con cada uno de sus latidos. Montse, tendida horizontalmente y conectada por medio de los electrodos al sistema de aparatos, lo observaba de reojo, pero también con confianza. Los dÃas en que la angustia y el miedo dominaban cada una de aquellas escenas habÃan pasado. Por si no fuera bastante, el hombre la tranquilizó aún más, sin esperar a que la prueba hubiera finalizado.
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âBien, muy bien âcomentóâ. Perfecto.
âMe alegro âreconoció ella.
âSi no fuera por lo que sabemos tú y yo, nadie dirÃa que has pasado por todo lo que has pasado.
Montse cerró los ojos y respiró con fuerza. De hecho era uno más de sus exámenes rutinarios, pero no podÃa impedir que, cada vez que entraba en la consulta, una fuerte agitación se disparara en su interior. Un año antes estaba perfectamente, y luego...
La vida podÃa cambiar en un segundo.
âMuy bien âdio por terminada la última prueba el médicoâ. Vamos a quitarte esto.
Lo hizo un enfermero, con cuidado, mientras él esperaba examinando la larga ficha médica de Montse. Cuando ella estuvo libre de cables y conexiones, comenzó a vestirse. Para entonces el doctor ya habÃa regresado a su despacho y se habÃa sentado al otro lado de su mesa. La puerta habÃa quedado abierta y su paciente se reunió con él.
âSiéntate âle pidió.
Montse le obedeció mientras él terminaba de efectuar unas anotaciones. La tira de papel con el electrocardiograma fue lo último que añadió a su expediente. Luego lo dejó sobre la mesa y se enfrentó a ella con una sonrisa cálida en los labios.
A Montse le gustaba, y no sólo porque le habÃa salvado la vida. Era un buen hombre, lleno de ternura, sensibilidad y comprensión.
âCuéntame âle pidió.
â¿Qué quiere que le cuente? âle preguntó Montse.
âPues qué haces y todo eso. Estamos en verano. ¿Ya nadas, caminas, haces ejercicio?
âSÃ, sÃ.
â¿De verdad?
âBueno, en casa tenemos una piscina, pero no es olÃmpica, claro.
âTú ya me entiendes âmanifestó el médicoâ. Se trata de actuar con normalidad.
âLo hago.
â¿Del todo?
Montse se mordió el labio inferior. Bajó la vista al suelo un momento.
âLo intento âreconoció.
âEs lógico âaceptó el hombreâ. Crees que cualquier esfuerzo puede provocarte algo irreparable, pero se trata de que vayas cogiendo confianza. Por eso es tan importante llevar una vida normal. Estás bien, Montse. Tu corazón debe asimilar esa normalidad, pero es básico que también lo haga tu mente. En tu cuerpo todo trabaja al unÃsono. ¿Te dije que tú eres tu mejor ayuda?
âSÃ.
â¿Cuántas veces?
â¡Uf, cantidad! âbromeó Montse.
âPues te lo digo una más: eres tu mejor ayuda. Que tu mente esté serena y tu ánimo hará el resto. ¿Qué tal en casa?
âÃse es el problema âasintió con pesar Montseâ.
Me miman como si fuera una inválida y están tan pendientes de mà que...
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âEs comprensible.
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âYa, y lo entiendo, pero a veces me ahogan. Aunque yo no piense en nada, me basta con mirarlos para que todo vuelva a mi memoria. Me hacen sentir mal. Un estornudo es suficiente para que me pregunten qué me pasa, si me duele algo. Es como si fuera a caerme de un momento a otro. Yo creo que, cuando estoy delante, ni respiran.
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âHe hablado con ellos, pero es difÃcil hacerles entender cuál es su papel en nuestra estrategia. Por eso querÃa verte a solas.
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âY yo se lo agradezco, doctor Molins. Me siento mucho más cómoda sin ellos.
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âBueno, únicamente piensa que en unos meses, puede que menos, en unas semanas, todo esto habrá pasado y la normalidad será absoluta. Ten paciencia, ¿de acuerdo?
Â
âLa tengo.
Â
â¿Y de amores?
Â