Read Donde esté mi corazón Online
Authors: Jordi Sierra
âHa sido una arritmia cardÃaca, algo peligroso pero... normal, dadas las circunstancias. Estará un dÃa más en observación, pero eso es todo.
Suspiró buscando el átomo de aire que le permitiera volver a la vida. No estaba solo, asà que cuando lo encontró, volvió a abrir los ojos. Carolina seguÃa en el mismo sitio, con los brazos cruzados, mirándolo fijamente.
â¿Has hablado... con ella? âquiso saber Sergio.
âSÃ, y lo sé todo âle confirmó antes de volver a recuperar su tono de durezaâ. Te advertà que no le hicieras daño.
âNo se lo he hecho.
âYa, claro âse burló Carolinaâ. Al final resultará que es la gran historia de amor: chico que persigue el corazón del ser que ama y se enamora de nuevo de su dueña. Todo muy bonito, si no fuera porque ella es la que lo ha sufrido y se ha jugado la vida.
â¡No quise que pasara esto!
â¿Por qué viniste aquÃ, eh? Y cuando conociste a Montse, ¿por qué te quedaste, por qué seguiste, por qué dejaste que ella se enamorara y tú te volvieras loco? ¡Tu Gloria se murió, y Montse es Montse!
â¿Crees que no lo sé?
â¡No tengo ni idea de lo que tú sabes, pero has jugado con fuego! ¿Cuándo pensabas decÃrselo?
â¡No lo sé!
âEres un cerdo âfue a cerrarle la puerta, pero Sergio se lo impidió.
â¡La quiero!
â¿Estás seguro de eso? âpuso cara de escepticismo Carolinaâ. Montse sà te quiere a ti, pero tú amas a un fantasma, un corazón con dos cuerpos. Tú no puedes estar ya seguro de querer a una o a otra.
âLa quiero, Carolina, te lo juro âdijo él, desfallecido.
âEntonces, ¿por qué no vas a verla?
âNo puedo.
â¿De qué tienes miedo ahora?
âSé que no va a perdonarme y no quiero que vuelva a tener un ataque.
âNo te das muchas opciones, ¿vale? Ni una oportunidad.
âLo siento.
â¿Y cuando salga?
âMe voy hoy mismo, Carolina âle reveló.
Ahora fue ella la que no lo entendió.
â¿A dónde?
âA mi casa. Se supone que debo empezar a estudiar una carrera.
â¿Asà de fácil? âla chica chasqueó los dedos.
âNo, no es fácil âla miró recuperando la calmaâ.
Es lo más difÃcil que he hecho jamás, como lo fue la primera vez. Pero comprendo que es mejor asÃ. En unos meses he visto morir a mi novia dos veces, una de verdad y otra esta mañana. No quiero que Montse...
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â¿No vas a luchar?
âNunca me perdonará.
âSÃ, si te quiere.
Sostuvo su mirada, una larga hilera de segundos que les pasaron muy despacio. Carolina lo vio rendirse. Sergio la vio enfurecerse. Ella quiso gritar. Ãl, echar a correr. Al final la chica se quedó quieta mientras Sergio daba media vuelta.
âSergio âquiso retenerlo.
Siguió caminando.
â¿Qué le digo a ella?
No giró la cabeza. Cada paso abrÃa un enorme espacio entre los dos.
âQue la quiero âfue lo último que dijo Sergio antes de desaparecer de su vista.
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ontse vaciló un instante, nada más. Un simple acto reflejo. Su corazón iba muy rápido, pero no tenÃa miedo de él. Nunca más iba a tenerlo.
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Luego llamó a la puerta.
â¿SÃ? âdijo una voz femenina.
â¿Está Sergio, por favor?
âSÃ, pasa.
Se escuchó un chasquido y la cancela metálica quedó liberada de su cierre. Entró y no tuvo que volver a cerrarla porque lo hizo ella sola. La puerta de la casa se hallaba a unos diez metros, asà que caminó por el sendero de grava, entre macizos de flores y árboles perfectamente cuidados. Era un bonito jardÃn, acorde con la señorial mansión de dos plantas que la impresionó nada más verla. Cuando llegó a su destino, una mujer ya la esperaba en lo alto de los tres escalones. Era menuda y agradable, sonreÃa con el mismo aire de inocencia con que lo hacÃa Sergio. Supo inmediatamente que era su madre.
âHola, querida. Pasa. Han ido a buscarlo.
âGracias.
No supo qué hacer, si darle un beso o la mano. Al final no hizo ni lo uno ni lo otro. La mujer seguÃa sonriéndole.
â¿Tú eres...?
âMontse.
âAdelante, Montse.
Le franqueó el paso y la hizo entrar. La casa era preciosa, muy elegante. La miró sin parecer que lo hacÃa, algo impresionada. Contestó a un par de preguntas triviales y se encontró, de pronto, en una terraza amplia que daba a una enorme piscina, diez veces la suya. Nadie se bañaba en ella pese al calor.
âSiéntate, tú misma âla invitó la mujerâ. No creo que tarde. ¿Quieres tomar algo?
âNo, gracias.
âDe acuerdo, hasta luego.
Se alejó de su lado, pero Montse no se sentó. Llegó hasta la barandilla y miró la piscina y el jardÃn trasero. Allà se respiraba paz, la misma paz que ella necesitaba. Después giró el cuerpo y contempló de nuevo la casa. Por la izquierda debÃan de estar las habitaciones, que comunicaban con la zona de la piscina, ya que vio una serie de puertas correderas abiertas. Eso la hizo reaccionar.
Instintivamente.
Caminó sin prisa hacia allÃ, de forma en apariencia distraÃda, y pasó delante de la primera puerta sin detenerse. Vio una cama preciosa y la clásica decoración de un cuarto de chica. Siguió andando. La segunda puerta mereció su misma reacción, aunque en este caso parecÃa ser la habitación de un hombre. Todo cambió con la tercera, porque al atisbar en su interior reconoció lo que en el fondo estaba buscando.
Allà estaban las señas de identidad de Sergio: su ropa, dejada descuidadamente sobre la cama, libros, algún póster...
Se detuvo en la puerta. Casi podÃa olerlo. Los recuerdos empezaron a agolparse en su cabeza. Desde allÃ, inmóvil, contempló los detalles, despacio, impregnándose de ellos a través de la mirada.
Uno a uno, hasta llegar a la mesa.
La fotografÃa estaba en el centro, cerca de la pared, con un marco de metacrilato bastante grande que la hacÃa destacar. Una fotografÃa que conocÃa y recordaba.
Entró en la habitación y llegó hasta la mesa. Extendió su mano derecha y cogió el portarretratos. Pesaba. Luego sonrió.
SÃ, claro que conocÃa y recordaba aquella foto.
Se la habÃa sacado Sergio la primera mañana que se bañó en la piscina de su casa, con la cámara de Carolina. Al dÃa siguiente ya estaban hechas las copias. No era la mejor de sus fotos, pero se la veÃa bien, sonriente, feliz.
De repente la escena le recordó mucho otra situación que habÃa tenido lugar apenas unos dÃas antes. Los mismos protagonistas, distinta foto, distinto lugar.
âEra mi novia.
No se sobresaltó. Tal vez lo esperase. Miró en dirección a la puerta por la que ella misma acababa de entrar y lo vio a él.
â¿Qué le pasó? âpreguntó Montse.
âNo lo sé. Escapé de su lado como un idiota después de que casi muere por mi culpa.
â¿Le hiciste daño?
âNo âmovió la cabeza horizontalmente, con
vehemencia, y luego repitió con más calmaâ: No, ¿cómo podÃa hacerle daño si lo era todo para mÃ?
â¿La querÃas?
âLa quiero.
â¿Por qué crees que ella no podÃa perdonarte?
âPorque fue una extraña historia la que nos unió, aunque ahora sé que todo lo anterior, por duro y extraño que parezca, me condujo a ella.
â¿Cómo se llama?
âMontse âSergio señaló la fotografÃa que su visitante aún sostenÃa en la mano, como si todavÃa quedase alguna duda.
â¿Y Gloria? âpreguntó ella.
âMurió âreconoció él.
â¿Ya la has olvidado?
âNo âfue sinceroâ. Nunca la olvidaré.
âEs justo âaceptó Montse.
Dejó su fotografÃa sobre la mesa y dio el primer paso. Sergio la imitó. Se encontraron en el centro de la habitación, a los pies de la cama, y allà se miraron a los ojos antes de abrazarse y apretarse con todas sus fuerzas, como si desearan fundirse el uno con el otro. Después, permanecieron asà un tiempo indefinido, un minuto, dos, tal vez más. Hasta que se separaron lo justo para que sus labios se encontraran en el silencio.
El beso colmó su última ansiedad.
âTe quiero âsusurró él.
âPor eso estoy aquà âdijo ella.
âAhora...
âEs tiempo de esperar âafirmó Montseâ. Ni siquiera lo vamos a tener fácil: tú, aquÃ; y yo, en Vallirana. Pero lo resistiremos.
âSoy capaz de acabar la carrera en la mitad de tiempo.
â¿Eres un genio o qué? âsonrió ella por primera vez.
âPuedo superarme.
âNo será necesario âhizo un gesto de calmaâ. Tampoco quiero casarme antes de los veinticinco asà que...
â¿Ah, no?
â¡No!
âAlgo se nos ocurrirá.
âEso espero âle confesó Montse volviendo a sonreÃr.
âBueno, como te dije, tampoco hay tanta distancia entre Tarragona y Vallirana. Menos de una hora en moto, y la dueña de la pensión La Rosa seguro que estará encantada de tenerme cada fin de semana.
â¡Humm! Suena bien âle besó para confirmarlo.
Dejaron de hablar.
El único sonido claramente perceptible por los dos fue el de sus corazones.
El de Montse sonaba a toda marcha, con un ritmo perfecto y una intensidad llena de vida.