Read Donde esté mi corazón Online
Authors: Jordi Sierra
âNo, no lo soy.
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âLo eres, no seas tonta.
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âEntonces gracias.
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âEs curioso âmencionó Sergioâ, la primera vez que te vi...
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Se quedó cortado, y en ese momento Montse hubiera deseado que no lo hiciera, más aún, que estallara y se lo dijera todo. Necesitaba oÃrlo. HabÃa tomado muchas medicinas para el cuerpo, pero ninguna para el alma.
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âSigue âle invitó.
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âNo me hagas caso âbajó la cabeza él, haciendo uno de sus gestos caracterÃsticosâ. Me siento ridÃculo.
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â¿Por qué?
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â¿Cuántas veces te han dicho lo mismo?
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âNinguna, es la primera âle dijo la verdad.
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Esperaba otra frase, un ritual tipo «están todos ciegos» o «me alegro de haber sido yo el primero» o... Pero Sergio continuó con la cabeza baja. Montse no supo qué hacer, y más cuando él la miró de nuevo y captó toda aquella intensa humedad en sus ojos.
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âSergio... âvaciló.
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Si hubo alguna pregunta en sus labios, murió antes de nacer. Y lo mismo las dudas, que estallaron como pompas de jabón. Los ojos de su compañero lograron el equilibrio. El resto lo hizo él mismo, reaccionando. Primero cogió el casco de ella y metió el brazo por el hueco de la hebilla. Después se puso el suyo.
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âTengo que irme âdijo demasiado deprisa.
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No lo detuvo, aunque quiso hacerlo. La moto volvió a atronar en el silencio. Sergio le dio gas una sola vez, antes de levantar una mano como despedida e iniciar el descenso de la calle.
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ue se fue? âexclamó Carolina.
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âSÃ, asà âchasqueó los dedos para ser más explÃcita.
âPero... âevidentemente no lo entendÃa, y repitióâ: Pero...
âFue asombroso âdijo Montseâ. En un momento me estaba diciendo que era preciosa y al siguiente...
âAlgo harÃas.
âQue no.
âTÃa, que los tÃos no se van asà como asÃ.
âPues él lo hizo. Y parecÃa a punto de echarse a llorar.
â¡No!
âNo me lo invento, ¿vale? TenÃa los ojos totalmente húmedos.
âAh, vale âhizo un gesto como si de pronto lo entendiera todoâ. ¡Qué fuerte!
â¿Qué es lo fuerte? âse perdió Montse.
â¿Es que no lo ves? Ya no se trata de que le gustes, ¡se ha colado! ¡Y lo ha hecho a lo bestia!
â¡Anda ya!
âTÃa, que se ha colado y tiene miedo âinsistió Carolina antes de poner cara de éxtasis y agregarâ: ¡Qué bonito! ¡Un romántico!
â¡Y tú, qué ingenua!
â¿Yo? Pero bueno, ¿estás ciega o qué? ¡Un chico capaz de llorar por lo que siente es...! ¡Por favor, Montse! ¿No tiene ningún hermano? ¡Yo quiero que alguien me diga que soy preciosa y se ponga a llorar a moco tendido!
â¿Y si sabe lo mÃo? âpreguntó ella.
âPregúntaselo.
âNo puedo.
âPues entonces, dÃselo. Pero no creo que sea eso.
â¿Por qué?
âPues porque basta con mirarle a los ojos ârepuso Carolinaâ. Los tiene de carnero degollado. ¡Pero si es un dulce! No sé por qué no atacas. Y con lo que queda de verano por delante, ¡una pasada! Ojalá me ocurriera algo asà a mÃ, ibas a ver tú. Mejor dicho, de ver nada, porque me perderÃas de vista hasta septiembre.
âO sea, que soy la chica del año, la de la gran suerte.
âMira, si lo dices por esto âpuso un dedo en el pecho de Montseâ, pase. Pero si lo dices por lo demás... No tienes más que pensar en Arturo y ahora en Sergio. Es que ni punto de comparación, vaya.
âYo estaba enamorada de Arturo âreconoció Montse.
âY yo de Nacho hace un año, mira ésta. Y bien colada que estaba. Ahora en cambio ni yo lo entiendo. Lo veo y me pregunto si tenÃa el gusto en salva sea la parte. Además, tú lo has dicho: «estabas». Eso es pasado. O aún...
âNo, ya no.
â¿En serio?
â¿Con lo que me hizo?
âEso no significa nada. Si le quisieras, lo perdonarÃas y amén.
âPues no le quiero, aunque a veces recuerdo cosas, lugares..., ya sabes. El otro dÃa, cuando hablamos, lo comprendÃ. Me queda un ligero dolor, una resaca, ¿entiendes? Pero se acabó.
âEso es cierto âcalculó Carolinaâ. Los sentimientos siempre dejan un poso, ¿verdad?
âYo más bien dirÃa que es una herida. Dicen que, cuando te cortan un brazo o una pierna, tú aún sigues sintiéndolo y hasta te dan ganas de rascarte los dedos porque te pican.
â¡Ay, calla! âse estremeció su amiga.
âSoy una experta en hospitales, ¿recuerdas? âbromeó Montse.
âPues mira tú qué bien.
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Se detuvieron de pronto. HabÃa un coche aparcado delante de la casa de Montse. Y un coche nada tÃpico. Las siglas de una cadena de televisión eran visibles en el capó y la puerta. Carolina deslizó una subrepticia mirada en dirección a su compañera, que habÃa perdido su recién nacida sonrisa tras la broma. Pudo captar el abatimiento, el súbito cansancio, el peso sobre los hombros cayéndole encima, la profunda impresión causada por aquella aparición.
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âPor favor âle suplicó Montseâ, entra conmigo.
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âClaro.
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En el fondo habrÃa deseado dar media vuelta y echar a correr, pero sabÃa que era inútil, asà que entró en su casa seguida por Carolina.
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ran dos, un hombre y una mujer. En el coche, antes de entrar, habÃan visto cámaras, focos y otros aparatos, pero ellos no tenÃan nada en las manos. Estaban sentados en la salita, en el sofá, acompañados de casi toda la familia: su padre, su madre y Dani. Sólo faltaba Julio. Ella bebÃa una Coca-Cola y él, una cerveza. Al verlas entrar, se pusieron de pie.
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âMontse, hija âsonrió su madreâ, estos señores han venido...
â¿Qué quieren? âquiso saber ella sin perder ni un segundo, comprendiendo de todas formas que era una pregunta estúpida.
La brusquedad de su hija hizo que Maite se quedara muy cortada.
â¿Montserrat? âla mujer le tendió una mano que ella fingió no ver.
âMontse âtrató de decir algo su padre.
â¡Vas a salir en la tele! âgritó Dani.
Carolina llegó junto a ella y le cogió una mano. Fue una presión muy fuerte y directa, hermosa. Montse no se sintió sola. Su valor se vio reforzado.
âEscuchen... âempezó a decir.
Lo hizo demasiado débilmente. Los gritos de Dani, dando saltos y repitiendo que iba a salir en la tele, ahogaron sus palabras. El hombre fue el que tomó la ini
ciativa, probablemente viendo el desconcierto familiar
y la sensación de desamparo de su colega al quedarse con la mano extendida sin que Montse se la estrechara.
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âSomos del programa
Un tema a debate
âla informóâ. Ella es Judit Comas y yo soy Jaime Salanova, y nos encargamos de la producción y otros aspectos, porque en verano...
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âLo siento, pero no voy a ir âdijo Montse.
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âNo entiendo âvaciló la mujerâ. Es un programa de gran audiencia, el número uno de los viernes y...
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âPor favor âpidió Montse.
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Los visitantes miraron a los cabezas de familia, tal vez en busca de ayuda, tal vez porque no entendÃan la situación.
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âNena, yo creo que deberÃas ir âle dijo su madre.
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â¿Por qué?
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âPorque es bueno hablar de ello.
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â¿Para quién? âpreguntó Montseâ. Yo quiero olvidar y nadie me deja, y
encima quieres que me
exhiba como un bicho raro para que me vea todo el mundo y para que aquà sigan mirándome como a una especie de monstruo.
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âNo eres un monstruo âmanifestó su padre.
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â¿No? Entonces, ¿a qué viene tanto interés por mÃ? ¿Por qué quieren entrevistarme?
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âNo estarás sola âdijo la mujer de la teleâ. Habrá otras dos chicas en tus condiciones, y un chico con un riñón...
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âY los padres de un chico que murió y gracias a él se salvaron...
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Los detuvo a ambos. Recordó instintivamente la humedad de los ojos de Sergio la noche pasada, porque a ella se le llenaron de golpe de lágrimas y apenas pudo contenerse.
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âPor favor, ¿quieren dejarme en paz?
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Hubo un silencio muy tenso, tanto que hasta Dani se calló y los miró a todos desconcertado. La presión de la mano de Carolina aumentó. Era como si a través de ella le gritara «¡asÃ, dales duro, bien!».
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âPodrÃamos hacerte una entrevista aquà mismo
âinsistió todavÃa, en un intento desesperado, el hombre.
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â¿No lo entiende? âcasi gimió Montseâ. Quiero que se olviden de mÃ. Quiero ser una persona normal y corriente, no un fenómeno, ni... No soy la única, ¿vale? Aunque mi caso diera que hablar, no soy la única. Ustedes se montaron la publicidad, pero ahora ya basta, por favor, ya basta.
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Llegó al lÃmite y, antes de estallar, de dejarse llevar por las lágrimas, dio media vuelta y salió de la sala corriendo, sin dejar la protección de la mano de Carolina, de la que tiró para que la siguiera. TodavÃa antes de meterse en su habitación y cerrar la puerta, pudo escuchar a sus padres iniciando las primeras excusas por su insólito comportamiento.
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â¡Qué vergüenza, por Dios! ¡Perdonen! Es que todavÃa... âse avergonzaba su madre.
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âLo pasó muy mal, ¿entienden? Justo ahora está volviendo a la normalidad y... âla justificó su padre.
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â¿No saldremos por la tele? âgritaba Dani, enfadado.
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SabÃa que era un sueño. Â
Y a pesar de ello, tenÃa miedo, un miedo que la paralizaba en la realidad, mientras que en el sueño era capaz de moverse.
Caminaba por un lugar muy oscuro, muy denso. Era como si estuviese inmersa en un espacio en el que el aire fuera sólido, como una nube de algodón, ya que podÃa verlo y tocarlo, asà que sus movimientos eran lentos y premiosos. Le costaba avanzar, le costaba respirar. Y sobre todo le costaba despertar, a pesar de que desde el sueño ella se lo gritaba a sà misma.
â¡Vamos, despierta! ¡Hazlo, ya! ¡No es más que un sueño! ¡Ya no estás aquÃ, no es más que una ilusión!
Entonces percibió el tam-tam. Un batir de tambores lejano, pero fuerte, que iba alejándose muy despacio de ella.
No veÃa nada.
Tan sólo sabÃa que, cuando escuchara el último golpe, todo habrÃa acabado, porque el tam-tam provenÃa de sà misma, de su corazón.
El tam-tam eran los latidos de su corazón.
La oscuridad se hizo más profunda, y con ella creció la angustia. Extendió una mano, buscando algo a lo que agarrarse, y de pronto lo encontró: otra mano. Se sintió a salvo, pero sólo fue una breve sensación. La otra mano la sujetó con firmeza y tiró de ella para alejarla aún más de los latidos.
Se resistió, luchó.
Pero la mano era implacable, y la oscuridad, cada vez mayor, más asfixiante. Amenazaba con cerrarse del todo y aprisionarla para siempre, por toda la eternidad.
Entonces se rindió, comprendió que ya no podÃa más.
Se rindió y, justo en este momento, de alguna parte, le llegó una voz.
â¡Hay uno, hay uno!
La esperanza.
Todo cambió en un segundo. La mano la soltó, la oscuridad se rompió con una tenue claridad y el sonido del tam-tam retumbó en sus oÃdos.
Se despertó.
Y suave, muy suavemente, abrió los ojos.
Estaba en su cama, en su habitación, en el mundo real.
Recordó otra cama, otra habitación, otro mundo, el del hospital, la mañana que abrió los ojos y le dijeron que estaba viva.
Viva.
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Â
H
abÃa creÃdo verlo un par de veces, pero no estaba segura de ello. Ahora sÃ, su imagen se le hizo clara durante un pequeño instante, entre las plantas del otro lado del muro. Fue a su habitación, se puso una camiseta por encima del bañador y unos vaqueros. Luego salió a la calle. Le dio la impresión de que él iba a marcharse.
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â¡Sergio!
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El chico se detuvo y giró la cabeza. Le cambió la cara. Dibujó en ella una sonrisa luminosa, como el dÃa, y regresó.
Â
âHola.
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â¿Qué tal? âle preguntó Montse.
Â
âBien âse limitó a decir él.
Â
â¿Dónde estuviste ayer? No se te vio el pelo.
Â
âTuve un trabajo.
Â
â¿Ah, sÃ?
Â
âNada importante âevadió los detalles.
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âCarolina y yo fuimos a buscarte.
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Se azoró, pudo notarlo, aunque no se imaginó por qué, ni le dio importancia alguna.
Â
â¿A la pensión?
Â
âClaro.
Â
âNo me dijeron nada.
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âBueno, tampoco dejamos ningún recado. Si hubiéramos podido subir, sÃ, te habrÃamos preparado alguna sorpresa en tu habitación, pero la dueña no parecÃa muy dispuesta.
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âNo quiere a nadie extraño en las habitaciones.
Â
âYa âpasó del tema Montseâ. ¿Qué haces?
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