Read Donde esté mi corazón Online
Authors: Jordi Sierra
â...Y queda parte de agosto, ¿de acuerdo? âle oyó decirâ. Ahora no puedo volver, lo siento. ¿Qué? No y no... Mira, ya lo discutimos y no ha cambiado nada, al contrario...
Las pausas se sucedÃan a medida que la otra persona le interrumpÃa o hablaba a su vez. Sergio no daba muestras de estar crispado, aunque sà algo nervioso. El tono de su voz era dolorido.
âNo puedo contártelo, ¡no! ¡Por favor! ¿Y si me hubiera ido todo el verano en
inter-rail
por Europa? Pues es lo mismo. SÃ, sÃ, lo es... ¡Estoy bien! ¿Por qué no iba a estarlo? ¡Lo he superado, sÃ! ¡Para eso necesitaba irme, por Dios!... âla nueva pausa fue la más largaâ. Mira, tranquila, ¿de acuerdo? En septiembre estaré ahÃ, comenzaré las clases, te lo juro. No voy a perder ni una. ¡Desde luego, te llamo y acabamos discutiendo! ¡No voy a llamarte más!... Bueno, vale, vale... He de colgar, un beso. SÃ, dÃselo, claro. ¿Dónde está? ¿En Bilbao? ¿Y qué hace en Bilbao? Bueno, adiós, sÃ, adiós..., adiós...
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No tuvo tiempo de reaccionar. DebÃa haberse ido antes, pero justo al iniciar su despedida, Sergio se giró y la vio. Carolina no pudo hacer otra cosa que quedarse donde estaba, como si la hubiesen clavado al suelo. Ni siquiera se molestó en sonreÃr o disimular. Era demasiado evidente que estaba escuchándole.
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Sergio colgó el auricular con el último «adiós».
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Recogió las monedas que habÃa en la repisa y abrió la puerta de la cabina.
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Por detrás de las gafas de sol, sus ojos eran un océano de interrogantes.
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â¿Llamabas a casa? âdisparó ella al azar, por decir algo.
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âSÃ, hablaba con mi madre âconfesó él.
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Frunció el ceño. No sabÃa si creerle, ni qué decirle, ni cómo justificar su espionaje, ni nada que no fuera mantener la calma pensando en Montse y sólo en ella.
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Montse.
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âSergio âsuspiró Carolina de prontoâ, ¿la quieres?
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âSà âdijo él, rápido.
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âEntonces no le falles.
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â¿Por qué habrÃa de fallarle?
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âMontse está enamorada. Ha renacido y está enamorada, y como cualquier persona enamorada, está también ciega. Yo no. Yo veo otras cosas.
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â¿Qué es lo que ves? âSergio estaba muy pálido, asà que el contraste con las gafas oscuras era evidente.
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â¿Qué te pasa? âquiso saber ella.
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No hubo respuesta, sólo aquella mirada oculta tras las gafas de sol.
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âTienes tanto miedo como Montse lo tuvo con lo de su trasplante âdijo Carolinaâ, y no entiendo por qué. ¿Vas a decÃrmelo?
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âNo hay nada âarticuló él después de otra pausa.
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âNo te creo âlo acusó Carolina.
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âEntonces confÃa en mÃ. Si sabes que la quiero, confÃa en mÃ.
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âPero, ¿por qué? âexpresó toda su incertidumbre con un gesto de rabia e
impotencia.
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âConfÃa en mÃ, sólo eso âdijo Sergio con esfuerzoâ. Yo me fui, ¿recuerdas? Renuncié. Fue Montse la que me devolvió a esto. Sólo necesitamos tiempo.
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âEl verano acabará en un par de semanas, y en septiembre...
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âCarolina, por favor.
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Era una súplica, y lo que menos querÃa Carolina era que Montse supiera lo que acababa de hacer, espiándolo como una vulgar... Bajó la mirada al suelo y ni siquiera habló. Su gesto fue evidente.
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Asintió con la cabeza y luego dio media vuelta, sin volverse.
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Se alejó calle abajo sintiendo aquella mirada protegida tras las gafas de sol muy fija en su espalda.
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Aunque no era una mirada de furia o de desesperación, sólo de dolor.
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S
abÃa que su madre llevaba unos dÃas inquieta, con la pregunta colgándole de los labios, a la espera de reunir el suficiente valor para preguntarle. No le extrañó que aprovechara la oportunidad ya que estaban solas, con Dani pasando unos dÃas en casa de su tÃa, en Cervelló, y Julio fuera, con su novia.
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âMontse, ese chico...
Se resignó. En parte no querÃa huir, ni mentirle, ni decirle que era un amigo y todas esas tonterÃas. Se sentÃa igual que esas personas culpables de algo y con deseos de confesar abiertamente, aunque en su caso no fuera ninguna culpa, sólo su felicidad. También la felicidad necesita ser compartida. Lo sucedido con su corazón le habÃa hecho comprender que las cosas suelen ser sencillas siempre, y que son las personas las que lo complican todo. Estaba enamorada, y eso era algo de lo más natural, simple y directo. No querÃa esconderse ni esconderlo.
â¿Sergio?
âSÃ, Sergio âdijo Maite.
â¿Qué pasa con él?
âHa venido aquà algunas veces, te han visto con él por el pueblo...
â¿Y quieres saber qué pasa? âse lanzó Montse.
âBueno, tampoco es eso âse excusó la mujer.
âMamá... âsonrió ellaâ, que te conozco.
Verla sonreÃr la tranquilizó. HabÃa temido que su hija se pusiera en guardia o se enfadara por la intromisión, o algo parecido. Sin embargo, daba la sensación de sentirse feliz y relajada, contenta.
â¿Quién es?
âEs de Tarragona. Ha venido a trabajar aquÃ.
â¿En qué?
âNo ha encontrado trabajo, pero está en ello.
â¿De Tarragona, Tarragona?
âSÃ, sÃ.
â¿Sabes algo de él?
âQue es encantador, de buena familia, y que le quiero mucho.
Su madre la contempló con los ojos abiertos. Montse seguÃa sonriendo.
â¿Sois novios? âvaciló.
âNo lo sé âle confesó Montseâ. Supongo que esa palabreja se estilaba más hace años. Ahora no la usa casi nadie, a no ser que haya un anillo de compromiso, peticiones formales y todo ese rollo. Nosotros no estamos aún en esa fase.
âAh âparpadeó Maite.
âPero me cae muy bien, y yo a él. Además âse puso maliciosaâ, si te dijera que somos novios, pondrÃas el grito en el cielo y empezarÃas a decirme que soy aún muy joven, que no me lÃe y que eso, a mi corazón, a lo mejor no le sienta nada bien.
âNo es verdad âse defendió la mujer.
âMamá... âdijo por segunda vez y en el mismo tono Montse.
âYo conocà a tu padre a los dieciocho años, aunque tardamos bastante en casarnos.
âVaya, menos mal âle agradeció el detalle ella.
âEn cuanto a lo de tu corazón...
â¿Tú crees que el amor es malo para un corazón de recambio?
âNo te lo tomes a la ligera, hija âse estremeció Maite.
Montse se acercó a su madre. La abrazó y le dio un beso en la mejilla. Fue un acto reflejo, pero cargado de cariño. Desde la proximidad la miró y dijo:
âTranquila, ¿vale? ¿Me creerás si te digo que Sergio es lo mejor que me ha pasado en la vida y que, encima, ha llegado en el momento oportuno?
Su madre le acarició la mejilla.
âA veces eres tan niña âsuspiró.
âY tú, tan mujer, mamá âla correspondió Montse.
âTen cuidado, ¿de acuerdo?
âLo tendré.
âRecuerda que has de volver a la escuela en septiembre y que necesitas ponerte al dÃa y que...
âDescuida, no estoy loca âla calmó ellaâ. Sé muy bien que tengo una segunda oportunidad para todo y no voy a desaprovecharla. Sergio es una ayuda, un complemento, pero no todo lo que tengo.
Aunque fuera muy, muy importante, y eso no se lo dijo a su madre.
Se sintió mejor cuando se metió en su habitación y dejó sola a su madre, todavÃa bajo los efectos de la impresión recibida.
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S
e lo habÃa prometido a Carolina, pero también a sà misma.
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Era la hora de la sinceridad, de las preguntas, de las respuestas. Los fantasmas debÃan pasar al olvido. No hacÃa más que darle vueltas a la cabeza y estaba cansada de ello. Lo que hubiera en el pasado de Sergio era eso, el pasado, ya fuera una novia o un amor frustrado, como temÃa, ya se tratase de problemas con sus padres, o que no quisiera estudiar, o problemas con las drogas, o lo que fuera, por absurdo que se le antojara ahora.
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Antes de salir de su habitación y de casa para ir a buscarlo, leyó por última vez su carta, aquella carta. Tal vez deberÃa romperla. No lo hacÃa porque aún buscaba en ella las claves de aquello que habÃa hecho tanto daño a Sergio.
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TenÃa que estar allÃ, algo, una pista.
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Por pequeña que fuera.
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Sacó el sobre y la hoja de papel. Se la sabÃa de memoria. Pero las frases más significativas seguÃan siendo las más esenciales, las que encerraban todos los porqués.
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«Tus labios sellaron un montón de heridas...» Pero, ¿qué heridas? «Los sueños son traidores...» ¿Por qué? «Hay muchas cosas que no cambian, aunque el amor, siempre él, las haga más llevaderas.» ¿A qué se referÃa y de qué cosas hablaba? «Por mucho que escriba y escriba, no lo entenderás.» ¿Tan difÃcil era de entender? ¿Por qué no podÃa entenderlo ella? «No era mi intención, pero ha sucedido.» ¡Nadie quiere o no quiere enamorarse, simplemente sucede! ¿No era su intención? ¿De qué estaba hablando con eso? «No es tan sencillo y no quiero hacerte daño.» ¡El amor es sencillamente complicado, o complicadamente sencillo! ¿Y qué? Todo el mundo lo busca, incluso con desesperación. Todo el mundo necesita amar y ser amado. ¿Y por qué amarla tal vez le hiciera daño? «Tengo heridas invisibles en el alma.» ¿Y quién no? «Soy un cobarde...» ¿Se lo decÃa a ella? ¿Le hablaba de cobardÃa precisamente a ella? «TenÃa que haberme ido antes, sin llegar a esto.» De nuevo los porqués. ¿Antes? ¿Sin llegar a esto, a enamorarse? Y por último, la frase final, la definitiva: «Supongo que lo tendré merecido, por jugar con el destino.»
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El destino.
Â
SÃ, Carolina tenÃa razón. Se habÃa terminado eso de cerrar los ojos y esperar. Necesitaba saber para comprender, comprender para entregarse por completo y sin
dudas. Necesitaba despejar hasta la última incógnita. Sergio cerraba aquella carta diciéndole: «Gracias por darme una esperanza. Te quiero.» Si le habÃa dado una esperanza era por algo y desde luego habÃa llegado la hora de convertirla en una verdad, una realidad. La esperanza morÃa allÃ, porque ya se tenÃan. Lo decÃa con aquel «te quiero» final.
Â
Guardó la carta dentro del sobre, y el sobre, dentro de la pequeña arqueta con sus tesoros, sus mejores recuerdos, incluidos sus diarios de infancia. Luego la cerró con llave. Se fiaba de sus padres, pero... era mejor prevenir. Cuando lo hubo hecho, se miró en el espejo y se arregló el cabello. Lo tenÃa ya un poco más largo y se sentÃa mejor, aunque a Sergio también le gustase corto.
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Sergio, Sergio, Sergio.
Â
Pensaba en él, soñaba con él, todo lo hacÃa ya con él, real o mentalmente.
Â
Salió de la habitación sintiendo el fuerte nerviosismo de quien va a enfrentarse cara a cara con la verdad.
Â
Â
Â
L
legó a la pensión La Rosa caminando despacio, aprovechando cada paso y cada metro para reflexionar, para buscar las palabras y medir sus gestos. Cuando se detuvo frente a la puerta, llenó sus pulmones de aire y ya no vaciló en absoluto. Traspasó aquel umbral y llegó a la pequeña recepción, en la cual, en ese instante, no habÃa nadie. Aun asÃ, no se atrevió a subir. SentÃa mucha curiosidad por ver la habitación de Sergio, desde el primer dÃa, pero la dueña era inflexible con esas cosas. Bien lo sabÃan.
Â
â¡Eh! âllamóâ. ¿Hay alguien?
La dueña salió del interior con cara de haber sido interrumpida haciendo algo importante. Al ver a Montse hizo un gesto de fastidio.
â¿SÃ? âpreguntó.
SabÃa de sobra a quién iba a buscar.
â¿Está Sergio?
La mujer miró bajo el pequeño mostrador. Montse
imaginó que allà estarÃan las llaves de las habitaciones.
Â
âSÃ, debe de estar arriba âasintióâ. No veo su llave.
â¿Puede avisarlo?
â¡Ahora estoy ocupada, hija! âprotestó acaloradaâ. ¡Sube tú!
Montse se quedó boquiabierta.
â¿Puedo subir?
âPues claro, si has venido a buscarlo...
âCreà que no se fiaba âbromeó su visitante.
La dueña de la pensión la apuntó con un dedo firme.
âTú no bajes dentro de cinco minutos y verás como se lo digo a tu madre âla amenazó.
â¡Mujer! âprotestó Montse.
â¡Hala, pesadas, que no tenéis nada que hacer en verano y parecéis almas en pena de aquà para allá! ¡Cinco minutos, y mejor si son dos!
Le dio la espalda y volvió al lugar de donde procedÃa al entrar ella, asà que el camino quedó libre y Montse no desaprovechó la oportunidad ni el tiempo. La habitación de Sergio estaba en el primer piso. Subió las escaleras y llegó al pasillo. Era la tercera a mano derecha. Se detuvo en la puerta y llamó quedamente.
Silencio.
â¿Sergio? âsusurró a media voz mientras repetÃa su acción con los nudillos.
Nada.
Comprobó la hora. Tal vez aún estuviese dormido, aunque era raro. Puso una mano en el pomo de la puerta y lo movió hacia abajo. La hoja de madera se abrió y ella metió la cabeza dentro.
La cama estaba revuelta, pero allà no habÃa nadie.