El arte de la felicidad (22 page)

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Authors: Dalai Lama y Howard C. Cutler

Tags: #Ensayo

Al terminar la enseñanza del
tong-len
, el Dalai Lama señaló que ningún ejercicio en particular es atractivo o apropiado para todo el mundo. En nuestro viaje espiritual, es importante decidir si una práctica es adecuada para nosotros después de comprender su esencia. Eso fue lo que me sucedió a mí cuando intenté seguir las instrucciones del Dalai Lama sobre el
tong-len
aquella misma tarde. Descubrí que tenía dificultades, un sentimiento de resistencia, aunque no logré descubrir de qué se trataba. La misma noche, sin embargo, al pensar en las instrucciones del Dalai Lama, me di cuenta de que mi resistencia se había desarrollado ya desde el principio, cuando el Dalai Lama señaló que el grupo era más importante que el individuo. Se trataba de algo que ya había escuchado con anterioridad; el axioma de Vulcan propuesto por Spock en Star Trek: las necesidades de la mayoría deben anteponerse a las de la minoría. En esa afirmación había sin embargo algo que me molestaba. Antes de planteárselo al Dalai Lama, sondeé a un amigo que había estudiado el budismo durante mucho tiempo, quizá porque yo no deseaba aparecer como el que «sólo quiere ser el número uno».

—Hay una cosa que me molesta… —le dije—. Eso de que las necesidades del grupo son más importantes que las del individuo tiene sentido en la teoría, pero en la vida cotidiana no interactuamos con la gente en masa, sino con individuos. En ese nivel de uno a uno, ¿por qué deberían valer más las necesidades del otro que las mías? Yo también soy un individuo… Somos iguales…

Mi amigo quedó pensativo un momento.

—Bueno, eso que dices es cierto. Pero si realmente consideras a cualquier individuo como un igual, ya es suficiente para empezar.

No necesité acudir al Dalai Lama.

Capítulo 12: Producir un cambio

EL PROCESO DE CAMBIO

—Hemos analizado la posibilidad de alcanzar la felicidad eliminando nuestros comportamientos y estados mentales negativos. En general, ¿cómo se consigue superar los comportamientos negativos e introducir cambios positivos? —pregunté.

—El primer paso es el aprendizaje, la educación —contestó el Dalai Lama—. Creo que ya he mencionado con anterioridad la importancia del aprendizaje…

—¿Cuando habló de la importancia de comprender por qué son nocivas las emociones negativas?

—Sí. Pero para producir cambios positivos, el aprendizaje sólo es el primer paso. También hay otros factores, como la convicción, la determinación, la acción y el esfuerzo. Así pues, el siguiente paso consiste en desarrollar nuestra convicción. El aprendizaje y la educación son importantes porque nos ayudan a desarrollar el convencimiento de que necesitamos cambiar, y aumentan nuestro compromiso. Y la convicción ha de cultivarse para convertirla en determinación. A continuación, la determinación se transforma en acción; una determinación firme nos permite realizar un esfuerzo continuado para poner en marcha los verdaderos cambios. Este factor es decisivo.

»Así, por ejemplo, si se quiere dejar de fumar, lo primero es ser consciente de que fumar es nocivo para el cuerpo. Por tanto, tienes que educarte. Tengo entendido, por ejemplo, que la información sobre los efectos nocivos del tabaco ha permitido modificar el comportamiento de mucha gente; ahora se fuma menos en los países occidentales que en un país comunista como China, debido precisamente a la disponibilidad de información. Pero, a menudo, ese aprendizaje por sí solo no es suficiente. Tienes que incrementar esa conciencia hasta que te lleve a una firme convicción sobre los efectos nocivos del tabaco. Eso fortalece a su vez tu determinación de cambiar. Finalmente, tienes que realizar un esfuerzo para establecer nuevos hábitos. Ése es el proceso de cambio, cualquiera que sea su objetivo.

»Ahora bien, al margen del comportamiento que intentes cambiar, del objetivo hacia el que dirijas tus esfuerzos, necesitas desarrollar una fuerte voluntad o deseo de hacerlo. Necesitas gran entusiasmo. En este aspecto el sentido de la urgencia es un factor clave que ayuda a superar los problemas. Por ejemplo, el conocimiento que se posee sobre los graves efectos del sida ha creado en muchas personas la necesidad perentoria de modificar el comportamiento sexual. Con frecuencia, una vez que se ha obtenido la información adecuada, surge la seriedad y el compromiso.

»Así pues, la urgencia puede impulsar enérgicamente el cambio. En un movimiento político, la desesperación puede originarla hasta el punto de que la gente llega a olvidar incluso su hambre y su cansancio en la busca de sus objetivos.

»El sentido de lo perentorio no sólo ayuda a superar los problemas personales, sino también los comunitarios. Cuando estuve en St. Louis, por ejemplo, hablé con el gobernador. Allí habían sufrido recientemente unas graves inundaciones. El gobernador me dijo que cuando se produjeron temió que, dada la naturaleza individualista de la sociedad, la gente no cooperara, no se comprometiera.

»Pero hubo tanta cooperación que quedó muy impresionado. Para mí, eso demuestra que para alcanzar objetivos importantes necesitamos desarrollar el sentido de lo perentorio. Desgraciadamente —añadió con tristeza—, sucede a menudo que no percibimos que una situación requiere una solución con urgencia.

Me sorprendió oírle subrayar esto porque en Occidente creemos que una actitud característica de los asiáticos es dejar que las cosas sigan su curso, derivada de su creencia de que se viven muchas vidas, de modo que si algo no sucede ahora, ya sucederá la próxima vez…

—Pero ¿cómo se desarrolla en la vida cotidiana ese entusiasmo y esa decisión de cambiar? —pregunté.

—Para un budista practicante hay varias técnicas para generar entusiasmo. Buda habló sobre lo preciosa que es la existencia humana. Nosotros discutimos acerca del potencial que hay dentro de nuestro cuerpo, de los buenos propósitos a los que puede servir, de los beneficios y ventajas de tener una forma humana, etcétera. Esas discusiones nos instilan confianza, nos incitan a utilizar nuestro cuerpo de forma positiva.

»Después, para dar conciencia de la urgencia, que impulse a prácticas espirituales, recordamos nuestra transitoriedad, es decir, la muerte, interpretada en términos muy convencionales y no en los aspectos más sutiles del concepto de transitoriedad. En otras palabras, se nos recuerda que algún día ya no estaremos aquí. Se estimula esa conciencia, de modo que cuando se conjunta con la comprensión del enorme potencial de nuestra existencia surge en nosotros la urgente necesidad de utilizar provechosamente todos los preciosos momentos de nuestra vida.

—Esa contemplación de nuestra transitoriedad parece una gran ayuda para desarrollar la urgencia de cambios positivos —comenté—. ¿No podrían utilizada también los no budistas?

—Creo que los no budistas deberían tener cuidado con algunas técnicas —contestó reflexivamente—. Porque —añadió echándose a reír— cabría utilizar la misma contemplación para el propósito opuesto y decirse: «No hay garantía de que vaya a estar vivo mañana, así que será mejor que hoy me divierta».

—¿Tiene alguna sugerencia acerca de cómo podrían desarrollar ese sentido de la urgencia los que no son budistas?

—Bueno, como ya he señalado, aquí es donde intervienen la educación y la información. Antes de conocer a ciertos expertos, por ejemplo, yo sabía muy poco sobre la crisis del medio ambiente. Pero ellos me explicaron el problema al que nos enfrentamos, y fui consciente de la gravedad de la situación. Eso mismo puede aplicarse a otros problemas que afrontamos.

—Pero, en ocasiones, incluso disponiendo de información, quizá no tengamos energía para efectuar el cambio. ¿Cómo podemos superar eso? —le pregunté.

El Dalai Lama reflexionó antes de contestar.

—Creo que tenemos que establecer una distinción. La apatía obedece en ocasiones a factores biológicos, y entonces hay que trabajar para cambiar el estilo de vida. Así, por ejemplo, dormir lo suficiente, seguir una dieta saludable, abstenerse de tomar alcohol, etcétera, ayuda a mantener la mente más alerta. En algunos casos quizá haya que recurrir incluso a medicamentos u otros remedios si la causa es una enfermedad. Pero también hay otra clase de apatía o pereza, la que surge de la debilidad de la mente…

—Sí, a eso me estaba refiriendo.

—Para superar esta apatía y generar compromiso y entusiasmo que permitan cambiar comportamientos o estados mentales negativos, creo que el método más efectivo y quizá la única solución es ser siempre consciente de los efectos destructivos del comportamiento negativo. Quizá haya que recordar repetidas veces dichos efectos.

Las observaciones del Dalai Lama me parecían acertadas. Como psiquiatra, sin embargo, sabía que algunos comportamientos negativos y formas de pensar están fuertemente arraigados, así como lo difícil que le resulta cambiar a la gente. Me he pasado muchas horas examinando y diseccionando la resistencia de los pacientes al cambio cuando hay en juego complejos factores psicodinámicos; así que pregunté:

—A menudo, la gente desea introducir cambios positivos en su vida, tener comportamientos más sanos…, pero en ocasiones parece producirse una especie de inercia o resistencia… ¿Cómo lo explicaría?

—Es bastante fácil—dijo con naturalidad.

—¿Fácil?

—Eso ocurre porque nos habituamos a hacer las cosas de cierta manera. Nos malcriamos y repetimos conductas que nos son familiares.

—Pero ¿cómo podemos superar eso?

—Utilizando el hábito en beneficio propio. Al familiarizamos constantemente con nuevas pautas de comportamiento, podemos establecerlas de modo definitivo. Le vaya dar un ejemplo: en Dharamsala solía iniciar la jornada a las tres y media de la mañana, aunque aquí, en Arizona, me estoy levantando a las cuatro y media. Duermo una hora más —dijo, sonriente—. Al principio se necesita un poco de esfuerzo para acostumbrarse, pero al cabo de unos meses se convierte en una rutina y ya no hay necesidad de ningún esfuerzo. Así, si uno se acostara un poco más tarde, se podría tener una tendencia a querer unos minutos más de sueño, pero uno se seguiría levantando a las tres y media sin esforzarse. Ello se debe al poder de la costumbre.

»Del mismo modo, podemos superar cualquier condicionamiento negativo y efectuar cambios positivos en nuestra vida. Pero hay que tener en cuenta que el cambio genuino no se produce de la noche a la mañana. En mi caso, por ejemplo, si comparo mi estado mental actual con el de, por ejemplo, hace veinte o treinta años, observo una gran diferencia. Pero a eso he llegado paso a paso. Empecé a estudiar el budismo aproximadamente a la edad de cinco o seis años, pero en aquella época no estaba interesado en los estudios —se echó a reír—, a pesar de que me llamaban la más alta reencarnación. Creo que hasta que no tuve unos dieciséis años no empecé a pensar seriamente en el budismo. Fue entonces cuando inicié prácticas serias. Luego, con el transcurso de los años, desarrollé un profundo aprecio por los principios y prácticas budistas, que al comienzo me habían parecido casi antinaturales. Todo me vino a través de la familiarización gradual. Claro que el proceso duró más de cuarenta años.

»Como ve, en lo más profundo, el desarrollo mental requiere tiempo. Si alguien dice: "Las cosas han mejorado después de pasar por muchos años de dificultades", me tomo esa afirmación muy seriamente y es muy probable que los cambios sean genuinos y duraderos. Pero si alguien dice: "En muy poco tiempo he tenido un gran cambio", dudo mucho de esa afirmación.

Aunque el análisis del Dalai Lama era irreprochable, había una cuestión que parecía quedar pendiente.

—Ha mencionado la necesidad de un alto nivel de entusiasmo y determinación para transformar la mente, para efectuar cambios positivos. Al mismo tiempo, sin embargo, reconocemos que el verdadero cambio sólo se produce con lentitud y puede exigir mucho tiempo —continué—. En consecuencia, es fácil desanimarse. ¿No se ha sentido nunca desanimado por el lento progreso en su práctica espiritual o por algún otro aspecto de su vida?

—Sí, desde luego —contestó.

—¿Cómo afronta eso?

—Por lo que se refiere a mi práctica espiritual, si encuentro obstáculos o problemas, me resulta útil detenerme y echar una mirada a largo plazo. Existen unos versos que en esas circunstancias me transmiten valor y me ayudan a mantener mi determinación. Son éstos: «Mientras el espacio perdure, mientras queden seres sensibles, viva también yo para disipar las miserias del mundo».

»Ahora bien, por lo que se refiere a la lucha por la libertad del Tíbet, si con la convicción expresada en esos versos estuviera dispuesto a esperar eones y eones…, mientras el espacio perdure…, bueno, creo que tendría una actitud estúpida. Hemos de implicamos activa e inmediatamente. Claro que, en esta lucha por la libertad, al pensar en los catorce o quince años de esfuerzos negociadores, sin resultados, al pensar en casi quince años de fracasos, se despierta en mí un sentimiento de impaciencia o frustración. Pero ese sentimiento no me desanima hasta el punto de perder la esperanza.

Insistí:

—Pero ¿qué es exactamente lo que le impide perder la esperanza?

—Creo que me ayuda la amplitud de mi perspectiva. Por ejemplo, si observamos la situación del Tíbet desde una perspectiva estrecha, nos sentiremos impotentes. No obstante, si lo hacemos desde una perspectiva más amplia, vemos una situación internacional en la que se están derrumbando los sistemas comunistas y totalitarios, en la que incluso existe en China un movimiento favorable a la democracia, en la que el ánimo de los tibetanos sigue siendo alto. Así que no abandono.

Llama la atención que un hombre con la formación filosófica y la práctica meditativa del Dalai Lama prescriba la educación como primer paso para producir la transformación interna, en lugar de prácticas espirituales más trascendentales o místicas. Aunque casi todo el mundo reconoce la importancia de la educación, solemos pasar por alto su papel como factor vital para alcanzar la felicidad. Las investigaciones han demostrado que hasta la educación puramente académica contribuye a la felicidad. Numerosas encuestas han puesto de manifiesto, de forma concluyente, que los niveles superiores de educación tienen ecos beneficiosos en la salud y hasta protegen de la depresión. Al tratar de determinar las razones de estos efectos, los científicos han sugerido que las personas mejor educadas son más conscientes de los factores de riesgo para la salud, están más capacitadas para adoptar medidas que la favorezcan e incrementen la autoestima, tienen mayores habilidades para solucionar problemas y también disponen de estrategias más efectivas para afrontar las situaciones. Así pues, si la simple educación académica aparece asociada con una vida más feliz, ¿cómo no va a ser más importante el aprendizaje del que habla el Dalai Lama, que consiste en comprender y utilizar todo aquello que conduce a una felicidad duradera?

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