»En resumen, en la tradición budista no sólo tenemos antídotos específicos, como por ejemplo la paciencia y la tolerancia, que actúan como antídotos específicos contra la cólera y el odio, sino que también disponemos de un antídoto general, el conocimiento de la naturaleza de la realidad. Esto es algo similar a librarse de una planta venenosa: puedes eliminar los efectos nocivos cortando ramas y hojas o bien arrancando la planta de cuajo.
El Dalai Lama continuó con su exposición de las premisas.
—La tercera premisa asevera que la naturaleza esencial de la mente es pura, que la conciencia básica no está manchada por emociones negativas. Su naturaleza es pura, un estado denominado la «mente de luz clara» y también la «naturaleza de Buda». Puesto que las emociones negativas no forman parte de la naturaleza de Buda, existe la posibilidad de eliminadas y purificar la mente.
»De acuerdo con estas tres premisas, el budismo sostiene que las aflicciones mentales y emocionales pueden ser eliminadas mediante el cultivo de fuerzas que actúan como antídotos, como el amor, la compasión, la tolerancia y el perdón, así como con prácticas como la meditación.
Ya había oído hablar al Dalai Lama de la naturaleza fundamental de la mente y de su capacidad para eliminar nuestras pautas negativas de pensamiento. Había comparado la mente con un vaso de agua sucia; los estados mentales aflictivos eran las «impurezas», que podían ser eliminadas para revelar la fundamental naturaleza «pura» del agua. Esto parecía un tanto abstracto, así que le interrumpí, impulsado por preocupaciones prácticas.
—Supongamos que uno acepta la posibilidad de eliminar las emociones negativas y empieza a dar pasos en esa dirección. A partir de nuestras conversaciones, sin embargo, me doy cuenta de que sería preciso un tremendo esfuerzo para erradicar ese lado oscuro: estudio, contemplación, aplicación constante de antídotos, intensas prácticas de meditación, etcétera. Eso puede ser apropiado para un monje o para alguien capaz de dedicar mucho tiempo y atención a esas actividades. Pero ¿qué sucede con la persona corriente, que tiene una familia y un trabajo, que quizá no disponga de suficiente tiempo? ¿No sería más adecuado para esas personas tratar de vivir con sus emociones manejándolas adecuadamente, en lugar de intentar erradicarlas por completo? Sucede aquí lo mismo que con los enfermos de diabetes. Quizá no dispongan de los medios para alcanzar una cura completa, pero si vigilan su dieta, toman insulina, etcétera, pueden controlar la enfermedad y evitar las secuelas negativas.
—¡Sí, precisamente de eso se trata! —me respondió con entusiasmo—. Estoy de acuerdo con usted. Lo que podamos hacer para reducir la influencia de las emociones negativas, por poco que sea, siempre será muy útil; puede ayudar a llevar una vida más satisfactoria. Mire, un laico cargado de obligaciones familiares y laborales puede alcanzar, no obstante, un alto grado de realización espiritual. Ha habido personas que no iniciaron una práctica seria hasta un período avanzado de su vida, cuando ya tenían cincuenta o incluso ochenta años, a pesar de lo cual pudieron convertirse en grandes maestros.
—¿Ha conocido personas que hayan alcanzado esa condición? —le pregunté.
—Es difícil reconocerlos. Los verdaderos practicantes nunca alardean —contestó riéndose.
En Occidente son muchas las personas que consideran las convicciones religiosas como una fuente de felicidad; el enfoque del Dalai Lama, sin embargo, es fundamentalmente distinto al de muchas religiones occidentales, ya que depende mucho más del razonamiento y la formación de la mente que de la fe. En algunos aspectos, el budismo del Dalai Lama se parece a una ciencia de la mente, un sistema cuya aplicación se asemeja a la psicoterapia. Pero lo que el Dalai Lama sugiere va mucho más allá. Aunque estamos acostumbrados a utilizar técnicas psicoterapéuticas para modelar el comportamiento, para eliminar malos hábitos como fumar o beber y para combatir conductas impulsivas, no estamos tan acostumbrados a cultivar los atributos positivos, el amor, la compasión, la paciencia y la generosidad, como armas purificadoras de los estados mentales negativos. El método del Dalai Lama para alcanzar la felicidad se basa en la idea revolucionaria de que los estados mentales negativos no constituyen una parte intrínseca de nuestra mente, sino que son obstáculos transitorios en la expresión de nuestro estado fundamental de alegría y felicidad.
Las escuelas más tradicionales de la psicoterapia occidental concentran su acción en la neurosis del individuo; exploran su historia personal, sus relaciones, sus experiencias cotidianas (incluidos los sueños y las fantasías) y hasta la relación con el terapeuta, en un intento por resolver los conflictos internos del paciente, sus motivos inconscientes y la dinámica psicológica que pueda encontrarse en el origen de sus problemas. Es decir, se centran en encontrar estrategias más sanas para afrontar las situaciones, un mejor ajuste, una mejora de los síntomas, antes que una formación de la mente para ser más feliz.
El rasgo más característico del método de formación de la mente, expuesto por el Dalai Lama, es la idea de que los estados positivos de la mente pueden actuar como antídotos contra los estados negativos. Al buscar paralelismos en la ciencia moderna del comportamiento, la terapia cognitiva es quizá la que más se le acerca. Esta psicoterapia se ha hecho cada vez más popular en las últimas décadas y ha demostrado ser muy efectiva en una amplia variedad de problemas, particularmente los trastornos del estado de ánimo, como la depresión y la ansiedad. La terapia cognitiva moderna, desarrollada por psicoterapeutas como Albert Ellis y Aaron Beck, se basa en la tesis de que las perturbaciones emocionales y los comportamientos inadaptados tienen su causa en distorsiones del juicio y en convicciones irracionales. La terapia consiste en ayudar al paciente a identificar, examinar y corregir sistemáticamente tales distorsiones. Los pensamientos correctores son, en cierto modo, antídotos contra las pautas distorsionadas que son el origen del sufrimiento del paciente.
Una persona rechazada por otra, por ejemplo, responde con excesivo dolor. El terapeuta cognitivo ayuda a la persona a identificar la convicción irracional subyacente, que puede ser ésta: «Tengo que ser amado y aprobado por todas las personas significativas que haya en mi vida en todo momento; de no ser así, no valdré nada y la vida será horrible». El terapeuta le presenta pruebas que refutan esa convicción. Aunque este enfoque pueda parecer superficial, muchos estudios han demostrado que la terapia cognitiva obtiene buenos resultados. En el tratamiento de la depresión, por ejemplo, parte del principio que está originada por los pensamientos autopunitivos. De un modo similar a los budistas, que ven todas las emociones negativas como distorsiones, el terapeuta cognitivo considera los pensamientos generadores de depresión como «esencialmente distorsionados». En la depresión, el pensamiento considera los acontecimientos como una cuestión de todo o nada: o generaliza en exceso (si se pierde un trabajo, se piensa automáticamente: «Soy un fracasado») o se piensa selectivamente (si en un día ocurren tres cosas buenas y dos malas, el deprimido deja de lado las buenas y sólo se fija en las malas). Así, al tratar la depresión, el terapeuta ayuda al paciente a neutralizar la aparición automática de pensamientos negativos (como por ejemplo: «No tengo absolutamente ningún valor») mediante la acumulación de información y pruebas que los contradigan (por ejemplo: «He trabajado duramente para educar a dos hijos», «Tengo talento para el canto», «He sido un buen amigo», «He mantenido un puesto de trabajo difícil»). Los investigadores han demostrado que al sustituir los modos de pensamientos distorsionados por información veraz, podemos producir un cambio en los sentimientos y mejorar así nuestro estado de ánimo.
El hecho mismo de que podamos cambiar nuestras emociones y contrarrestar los pensamientos negativos mediante la aplicación de otros pensamientos apoya la tesis del Dalai Lama, según la cual podemos superar nuestros estados mentales negativos mediante la aplicación de «antídotos», es decir, estados mentales positivos. Después de las recientes pruebas científicas de que se puede transformar la estructura y el funcionamiento del cerebro mediante el cultivo de nuevos pensamientos, la observación de que podemos alcanzar la felicidad mediante el entrenamiento de la mente es completamente plausible.
Si uno se encuentra con una persona a la que le han disparado una flecha, no dedica el tiempo a preguntarse de dónde ha venido la flecha, o la casta del individuo que la disparó, o a analizar de qué tipo de madera está hecho el astil o la manera en que está hecha la punta de la flecha, sino que se centra en extraer inmediatamente ésta.
Shakiyamuni, el Buda
Dirigimos ahora nuestra atención a algunas de las «flechas», los estados negativos de la mente que pueden destruir nuestra felicidad, así como sus correspondientes antídotos. Todos los estados mentales negativos actúan como obstáculos a nuestra felicidad, pero empezaremos por la cólera, que parece producir uno de los bloqueos más grandes. El filósofo estoico Séneca la describió como «la más horrible y frenética de todas las emociones». Los efectos destructivos de la cólera y el odio han sido bien documentados en recientes estudios científicos. Naturalmente, no necesitamos pruebas científicas para darnos cuenta de cómo estas emociones pueden nublar nuestro juicio, causar sentimientos de extrema incomodidad o provocar estragos en nuestras relaciones personales. Eso lo sabemos por experiencia personal. En los últimos años, sin embargo, se han logrado grandes progresos en la descripción de los efectos físicos nocivos de la cólera y la hostilidad. Docenas de estudios han demostrado que estas emociones son una causa significativa de enfermedad y muerte prematura. Investigadores como el doctor Redford Williams, de la Universidad de Duke, o el doctor Robert Sapolsky, de la Universidad de Stanford, han realizado estudios que demuestran que la cólera, el enojo y la hostilidad son particularmente nocivos para el sistema cardiovascular. De hecho, se han acumulado tantas pruebas acerca de los efectos nocivos de la hostilidad que se la considera ahora un gran factor de riesgo en las enfermedades cardíacas, a la misma altura o quizá mayor que otros factores tradicionalmente reconocidos, como el colesterol o la presión sanguínea elevadas.
Una vez aceptamos los efectos nocivos de la cólera y el odio, la siguiente pregunta es: ¿cómo superarlos?
El primer día de mi trabajo como asesor psiquiátrico de una clínica, un miembro del personal me mostraba mi nueva consulta cuando escuché que por la sala reverberaban unos gritos capaces de helarle la sangre a cualquiera.
—Estoy enfadada…
—Más fuerte.
—¡Estoy enfadada!
—¡Mas fuerte! ¡Demuéstremelo! ¡Que yo lo vea!
—¡Estoy enfadada! ¡¡Estoy enfadada!! ¡Le odio! ¡ ¡Le odio!!
Fue algo verdaderamente terrorífico. Le comenté al miembro del personal que aquello parecía una crisis necesitada de tratamiento urgente.
—No se preocupe —me dijo, echándose a reír—. En estos momentos tienen una sesión de terapia de grupo en el vestíbulo. Ese método ayuda a la paciente a entrar en contacto con su cólera.
Más tarde, ese mismo día, tuve oportunidad de reunirme con la paciente en cuestión, en privado. Parecía agotada.
—Me siento muy relajada —dijo—. Esa sesión de terapia realmente ha funcionado. Tengo la sensación de haberme desprendido de toda mi cólera.
En nuestra siguiente sesión, sin embargo, la paciente me informó:
—Bueno, supongo que, después de todo, no me desprendí de toda mi cólera. Ayer, justo después de marcharme, cuando salía del aparcamiento, un imbécil estuvo a punto de arrollarme… ¡Me puse furiosa! Y durante todo el trayecto de regreso a casa no hice sino maldecir por lo bajo a aquel imbécil. Supongo que aún necesito unas pocas sesiones más de expresión de la cólera para quitármela del todo.
Al prepararse para conquistar la cólera y el odio, el Dalai Lama empieza por investigar la naturaleza de estas emociones destructivas.
—En términos generales —explicó—, hay muchas clases diferentes de emociones perversas o negativas, como el engreimiento, la arrogancia, los celos, el deseo, la lascivia, la estrechez de miras, etcétera.
Pero, de entre todas ellas, el odio y la cólera se consideran los mayores males debido a que son los principales obstáculos que impiden el desarrollo de la compasión y el altruismo y porque destruyen la virtud y la serenidad mental.
»Hablo de cólera, pero puede haberla de dos tipos. Uno de ellos puede ser positivo, dependiendo principalmente de la propia motivación. Es posible que haya una cólera motivada por la compasión o por el sentido de la responsabilidad. En los casos en que la cólera está motivada por la compasión, puede ser utilizada como un impulso o catalizador para una acción positiva. Bajo tales circunstancias, una emoción humana como la cólera actúa como una fuerza capaz de provocar una acción rápida. Se crea así una energía que permite al individuo actuar con rapidez y decisión. Puede ser un potente factor motivador. De modo que esa clase de cólera puede ser positiva a veces. Sucede con demasiada frecuencia, sin embargo, que la energía también es ciega, aunque esa clase de cólera actúe como una especie de protector, de modo que no se puede estar seguro de que al final sea constructiva o destructiva.
»De modo que, aunque bajo ciertas circunstancias algunas clases de cólera pueden ser positivas, esta pasión conduce, en términos generales, a sentimientos negativos y al odio. Y, por lo que se refiere al odio, nunca es positivo. No proporciona ningún beneficio. Siempre es totalmente negativo.
»No podemos superar la cólera y el odio simplemente suprimiéndolos. Necesitamos cultivar activamente los antídotos contra ellos: la paciencia y la tolerancia. Siguiendo el modelo del que hemos hablado antes, para cultivar con éxito la paciencia y la tolerancia se necesita generar entusiasmo, tener un intenso deseo de él. Cuanto más grande sea su entusiasmo, tanto mayor será su posibilidad de resistir las dificultades que encuentre en el proceso. Proponiéndose la práctica de la paciencia y la tolerancia, lo que sucede en realidad es que se participa en un combate contra el odio y la cólera. Puesto que se trata de un combate, lo que se busca es la victoria, pero también se ha de estar preparado para una posible derrota. Así pues, mientras se combate, no debería perderse de vista el hecho de que a lo largo de él habrá que afrontar numerosos problemas. Se debe tener habilidad para resistir esas dificultades. Alguien que alcanza la victoria sobre el odio y la cólera a través de un proceso tan arduo es un verdadero héroe.