»Lo mismo que sucede con, el temor, puede haber diferentes tipos de ansiedad. Uno de ellos, que me parece común, sería el temor al ridículo, o el temor a que los demás piensen mal de uno…
—¿Ha experimentado alguna vez esa clase de ansiedad o nerviosismo? —le interrumpí.
El Dalai Lama lanzó una sonora risotada y respondió sin vacilar:
—¡Oh, sí!
—¿Puede darme un ejemplo?
Pensó un momento, antes de contestar.
—En 1954, por ejemplo, en China, el primer día de mi entrevista con el presidente Mao Zedong, y también en otra ocasión en que me reuní con Zhou Enlai. En aquellos tiempos yo no conocía el protocolo y los convencionalismos adecuados. Entre los chinos, el procedimiento habitual durante una reunión es iniciarla con alguna conversación de circunstancias para luego pasar a discutir el asunto que nos ocupa. Pero en aquella ocasión estaba tan nervioso que apenas me senté abordé el asunto. —El Dalai Lama se echó a reír al recordarlo—. Recuerdo que mi traductor, un comunista tibetano que era muy fiable y muy buen amigo mío, me miró, se echó a reír y más tarde bromeó conmigo sobre ello.
»Creo que incluso ahora, poco antes de iniciar una charla o una enseñanza ante el público, siempre experimento un poco de ansiedad, por lo que alguno de mis ayudantes me pregunta: "Si es así, ¿por qué habéis aceptado la invitación para esta conferencia?".
Se echó a reír de nuevo.
—¿Cómo afronta personalmente esta clase de ansiedad? —le pregunté.
Me contestó con serenidad, con un tono quejumbroso y nada afectado en su voz.
—No lo sé… —Hizo una pausa y permanecimos en silencio durante largo rato, mientras él parecía reflexionar cuidadosamente. Finalmente, dijo—: Creo que la honradez y una motivación adecuada son las claves para superar esa clase de temor y ansiedad. Si me siento ansioso antes de dar una charla, procuro recordar cuál es la razón principal de ella y me digo que el objetivo de la conferencia es beneficiar al menos a algunas personas, no demostrar mis conocimientos.
En consecuencia, explico únicamente aquellas cosas que sé; las cosas que no comprendo suficientemente, no importan, porque me limito a decir: «Para mí, este tema es muy difícil». No hay razón alguna para ocultar nada o para fingir. Desde ese punto de vista, con esa motivación, no tengo que preocuparme por hacer el ridículo o por lo que piensen los otros de mí. Así pues, he descubierto que la motivación sincera actúa como un antídoto capaz de reducir el temor y la ansiedad.
—Bueno, a veces la ansiedad supone algo más que simplemente hacer el ridículo. Es más el temor al fracaso, una sensación de incompetencia…
Reflexioné un momento, considerando hasta qué punto podía revelar información personal.
El Dalai Lama me escuchó con atención, asintiendo en silencio mientras yo hablaba. No estoy seguro de lo que sucedió. Quizá fue su actitud de amable comprensión, pero lo cierto es que, antes de que me diera cuenta, había pasado de hablar de los temas generales a solicitarle su consejo acerca de cómo afrontar mis propios temores y ansiedades.
—No sé…, a veces, con mis pacientes, por ejemplo… Algunos son muy difíciles; son casos en los que no hay un diagnóstico claro como depresión o alguna otra enfermedad que se remedia fácilmente. Hay algunos pacientes con graves trastornos de personalidad; por ejemplo, que no responden a la medicación y que no han conseguido realizar progresos en la psicoterapia a pesar de mis esfuerzos. En ocasiones no sé qué hacer con estas personas, cómo ayudarlas. Parece como si no fuera capaz de captar lo que sucede en ellas. Y eso hace que me sienta perplejo, casi como un inútil—me quejé—. Me siento incompetente y eso crea cierto temor, ansiedad. Él me escuchó solemnemente y luego me preguntó con voz amable:
—¿Diría que es capaz de ayudar al setenta por ciento de sus pacientes?
—Eso por lo menos —contesté.
Me dio unas suaves palmaditas en la mano al tiempo que decía:
—Entonces creo que no hay ningún problema. Si sólo fuera capaz de ayudar al treinta por ciento de sus pacientes, le sugeriría que se buscara otra profesión. Pero creo que lo está haciendo bien. También a mí acude la gente en busca de consejo. Muchos buscan milagros, curas milagrosas y todo eso y, naturalmente, no puedo ayudarles. Pero creo que lo principal es la motivación, tener una sincera inclinación a ayudar. Entonces uno se limita a hacer las cosas lo mejor que puede y no hay que preocuparse por nada más.
»En mi caso, por ejemplo, a veces se producen situaciones tremendamente delicadas, lo que supone una pesada responsabilidad. Creo que lo peor es cuando la gente deposita demasiada confianza en mí, en circunstancias en las que algunas cosas están fuera de mi alcance. En esos casos se desarrolla a veces algo de ansiedad, claro, pero vuelvo una vez más a la motivación: procuro recordarme a mí mismo que, por lo que se refiere a la mía propia, soy sincero y he hecho las cosas lo mejor que he podido. Entonces, mi fracaso significa que la situación no estaba al alcance de mis esfuerzos. La motivación sincera elimina por lo tanto el temor y proporciona confianza en uno mismo. Por otro lado, si la motivación fundamental de alguien es la de engañar a otro, se siente realmente nervioso si fracasa. Pero si se cultiva una motivación compasiva no hay por qué lamentarse si se falla.
»Así que, una y otra vez, creo que la motivación adecuada es una especie de protectora contra estos sentimientos de temor y ansiedad. Por eso es tan importante la motivación. De hecho, todas las acciones humanas pueden verse en términos de movimiento y lo que se mueve por detrás de todas las acciones es lo que las impulsa. Si se desarrolla una motivación pura y sincera, si se está motivado por el deseo de ayudar, sobre la base de la amabilidad, la compasión y el respeto, se puede desarrollar cualquier trabajo en cualquier ámbito y funcionar con mayor efectividad, con menor miedo o preocupación, sin temor a lo que digan los demás o si al final se tiene éxito y se puede alcanzar el objetivo. Aunque no logres alcanzar tu objetivo, puedes sentirte bien con el simple hecho de haber realizado el esfuerzo. Pero si tienes una mala motivación, aunque la gente te alabe o alcances los objetivos que te habías propuesto, no te sentirás feliz.
Al analizar los antídotos contra la ansiedad, el Dalai Lama ofrece dos remedios, cada uno de los cuales funciona en un plano diferente. El primero implica combatir activamente la preocupación y dar sistemáticamente la vuelta a las cosas mediante la aplicación de un pensamiento dicotómico: recordar que si el problema tiene una solución, no hay necesidad de preocuparse, y si no la tiene, tampoco.
El segundo antídoto es un remedio de más amplio espectro. Supone la transformación de la propia motivación fundamental. Existe un contraste interesante entre el enfoque del Dalai Lama sobre la motivación humana y el de la ciencia y la psicología occidentales. Según hemos visto previamente, los estudiosos de la motivación han investigado los motivos normales, examinando las necesidades e impulsos, tanto instintivos como aprendidos. En este nivel, sin embargo, el Dalai Lama ha centrado su atención en desarrollar y utilizar los impulsos aprendidos para intensificar el propio «entusiasmo y determinación». En algunos aspectos, esto es similar al punto de vista de muchos expertos occidentales; la diferencia estriba en que el Dalai Lama trata de crear determinación y entusiasmo para que la persona adopte comportamientos sanos y elimine los rasgos negativos, en lugar de resaltar el éxito mundano, lograr dinero o poder. Pero quizá la diferencia más notable sea que mientras que los «especialistas en motivación» se ocupan de promover las motivaciones ya existentes para alcanzar el éxito mundano, el principal interés del Dalai Lama por la motivación humana radica en reconfigurarla y cambiarla, de modo que se base en la compasión y la amabilidad.
En el sistema del Dalai Lama para entrenar la mente y alcanzar la felicidad, cuanto más cerca esté uno de sentirse motivado por el altruismo, tanto menor será el temor que experimentará ante circunstancias que provoquen incluso una ansiedad extrema. Pero ese mismo principio puede aplicarse también a cosas más pequeñas, incluso cuando la propia motivación no es del todo altruista. Retroceder un paso para asegurarse de que uno no tiene intención de causar daño y de que la propia motivación es sincera, contribuye a reducir la ansiedad en situaciones corrientes.
No mucho después de la conversación anterior con el Dalai Lama, almorcé con un grupo de personas entre las que había un joven a quien no conocía, estudiante de una universidad local. Durante el almuerzo, alguien preguntó cómo iba mi serie de entrevistas con el Dalai Lama. Después de escuchar con atención mi descripción de la idea de la «motivación sincera como antídoto frente a la ansiedad», el estudiante declaró que siempre se había sentido tímido y muy nervioso en las relaciones sociales. Al pensar en cómo podía aplicar esta técnica para superar su ansiedad, el estudiante murmuró:
—Bueno, todo eso es muy interesante, pero me imagino que la parte difícil es la de tener esa elevada motivación de compasión y amabilidad.
—Supongo que eso es cierto —tuve que admitir.
La conversación se desvió hacia otros temas y terminamos de almorzar.
A la semana siguiente me encontré por casualidad con el mismo estudiante universitario, en el mismo restaurante. Se me acercó alegremente y me dijo:
—¿Recuerda que el otro día hablamos sobre motivación y ansiedad? Pues bien, lo probé y realmente funciona. Conozco a una joven que trabaja en unos grandes almacenes, a la que he visto muchas veces. Siempre he querido invitarla a salir, pero la chica agravaba mi timidez, así que no me atrevía a hablar con ella. El otro día fui a los grandes almacenes, pero esta vez empecé a pensar en mi motivación para pedirle que saliera conmigo. El motivo, claro está, era que quería salir con ella. Pero detrás estaba el deseo de encontrar a alguien a quien amar y que me amara. Al pensar en ello, me di cuenta de que no había nada de malo en ello, de que mi motivación era sincera; no deseaba causarle ningún daño, ni a ella ni a mí mismo, sino sólo que nos sucedieran cosas buenas. El simple hecho de tener eso en cuenta y de recordármelo unas cuantas veces pareció ayudarme; me proporcionó el valor para entablar una conversación con ella. El corazón me latía con fuerza, pero yo me sentía estupendamente al ver que por fin había encontrado valor para hablar con ella.
—Me alegro mucho de saberlo —le dije—. ¿Y qué ocurrió?
—Bueno, resulta que ya tiene novio formal. Me sentí un tanto desilusionado, pero está bien. Me sentí estupendamente por el simple hecho de haber podido superar mi timidez. Eso me permitió comprender que si me aseguro de que no hay nada malo en mi motivación y lo recuerdo, eso me puede ayudar la próxima vez que me encuentre en la misma situación.
LA HONRADEZ COMO ANTÍDOTO CONTRA EL BAJO NIVEL DE AUTOESTIMA O LA EXAGERADA SEGURIDAD EN SÍ MISMO
Una saludable seguridad en uno mismo es un factor esencial para alcanzar nuestros objetivos. Esto se aplica tanto si nuestro objetivo consiste en lograr un título universitario como si se trata de crear un negocio con éxito, disfrutar de una relación satisfactoria o disponer la mente para ser más feliz. Un bajo nivel de confianza en nosotros mismos inhibe nuestros esfuerzos para seguir adelante, afrontar los desafíos y hasta para asumir algunos riesgos cuando sea necesario para la consecución de nuestros objetivos.
La seguridad exagerada en uno mismo también es igualmente peligrosa. Quienes tienen un sentido desmesurado de sus propias capacidades y logros se hallan sometidos continuamente a la frustración, la desilusión y la rabia cuando la realidad se entromete y el mundo no avala la visión idealizada que tienen de sí mismos. Estas personas siempre se encuentran a un paso de hundirse en la depresión cuando no logran estar a la altura de su imagen idealizada. Además, su megalomanía les conduce a menudo a experimentar una sensación de tener derecho a todo y a una especie de arrogancia que les distancia de los demás y les impide establecer relaciones emocionalmente satisfactorias. Finalmente, el hecho de sobrestimar sus capacidades puede conducirles a correr riesgos peligrosos. Según nos dice el inspector Callahan, en vena filosófica en la película
Harry el fuerte
, mientras observa cómo el malo de la película, exageradamente seguro de sí mismo, termina por volarse la tapa de los sesos: «Un hombre tiene que conocer sus limitaciones».
En la tradición psicoterapéutica occidental, los teóricos han relacionado tanto el bajo como el alto nivel de seguridad en uno mismo con perturbaciones en la imagen propia y han investigado para descubrir las raíces de estas perturbaciones en la educación que se recibe durante la infancia. Muchos teóricos consideran la imagen, tanto deficiente como exagerada, como una moneda de dos caras, de las que la exagerada, por ejemplo, es una defensa inconsciente contra las inseguridades y sentimientos negativos sobre uno mismo. Los psicoterapeutas de orientación psicoanalítica han formulado complejas teorías acerca de cómo se producen las distorsiones de la imagen. Explican cómo se forma a medida que la persona interioriza la información que recibe de su ambiente. Describen cómo las personas desarrollan sus conceptos sobre ellas mismas al incorporar mensajes explícitos e implícitos de sus padres, y cómo pueden ocurrir distorsiones cuando las primeras interacciones con quienes las cuidan no son ni saludables ni formativas.
Cuando las perturbaciones en la propia imagen son lo bastante graves como para causar problemas significativos en su vida, muchas de esas personas recurren a la psicoterapia. Los psicoterapeutas orientados hacia la percepción interior se concentran en ayudar a los pacientes a comprender las disfunciones de sus relaciones infantiles en las que se encuentra el origen del problema, y en proporcionar información apropiada y un ambiente terapéutico en el que los pacientes reestructuren y reparen paulatinamente su imagen negativa. Por otro lado, el Dalai Lama centra la atención en «extraer la flecha», más que en dedicar tiempo a preguntarse quién la disparó. En lugar de plantearse por qué la gente tiene un nivel de autoestima bajo o elevado, nos plantea un método para combatir directamente estos estados negativos de la mente.
En las décadas recientes, la naturaleza del «yo mismo» ha sido uno de los temas más investigados en el campo de la psicología. En la «década del yo», la de los años ochenta, por ejemplo, se publicaban cada año miles de artículos en los que se exploraban temas relacionados con la autoestima y la seguridad en uno mismo. Pensando en ello, abordé el tema con el Dalai Lama: