El arte de la felicidad (31 page)

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Authors: Dalai Lama y Howard C. Cutler

Tags: #Ensayo

»En general, es posible que cada cual muestre su religión por medios externos, como ciertas vestimentas, las imágenes sagradas del hogar, canciones u oraciones. Estas prácticas no son tan importantes como que cada uno lleve un estilo de vida verdaderamente espiritual, basado en valores fundamentales, porque es posible realizar actividades externas públicas al mismo tiempo que se tiene un estado mental muy negativo. La verdadera espiritualidad debería tener como resultado que la persona fuera más serena, más feliz, más pacífica.

»Todos los estados virtuosos de la mente, como la compasión, la tolerancia, el perdón, la atención hacia los demás, etcétera, todas esas cualidades mentales son
dharma
genuino, cualidades espirituales genuinas, porque no pueden coexistir con malos sentimientos o con estados negativos de la mente.

»Así pues, adoptar un método que aporte disciplina a la propia mente es la esencia de una vida religiosa; se trata de una disciplina interior que tiene el propósito de cultivar estados mentales positivos. Por tanto, llevar una vida espiritual depende de que se haya conseguido alcanzar ese estado disciplinado y domesticado de la mente y que eso se vea reflejado en las acciones cotidianas.

El Dalai Lama tenía que asistir a una pequeña recepción en honor de un grupo de donantes que apoyaban la causa tibetana. Frente a la sala de recepción se había congregado una gran multitud, a la espera de su aparición. Cuando él llegó, la multitud ya era bastante densa. Entre los espectadores observé a un hombre al que había visto en un par de ocasiones a lo largo de la semana. No era fácil precisar su edad, aunque yo le habría supuesto entre veinticinco y treinta años; era alto y muy delgado. Aunque destacaba por su aspecto descuidado, me había llamado la atención por su expresión, que había visto con frecuencia entre mis pacientes: angustiada, profundamente deprimida, como si sufriera mucho. Creí observar ligeros gestos reflejos alrededor de su boca. «Discinesia tardía», diagnostiqué en silencio. La discinesia es un trastorno neurológico causado por el uso crónico de medicación antipsicótica. «Pobre hombre», pensé, aunque me olvidé de él rápidamente.

Al llegar el Dalai Lama, la multitud se condensó y se movió hacia él para saludado. El personal de seguridad, compuesto en su mayor parte por voluntarios, se esforzó por contener a la masa de gente que avanzaba, para despejar un camino hacia la sala de recepción. El joven angustiado de antes, ahora con una expresión un tanto desconcertada, se vio empujado hacia adelante por la multitud y se encontró al borde del claro abierto por el equipo de seguridad. Al abrirse paso, el Dalai Lama observó al hombre, se liberó de la protección del equipo de seguridad y se detuvo para hablar con él. Al principio, el joven se quedó aturdido y empezó a hablar muy rápidamente al Dalai Lama, que pronunció pocas palabras. No pude escuchar lo que se dijeron, pero observé que mientras hablaba, el joven empezó a mostrarse visiblemente más agitado. El hombre decía algo pero, en lugar de responder, el Dalai Lama le tocó espontáneamente la mano, dándole unas suaves palmaditas, y durante un momento se limitó a permanecer allí, asintiendo con ligeros gestos. Mientras sostenía con firmeza la mano del joven y lo miraba a los ojos, pareció como si no se diera cuenta de la multitud que le rodeaba. De repente, la expresión de dolor y agitación pareció desaparecer del rostro del hombre y las lágrimas corrieron por sus mejillas. Aunque la sonrisa que brotó y se extendió lentamente sobre sus rasgos fue tenue, una expresión de consuelo y alegría apareció en sus ojos.

El Dalai Lama ha resaltado repetidas veces que la disciplina interior es la base de una vida espiritual. Es el método fundamental para alcanzar la felicidad. Tal como explicó para este libro, la disciplina interior supone, desde su perspectiva, combatir los estados negativos de la mente, como la cólera, el odio y la avaricia, y cultivar los estados positivos como la amabilidad, la compasión y la tolerancia. También ha señalado que una vida feliz se construye sobre el fundamento de ese estado mental sereno y estable. El desarrollo de la disciplina interna puede incluir técnicas de meditación formal que ayudan a estabilizar la mente y logran ese estado de calma. La mayoría de las religiones incluyen prácticas que tratan de aquietar la mente, de situarnos más en contacto con nuestra más profunda naturaleza espiritual. Como conclusión de la serie de conferencias pronunciadas por el Dalai Lama en Tucson, el maestro ofreció una meditación pensada para ayudarnos a serenar nuestros pensamientos, observar la naturaleza fundamental de la mente y desarrollar la «quietud de la mente».

MEDITACIÓN SOBRE LA NATURALEZA DE LA MENTE

Tras observar a los reunidos, empezó a hablar en su forma peculiar, como si en lugar de dirigirse a un grupo estuviera transmitiendo enseñanzas a cada individuo presente. En algunos momentos se mostraba quieto y concentrado, en otros más animado; acompañaba sus instrucciones con ligeros movimientos de cabeza, gestos con las manos y suaves balanceos.

—El propósito de este ejercicio es empezar a reconocer y percibir la naturaleza de nuestra mente —empezó a decir—, al menos a un nivel convencional. Generalmente, al referimos a nuestra mente, expresamos un concepto abstracto. Si no tenemos una experiencia directa de nuestra mente, por ejemplo, si se nos pidiera que la identificáramos, nos sentiríamos impulsados a señalar simplemente el cerebro. Si se nos pidiera que definiésemos la mente, diríamos que es algo que tiene «capacidad para saber», algo que es «claro» y «cognitivo». Pero si no hemos captado directamente la mente a través de prácticas de meditación, estas definiciones no son más que palabras. Es importante poder identificar la mente a través de la experiencia directa y no sólo como un concepto abstracto. Por tanto, el propósito de este ejercicio es sentir o captar directamente la naturaleza convencional de la mente, de modo que cuando se diga que la mente tiene cualidades de «claridad» y «cognición», seamos capaces de identificarla de forma experimental.

»Este ejercicio nos ayuda a detener deliberadamente los pensamientos y a permanecer gradualmente en ese estado durante un tiempo cada vez más prolongado. Cuando se domina este ejercicio se llega a tener la sensación de que no hay nada, sólo vacío. Pero si se profundiza más, se empieza a reconocer la naturaleza fundamental de la mente, sus cualidades de "claridad" y de "conocimiento". Es como un vaso de cristal puro lleno de agua. Si el agua también es pura, se puede ver el fondo del vaso, aun sabiendo que el agua está ahí.

»Así que hoy meditaremos sobre la no conceptualidad. No es este un simple estado de abulia o de dejar en blanco nuestra mente. En lugar de eso, lo que hay que hacer es decidir "anular los pensamientos conceptuales". La forma de hacerla es la siguiente:

»En términos generales, nuestra mente está dirigida predominantemente hacia los objetos externos. Nuestra atención sigue el sentido de las experiencias. Se mantiene en un nivel predominantemente sensorial y conceptual. En otras palabras, nuestra conciencia se dirige normalmente hacia las experiencias sensoriales y los conceptos mentales. En este ejercicio lo que hay que hacer es retirar la mente hacia el interior; no lanzarla a la caza de objetos sensoriales. Pero, al tiempo, no debe retirarse hasta el extremo de provocar un estado de estupor. Ha de estarse en un estado consciente de alerta y atención, para desde él asumir la conciencia, de modo que ésta no se vea afectada por los pensamientos del pasado, las cosas que han ocurrido, sus recuerdos o ideas sobre el futuro, como planes, expectativas, temores y esperanzas. Intente más bien permanecer en un estado relajado y neutral.

»Esto es un poco como un río que fluye con fuerza, por lo que su lecho no se puede ver con claridad. Si hubiera algún modo de detener el flujo de ambas direcciones, es decir, desde donde llega el agua y hacia donde va, se podría mantener el agua quieta. Eso permitiría ver el lecho del río. De modo similar, cuando se es capaz de detener la mente de modo que deje de cazar objetos sensoriales y pensar en el pasado y en el futuro, si se puede liberar la mente por completo, dejándola totalmente "en blanco", podría empezarse a mirar debajo de la turbulencia de los procesos de pensamiento. Allí reina una quietud subyacente, una claridad fundamental de la mente. Debería tratarse de observar y experimentar eso…

»Quizá sea difícil de conseguir en una fase inicial, así que iniciaremos la práctica desde esta misma sesión. En la fase inicial, cuando se empieza a experimentar este estado natural subyacente de "conciencia", se siente como una "ausencia". Eso ocurre porque estamos muy habituados a comprender nuestra mente en términos de objetos externos; tendemos a mirar el mundo a través de nuestros conceptos, imágenes, etcétera. Así que, al retirar la mente de los objetos externos es casi como si no pudiéramos reconocer nuestra propia mente. De ahí proviene la ausencia, la vacuidad. No obstante, a medida que se progresa y se acostumbra uno a ella, se empieza a notar una claridad subyacente, una luminosidad. Es entonces cuando se comienza a apreciar el estado natural de la mente.

»Muchas de las experiencias meditativas realmente profundas tienen que alcanzarse sobre la base de la quietud de la mente… Oh —exclamó el Dalai Lama echándose a reír—, debería advertirles que en este tipo de meditación se corre el peligro de quedarse dormido, puesto que no hay objeto específico sobre el que concentrar la atención.

»Así que, ahora, meditemos…

»Para empezar, realicemos antes tres rondas de respiración profunda y centremos la atención simplemente en la respiración. Concéntrese en la inspiración, la espiración, la inspiración, la espiración…, hasta tres veces. Luego, empiecen la meditación.

El Dalai Lama se quitó las gafas, cruzó las manos sobre su regazo y permaneció inmóvil, sumido en la meditación. Un silencio total se extendió por la sala, al tiempo que mil quinientas personas efectuaban una introspección, en la soledad de mil quinientos mundos privados, tratando de acallar sus pensamientos y quizá de echar un vistazo fugaz a la verdadera naturaleza de su propia mente. Al cabo de cinco minutos, el silencio crujió, aunque no se rompió, cuando el Dalai Lama empezó a cantar suavemente, con voz baja y melódica, sacando suavemente a sus oyentes de la meditación.

Ese día, al concluir la sesión, el Dalai Lama juntó las manos, como hacía siempre, se inclinó ante el público en demostración de afecto y respeto, se levantó y se abrió paso entre la gente que lo rodeaba. Mantuvo las manos juntas y siguió inclinándose a uno y otro lado mientras abandonaba la sala. Al cruzar por entre la multitud se inclinó tanto que habría sido imposible verlo para cualquiera que estuviera a más de unos pocos pasos de distancia. Parecía perdido entre un mar de cabezas. Desde la distancia, sin embargo, aún podía detectarse el camino que seguía por el sutil desplazamiento del movimiento de la multitud al pasar él. Era como si hubiese dejado de ser un objeto visible y se hubiera convertido, simplemente, en una presencia que se siente.

Agradecimientos

Este libro no habría existido sin los esfuerzos y la amabilidad de muchas personas. En primer lugar, quisiera transmitir mi más sentido agradecimiento a Tenzin Gyatso, el decimocuarto Dalai Lama, con una profunda gratitud por su ilimitada afabilidad, generosidad, inspiración y amistad. Y a mis padres, James y Bettie Cutler, en cariñoso recuerdo, por haberme proporcionado los fundamentos de mi propio camino para encontrar la felicidad en la vida.

Mi más sincero agradecimiento se extiende a muchos otros:

Al doctor Thupten Jinpa por su amistad, su ayuda en la revisión de los textos del Dalai Lama incluidos en este libro, su papel esencial al actuar como intérprete de las conferencias del Dalai Lama y en muchas de nuestras conversaciones privadas. Y también a Lobsang Jordhen, el venerable Lhakdor, por actuar como intérprete mío para una serie de conversaciones con el Dalai Lama en la India.

A Tenzin Geyche Tethong, Richen Dharlo y Dawa Tsering, por su apoyo y ayuda en muchos aspectos a lo largo de los años.

A muchas personas que trabajaron mucho para asegurarse de que la visita del Dalai Lama a Arizona en 1993 fuera una experiencia gratificante para tantos: a Claude d'Estree, Ken Bacher y el consejo y el personal de Arizona Teachings, Ine., a Peggy Hitchcock y al consejo de Arizona Friends of Tibet, a la doctora Pam Willson y a los que ayudaron a organizar la conferencia pronunciada por el Dalai Lama en la Universidad Estatal de Arizona, así como a las docenas de entregados voluntarios, por sus incansables esfuerzos, en nombre de quienes asistieron a las acciones del Dalai Lama en Arizona.

A mis extraordinarios agentes, Sharon Friedman y Ralph Vicinanza, y a su maravilloso equipo, por su ánimo, amabilidad, entrega y ayuda en tantos aspectos de este proyecto y por el duro trabajo realizado más allá de lo exigido por el deber. He contraído con ellos una deuda especial de gratitud.

A aquellos que aportaron su valiosa asistencia, percepción y experiencia editorial, así como apoyo personal durante el prolongado proceso de redacción: a Ruth Hapgood por sus hábiles esfuerzos para editar las primeras versiones del manuscrito, a Barbara Gates y a la doctora Ronna Kabatznick por su indispensable ayuda para revisar el voluminoso material, así como para centrarlo y organizarlo en una estructura coherente. También a mi ingenioso editor Amy Hertz por creer en el proyecto y ayudar a configurar el libro en su forma final. También a Jennifer Repo y al personal de revisión de galeradas de Riverhead Books. También quisiera expresar mi cálido agradecimiento a todos aquellos que ayudaron a transcribir las conferencias del Dalai Lama en Arizona, a mecanografiar las transcripciones de mis conversaciones con él y a mecanografiar partes de las primeras versiones del manuscrito.

Wyatt Gothe, la doctora Gail McDonald, Larry Cutler, Randy Cutler y un agradecimiento especial con profundo aprecio a Candee y Scott Brierley, así como a otros muchos amigos a los que quizá no haya citado aquí por su nombre, pero a los que llevo en mi corazón con permanente amor, gratitud y respeto.

Y a Lori, con amor.

Notas

[1]
El término
dharma
tiene muchas connotaciones; no existe un equivalente exacto en el léxico español. Se utiliza con frecuencia para referirse a las enseñanzas y doctrina de Buda, incluido el cuerpo tradicional de escrituras, así como el estilo de vida y la conciencia que se derivan de la aplicación de las enseñanzas. A veces, los budistas utilizan la palabra en un sentido general, para referirse a prácticas espirituales o religiosas, a la ley espiritual universal o a la verdadera naturaleza de los fenómenos, y el término
Buddhadharma
, más específico, para los principios y prácticas del camino budista. La palabra sánscrita
dharma
deriva de una raíz que significa «sostener» y, en este sentido, tiene un significado más amplio, al referirse a cualquier comportamiento o comprensión que sirva para «sostener» al individuo y protegerlo del sufrimiento y sus causas.

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