»El intenso entusiasmo del que hablamos se genera teniendo esto en cuenta. El entusiasmo es el resultado de aprender y reflexionar sobre los efectos beneficiosos de la tolerancia y la paciencia y sobre los efectos destructivos y negativos de la cólera y el odio. Ese mismo acto, esa misma realización creará por sí misma una inclinación hacia los sentimientos de tolerancia y paciencia, hará que se sienta más prudente y esté más atento a los pensamientos de cólera y odio. Habitualmente, no nos preocupamos mucho por la cólera y el odio, de modo que estas emociones simplemente aparecen. Pero una vez que desarrollamos una actitud prudente frente a ellas, el mismo cuidado puede actuar por sí mismo como una prevención.
»Los efectos destructivos del odio son muy visibles, muy evidentes e inmediatos. Por ejemplo: en su interior surge un pensamiento de odio muy fuerte o enérgico; en ese mismo instante le abruma por completo y destruye su paz mental; su presencia de ánimo desaparece completamente. Cuando surge una cólera y un odio tan intensos, se obnubila la mejor parte de su cerebro, la capacidad para juzgar lo que es correcto y lo equivocado, así como la visión de las consecuencias a largo y a corto plazo de sus acciones. Su capacidad de juicio se atasca, ya no es capaz de funcionar. Es casi como si se hubiera vuelto loco. Así pues, esta cólera y este odio tienden a producir un estado de confusión que no sirve sino para empeorar sus problemas y dificultades.
»Incluso a nivel físico, el odio produce una transformación del individuo muy antipática y desagradable. En el instante mismo en que surgen fuertes sentimientos de cólera u odio, el rostro de la persona se contorsiona y afea, por mucho que ésta intente fingir o adoptar una actitud digna. La expresión se hace muy desagradable y la persona transmite una vibración hostil. Otras personas pueden percibirlo. Es casi como si pudieran notar vapor brotando del cuerpo de esa persona, hasta el punto de que ya no son únicamente los seres humanos los capaces de percibirlo, sino hasta los animales de compañía, que tratarán de evitar a la persona. Cuando alguien abriga pensamientos de odio, éstos tienden a acumularse en su interior, lo cual puede provocar incluso pérdida del apetito o sueño, o hacer que la persona se sienta más tensa y alterada.
»Por estas razones, la cólera ha sido comparada a un enemigo. Un enemigo interno que no tiene otra función que causarnos daño. Es nuestro verdadero enemigo, nuestro enemigo más definitivo. No tiene otra función que la de destruirnos, tanto en términos inmediatos como a largo plazo.
»El odio actúa de un modo muy distinto a un enemigo corriente, porque éste, es decir, una persona a la que consideremos enemiga nuestra, puede maniobrar para perjudicamos, pero también se ve obligada a hacer otras cosas: tiene que comer, tiene que dormir y, por lo tanto, no puede dedicar las veinticuatro horas del día, es decir, toda su existencia, a su propósito de hacernos daño. Por otro lado, el odio no tiene ninguna otra función, ningún otro propósito que destruirnos. Si fuéramos consciente de ello, deberíamos resolver que nunca daremos a este enemigo la oportunidad de surgir dentro de nosotros.
—Al afrontar la cólera, ¿qué le parecen algunos de los métodos de la psicoterapia occidental que animan a su expresión?
—Creo que tenemos que comprender que pueden darse situaciones diferentes —explicó el Dalai Lama—. En algunos casos, la gente abriga fuertes sentimientos de cólera y dolor basados en algo que se les hizo en el pasado, un maltrato o lo que fuera, y ese sentimiento se mantiene reprimido. Según una expresión tibetana, si existe algún mal en la concha de un caracol puedes eliminarlo soplando. En otras palabras, si algo bloquea la concha, sólo hay que soplar y ésta quedará despejada. De modo similar, cabe concebir una situación en la que, debido a la dificultad de reprimir ciertas emociones o sentimientos de cólera, sea mejor dejarse arrastrar y expresarlos.
»No obstante, creo que, en términos generales, la cólera y el odio son el tipo de emociones que, si no se las controla y vigila, tienden a agravarse, paulatinamente se intensifican. Si uno se acostumbra a dejarlas aflorar y a expresarlas, el resultado suele ser su aumento, no su reducción. Tengo por tanto la impresión de que lo mejor es adoptar una actitud prudente y tratar de reducir activamente su intensidad.
—Si tiene la impresión de que expresar o liberar la cólera no es la respuesta, ¿cuál será ésta? —le pregunté.
—En primer lugar, los sentimientos de cólera y odio surgen de una mente torturada por la insatisfacción y el descontento. Uno puede prepararse con antelación trabajando sistemáticamente para crear satisfacción interior y para cultivar la amabilidad y la compasión. Eso produce una tranquilidad de espíritu que por sí misma contribuye a impedir que surja la cólera. Cuando aparezca una situación que le enoje, debe afrontarse directamente la cólera y analizarla, ver si es una respuesta apropiada y si es constructiva o destructiva. Se hace entonces un esfuerzo por ejercer una cierta disciplina y contención interna, combatiéndola activamente mediante la aplicación de antídotos que contrarresten estas emociones negativas, como pensamientos de paciencia y tolerancia.
El Dalai Lama hizo una pausa, antes de añadir, con su acostumbrado pragmatismo:
—Naturalmente, cuando se trabaja para superar la cólera y el odio es posible que en la fase inicial se sigan experimentando estas emociones negativas. Pero hay niveles diferentes de cólera; cuando son ligeros, se puede intentar afrontarla y combatirla en el mismo momento. No obstante, si se desarrolla una emoción negativa muy fuerte, será muy difícil afrontarla inmediatamente. En tal caso, quizá sea mejor tratar de olvidarla momentáneamente; pensar en alguna otra cosa. Una vez que la mente se haya calmado un poco, se puede analizar y razonar.
En otras palabras, estaba diciendo: «Cuenta hasta diez antes de explotar». Siguió diciendo:
—Para tratar de eliminar la cólera y el odio es indispensable el cultivo deliberado de la paciencia y la tolerancia. El valor y la importancia de tales virtudes podrían concebirse en los siguientes términos: por lo que se refiere a los efectos destructivos de los pensamientos coléricos y de odio, la riqueza no puede protegernos contra ellos. Aunque uno sea millonario, sigue estando sujeto a efectos destructivos. La educación por sí sola tampoco nos garantiza que estemos protegidos contra ellos. Asimismo, la ley tampoco nos proporciona dicha garantía o protección. Son como las armas nucleares: por muy sutiles que sean los sistemas de defensa, no pueden ofrecemos protección o defensa contra ellas…
El Dalai Lama hizo una pausa para tomar impulso, antes de concluir con un tono de voz claro y firme:
—Lo único que puede proporcionarnos refugio o protección contra los efectos destructivos de la cólera y el odio es la práctica de la tolerancia y la paciencia.
Una vez más, la sabiduría tradicional del Dalai Lama es complemente coherente con los datos científicos de que disponemos. El doctor Dolf Zillmann, de la Universidad de Alabama, ha llevado a cabo experimentos que demuestran que los pensamientos coléricos tienden a provocar una estimulación fisiológica que nos hace todavía más proclives a dejamos arrastrar por la cólera. Podría decirse que la cólera se retroalimenta y que, al intensificarse nuestro estado de nerviosismo, somos más proclives a dejarnos arrastrar por los estímulos ambientales que la provocan.
Si no se controla, la cólera tiende a experimentar una escalada. ¿Qué podemos hacer, entonces, para desactivarla? Tal como sugiere el Dalai Lama, dar rienda suelta a la cólera y la rabia tiene beneficios muy limitados. La expresión terapéutica de la cólera como método de catarsis parece que tuvo su origen en las teorías de Freud sobre las emociones, cuyo funcionamiento explicaba a partir de un ejemplo de la hidrodinámica: al aumentar la presión, ésta tiene que escapar por algún lado. La idea de librarnos de nuestra cólera dándole rienda suelta tiene cierto atractivo dramático y, de algún modo, puede parecer incluso divertida, pero el problema es que no funciona. Muchos estudios realizados durante las cuatro últimas décadas han demostrado de un modo sistemático que la expresión verbal y física de nuestra cólera no contribuyen a disiparla y lo único que consiguen es empeorar las cosas. El doctor Aaron Siegman, psicólogo e investigador de los sentimientos de la Universidad de Maryland, está convencido, por ejemplo, de que es precisamente esta expresión repetida de la cólera y la rabia la que pone en marcha los sistemas internos de estimulación y las respuestas bioquímicas que más probablemente causarán daño en nuestras arterias.
Aunque está claro que dar rienda suelta a nuestra cólera no es la respuesta adecuada, tampoco lo es el desdeñarla o fingir que no existe. Tal como hemos visto en la tercera parte, soslayar los problemas no los hace desaparecer. Así pues, ¿cuál es el mejor enfoque? Resulta interesante observar que entre los modernos investigadores de la cólera, como el doctor Zillmann y el doctor Williams, existe el consenso de que lo más efectivo parecen ser los métodos preconizados por el Dalai Lama. Puesto que el nivel de estrés disminuye la capacidad para frenar el acceso de cólera, el primer paso preventivo consiste en cultivar estados mentales de una mayor satisfacción y serenidad, tal como recomienda el Dalai Lama. Cuando, a pesar de todo, se presenta la cólera, la investigación ha demostrado que el enfrentamiento activo, el análisis lógico y la nueva valoración de los pensamientos que la ponen en marcha contribuyen a disiparla. También hay pruebas experimentales que sugieren que también pueden ser muy efectivas las técnicas que hemos analizado antes, como el cambio de perspectiva o el buscar diferentes ángulos para abordar una situación. Claro que, a menudo, estas cosas son mucho más fáciles de hacer con niveles bajos o moderados de cólera, de modo que es importante practicar la intervención precoz, antes de que los pensamientos de cólera y odio puede experimentar una escalada.
Debido a su enorme importancia para superar la cólera y el odio, el Dalai Lama habló con cierto detalle sobre el significado y el valor de la paciencia y la tolerancia.
—En nuestra experiencia cotidiana, la tolerancia y la paciencia producen grandes beneficios. Desarrollarlas nos permitirá, por ejemplo mantener nuestra presencia de ánimo. Si un individuo posee esta capacidad de tolerancia y paciencia, no verá perturbada su serenidad la paz mental, incluso a pesar de vivir en un ambiente muy tenso, frenético y estresante.
»Otro beneficio de responder a las situaciones difíciles con paciencia en lugar de dejarse llevar por la cólera, es que la persona se protege de las consecuencias indeseables que pueden producirse si se reacciona con ésta. Si se responde a las situaciones con cólera y odio, no sólo no se protege del dolor o el daño que ya se le ha causado, puesto que estos ya han ocurrido, sino que, además, se crea una causa adicional de sufrimiento en el futuro. No obstante, al responder al daño experimentado con paciencia y tolerancia, se podrán evitar efectos peligrosos a largo plazo. Al sacrificar las pequeñas cosas, al soportar los pequeños problemas y dificultades, se podrán evitar en el futuro experiencias o sufrimientos que quizá sean mucho más grandes. Un ejemplo para ilustrar este punto: si un reo pudiera salvar su vida sacrificando su brazo, ¿no se sentiría agradecido ante esa oportunidad? Al soportar el dolor y el sufrimiento de que le corten el brazo, la persona evitaría la muerte, que es un sufrimiento mucho mayor.
—En la mentalidad occidental—observé—, la paciencia y la tolerancia se consideran ciertamente virtudes, pero cuando uno se ve acosado directamente por los demás, cuando alguien nos causa un daño, responder con «paciencia y tolerancia» parece transmitir una impresión de debilidad, de pasividad.
El Dalai Lama negó con un gesto de la cabeza.
—Puesto que la paciencia y la tolerancia surgen de la capacidad para mantenerse firmes y no dejarse abrumar por las situaciones o condiciones adversas a las que uno tenga que enfrentarse, no deberíamos ver tales virtudes como una señal de debilidad o de aceptación de la situación, sino más bien como una señal de fortaleza, que procede de una profunda capacidad para mantenernos firmes. Responder a una situación difícil con paciencia y tolerancia en lugar de reaccionar con cólera y odio, supone ejercer una contención activa, la cual procede de una mente fuerte y disciplinada.
»Claro que al hablar de paciencia puede haber, como en la mayoría de las cosas, tipos positivos o negativos de paciencia. La impaciencia no siempre es mala. Puede ayudarnos, por ejemplo, a decidirnos a emprender una acción. Incluso en las tareas cotidianas, como limpiar la habitación, si se tiene demasiada paciencia, es posible que uno actúe demasiado lentamente y limpie poco. O la impaciencia por alcanzar la paz mundial, que puede ser ciertamente positiva. Pero en situaciones difíciles y agresivas, la paciencia ayuda a mantener la fuerza de voluntad y contribuye a sostenemos.
Cada vez más animado a medida que ahondaba en su análisis de la paciencia, el Dalai Lama añadió:
—Creo que hay una muy estrecha conexión entre humildad y paciencia. La humildad supone que, teniendo capacidad para adoptar una postura de mayor enfrentamiento, de tomar represalias si se desea, se decida deliberadamente no hacerlo. Eso es lo que consideraría verdadera humildad. Creo que la verdadera tolerancia o paciencia tiene un componente de autodisciplina y control; darse cuenta de que se podría haber actuado de otro modo, de que se podría haber adoptado una actitud más agresiva, pero se decidió no hacerlo. Por otro lado, verse obligado a una respuesta pasiva porque se tiene un sentimiento de impotencia o incapacidad, no puede ser considerado una verdadera humildad; en todo caso, una cierta mansedumbre, pero no es verdadera tolerancia.
»Al decir que debemos aprender tolerancia hacia quienes nos hacen daño, no hay que malinterpretarlo como que deberíamos aceptar mansamente lo que hayan hecho contra nosotros. —El Dalai Lama hizo una pausa y se echó a reír—. Quizá, si fuera necesario, la mejor respuesta, la más prudente, sería echar a correr y poner muchos kilómetros por medio.
—Echar a correr no siempre evita que nos causen daño.
—Sí, eso es cierto —asintió—. En ocasiones, podemos encontrarnos con situaciones que exijan contramedidas firmes. Creo, sin embargo, que se puede adoptar una postura fuerte, e incluso tomar contramedidas enérgicas a partir de un sentimiento de compasión o de un sentido de la preocupación por el otro, antes que por cólera. Una de las razones por las que hay que adoptar una actitud enérgica contra alguien es que si se deja pasar lo sucedido, sea cual fuere el daño o el delito que se haya cometido, se corre el peligro de dejar que esa persona se habitúe de un modo muy negativo, algo que, en realidad, provocará el deterioro de esa persona y a largo plazo será muy destructivo para ella. En consecuencia, a veces es necesario tomar contramedidas muy firmes, pero sin dejar de pensar que se hace a partir de la compasión y la preocupación por esa persona. Por ejemplo, en nuestras relaciones con China, aunque existen probabilidades de que surjan sentimientos de odio, nos probamos deliberadamente a nosotros mismos y tratamos de reducirlos, al tiempo que intentamos desarrollar un sentimiento de compasión hacia los chinos. Creo que, en último término, las contramedidas pueden ser más efectivas sin sentimientos de cólera y odio.