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Authors: Dalai Lama y Howard C. Cutler

Tags: #Ensayo

El arte de la felicidad (28 page)

—En una de nuestras conversaciones, habló usted de la humildad como un rasgo positivo y explicó cómo estaba vinculada con el cultivo de la paciencia y la tolerancia. En la psicología occidental, y en nuestra cultura en general, suele pasarse por alto el ser humildes en favor del desarrollo de cualidades como altos niveles de autoestima y de seguridad en nosotros mismos. De hecho, en Occidente se da mucha importancia a estos atributos. Me preguntaba si usted tiene la sensación de que los occidentales tendemos a veces a dar demasiado valor a la seguridad en nosotros mismos, a ser excesivamente indulgentes o estar demasiado centrados en nuestras vidas.

—No necesariamente —contestó el Dalai Lama—, aunque el tema puede ser bastante complicado. Los grandes maestros espirituales, por ejemplo, son aquellos que han hecho un voto o que han asumido la determinación de anular sus estados mentales negativos para promover y producir la felicidad definitiva en todos los seres sensibles. Tienen esa visión y esa aspiración, que requiere un tremendo sentido de la seguridad en sí mismos; la cual puede ser muy importante porque transmite una cierta osadía que ayuda a alcanzar grandes objetivos. En cierto modo, parecen arrogantes, aunque no de una forma negativa. Se basan en razones sanas. Así pues, yo los consideraría personas muy valientes, casi héroes.

—Lo que en un gran maestro espiritual puede parecer superficialmente una arrogancia, quizá sea una expresión de seguridad en sí mismo y de valentía —admití—. Pero, para la gente normal, en circunstancias cotidianas, lo más probable es que suceda lo contrario, que alguien que parezca tener mucha seguridad en sí mismo y un alto nivel de autoestima, no sea en realidad más que simplemente un arrogante. Tengo entendido que, según el budismo, la arrogancia se define como una de las «emociones básicas del sufrimiento». De hecho, he leído que, según un sistema, hay siete tipos diferentes de arrogancia. Se considera por tanto muy importante evitar o superar la arrogancia. Pero también lo es el tener un fuerte sentido de seguridad en uno mismo. Existe una línea muy tenue entre ambas. ¿Cómo saber la diferencia entre ellas y cultivar la una al tiempo que se elimina la otra?

—A veces es bastante difícil distinguir entre seguridad en sí mismo y arrogancia —admitió el Dalai Lama—. Quizá una forma sea ver si el sentimiento es sano o no. Se puede tener una idea de superioridad muy sana en la relación con otros, que puede estar muy justificada y ser válida. Y también puede tenerse una seguridad exagerada en uno mismo, totalmente infundada. Eso sería arrogancia. Así pues, en términos de su estado fenomenológico, pueden ser similares…

—Pero una persona arrogante siempre tiene la sensación de poseer una base válida para…

—Es cierto, es cierto —admitió el Dalai Lama.

—¿Cómo distinguir, entonces, entre las dos? —insistí.

—Creo que, a veces, es algo que sólo puede juzgarse retrospectivamente, ya sea desde la perspectiva del propio individuo o desde la de una tercera persona. —El Dalai Lama hizo una pausa y bromeó—: Quizá la persona en cuestión tuviera que presentarse ante los tribunales para descubrir si es un ejemplo de orgullo exagerado o de arrogancia —exclamó riendo.

»Al establecer la distinción entre engreimiento y seguridad en uno mismo —siguió diciendo—, cabría pensar en términos de las consecuencias de la propia actitud; generalmente, el engreimiento y la arrogancia tienen consecuencias negativas, mientras que una sana seguridad en uno mismo tiene consecuencias positivas. Así pues, cuando hablamos de "seguridad en sí mismo", tenemos que examinar el sentido subyacente del "sí mismo". Creo que se pueden establecer dos tipos. Un sentido del yo mismo o "ego" se preocupa únicamente por la realización del propio interés, de los deseos egoístas, con un completo desinterés hacia el bienestar de los demás. El otro tipo de ego o sentido de uno mismo se basa en una verdadera preocupación por los demás y el deseo de rendirles un servicio. Para realizar ese deseo de servir hay que tener un fuerte sentido y una gran seguridad en uno mismo. Esa clase de seguridad es la que tiene consecuencias positivas.

—Creo que antes mencionó que una forma de ayudar a reducir la arrogancia o el orgullo, si una persona reconociera el orgullo como un defecto y deseara superarlo —comenté—, sería considerar el propio sufrimiento, reflexionar sobre todas las formas en las que nos hallamos sometidos o somos proclives a él. Además de considerar el propio sufrimiento, ¿existe alguna otra técnica o antídoto para trabajar contra el orgullo?

—Un antídoto consiste en reflexionar sobre la diversidad de las disciplinas sobre las que quizá no se tengan conocimientos —contestó—. Por ejemplo, en el sistema educativo moderno hay multitud de disciplinas. Pensar en tantos campos de los que uno es ignorante, puede ayudamos a superar el orgullo.

El Dalai Lama dejó de hablar y, convencido de que eso era todo lo que tenía que decir al respecto, empecé a rebuscar en mis notas para pasar al siguiente tema. De repente, volvió a hablar con un tono reflexivo.

—Mire, hemos hablado de desarrollar una saludable seguridad en uno mismo… Creo que quizá honradez y seguridad en uno mismo están estrechamente relacionadas.

—¿Se refiere a ser honrado con uno mismo acerca de cuáles son las propias capacidades, etcétera? ¿O se refiere a ser honrado con los demás? —pregunté.

—Ambas cosas —contestó—. Cuanto más honrado sea uno, cuanto más abierto, menos temor tendrá, porque no hay ansiedad ante el hecho de verse expuesto o revelarse ante los demás. Así pues, creo que cuanto más honrado sea uno, mayor seguridad en sí mismo tendrá… —Me interesa explorar un poco más cómo afronta personalmente el tema de la seguridad en sí mismo —le dije—. Ha mencionado que la gente parece acudir a usted y espera que realice milagros. Lo someten a demasiada presión y tienen elevadas expectativas sobre usted. Aunque tenga una motivación adecuada, ¿no hace eso que sienta una cierta falta de confianza en sus capacidades?

—Creo que aquí hay que tener en cuenta lo que quiere decir al hablar de «falta de confianza» o de «poseer seguridad en uno mismo», en relación con un acto en concreto o con lo que sea. Para que alguien experimente falta de confianza en algo, es necesario que primero tenga la convicción de poder hacerlo, es decir, que está a su alcance; si algo está a su alcance y no puede hacerlo, se empieza a pensar: «Quizá yo no sea lo bastante bueno o competente, o no esté a la altura» o algo parecido. En mi caso, sin embargo, darme cuenta de que no puedo realizar milagros no me produce ninguna pérdida de seguridad en mí mismo porque nunca pensé que tuviera esa capacidad. No espero poder actuar como los Budas plenamente iluminados, ser capaz de saberlo todo, de percibirlo todo o de hacer lo más correcto en todas las ocasiones. Así que cuando la gente se me acerca y me pide que la cure, que realice un milagro o algo así, en lugar de sentir falta de seguridad en mí mismo, sólo me siento bastante incómodo.

»Creo que, en general, ser honrado con uno mismo y con los demás sobre lo que se es y no se es capaz de hacer puede contrarrestar ese sentimiento de falta de seguridad.

»Sin embargo, hay ocasiones, como por ejemplo en las relaciones con China, en que me siento inseguro. Habitualmente, consulto estas situaciones con funcionarios y, en algunos casos, con personas que no lo son. Pregunto a mis amigos y luego discuto la cuestión. Puesto que muchas de las decisiones se toman a partir de discusiones con varias personas y no se adoptan precipitadamente, suelo sentirme bastante seguro de mí mismo y no hay razón para que lamente haberlas tomado.

La valoración honrada y sin temor alguno puede ser un arma poderosa contra las dudas o el bajo nivel de seguridad. La convicción del Dalai Lama de que esta clase de honradez actúa como un antídoto contra estados negativos de la mente ha sido efectivamente confirmada por una serie de recientes estudios en los que se demuestra con claridad que quienes tienen una visión realista y exacta de sí mismos tienden a gustarse más y a ser más seguros que los que tienen un conocimiento de sí deficiente o quizá inexacto.

Con el transcurso de los años, he visto a menudo al Dalai Lama ilustrar hasta qué punto la seguridad en sí mismo procede del hecho de ser honrado y claro con las propias capacidades. Me causó una gran sorpresa la primera vez que le oí decir, delante de una gran audiencia «No lo sé», en respuesta a una pregunta. A diferencia de lo que estaba acostumbrado a escuchar a los conferenciantes académicos o a los que se presentaban como autoridades, admitió su falta de conocimiento sin ambages, declaraciones justificativas o intentos por parecer que sabía algo soslayando el tema.

De hecho, pareció complacerse ligeramente al verse confrontado con una pregunta difícil para la que no tenía respuesta, y a menudo incluso bromeaba al respecto. Por ejemplo, una tarde, en Tucson, había hecho un comentario sobre un verso de lógica particularmente compleja perteneciente a la
Guía del estilo de vida del Bodhisattva
, de Shantideva. Se esforzó por recordarlo correctamente, se confundió y finalmente se echó a reír y dijo:

—¡Estoy confundido! Creo que es mejor dejarlo como está. Ahora bien, en el siguiente verso…

En respuesta a las risas apreciativas del público, aún se rió más y comentó:

—Hay una expresión para referirse a este enfoque; hace referencia a la comida de un anciano, una persona muy vieja, con los dientes muy deteriorados: se comen las cosas blandas; en cuanto a las duras, se dejan. —Sin dejar de reír, añadió—: Así que lo dejaremos como está por hoy.

En ningún instante se conmovió su suprema seguridad en sí mismo.

REFLEXIÓN SOBRE NUESTRO POTENCIAL COMO ANTÍDOTO CONTRA EL ODIO A UNO MISMO

Durante un viaje que hice a la India en 1991, dos años antes de la visita del Dalai Lama a Arizona, me reuní brevemente con él en su casa de Dharamsala. Aquella semana él había mantenido reuniones diarias con un distinguido grupo de científicos occidentales, físicos, psicólogos y maestros de meditación, en un intento por explorar la conexión entre la mente y el cuerpo, por comprender la relación entre la experiencia emocional y la salud física. Me reuní con el Dalai Lama a última hora de la tarde, después de una de sus sesiones con los científicos. Hacia el final de nuestra entrevista, el Dalai Lama preguntó:

—¿Sabe que durante esta semana he tenido varias reuniones con esos científicos?

—Sí.

—A lo largo de ellas ha surgido algo que me ha parecido muy sorprendente. Me refiero al concepto de odio hacia uno mismo. ¿Está usted familiarizado con ese concepto?

—Desde luego que sí. Lo sufre una proporción bastante alta de mis pacientes.

—Cuando los científicos empezaron a hablar del tema, al principio no estuve seguro de comprender correctamente el concepto. —Se echó a reír—. Pensé: «¿Odiarse a uno mismo? ¡Pero si nos queremos! ¿Cómo puede una persona odiarse a sí misma?». A pesar de que creía tener cierto conocimiento sobre cómo funciona la mente humana, esa idea del odio dirigido contra uno mismo me resultó completamente nueva. La razón por la que me pareció totalmente inconcebible es porque los budistas practicantes trabajamos mucho para superar nuestra actitud egocéntrica, nuestros pensamientos y motivaciones egoístas. Desde este punto de vista creo que nos queremos y apreciamos demasiado. Así que pensar en la posibilidad de que alguien no se apreciara e incluso se odiara a sí mismo, era bastante inconcebible. Como psiquiatra, ¿puede explicarme ese concepto y por qué ocurre?

Le describí brevemente mi visión profesional del origen del odio contra uno mismo. Le expliqué cómo la imagen que tenemos de nosotros está configurada por nuestros padres y nuestra educación, cómo captamos de ellos mensajes implícitos sobre nosotros a medida que crecemos y nos desarrollamos, y le perfilé las condiciones específicas en las que se desarrolla una imagen negativa. Entré en detalles sobre los factores que exacerban el odio contra uno mismo, como cuando nuestro comportamiento no logra estar a la altura de la imagen idealizada que tenemos de nosotros, y le describí algunas de las formas mediante las que el odio contra sí puede verse reforzado culturalmente, sobre todo entre algunas mujeres y las minorías. Mientras le explicaba estas cosas, el Dalai Lama siguió asintiendo reflexivamente, con una expresión burlona en el rostro, como si tuviera alguna dificultad para captar este concepto extraño para él.

Groucho Marx dijo humorísticamente en cierta ocasión: «Nunca ingresaría en un club que aceptara a tipos como yo». Respecto a esta visión negativa de sí hasta convertirla en una observación sobre la naturaleza humana, Mark Twain había dicho: «En lo más profundo de la intimidad de su propio corazón, ningún hombre tiene un respeto considerable por sí mismo». Tomando esta visión pesimista de la humanidad e incorporándola a las teorías psicológicas, el psicólogo humanista Carl Rogers afirmó: «La mayoría de la gente sé desprecia a sí misma, se considera inútil y poco digna de ser querida».

Existe en nuestra sociedad una noción popular, compartida por la mayoría de psicoterapeutas contemporáneos, de que el odio contra uno mismo abunda en la cultura occidental. Aunque eso es cierto, afortunadamente no se halla tan extendido como creen muchos. Se trata, desde luego, de un problema común entre quienes acuden al psicoterapeuta; pero los psicoterapeutas tienen a veces una visión un tanto sesgada de las cosas, una tendencia a basar su concepción de la naturaleza humana en los individuos que acuden a sus consultas. La mayoría de los datos basados en pruebas experimentales han establecido, sin embargo, que la gente tiende a menudo (o al menos desearía tender) a verse bajo una luz favorable, a calificarse como «mejor que la media» cuando se le pregunta sobre las cualidades subjetivas y socialmente deseables.

Con todo, aunque el odio contra uno mismo no sea tan general como se cree comúnmente, puede seguir siendo un tremendo lastre para muchas personas. Me quedé tan sorprendido por la reacción del Dalai Lama como él ante el concepto. Su respuesta inicial puede ser muy reveladora y curativa.

Hay dos puntos relacionados con su notable reacción que merecen un examen más atento. El primero es, simplemente, que no estuviera familiarizado con la existencia del odio contra sí. La suposición subyacente de que este tipo de odio es un problema muy difundido ha generado la sensación de que se trata de un rasgo profundamente arraigado en la psique humana. Pero el hecho de que sea algo virtualmente desconocido en ciertas culturas, como en la cultura tibetana, nos recuerda que se trata de un estado mental problemático, como los otros estados mentales negativos que hemos analizado, y que no forma parte intrínseca de la mente humana. No se trata de algo con lo que hayamos nacido, que nos veamos obligados a arrastrar irrevocablemente, ni es una característica indeleble de nuestra naturaleza. Es algo que se puede eliminar. Darse cuenta de ello puede servir, por sí solo, para debilitar su poder, dándonos esperanza y reforzando nuestro compromiso de eliminarlo.

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