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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

El ascenso de Endymion (29 page)

—Usted está al servicio del Vaticano —dijo.

—El Núcleo no está al servicio de nadie, hombre de Mercantilus —interrumpió Albedo.

Isozaki decidió empezar de nuevo.

—Los intereses del Núcleo y los del Vaticano se han superpuesto al punto de que el TecnoNúcleo brinda asesoramiento y tecnología vital para la supervivencia de Pax...

El consejero Albedo sonrió y esperó.

Por lo que diré a continuación
, pensó Isozaki
, Su Santidad me entregará al gran inquisidor. Estaré en la máquina de dolor durante cien vidas.

—Algunos integrantes del Consejo Ejecutivo de la Liga Pancapitalista de Organizaciones Católicas Independientes de Comercio Transestelar —dijo— entienden que los intereses de la Liga y los intereses del TecnoNúcleo pueden tener más en común que los intereses del Núcleo y los del Vaticano. Entendemos que una investigación de esos objetivos e intereses comunes sería beneficioso para ambas partes.

Albedo mostró sus dientes perfectos sin decir nada.

Sintiendo la textura de la soga que se estaba poniendo alrededor del cuello, Isozaki continuó:

—Durante casi tres siglos, la Iglesia y las autoridades civiles de Pax han sostenido la versión oficial de que el TecnoNúcleo fue destruido con la Caída de los Teleyectores. Millones de personas cercanas al poder en los mundos de Pax conocen los rumores sobre la supervivencia del Núcleo...

—Los rumores de nuestra muerte son sumamente exagerados —dijo el consejero Albedo—. ¿Entonces?

—Entonces —continuó Isozaki—, con el entendimiento de que esta alianza entre las personalidades del Núcleo y el Vaticano ha sido beneficiosa para ambas partes, consejero, la Liga desearía explicar por qué una alianza similar con nuestra organización comercial llevaría beneficios más inmediatos y tangibles a esa asociación.

—Explíquese, Isozaki-san —dijo el consejero Albedo, reclinándose en la silla del piloto.

—Primero —dijo Isozaki, con voz más firme—, Pax Mercantilus está expandiéndose demasiado para una organización religiosa, a pesar de su jerarquía o aceptación universal. El capitalismo está recobrando poder en Pax. Es el auténtico pegamento que mantiene unidos los cientos de mundos.

»Segundo, la Iglesia continúa su interminable guerra contra los éxters y los elementos rebeldes de la esfera de influencia de Pax. Pax Mercantilus considera que esos conflictos son un derroche de energía y de preciosos recursos humanos y materiales. Más aún, implican al TecnoNúcleo en enfrentamientos humanos que no pueden promover los intereses del Núcleo ni acercarlo a sus objetivos.

»Tercero, mientras la Iglesia y Pax utilizan tecnologías obviamente derivadas del Núcleo, como el impulso Gedeón instantáneo y los nichos de resurrección, la Iglesia no reconoce el mérito del TecnoNúcleo por estas invenciones. Más aún, la Iglesia aún considera al Núcleo como un enemigo para sus millones de fieles, alegando que las entidades del Núcleo fueron destruidas porque estaban unidas con el demonio. Pax Mercantilus no necesita estos prejuicios y artificios. Si el Núcleo optara por el ocultamiento al aliarse con nosotros, respetaríamos esa política, pero siempre estaríamos dispuestos a presentar al Núcleo como un socio visible y estimado. En el ínterin, sin embargo, la Liga procuraría erradicar de la historia, la tradición y la mentalidad de los seres humanos la noción de que el TecnoNúcleo es el enemigo supremo.

El consejero Albedo pareció reflexionar. Tras mirar el asteroide por la ventana, dijo:

—¿Conque ustedes nos harán ricos y respetables?

Kenzo Isozaki calló. Sabía que su futuro y el equilibrio de poder en el espacio humano pendía sobre el filo de un cuchillo. Albedo le resultaba elusivo, y el sarcasmo del cíbrido bien podía ser un preludio para la negociación.

—¿Qué haríamos con la Iglesia? —preguntó Albedo—. Son casi tres siglos humanos de alianza secreta.

Isozaki dominó una vez más sus palpitaciones.

—No deseamos interrumpir ninguna relación que el Núcleo considere útil o rentable —murmuró—. Como gentes de negocios, en la Liga estamos preparados para ver las limitaciones de toda sociedad interestelar basada en la religión. El dogma y la jerarquía son inherentes a dichas estructuras... más aún, son las estructuras de cualquier teocracia. Como personas de negocios que creen en el provecho mutuo, vemos modos en que un segundo nivel de cooperación entre el Núcleo y los humanos, por secreto o limitado que sea, beneficiaría a ambas partes.

El consejero asintió de nuevo con la cabeza.

—Isozaki-san, ¿recuerda que en su oficina privada del Torus usted pidió a su asociada, Anna Pelli Cognani, que se quitara la ropa?

Isozaki mantuvo su expresión neutra, pero con un supremo esfuerzo de voluntad. El hecho de que el Núcleo observara su oficina privada, grabando cada transacción, le helaba la sangre literalmente.

—Usted preguntó entonces —continuó Albedo— por qué habíamos ayudado a la Iglesia a refinar el cruciforme. «Con qué fin», creo que preguntó usted. ¿Dónde está el beneficio para el Núcleo?

Isozaki miró al hombre de gris, pero en esa pequeña nave se sentía como encerrado con una cobra mortífera.

—¿Alguna vez tuvo un perro, Isozaki-san? —preguntó Albedo.

Aún pensando en cobras, el ejecutivo de Mercantilus abrió la boca.

—¿Un perro? No. Los perros no eran comunes en mi mundo natal.

—Ah, es verdad —dijo Albedo, mostrando de nuevo los dientes blancos— Los tiburones eran la mascota preferida en su isla. Creo que usted tuvo un bebé tiburón que trató de domesticar cuando tenía seis años estándar. Usted lo llamó Keigo, si mal no recuerdo.

En ese momento Isozaki no podría haber hablado aunque la vida le fuera en ello.

—¿Y cómo impidió que su bebé tiburón lo devorase cuando nadaban juntos en la laguna de Shioko, Isozaki-san?

Al cabo de un instante, Isozaki logró articular:

—Un collar.

—¿Cómo ha dicho? —El consejero Albedo se inclinó hacia él.

—Un collar —repitió el ejecutivo. Pequeñas manchas negras bailaban en su visión periférica—. Collar de choque. Teníamos que llevar las teclas transmisoras. El mismo aparato que usaban nuestros pescadores.

—Ah sí —dijo Albedo, aún sonriendo—. Si su mascota se portaba mal, usted la ponía en cintura. Con sólo mover el dedo. —Extendió la mano, ahuecándola como si sostuviera un teclado invisible. Su dedo bronceado tocó un botón invisible.

No fue tanto un shock eléctrico lo que atravesó el cuerpo de Kenzo Isozaki, sino algo más parecido a ondas de dolor puro. Comenzaba en el pecho, en el cruciforme incrustado en la piel, la carne y el hueso, y se expandía como señales telegráficas de dolor por los cientos de metros de fibras, nematodos y nódulos de tejido cruciforme que hacían metástasis en su cuerpo como tumores.

Isozaki gritó y se arqueó de dolor. Se derrumbó en el suelo.

—Creo que sus teclas podían infligir a Keigo descargas crecientes si se ponía agresivo —reflexionó el consejero Albedo—. ¿Verdad, Isozaki-san? —Palpó de nuevo el aire, como tocando un teclado.

El dolor se agudizó. Isozaki se orinó en el traje especial y habría vaciado sus entrañas si ya no estuvieran vacías. Trató de gritar de nuevo pero se le cerraron las mandíbulas, como presa de un tétano violento. El esmalte de sus dientes se rajó y se desmenuzó. Saboreó sangre al morderse la lengua.

—En una escala de diez, eso habría sido un dos para el viejo Keigo creo —dijo el consejero Albedo. Se puso de pie y caminó hacia la cámara de aire, tecleando la combinación.

Retorciéndose en el suelo, su cuerpo y su cerebro eran apéndices inservibles del cruciforme que lo atormentaba. Isozaki trató en vano de gritar con las mandíbulas cerradas. Los ojos se le salían de las órbitas. Le brotaba sangre de la nariz y los oídos.

Tras teclear la combinación de la cámara, el consejero Albedo tocó la tecla invisible de su palma una vez más.

El dolor desapareció. Isozaki vomitó en la cubierta. Cada músculo de su cuerpo sufría un espasmo mientras sus nervios parecían actuar a tontas y a locas.

—Llevaré su propuesta a los Tres Elementos del TecnoNúcleo —dijo formalmente el consejero Albedo—. Se dará seria consideración a la propuesta. Entretanto, amigo mío, contamos con su discreción.

Isozaki trató de articular un ruido inteligible, pero sólo pudo arquearse y vomitar en el suelo de metal. Para su horror, sus entrañas espasmódicas soltaban gases en una onda de flatulencia.

—Y no habrá más telotaxis virales IA en ninguna esfera de datos, ¿verdad, Isozaki-san? —Albedo entró en la cámara y cerró la puerta.

Fuera, la torturada roca del asteroide sin nombre giraba en una dinámica sólo conocida para los dioses de la matemática del caos.

Rhadamanth Nemes y sus tres hermanos tardaron sólo unos minutos en llevar la nave desde la base Bombasino hasta la aldea de Childe Lamond, en el seco mundo de Vitus-Gray-Balianus B, pero el viaje se complicó por la presencia de tres deslizadores que ese idiota del comandante Solznykov había enviado como escolta. Por el tráfico «confidencial» de haz angosto entre la base y los deslizadores, Nemes sabía que el comandante había enviado a su asistente, el torpe coronel Vinara, a encargarse personalmente de la expedición. Más aún, Nemes sabía que el coronel no estaría a cargo de nada, pues estaría tan conectado con receptores y mensajes en holosimulación y haz angosto que Solznykov estaría al mando de los efectivos de Pax sin mostrar la cara.

Cuando revoloteaban sobre la aldea —aunque «aldea» parecía un término demasiado formal para esa franja de cuatro niveles de casas de adobe que estaba en el margen oeste del río, al igual que cientos de otras casas durante casi todo el trayecto desde la base— los deslizadores los alcanzaron y se disponían a aterrizar mientras Nemes buscaba una zona apropiada y firme para la nave.

Las puertas de las casas de adobe estaban pintadas con brillantes colores primarios. En la calle la gente usaba túnicas del mismo tono. Nemes sabía la razón para este espectáculo de color: había consultado la memoria de la nave y los archivos encriptados de Bombasino sobre la gente de la Hélice del Espectro. Los datos eran interesantes sólo porque sugerían que estas rarezas humanas eran reacias a convertirse a la cruz y aún más reacias a someterse a Pax. En otras palabras, gente propensa a ayudar a una niña, un hombre y un androide manco si eran rebeldes que deseaban esconderse de las autoridades.

Los deslizadores aterrizaron en la carretera que bordeaba el canal. Nemes llevó su nave hasta un parque, destruyendo parcialmente un pozo artesano.

Gyges la miró inquisitivamente desde el asiento del copiloto.

—Scylla y Briareus saldrán para efectuar la búsqueda formal —dijo Nemes—. Tú quédate conmigo. —Había notado sin orgullo ni vanidad que los otros clones se sometían a su autoridad, a pesar de la inequívoca amenaza de muerte de los Tres Elementos en caso de que ella volviera a fracasar.

Los dos nombrados bajaron por la rampa y se abrieron paso en la multitud de gente de túnicas de color. Soldados en armadura de combate, las viseras bajas, les salieron el encuentro. Observando por el canal óptico común, Nemes reconoció la voz del coronel Vinara.

—La alcaldesa, una mujer llamada Ses Gia, nos niega permiso para revisar las casas.

Nemes pudo ver la desdeñosa sonrisa de Briareus reflejada en el visor bruñido del coronel. Era como mirar un reflejo de sí misma con una estructura ósea un poco más fuerte.

—¿Y usted permite que esta alcaldesa le dé órdenes? —preguntó Briareus.

El coronel Vinara alzó una mano enguantada.

—Pax reconoce a las autoridades aborígenes hasta que formen parte del protectorado.

—Usted dijo que la doctora Molina dejó un soldado de Pax como guardia —dijo Scylla.

Vinara asintió. El casco amarillo amplificaba su respiración.

—No hay rastros de ese soldado. Hemos intentado comunicarnos desde que partimos de Bombasino.

—¿Este soldado no tiene un chip de rastreo implantado quirúrgicamente? —dijo Scylla.

—No, está incluido en su armadura.

—¿Y?

—Encontramos la armadura en un pozo, a varias calles de distancia —dijo el coronel Vinara.

La voz de Scylla no se alteró.

—Supongo que el soldado no estaba en la armadura.

—No —dijo el coronel—, sólo la armadura y el casco. No había ningún cuerpo en el pozo.

—Qué lástima —dijo Scylla. Iba a marcharse, pero se volvió hacia el coronel—. Sólo la armadura, dice usted. ¿Ningún arma?

—No —respondió Vinara con voz compungida—. He ordenado revisar las calles e interrogaremos a los ciudadanos hasta que alguien nos señale la casa donde la doctora Molina arrestó al prisionero. Luego la rodearemos y exigiremos la rendición de todos los ocupantes. He pedido a los tribunales civiles de Bombasino que tengan en cuenta nuestra solicitud de una orden de registro.

—Buen plan, coronel —dijo Briareus—. Siempre que los glaciares no cubran la aldea antes que le entreguen la orden.

—¿Glaciares? —preguntó el coronel Vinara.

—Olvídelo —dijo Scylla—. Si le resulta aceptable, le ayudaremos a inspeccionar las calles adyacentes y esperaremos la autorización adecuada para buscar casa por casa.

Por banda interna le preguntó a Nemes:

«¿Qué hacemos ahora?»

«Quédate con él y haz lo que acabas de ofrecerle —respondió Nemes—. Sé cortés y respeta la ley. No nos conviene encontrar a Endymion ni a la niña en presencia de estos idiotas. Gyges y yo pasaremos a tiempo rápido.»

«Buena cacería», transmitió Briareus.

Gyges ya esperaba en la cámara de presión.

—Yo me encargaré del poblado —dijo Nemes—, tú sigue río abajo hasta el arco teleyector y asegúrate de que nada lo atraviese en ninguna dirección sin que tú lo verifiques. Cambia de fase para enviar un mensaje y yo cambiaré periódicamente para revisar la banda. Si encuentras a Endymion o a la niña, toca la alarma. —Era posible comunicarse por la banda común en cambio de fase, pero el gasto de energía era enorme, mucho mayor que el requerido para el cambio de fase, así que era más económico salir de fase periódicamente para revisar la banda común. Aun una llamada de alarma podía usar el equivalente de todo el presupuesto energético anual de ese mundo. Por mucha ventaja que le llevaran Endymion y sus aliados, los alcanzaría. A Nemes le habría gustado degollar a ese picapleitos mientras aún estaba en fase (los testigos en tiempo real verían la decapitación como sobrenatural, obra de un verdugo invisible) pero necesitaba sonsacarle información. Sin embargo, no lo necesitaba consciente. El plan más sencillo sería alejar a Endymion de sus amigos de la Hélice del Espectro, rodearlo con el mismo campo de fase que protegía a Nemes, clavarle una aguja en el cerebro para inmovilizarlo, llevarlo a la nave, guardarlo en el nicho de resurrección y luego prestarse a la farsa de agradecer la ayuda del coronel Vinara y del comandante Solznykov. Podrían «interrogar» a Raul Endymion una vez que la nave hubiera abandonado la órbita. Nemes le insertaría microfibras en el cerebro, extrayendo ARN y recuerdos a voluntad. Endymion nunca recobraría la conciencia: cuando ella y sus hermanos hubieran aprendido lo necesario, lo liquidaría y arrojaría el cuerpo al espacio. El objetivo era encontrar a la niña llamada Aenea.

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