Kana soltó un grito al quemarse los dedos con el agua hirviendo.
—¡Ah, que lástima! —se lamentó Miyabi—. Entonces, los dos están condenados al desastre.
—¿Qué esperabas? —replicó Shizuka impaciente—. Ya conoces cómo la Tribu castiga la desobediencia —dijo con tono duro; pero los ojos le escocieron, como si fuera a echarse a llorar.
—Venga, venga —dijo su abuela, quien parecía más afable de lo que Shizuka recordaba—. Tu viaje ha sido largo y estás agotada. Come algo y recupera fuerzas. Kenji querrá hablar contigo esta noche.
Kana tomó unas cucharadas de arroz de la cazuela, las sirvió en un cuenco y encima colocó bardana, brotes de helecho y setas procedentes de la montaña. Shizuka comió sentada en el escalón, como solía hacer de niña.
Miyabi preguntó con delicadeza:
—Tengo que preparar las camas... ¿Dónde va a dormir el invitado?
—Que duerma con los hombres —respondió Shizuka—. Yo me acostaré tarde; tengo que hablar con mi tío.
Si dormían juntos en la casa familiar, sería como anunciar su matrimonio. Shizuka aún no estaba segura de su decisión y no daría ningún paso sin escuchar la opinión de Kenji.
Su abuela le dio unas palmadas en la mano; los ojos de la anciana se veían brillantes y dichosos. Volvió a escanciar vino para ambas. Cuando el resto de los alimentos estuvieron preparados y las muchachas salieron de la cocina para llevar las bandejas a los hombres, la anciana se puso en pie.
—Vamos a dar un paseo. Quiero ir al santuario a hacer una ofrenda para dar las gracias por tu regreso.
La mujer envolvió varias bolas de arroz en un paño y recogió una pequeña garrafa de vino. Al ponerse en pie junto a ella, Shizuka tuvo la impresión de que su abuela había menguado, de que andaba más lentamente y agradecía el hecho de poder apoyarse en el brazo de su nieta.
Ya era de noche. Casi todos los habitantes de la aldea se encontraban en sus casas cenando o preparándose para dormir. Un perro ladró desde la puerta de una de las viviendas y se acercó a ellas; una mujer lo llamó para que regresara y saludó con un grito a Shizuka y a su abuela.
Las lechuzas ululaban desde la densa arboleda que rodeaba el santuario y los finos oídos de Shizuka percibieron el suave chirrido de los murciélagos.
—¿Todavía puedes oírlos? —preguntó la anciana mientras observaba las fugaces formas—. ¡Yo ni siquiera los veo! Es tu herencia Kikuta.
—Mi agudeza de oído no es nada especial —dijo Shizuka—. Ojalá lo fuera.
Un torrente fluía a través de la espesura y en las orillas brillaban decenas de luciérnagas. Las mujeres pasaron por debajo de ellas y se dirigieron a la fuente, donde se lavaron las manos y se enjuagaron la boca. Estaba construida con piedra negra y un dragón de hierro la custodiaba; el agua cristalina brotaba fría como el hielo.
En el santuario ardían linternas, pero el lugar parecía estar desierto. La anciana colocó las ofrendas sobre el pedestal de madera situado frente a la estatua de Hachiman, el dios de la guerra. Hizo dos reverencias, dio tres palmadas y repitió aquel ritual tres veces. Shizuka hizo lo propio y, casi sin darse cuenta, se puso a rezar suplicando la protección del dios, no para ella misma ni para su familia, sino para Kaede y Takeo, por las guerras que sin duda se verían obligados a librar. Casi se avergonzó de sí misma y se alegró de que nadie pudiera leerle el pensamiento; nadie, excepto el propio dios.
Su abuela se hallaba de pie, con la mirada en alto. Su rostro parecía tan antiguo como la estatua, y con el mismo poder divino. Shizuka reparó en la fortaleza y reciedumbre de la anciana, y la embargó un sentimiento de amor y respeto hacia ella. Se alegraba de haber regresado a casa. Los ancianos contaban con la sabiduría de generaciones; acaso parte de aquélla le sería transferida.
Permanecieron inmóviles durante unos momentos y entonces se escucharon sonidos: una puerta corredera que se abría y pasos en la veranda. El sacerdote del santuario avanzó hacia las mujeres enfundado en sus ropas de dormir.
—No esperaba a nadie a estas horas —les dijo—. Pasad y tomad una taza de té con nosotros.
—Mi nieta ha regresado.
—¡Ah, Shizuka! Ha pasado mucho tiempo. Bienvenida a casa.
Se sentaron con el sacerdote y su esposa durante un rato y charlaron de forma distendida acerca de los acontecimientos de la aldea. Entonces, la abuela dijo:
—Kenji querrá hablar contigo. No le hagamos esperar.
Caminaron de regreso por entre las casas oscuras, casi todas en silencio. En primavera los lugareños se iban a dormir temprano y se levantaban al amanecer para comenzar las tareas propias de aquella época del año, como la preparación de los campos de cultivo y la plantación de semillas. Shizuka recordó los días que, siendo una muchacha, había pasado en los campos de arroz, con el agua hasta los tobillos, plantando las semillas, compartiendo con ellas su juventud y fertilidad; mientras, las mujeres de mayor edad permanecían en las orillas entonando cánticos tradicionales. ¿Era ahora demasiado mayor para participar en la plantación de primavera? Si se casaba con Kondo, ¿habría pasado la edad para ser madre otra vez?
Cuando llegaron a la casa, las muchachas de la familia se afanaban en la limpieza de la cocina y lavaban los cacharros. Taku estaba sentado en el escalón, como Shizuka hubiera hecho con anterioridad; los ojos se le cerraban y daba cabezazos.
—Tiene un mensaje para ti —dijo Miyabi entre risas—. ¡No se lo quiere decir a nadie más!
Shizuka se sentó junto al niño y le acarició la mejilla.
—Los mensajeros no pueden quedarse dormidos —bromeó.
—El tío Kenji está preparado para hablar contigo —informó Taku dándose aires de importancia; entonces, bostezó—. Está en la sala con el abuelo, y los demás se han ido a dormir.
—Eso es lo que tú deberías estar haciendo —dijo Shizuka, mientras tiraba de su hijo hacia sí y le abrazaba con fuerza.
Él se acurrucó como un niño pequeño y apoyó la cabeza sobre el pecho de su madre. Tras unos instantes, empezó a removerse como una lagartija y, con voz apagada, dijo:
—Madre, no hagas esperar al tío Kenji.
Shizuka rompió a reír y soltó al niño.
—¿Seguirás aquí por la mañana? —preguntó Taku, y bostezó otra vez.
—¡Claro que sí!
Él sonrió con dulzura.
—Te enseñaré todo lo que he aprendido desde que te vi por última vez.
—Tu madre se va a quedar con la boca abierta —terció Miyabi.
Shizuka se encaminó junto a su hijo a la habitación de las mujeres, porque Taku aún dormía allí. La mujer se alegró al pensar que aquella noche le tendría a su lado, escucharía su respiración infantil y, cuando despertara por la mañana, le vería durmiendo plácidamente con el pelo alborotado. ¡Cuánto había añorado a su hijo!
Zenko ya compartía habitación con los hombres. Shizuka oía cómo interrogaba a Kondo acerca de la batalla de Kushimoto, donde el guerrero había luchado con las fuerzas de Arai. Shizuka percibió el matiz de orgullo en la voz del muchacho cuando mencionaba a su padre. ¿Qué sabría Zenko sobre la campaña de Arai contra la Tribu, de su intento por asesinarla?
"¿Qué será de ellos?", pensó. "Ojalá que su mezcla de sangres no les traiga la desgracia, como a Takeo".
Dio las buenas noches a Taku, atravesó la alcoba y abrió la puerta corredera que daba a la habitación contigua, donde su abuelo y su tío la aguardaban. Shizuka se arrodilló ante ellos e hizo una reverencia hasta tocar la estera con la frente. Kenji sonrió y asintió con la cabeza sin articular palabra. Entonces éste miró a su padre y arqueó las cejas.
—De acuerdo —dijo el anciano—, os dejaré solos.
Mientras Shizuka le ayudaba a ponerse en pie, cayó en la cuenta de lo mucho que su abuelo había envejecido. Caminó junto a él hasta la puerta, donde Kana esperaba para llevarle a la cama.
—Buenas noches, niña —dijo el anciano—. Es un alivio tenerte en casa a salvo, en estos días terribles. ¡Ay de nosotros! ¿Hasta cuándo estaremos seguros?
—Está demasiado pesimista, ¿no te parece? —le comentó Shizuka a su tío—. La cólera de Arai se apaciguará. Acabará por entender que no es posible erradicar a la Tribu y que él también necesita espías, como cualquier señor de la guerra. Hará las paces con nosotros.
—Estoy de acuerdo contigo; de hecho, nadie considera a Arai como un problema a largo plazo. Será fácil no llamar la atención hasta que se haya apaciguado, como tú dices. Pero existe otro asunto que podría ser mucho más grave. Parece que Shigeru nos ha dejado una herencia inesperada. Los Kikuta creen que redactó informes sobre nuestras redes y acerca de los miembros de nuestras comunidades; por lo visto, esos documentos se encuentran ahora en poder de Takeo.
El corazón de Shizuka dejó de latir. Tuvo la impresión de que, al meditar sobre el pasado, ella misma lo había hecho renacer.
—¿Es posible? —replicó intentando mostrar un aire de normalidad.
—Kotaro, el maestro Kikuta, está convencido de ello.
A finales del año pasado envió a Takeo a Hagi, con Akio, para localizar los documentos y apoderarse de ellos. Al parecer, Takeo fue a la casa de Shigeru y estuvo con Ichiro. Después, escapó de Akio y se dirigió a Terayama. Por el camino logró evitar el ataque de dos agentes de la Tribu y de un guerrero Otori; mató a los tres.
—¿Un guerrero Otori? —repitió Shizuka.
—Sí; los Kikuta están incrementando sus contactos con los Otori para aliarse en contra de Arai y eliminar a Takeo.
—¿Y los Muto?
Kenji soltó un gruñido.
—Todavía no he tomado una decisión.
Shizuka arqueó entonces las cejas y esperó a que Kenji continuara.
—Kotaro da por hecho que los documentos estaban custodiados en el templo, lo que ahora me resulta obvio. A pesar de convertirse en monje, el infame Matsuda nunca dejó de conspirar, y él y Shigeru estaban muy unidos. Creo que incluso recuerdo el arcón en el que Shigeru trasladó los archivos. No entiendo cómo no me di cuenta. Mi única excusa es que en aquel tiempo existían otros asuntos que me preocupaban. Los Kikuta están furiosos conmigo y yo he quedado como un necio —Kenji sonrió con tristeza—. Shigeru me engañó; a mí, de quien solían decir que era astuto como un zorro.
—Eso explica la sentencia de muerte contra Takeo —dedujo Shizuka—. Yo creí que era por desobediencia. Me parecía un castigo excesivo, aunque no me sorprendió. Cuando me enteré de que estaba a cargo de Akio, supe que surgirían problemas.
—Lo mismo dijo Yuki, mi hija. Me envió un mensaje mientras Takeo se alojaba en nuestra casa de Yamagata. Ocurrió un incidente: Takeo burló la vigilancia de mi esposa, escapó y estuvo ausente durante la noche. Nada importante; además, regresó por la mañana. Pero mi hija me advertía en la nota que Akio y él acabarían matándose el uno al otro. Por cierto, Akio estuvo a punto de morir. Los hombres de Muto Yuzuru le sacaron del río medio ahogado y al borde de la congelación.
—Takeo debería haberle rematado —intervino Shizuka sin poder evitarlo.
Kenji sonrió sin alegría.
—Me temo que ésa fue también mi reacción. Akio argumentó que había intentado evitar la huida de Takeo; más tarde, me enteré a través de Yuki de que había recibido instrucciones para matarle una vez que los documentos hubieran sido encontrados.
—¿Por qué? —preguntó Shizuka—. ¿Qué ganan con su muerte?
—Es una situación compleja. La aparición de Takeo ha molestado a mucha gente, sobre todo a los Kikuta. Por otra parte, su desobediencia y temeridad no resultan de gran ayuda.
—Los Kikuta parecen muy intransigentes, mientras que tú siempre has permitido a Takeo actuar con más libertad —comentó Shizuka.
—Era la única forma de tratarle. Lo supe en cuanto llegué a Hagi. Sus instintos son buenos y haría cualquier cosa por aquellos que se ganan su fidelidad; pero no es posible presionarle. Prefiere morir antes que doblegarse.
—Debe de tratarse de una característica de los Kikuta —murmuró Shizuka.
—Tal vez —Kenji suspiró profundamente y se quedó mirando las sombras. Se mantuvo en silencio unos momentos y, entonces, afirmó—: Para los Kikuta todo es blanco o negro; o se obedece o se muere, y la única cura contra la estupidez es la muerte. Desde pequeños se les educa así.
"Si los Kikuta llegasen a averiguar mi papel en este asunto, me matarían", pensó Shizuka. 'Tampoco me atrevo a contárselo a Kenji".
—De modo que ahora Takeo no sólo ha huido de la Tribu, sino que posee cierta información que puede destruirnos —concluyó Shizuka.
—Sí, y esa información le proporcionará una alianza con Arai más tarde o más temprano.
—No le permitirán seguir con vida —se lamentó entonces Shizuka.
—Hasta ahora ha sobrevivido. Librarse de él está resultando mucho más difícil de lo que los Kikuta pensaban —a Shizuka le pareció detectar una nota de orgullo en la voz de su tío—. Además, tiene la habilidad de rodearse de seguidores incondicionales. La mitad de los jóvenes guerreros del clan Otori ya han cruzado la frontera para unirse a él en Terayama.
—Si Takeo y Kaede se casan, y estoy convencida de que lo harán, Arai se pondrá furioso —terció Shizuka—. Puede que los documentos de Shigeru no basten para aplacar su ira.
—Tú conoces a Arai mejor que nadie. También está la cuestión de sus hijos, y de ti misma. No he querido contarles a los niños que su padre ordenó tu muerte, pero antes o después se enterarán. A Taku no le molestará, su sangre de la Tribu es muy potente. Pero Zenko adora a su padre. No va a desarrollar tantas habilidades extraordinarias como Taku, por lo que tal vez sería mejor que fuese criado por Arai. ¿Existe alguna posibilidad?
—No lo sé —respondió Shizuka—. Supongo que cuantas más tierras conquiste más hijos querrá.
—Debemos enviar a alguien para que nos informe sobre la reacción de Arai ante el matrimonio de Takeo y acerca de su contienda con los Otori; también necesitamos saber cuáles son sus sentimientos hacia sus hijos. ¿Qué te parece si enviamos a Kondo?
—¿Por qué no? —replicó Shizuka, no sin cierto alivio.
—Da la impresión de que le gustas. ¿Te casarás con él?
—Me lo ha pedido —respondió Shizuka—. Le dije que solicitaría tu consejo y que necesito tiempo para tomar una decisión.
—No hay que precipitarse —convino Kenji—. Puedes darle la respuesta cuando regrese... —los ojos de Kenji mostraron un destello de emoción que Shizuka no supo interpretar—. Entonces, yo también decidiré cómo actuar.