El camino de fuego (36 page)

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Authors: Christian Jacq

Tags: #Histórico, Intriga

El libanés cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.

—No maquilles la realidad.

—La flota real acaba de llegar a Elefantina. Sesostris ha conquistado y pacificado Nubia. Debido al cordón de fortalezas que se extiende hasta la isla de Sai, más allá de la segunda catarata, ya no podemos pensar en la revuelta. La popularidad del rey es altísima. Incluso los nubios lo veneran.

—¿Y el Anunciador?

—Parece haber desaparecido.

—¡Un ser de ese temple no se desvanece así como así! Si el faraón lo hubiera vencido, lo exhibiría en la proa de su navío. El Anunciador ha escapado y reaparecerá, antes o después.

—El problema de Sobek sigue existiendo.

—Ninguna dificultad es insuperable, acabaremos descubriendo la grieta de su coraza. En cuanto regrese, el Anunciador nos indicará cómo dar el golpe fatal.

El primer sol bañó de luz el sagrado dominio de Osiris. No era el reino de la muerte, sino el de otra vida. Isis saboreó los rayos, suaves aún, que danzaban sobre su piel anacarada, y pensó en Iker.

Ninguna ley le prohibía el matrimonio. Pero ¿qué atractivo podía ejercer un hombre, por enamorado que estuviese, comparado con los misterios de Osiris? Y, sin embargo, el hijo real no la abandonaba ya. No es que fuera una presencia obsesiva y desgastadora, sino, más bien, un apoyo eficaz durante las pruebas que atravesaba. Se convertía en su compañero de cada día, atento, fiel y enamorado.

¿Regresaría de la lejana Nubia, escenario de mortíferos combates?

Un sacerdote permanente, El que ve los secretos, y una sacerdotisa de Hator llevaron a Isis hasta el lago sagrado. Tras pesar su corazón, ahora tenía que superar la prueba del triple nacimiento.

—Contempla el Nuri —recomendó el ritualista—. En el corazón de este océano original se producen todas las mutaciones.

—Deseo la pureza —declamó Isis, utilizando antiguas fórmulas—. Me quito mis vestiduras, me purifico, al igual que Horus y Set. Salgo del Nun, liberada de mis trabas.

A Isis le habría gustado permanecer más tiempo en aquella fresca agua. Las anteriores etapas de su iniciación cruzaron por su memoria. La mano de la sacerdotisa tomó la suya para hacer que se sentara en una piedra cúbica.

—He aquí la cubeta de plata que fundió el artesano de Sokaris, el dios halcón de las profundidades que conoce el camino de la resurrección —dijo el sacerdote—. Lavo en ella tus pies.

La sacerdotisa puso a Isis una larga túnica blanca y le ciñó el talle con un cinturón rojo, formando el nudo mágico. Luego le calzó unas sandalias, blancas también.

—Así se afirman las plantas de tus pies. Ojos de Horus, estas sandalias iluminarán tu camino. Gracias a ellas, no te extraviarás. Durante este viaje, te convertirás, a la vez, en un Osiris y en una Hator, la vía masculina y la vía femenina se unirán en ti. Ayudada por todos los elementos de la creación, hoya el umbral de la muerte y penetra en la morada desconocida. En lo más profundo de la noche, ve brillar el sol, acércate a las divinidades y míralas de frente.

La sacerdotisa ofreció a Isis una corona de flores.

—Recibe la ofrenda del señor de occidente. Que esta corona de los justos haga florecer tu inteligencia de corazón. Ante ti se abre el gran portal.

En ese instante apareció un Anubis con rostro de chacal, que, a su vez, tomó la mano de la muchacha. La pareja atravesó el territorio de las antiguas sepulturas, donde descansaban los primeros faraones, luego se topó con unos guardias que llevaban cuchillos, espigas, palmas y escobas de follaje.

—Conozco vuestros nombres —declaró Isis—. Con vuestros cuchillos cortáis las fuerzas hostiles. Con vuestras escobas, las dispersáis y las hacéis inoperantes. Vuestras palmas traducen la emergencia de una luz que las tinieblas no pueden apagar. Vuestras espigas manifiestan la victoria de Osiris sobre la nada.

Los guardias desaparecieron.

Anubis e Isis penetraron bajo tierra por un largo corredor, débilmente iluminado, que conducía a una vasta sala flanqueada de macizos pilares de granito.

En el centro, una isla, en la cual había un enorme sarcófago.

—Sé despojada de tu antiguo ser —ordenó Anubis—, y pasa por la piel de las transformaciones, la de Hator asesinada y decapitada por el mal pastor. Yo, Anubis, la reavivé ungiéndola con leche y la llevé a mi madre para que reviviese, como Osiris.

Isis quedó revestida.

Dos sacerdotisas la cogieron por los codos y la tendieron en una narria de madera, símbolo del creador, Atum, «El que es» y «El que no es». Tomando por una corredera, tres ritualistas tiraron lentamente de la narria hacia la isla donde estaba el Calvo.

—¿Tu nombre? —le preguntó al primero.

—El embalsamador encargado de mantener intacto el ser. —¿Y tú?

—El celador. —¿Y tú?

—El custodio del aliento vital.

—Id a la cumbre de la montaña sagrada.

La procesión giró en torno al sarcófago.

—Anubis, ¿ha desaparecido el antiguo corazón? —preguntó el Calvo.

—Ha sido quemado, al igual que la antigua piel y los antiguos cabellos.

—Que Isis acceda al lugar de las transformaciones y de la vida renovada.

Los ritualistas levantaron a la muchacha y la depositaron en el interior del sarcófago.

—Eres la luz —enunció el Calvo—, y atravesarás la noche. Que las divinidades te reciban, que sus brazos se tiendan hacia ti. Que Osiris te acoja en la morada de nacimiento.

La muchacha exploró un espacio y un tiempo fuera del mundo manifiesto.

—Estabas dormida, te hemos despertado —afirmó la voz del Calvo—. Estabas tendida, te hemos levantado.

Los ritualistas la ayudaron a salir del sarcófago. Las antorchas iluminaban ahora la vasta sala.

—El astro único brilla, ser de luz entre los seres de luz. Puesto que llegas de la isla de Maat, que el triple nacimiento te anime.

Mientras despojaban a Isis de la piel, el Calvo tocó su boca, sus ojos y sus orejas con el extremo de un palo compuesto por tres tiras de aquella misma piel.

—Hija del cielo, de la tierra y de la matriz estelar, hermana de Osiris, en adelante lo representarás durante los ritos. Sacerdotisa, animarás y resucitarás los símbolos, para preservar las tradiciones de Abydos. Tienes que cruzar todavía una puerta, la del «Círculo de oro». ¿Lo deseas?

—Lo deseo.

—Que se te prevenga debidamente, Isis. Tu valor y tu voluntad te han permitido llegar hasta aquí, pero ¿bastarán para superar temibles pruebas? Numerosos fueron los fracasos, escasos los éxitos. ¿No será tu juventud un grave inconveniente?

—La decisión es vuestra.

—¿Realmente eres consciente de los riesgos?

Y entonces vio el rostro de Iker. Sin aquella presencia, tal vez hubiera renunciado. ¡Le habían sido ofrecidos ya tantos tesoros! Pero, por aquel amor naciente, supo que debía ir hasta el final de su viaje.

—Mi deseo no ha variado.

—Entonces, Isis, conocerás el camino de fuego.

44

Al desembarcar en Elefantina, Medes había recuperado por fin la tierra firme. Presa de vértigos, incapaz de alimentarse normalmente, comenzaba a sentirse, sin embargo, algo mejor. De pronto, una orden del monarca: partida inmediata hacia Abydos.

De nuevo, la pasarela, el barco y aquel cabeceo infernal que prácticamente le hacía vomitar el alma. Pese a su calvario, el secretario de la Casa del Rey cumplía sus funciones con abnegación y competencia. El correo no dejaba de circular, y la más modesta aldea sabría de la pacificación de Nubia. Ante su pueblo, Sesostris adquiría el prestigio de un dios vivo.

El doctor Gua auscultó a su paciente durante largo rato.

—Mi hipótesis se confirma: vuestro hígado se encuentra en un estado lamentable. Durante cuatro días tomaréis una poción compuesta por extractos de hoja de loto, polvo de madera de azufaifo, higos, leche, bayas de enebro y cerveza dulce. No es un remedio milagroso, pero os aliviará. Y a continuación, régimen. Y de nuevo esta poción, si los trastornos se repiten.

—En cuanto llegue a Menfis estaré a las mil maravillas. Navegar es un suplicio para mí.

—Evitad definitivamente las grasas, la cocina con mantequilla y los vinos embriagadores.

Impaciente por acudir a la cabecera de un marinero con fiebre, el doctor Gua se sentía intrigado. Todo buen médico sabía que el hígado determinaba el carácter de un individuo. ¿Acaso no residía Maat en el de Ra, expresión de la luz divina? Al ofrecer Maat, el faraón estabilizaba esa luz y hacía benevolente el carácter de Ra.

Ahora bien, el órgano de Medes sufría unos singulares males que no se correspondían con la apariencia que quería dar de sí mismo, franca y jovial. Con un hígado como el suyo, Maat parecía reducida a la porción mínima. Probablemente, no tenía que profundizar mucho en su diagnóstico.

Gua se cruzó con el hijo real.

—¿Cómo va tu herida?

—¡En vías de completa curación! Os lo agradezco.

—Agradécelo también a tu naturaleza, y no olvides comer todas las hortalizas frescas que puedas.

Iker se reunió con el faraón en la proa del navío almirante. El rey contemplaba el Nilo.

—Para combatir el
isefet
y facilitar el reinado de la luz, el Creador lleva a cabo cuatro acciones —declaró el soberano—. La primera consiste en formar los cuatro vientos, de modo que todo ser humano respire. La segunda, en hacer que nazcan las grandes aguas de las que pequeños y mayores pueden obtener el dominio si acceden al conocimiento. La tercera, en modelar cada individuo como su semejante. Al cometer voluntariamente el mal, los humanos transgredieron la formulación celestial. La cuarta acción les permite, a los corazones de los iniciados, no olvidar el occidente y preocuparse por las ofrendas a las divinidades. ¿Cómo prolongar la obra del Creador, Iker?

—Por los ritos, majestad. ¿No abren nuestra conciencia a la realidad de la luz?

—La palabra «Ra», la luz divina, se compone de dos jeroglíficos: la boca, símbolo del Verbo, y el brazo, símbolo del acto. La luz es el Verbo en acto. El rito que anima la luz se hace eficaz. Así, el faraón llena los templos de acciones luminosas. Todos los días, el rito las multiplica para que el Señor del universo esté en paz en su morada. Los ignorantes consideran que el pensamiento no tiene peso. Sin embargo, se burla del tiempo y del espacio. Osiris, por su parte, expresa un pensamiento tan poderoso que toda una civilización nació de él, una civilización que no es sólo de este mundo. He aquí por qué debe ser preservado Abydos.

Al pie de la acacia, el oro de Nubia. La enfermedad perdía terreno, pero el árbol de vida aún estaba lejos de haberse salvado.

En compañía del Calvo, Sesostris asistió al rito del manejo de los sistros realizado por la joven Isis. Luego, el rey y la sacerdotisa se dirigieron a la terraza del Gran Dios, donde el
ka
de los servidores de Osiris participaba de su inmortalidad.

—Hete aquí en el lindero del camino de fuego, Isis. Muchos no han regresado. ¿Has evaluado el riesgo?

—Majestad, ¿esta andadura podría contribuir a la curación de la acacia?

—¿Cuándo lo comprendiste?

—Poco a poco, y de modo difuso. No me atrevía a reconocerlo, pues temía ser víctima de la ilusión y la vanidad. Si mi compromiso sirve a Abydos, ¿no habré vivido el más feliz de los destinos?

—Que la lucidez sea tu guía.

—Todavía falta el oro verde de Punt. Consultar con los archivos me ha permitido hacer un descubrimiento: no el emplazamiento concreto de la tierra divina, sino el medio de conocerlo durante la fiesta del dios Min. Si el personaje que detenta esa clave figura entre los participantes, habrá que convencerlo para que hable.

—¿Deseas encargarte tú de ello?

—Haré lo que pueda, majestad.

Sentado en el umbral de una capilla, el sacerdote permanente Bega tenía los nervios a flor de piel. ¿Se atrevería a ir hasta allí su cómplice Gergu? ¿Escaparía a la vigilancia de los guardias?

Oyó ruido de pasos. Alguien se acercaba con un pan de ofrenda.

Gergu lo depositó ante una estela que representaba a una pareja de iniciados en los misterios de Osiris.

—No quiero mostrarme —dijo Bega—. ¿Qué ocurrió en Nubia?

—Los nubios han sido aplastados, el Anunciador ha desaparecido.

—¡Es… estamos perdidos!

—No sospechan ni de Medes ni de mí, y nuestro trabajo ha satisfecho por completo al faraón. Además, no hay nada que pruebe la muerte del Anunciador. Medes sigue convencido de que reaparecerá. Hasta nueva orden, prudencia absoluta. ¿Qué hay de interesante por tu parte?

—El faraón y la sacerdotisa Isis hablaron largo rato. Ella dirigirá una delegación que participará en la fiesta de Min.

—Eso no tiene importancia.

—¡Al contrario! Isis ha realizado pacientes investigaciones, y supongo que ha encontrado una pista. Gracias al oro de Nubia, la acacia está mejor. ¿No esperará la sacerdotisa obtener un elemento decisivo durante las ceremonias organizadas en Coptos?

Coptos, ciudad minera donde se compraba y vendía toda clase de minerales procedentes del desierto… Gergu no dejaría de transmitir a Medes la información. ¿Procurarían a Isis otra forma de oro durante la fiesta del dios?

El rey reveló al conjunto de los permanentes y los temporales de Abydos que Nubia, pacificada ahora, se convertía en un protectorado. Sin embargo, ninguna de las medidas que garantizaban la seguridad del territorio sagrado de Osiris sería levantada, pues la amenaza terrorista no había desaparecido. Las fuerzas armadas permanecerían en el terreno y seguirían llevando a cabo un severo filtro, hasta que no hubiera peligro.

Tras recibir del monarca la orden de permanecer a bordo del navío almirante, Iker no podía apartar su mirada del paraje de Abydos, que contemplaba por primera vez, tan cercano y tan inaccesible. ¡Cómo le hubiera gustado descubrir el dominio del señor de la resurrección, guiado por Isis, explorar los templos y leer los antiguos textos! Pero no se desobedecía al faraón. Y éste no lo consideraba digno aún de cruzar aquella frontera.

En el muelle apareció Isis, hermosa, aérea y sonriente. Iker bajó por la pasarela.

—¿Queréis visitar el barco?

—Claro está.

La precedió sin dejar de volverse. ¿Realmente lo seguía?

Se dirigieron a la proa, a la sombra de un parasol.

—¿Deseáis sentaros, una bebida, un…?

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