El libanés recogió las informaciones.
Ahora, su portero le servía de agente de contacto. A diferencia del aguador, sólo se relacionaba con un restringido número de terroristas, que difundían luego sus consignas.
Tras el éxito del Anunciador en Abydos y la desaparición de Iker, habría que actuar más de prisa.
Gracias a la curación del árbol de vida, cuyo follaje brillaba al sol, el dominio de Osiris olvidaba la opresiva atmósfera que, antaño, ponía los corazones en un puño.
Aunque las medidas de seguridad se hubieran mantenido, más temporales tenían acceso al paraje, y eran una apreciable ayuda para los permanentes.
Rumiando su malhumor, Bega seguía engañando a sus colegas. Lo consideraban austero, serio y por completo entregado a su alta función. Y ni sus palabras ni su comportamiento permitían adivinar sus verdaderos sentimientos.
Pese a algunos períodos de desaliento, Bega alimentaba su voluntad de venganza. Sólo ella le permitía soportar las humillaciones.
Al cruzar el umbral de su modesta morada en la que nadie estaba autorizado a entrar, tuvo la certeza de una presencia.
—¿Alguien se ha permitido…?
—Yo —respondió un sacerdote de gran estatura, imberbe, con la cabeza afeitada y vestido con una túnica de lino blanco.
Bega no conocía a aquel hombre, pero su voz no le resultaba extraña. Cuando sus enrojecidos ojos llamearon, se pegó a la pared.
—Sois… sois…
—Shab ha suprimido a un temporal —reveló el Anunciador—. Y yo he tomado su lugar.
—¿Os han visto entrar en mi casa?
—Relájate, amigo mío, por fin ha llegado tu hora. Quiero saberlo todo de Abydos, antes de que llegue Iker.
—¡Iker, aquí!
—Hijo real, amigo único y enviado especial de Sesostris, gozará de plenos poderes. Tal vez intente reformar el colegio de sacerdotes y sacerdotisas.
Bega palideció.
—¡Descubrirá el tráfico de estelas y mis vínculos con Gergu!
—No tendrá tiempo.
—¿Cómo podría impedírselo?
—Eliminándolo.
—¿En pleno dominio de Osiris?
—¡Es el lugar ideal para asestarle un golpe fatal a Sesostris! El rey piensa en Iker para que reine. No es consciente de ello, pero se ha convertido en el zócalo sobre el que se levanta el porvenir del país. Al destruirlo, socavaremos los fundamentos del reino. Incluso ese faraón de colosal estatura se derrumbará.
—El paraje está muy vigilado, la policía y el ejército…
—Están en el exterior y yo en el interior. Shab y Bina no tardarán en reunirse conmigo. Sin ignorar nada de lo que aquí ocurre, estaremos en una posición claramente ventajosa. Esta vez, ningún milagro podrá salvar a Iker.
La separación había sido desgarradora. Ni
Viento del Norte
ni
Sanguíneo
querían despedirse de su dueño, a pesar de sus explicaciones. También Sekari intentó tranquilizarlos, pero los dos animales manifestaron un nerviosismo desacostumbrado, como si desaprobaran el viaje del hijo real.
—No puedo conciliar el sueño —reconoció éste—. En vez de un paraíso, tal vez Abydos sea mi infierno. En primer lugar está la probable negativa de Isis; luego, esa misión condenada al fracaso.
La intervención de Sobek impidió a Sekari consolar a su amigo.
—Me indican que se han producido dos agresiones en los barrios populares y tres conatos de incendio. Tantos incidentes no pueden ser fruto de la casualidad.
—La organización del Anunciador está despertando —afirmó Sekari.
—Pues va a romperse los dientes —prometió Sobek—. Mientras mis hombres llevan a cabo investigaciones oficiales, ¿podrías hacer que tus oídos estuvieran un poco en todas partes?
—Cuenta conmigo.
El jefe de policía acompañó hasta el puerto al hijo real.
Satisfecho de la calidad y la cantidad de los efectivos puestos a disposición de Iker, Sobek asistió a la partida de su barco, precedido y seguido por navíos militares.
En proa, el hijo real no disfrutaba de la belleza del paisaje. Tenía la sensación de estar navegando entre dos mundos, sin poder regresar a aquel del que procedía y sin conocer nada de aquel al que se dirigía. Los acontecimientos vividos desde su terrorífico viaje en
El Rápido
regresaban a su memoria. Varios enigmas se habían aclarado, pero el misterio principal, el del «Círculo de oro» de Abydos, permanecía.
No lejos de la ciudad osiriaca, los arqueros corrieron hacia estribor.
—¿Qué ocurre?
—¡Una barca sospechosa! —respondió el capitán—. Si no se aparta de inmediato, dispararemos.
Iker divisó a un pescador atemorizado, incapaz de maniobrar.
—Esperad —exigió el hijo real—. ¡Ese pobre desgraciado no supone ninguna amenaza!
—Las órdenes son las órdenes. Ese tipo se ha aproximado demasiado, y no debéis correr el menor riesgo.
Hirsuto, Shab
el Retorcido
recogió la red y se alejó. Quería probar la capacidad de reacción de la escolta y aprovechar un eventual descuido, dispuesto a sacrificar su vida para suprimir la del enemigo. Lamentablemente, no había fallo alguno. Regresó al lugar de contacto con Bega.
El muelle estaba atestado de soldados, policías, sacerdotes y sacerdotisas temporales que llevaban ofrendas. También estaban presentes todos los administradores, nerviosos ante la idea de acoger al enviado del faraón. Nadie conocía exactamente cuál era la misión del nuevo amigo único, precedido por una reputación de decidido e incorruptible. El relato de sus hazañas en Asia y en Nubia demostraba una insólita determinación. Los más optimistas pensaban en una simple visita protocolaria, mientras se asombraban por la ausencia del Calvo, muy poco diplomático.
En cuanto Iker apareció en lo alto de la pasarela, lo evaluaron.
De sobria elegancia, no tenía un aspecto tan temible, pero el porte y la mirada imponían respeto. Bajo su reserva se advertía un auténtico poder. Los halagadores, despechados, se tragaron su letanía de cumplidos.
Tocada con una amplia peluca que disimulaba buena parte de su rostro y maquillada con habilidad, Bina se había hecho irreconocible. En la base de un ramo de flores que pensaba ofrecer al recién llegado había dos agujas invisibles impregnadas de veneno. Al tomarlo en su mano, el hijo real se pincharía y agonizaría entre atroces sufrimientos.
A Bina no le importaba ser detenida, puesto que una sola idea la obsesionaba: vengarse de aquel Iker que la había traicionado pasándose al bando de Sesostris y luchando contra el dios verdadero, el del Anunciador. Se quitaría la peluca y escupiría a la cara del hijo real, para que supiera de dónde procedía el castigo.
El comandante de las fuerzas especiales acantonadas en Abydos saludó al enviado del rey.
—Permitidme, príncipe, que os desee una excelente acogida. Voy a llevaros al palacio que ocupa el faraón cuando reside aquí.
Varias muchachas blandieron sus ramilletes. El de Bina, en primera fila, era soberbio.
Iker quiso acercarse para cogerlo, pero el comandante se interpuso.
—Lo siento, son las normas de seguridad.
—¿Qué puede temerse de estas flores?
—Mis órdenes son estrictas. Seguidme, os lo ruego.
Puesto que no deseaba provocar un escándalo, Iker se limitó a saludar a las portadoras de los ramos.
A Bina le costó contener la rabia. Quería correr, alcanzar al hijo real, clavarle las agujas en la espalda… Pero, lamentablemente, era imposible cruzar el cordón de seguridad.
Abydos… ¡Abydos se le abría, pues! Sin embargo, Iker no veía nada. Mientras no hubiera hablado con Isis, no estaría en ninguna parte.
Ella lo aguardaba en el umbral de palacio.
El más sensible y el más refinado de los poetas no habría conseguido describir su belleza. ¿Cómo evocar la finura de sus rasgos, el fulgor de su mirada, la dulzura de su rostro y su regio porte?
—Bienvenido, Iker.
—Perdonadme, princesa. El faraón me ha comunicado quién erais y…
—¿Os sentís decepcionado?
—Mi desvergüenza, mi audacia…
—¿Qué audacia?
—He osado amaros, y…
—Estáis hablando en pasado.
—¡No, oh, no! Si supierais…
—¿Y por qué no voy a saberlo?
La pregunta hizo enmudecer a Iker.
—¿Deseáis visitar vuestros aposentos? Pedidme cuanto necesitéis.
—¡Sois la hija del faraón, no mi sierva! —protestó Iker.
—Quiero convertirme en tu esposa, formar contigo una pareja indisoluble, como la unidad, y moldear una vida única que el tiempo y las pruebas no destruyan.
—Isis…
La tomó en sus brazos.
Fue el primer beso, la primera comunión de los cuerpos, el primer abrazo de las almas.
Fue también el primer sufrimiento que experimentó el Anunciador, cuyas garras de halcón laceraron su propia carne. Ver cómo se constituía aquella pareja le resultaba insoportable. Manchado con su sangre, se juró a sí mismo que pondría fin a aquella unión que comprometía su victoria final. No le concedería a Iker la menor posibilidad de supervivencia.
(1)
La actual Naplusa.
(2)
53 x 82 metros.
(3)
Indicaciones dadas por el capítulo 398 de los «Textos de los sarcófagos» (según la traducción francesa de Paul Barguet).
(4)
A 245 kilómetros al sur de Abydos.
(5)
Es decir, aproximadamente, 78 metros, 26 metros y 8 metros.
(6)
Dieciséis codos = 8,32 metros.
(7)
La palabra «farmacéutico» procede del egipcio
pekheret net heka
, «preparación, remedio del mago».
(8)
Kha-kau-Ra
, uno de los nombres de Sesostris.
(9)
Aniba, a 250 kilómetros al sur de Asuán.
(10)
Akh, user, ba, sekhem
.
(11)
Estela de Semna-Oeste.
(12)
O cinco, o siete, según otras versiones del juego.
(13)
Der-uetiu
, también llamada
iken
.
(14)
Uaf-khasut
.
(15)
80 x 49 metros.
(16)
El hombre justo se convierte en el Osiris de su mujer justa, en la Osiris de su nombre.
(17)
Más del mil años después de su muerte, Sesostris III todavía era venerado en Nubia.
(18)
2,08 metros.
(19)
El
grauwacke
o
greywacke
.
CHRISTIAN JACQ, nació en París en 1947. Se doctoró en Egiptología en la Sorbona. Obtuvo el Premio de la Academia francesa con
El Egipto de los grandes faraones
. Gran conocedor y enamorado de Egipto, ha escrito numerosas obras de divulgación histórica que ponen al alcance del gran público la civilización egipcia, como es el caso de
Las egipcias
y
La sabiduría viva del antiguo Egipto
. Ha publicado con un éxito rotundo la trilogía
El juez de Egipto
, compuesta por las novelas
La pirámide asesinada
,
La ley del desierto
y
La justicia del visir
, una pentalogía dedicada a Ramsés, la tetralogía
La Piedra de Luz
, la trilogía
La Reina Libertad
, los dos primeros volúmenes de la tetralogía
Los misterios de Osiris
y
La masonería
.