Cuando comenzaba a correr, la flecha de un arquero, que se negaba a dejar escapar al sospechoso, le rozó la sien. El aguador perdió el equilibrio y no llegó a la cornisa, chocó violentamente contra la pared y cayó sin conseguir controlarse. Al dar contra el adoquinado, se rompió la nuca.
—Está muerto, jefe —advirtió un policía.
—Quince días de calabozo para el indisciplinado que ha transgredido mi orden. Registra el cadáver.
Ni el menor documento.
Una vez más, se había cortado el hilo.
—Os solicitan urgentemente en palacio —advirtió un escriba—. Confirmación oficial: llega el hijo real.
En presencia de una corte muda de estupefacción, Sesostris dio un abrazo a Iker.
—Te revisto de estabilidad, de permanencia y de consumación —declaró el faraón—, te otorgo la alegría del corazón y te reconozco como amigo único.
A partir de aquel instante, Iker pertenecía a la Casa del Rey, el reducido círculo de los consejeros del monarca.
El joven, conmovido, sólo pensaba en sus nuevos deberes.
Deseando felicitar al amigo único y alabar sus innumerables cualidades entre dos copas de vino, los habituales de las recepciones oficiales quedaron muy decepcionados, puesto que el faraón y el hijo real abandonaron a los cortesanos y se retiraron al jardín de palacio. Se sentaron en un quiosco cuyas columnas lotiformes se adornaban con cabezas de Sejmer, la diosa leona. En lo alto del tejado, un uraeus coronado por un sol.
—Desconfía de tus íntimos y de tus subordinados —le recomendó el rey a Iker—. No tengas confidente alguno, no confíes en ningún amigo. El día de desgracia, nadie estará a tu lado. Aquel al que hayas dado mucho te odiará y te traicionará. Cuando te tomes un pequeño descanso, que tu corazón, y sólo tu corazón, vele por ti.
La severidad de aquellas palabras sorprendió al joven.
—Esa desconfianza no puede aplicarse a Isis, majestad, ni siquiera Sekari.
—Sekari es tu hermano, Isis tu hermana. Juntos habéis superado temibles pruebas y se han establecido especiales vínculos entre vosotros.
—¿Ha regresado a Abydos?
—Debe experimentar el oro de Punt.
—¡Así pues, el árbol de vida estará pronto salvado!
—No antes de que Isis haya recorrido el camino de fuego. Y nadie sabe si regresará viva.
—Tantas exigencias, majestad, tantas…
—Está en juego la suerte de nuestra civilización, hijo mío, no un destino individual. Lo que ha nacido morirá; lo que nunca ha nacido no morirá. La vida brota de lo no creado y se desarrolla en la acacia de Osiris. Materia y espíritu no están disociados, al igual que entre el ser y la sustancia primordial de la que se forma el universo. Lo mental establece fronteras entre los reinos mineral, vegetal, animal y humano. Sin embargo, cada uno de ellos manifiesta una potencia creadora. Del océano de energía procede una llama que Isis tendrá que apaciguar. Descubrirá en ella la materia prima, en el corazón de Nun, y conocerá el instante en que la muerte no había nacido aún.
—¿Dispondrá de las fuerzas necesarias? —se inquietó Iker.
—Utilizará la magia, el poder de la luz, capaz de desviar los golpes del destino y luchar eficazmente contra el
isefet
. Tendrá que desplegar el pensamiento intuitivo, que elaborar las fórmulas de creación y vencer la esterilidad viendo más allá de la apariencia y de lo concreto. El saber es analítico y parcial; el conocimiento, global y radiante. Por fin, Isis tendrá que transmitir lo que perciba, modelar sus palabras como un artesano moldea la madera y la piedra. La palabra justa contiene el verdadero poder. Cuando seas llamado para sentarte en el consejo, sé silencioso, evita la cháchara. Habla sólo si aportas una solución, pues formular es más difícil que cualquier otro trabajo. Coloca en tu lengua la buena palabra, entierra la tuya en lo más profundo de tu vientre, y aliméntate de Maat.
—Gracias a su intuición, ¿no combate Isis activamente al Anunciador?
—Es perfectamente consciente de la importancia de su misión. El Anunciador quiere imponer una creencia dogmática, fechada y revelada de una vez por todas. Así, los humanos quedarán encerrados en una prisión, sin ninguna posibilidad de salir de ella, pues ni siquiera verán los barrotes. Ahora bien, la creación se renueva a cada instante, y todas las mañanas renace un nuevo sol al que la celebración de los ritos arraiga en Maat. Creer en lo divino sigue siendo afectivo. Conocerlo, experimentarlo, formularlo, recrearlo diariamente por medio de una civilización, un arte, un pensamiento, son las enseñanzas de Egipto. Su clave principal sigue siendo Osiris, el ser perpetuamente regenerado.
—¿No podría yo ayudar a Isis?
—¿Acaso no lo has hecho ya, yendo a Punt?
—Ella conducía el navío y sabía cómo encontrar el oro verde. A su lado, el miedo desaparece y la oscura ruta se ilumina.
—¿No te recomienda Isis que la olvides?
—Sí, majestad, por la terrorífica prueba que va a sufrir en Abydos. Ahora sé que se trata del camino de fuego. O desaparece o la acoge el «Círculo de oro».
—No te engaña.
—Tanto en un caso como en el otro, la pierdo.
—¿Por qué no renuncias a ella?
—¡Imposible, majestad! En cada etapa, en cada peligro, ella está presente. Desde nuestro primer encuentro, la amé con ese amor total que no se limita a la pasión y construye una vida entera. Sin duda pensáis que sólo la exaltación de la juventud me dicta estas palabras, pero…
—Si lo pensara, ¿crees que te habría nombrado amigo único?
—¿Por qué me mantenéis apartado de Abydos, majestad?
—Tu formación debe llegar a término.
—¿Y está lejos aún ese término?
—¿Tú qué crees?
—Vuestras enseñanzas, y no la curiosidad, me arrastran hacia Abydos. Allí se encuentra lo esencial. Si me desviara, ya no sería vuestro hijo.
—Abydos sigue estando en gran peligro, pues los fracasos del Anunciador no le impiden hacer daño. El árbol de vida sigue siendo su objetivo.
—¡El oro curativo lo derribará!
—Ojala tengas razón, Iker. Serás uno de los primeros en advertirlo, en compañía del Calvo y de Isis, siempre que vuelva sana y salva del camino de fuego.
—¿Queréis decir que…?
—Muy pronto te confiaré una misión oficial, que te llevará al dominio sagrado de Osiris. Como amigo único, me representarás allí.
Tanta felicidad hizo que a Iker le diera vueltas la cabeza. Casi en seguida, la angustia lo empujó a insistir.
—Percibo los motivos profundos de vuestra decisión sobre Isis, majestad. Sin embargo…
—No es mi decisión, Iker, sino la suya. También el Calvo intentó disuadirla. Ella no renuncia nunca. Desde su infancia, no acepta las cosas a medias. En vez de permanecer en la corte y llevar una existencia tranquila, de acuerdo con su rango, eligió el camino de Abydos, con sus peligros y sus exigencias espirituales.
Una loca idea pasó por la cabeza de Iker.
—Majestad, si observáis a Isis desde su infancia, eso significa que…
—Soy su padre, ella es mi hija.
El hijo real y amigo único habría querido que se lo tragara la tierra.
—Perdonad mi falta de respeto, majestad. Yo… yo…
—No te reconozco, Iker. ¿Qué ha sido del aventurero que no vacila en arriesgar su vida para descubrir la verdad? Amar a mi hija no es ningún delito. Que tú seas campesino, escriba o dignatario no tiene importancia alguna. Sólo cuenta la decisión de Isis.
—¿Cómo osaré ahora dirigirme a ella?
—Que las divinidades le permitan llegar hasta el final del camino de fuego. Cuando te dirijas a Abydos, y si ha sobrevivido, nadie te impedirá hablar con ella. Entonces, sabrás.
Desde la desaparición del aguador, su mejor agente, el libanés era incapaz de probar bocado. No había régimen más drástico, es cierto, pero habría preferido adelgazar en otras circunstancias.
—Conociéndolo, murió sin hablar —le dijo al Anunciador.
—De lo contrario, la policía estaría ya aquí.
—Nuestros contactos se han desbaratado, señor, nuestras células están aisladas y reducidas a la inacción, me he quedado sin mi mejor hombre. Y eso, por no hablar de la interrupción del comercio clandestino que financiaba nuestro movimiento.
—¿Acaso dudas de nuestro éxito final, mi fiel amigo?
—¡Me gustaría tanto responderos negativamente!
—Valoro tu sinceridad y comprendo tu angustia. Sin embargo, todo sucede de acuerdo con mi plan, y tus inquietudes no tienen fundamento. Nuestro único objetivo es Abydos y los misterios de Osiris. ¿Por qué voy a preocuparme de un hatajo de cananeos y de nubios? Un día u otro se convertirán. No tiene importancia alguna que Sesostris los someta. Se agota manteniendo el orden y teme, a cada instante, ser atacado tanto por el norte como por el sur. Nuestras maniobras de distracción han funcionado admirablemente, ocultando el verdadero objetivo.
—¿No dispone el faraón del oro capaz de salvar la acacia de Osiris?
—Sí, un auténtico éxito, lo admito. Sin embargo, si Sesostris espera una curación total, quedará decepcionado.
El portero avisó a su patrón.
—Un visitante. Procedimiento correcto.
—Que entre.
Medes se quitó la capucha. A pesar de su regreso a tierra firme, no tenía mejor aspecto que el libanés. Ver de nuevo al Anunciador lo animó.
—Siempre he creído en vos, yo…
—Lo sé, mi buen amigo, no lo lamentarás.
—Las noticias son execrables. La policía peina la ciudad y realiza múltiples interrogatorios. Es imposible reanudar nuestro tráfico con el Líbano, pues el Protector está reorganizando el conjunto de los servicios aduaneros. Y lo peor, Iker ha traído el oro verde del país de Punt. Ahora es amigo único.
—Notable carrera —observó el Anunciador, impávido.
—Ese muchacho me parece muy peligroso —estimó Medes—. Según el último decreto real, próximamente acudirá en misión oficial a Abydos, donde representará al monarca. Suponed que descubre las actividades ocultas de Bega… Ese sacerdote no tendrá el valor de callar. Hablará de Gergu, y Gergu hablará de mí.
—Tú sabrás callar —declaró el Anunciador.
—¡Sí… sí, no lo dudéis!
—Ilusionarse conduce al desastre. Nadie podría resistir un interrogatorio de Sobek. Gergu y tú, bajo la dirección del libanés, restableceréis los vínculos entre nuestros fieles y provocaréis disturbios esporádicos en Menfis. Así, el faraón advertirá que seguimos siendo activos incluso en la capital.
—¡Es un riesgo demasiado alto, señor!
—¿Acaso los confederados de Set temen el peligro? Recuerda la señal que llevas grabada en la palma de la mano.
De espaldas a la pared, Medes quiso saber algo más.
—¿Dónde estaréis vos durante esta distracción?
—En el lugar de la lucha final: Abydos.
—¿Por qué no concentrasteis vuestros esfuerzos en ese paraje?
¿No sería duramente castigada la insolencia de Medes?, se preguntó el libanés. Pero el Anunciador no se lo tuvo en cuenta.
—Tenía que dar un golpe fatal, y la víctima adecuada no estaba aún dispuesta a recibirlo.
—¿De quién estáis hablando?
—Del joven escriba, hoy hijo real y amigo único, capaz de escapar a la voracidad del dios del mar, llegar a la isla del
ka
y sobrevivir a mil y un peligros. Al mandarlo a Abydos, Sesostris sin duda le confía una misión de la mayor importancia. Que el faraón en persona sea hoy intocable no me importa en absoluto. Lo destruiremos por medio de su heredero espiritual, pacientemente formado y preparado para sucederlo. El rey no conseguirá sustituirlo. Iker espera hallar la felicidad en el dominio sagrado de Osiris y alcanzar el conocimiento de los misterios. Pero le espera la muerte y, con ella, el naufragio de Egipto.
—Todo el mundo puede equivocarse —le dijo Sobek a Iker—. Siendo rencoroso, comprendería tu frialdad para conmigo. Tu reciente ascenso no me convertirá en una fuente de excusas. Si fueras un simple obrero, me comportaría del mismo modo. Sólo tu conducta y tus actos me obligan a reconocer mis errores.
El hijo real dio un abrazo al jefe de la policía.
—Tu rigor fue ejemplar, Sobek, y nadie tiene derecho a reprochártelo. Tu amistad y tu estima son magníficos presentes.
Aquel hombre rudo no pudo ocultar su emoción. Poco acostumbrado a los testimonios de fraternidad, prefirió hablar de su oficio.
—A pesar de la muerte del aguador, no estoy tranquilo. Era un pez gordo, es cierto. Pero hay otros mucho más gordos.
—Detendrás a los jefes de la organización, estoy convencido de ello.
Un escriba solicitó la opinión de Iker sobre un expediente delicado, luego otro, y otro más. Finalmente, el hijo real consiguió escapar de ellos y se dirigió a casa del visir, que era el encargado de comunicarle sus nuevas funciones en el interior de la Casa del Rey.
Por el camino, el joven se cruzó con un cálido Medes.
—¡Mis más sinceras felicitaciones! Tras tantas hazañas, Iker, vuestro nombramiento resulta una recompensa merecida. Naturalmente, los eternos envidiosos chismorrearán. Pero ¡no importa! Tengo a vuestra disposición el texto del decreto que os autoriza a penetrar en el territorio sagrado de Osiris. ¿Se ha decidido la fecha de vuestra partida?
—Todavía no.
—¡Por fortuna, esta misión será menos peligrosa que las anteriores! Yo espero no volver nunca a Nubia. El país carece de encanto, el barco me enferma. Sobre todo, no vaciléis en solicitar mis servicios, si os son necesarios.
Al empezar la cena, Sekari miró a Iker de un modo extraño.
—Qué raro… Pareces casi normal. ¡Es sorprendente, tratándose de un amigo único! ¿Aceptas que te dirija la palabra?
Iker le siguió el juego y adoptó un aspecto pausado.
—Tal vez deberías olisquear el suelo en mi presencia. Pensaré en ello.
Los dos amigos soltaron una carcajada.
—Cuando abandone Menfis, te confiaré a
Viento del Norte
y a
Sanguíneo
.
—Excelentes auxiliares, ascendidos y condecorados tras su brillante campaña en Nubia —recordó Sekari—. ¿Por qué separarse de ellos?
—Debo ir solo a Abydos. Luego, si las cosas van bien, se reunirán conmigo.
—Abydos… Por fin lo conocerás.
—Dime la verdad: ¿sabes quién es Isis?
—Una joven y hermosa sacerdotisa.
—¿Nada más?
—Es ya notable, ¿no?