El Camino de las Sombras (34 page)

Feir abrió de par en par la puerta delantera. Kylar miró de un mago a otro, atónito por la brusquedad de su despedida.

—Vete —insistió Feir—. ¡Vete!

Kylar salió corriendo a la noche.

Durante un largo rato, Feir lo observó alejarse. Escupió. Con la vista todavía puesta en las profundidades de la noche, dijo:

—¿Qué es lo que no le has contado?

Dorian emitió un tembloroso suspiro.

—Él morirá. Pase lo que pase.

—¿Cómo cuadra eso?

—No lo sé. A lo mejor ese chico no es lo que esperábamos.

Capítulo 35

Kylar corría, pero la duda era más rápida. El cielo empezaba a iluminarse por el este y la ciudad daba sus primeras señales de vida. Las posibilidades de topar con una patrulla eran escasas, sobre todo porque Kylar tuvo la sensatez de evitar las vías con tiendas para ricos que, por algún motivo, veían patrullas con más frecuencia que las calles de establecimientos pobres. Aun así, no sabría qué decir si lo paraban los guardias. «Es que he salido a dar un paseíllo matutino con ropa gris oscura, plantas ilegales, un pequeño arsenal y la cara embadurnada de ceniza.» Ya.

Fue frenando hasta caminar. El local de Mama K no quedaba ya lejos, de todas formas. ¿Qué estaba haciendo? ¿Obedecer a un loco y a un gigante? Casi veía el vir elevándose desde los brazos de Dorian, una imagen que le revolvió el estómago. Quizá no fuera un loco. Sin embargo, ¿qué sacaban ellos del asunto? Las únicas personas que Kylar conocía que hacían cosas solo porque era su deber eran los Drake, y los tenía por la excepción a la regla. En el Sa'kagé, en la corte, en el mundo real, la gente hacía lo que más le convenía.

Feir y Dorian no habían negado que tuvieran otros motivos para acudir a Cenaria, pero sin duda actuaban como si él fuese lo más importante. ¡Se habían comportado como si de verdad creyeran que él cambiaría el curso del reino! Era una locura. Aun así, los había creído.

Si no fueran más que unos mentirosos, ¿no habrían intentado decirle lo maravilloso que sería todo si mataba a Blint? ¿O en eso mismo se apreciaba que eran más listos que la mayoría de los mentirosos? Tal como lo había explicado Dorian, daba la impresión de que Kylar lo perdería todo hiciera lo que hiciese. ¿Qué clase de adivino hacía semejante vaticinio?

Pese a todo, Kylar se descubrió al trote una vez más, y después corriendo, por lo que asustó a una lavandera que estaba llenando sus cubos de agua. Paró ante la puerta de Mama K y de repente volvió a sentirse incómodo. La maestra de los placeres siempre se acostaba tarde y se levantaba temprano pero, si en algún momento del día era seguro que estaría en la cama, era en ese. Era el único momento de la jornada en que su puerta estaría cerrada. «Maldita sea, toma una decisión de una vez.»

Kylar llamó con discreción, reprendiéndose por ser un cobarde pero decidiendo aun así que se iría si no contestaba nadie.

La puerta se abrió casi al instante. La doncella de Mama K parecía casi tan sorprendida como Kylar. Era una anciana en camisón y con un chal sobre los hombros.

—Caramba, buenos días, mi joven señor. Vaya pinta traes. No podía dormir, no paraba de pensar que se nos había acabado la harina por algún motivo, aunque lo comprobé anoche mismo, no sé por qué no podía quitarme de la cabeza que había desaparecido toda. Justamente pasaba por delante de la puerta para echar un vistazo cuando has llamado... Oh, por los doce pezones de Arixula, estoy parloteando como una vieja chocha.

Kylar abrió la boca, pero era imposible colar una palabra en las fisuras del monólogo de la ex prostituta, ni siquiera de canto.

—«Lo mejor para mí sería un golpe certero en la cabeza y al río conmigo, señora», le digo yo siempre, y ella se ríe de mí. Ay, si volviera a ser joven, aunque solo fuera un momentito, para ver cómo ponías la cara de tonto que provocaba yo antes. En mis tiempos estos viejos pellejos hacían que los hombres se estiraran para fijarse. La gente se empotraba contra las paredes porque no podía apartar la vista. En aquellos tiempos, verme en mi ropa de noche... claro que no llevaba trapos de vieja como estos, tampoco, aunque si me pusiera el tipo de prendas que lucía entonces, me temo que asustaría a los niños. Hace que eche de menos...

—¿Está despierta Mama K?

—¿Qué? Ah, pues mira, creo que sí. Últimamente no duerme tranquila, la pobre. A lo mejor una visita le sienta bien. Aunque creo que fue una visita de ese tal Durzo lo que la tiene de los nervios. A su edad es difícil, pasar de lo que ha sido ella a ser como yo. Ya tiene casi cincuenta años. Me recuerda a...

Kylar se abrió paso por su lado y subió la escalera. Ni siquiera estaba seguro de que la anciana se hubiese dado cuenta.

Llamó y esperó. No hubo respuesta. Por los resquicios de la puerta se adivinaba un poco de luz, sin embargo, de modo que abrió.

Mama K estaba sentada de espaldas a él. Dos velas casi consumidas proporcionaban la única iluminación del cuarto. Apenas se movió al oírlo entrar. Al final, se volvió poco a poco hacia él. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, como si llevase toda la noche en vela y llorando. «¿Llorando? ¿Mama K?»

—¿Mama K? Mama K, estás hecha una pena.

—Siempre has sabido decirle a las damas la palabra exacta.

Kylar entró en la habitación y cerró la puerta. Fue entonces cuando reparó en los espejos. El espejo de al lado de la cama en el que se maquillaba, su espejito de mano y hasta su espejo de cuerpo entero, todos destrozados. En el suelo centelleaban los añicos a la luz de las velas.

—¿Mama K? ¿Qué pasa aquí?

—No me llames así. No vuelvas a llamarme nunca por ese nombre.

—¿Qué pasa?

—Mentiras, Kylar —dijo ella, bajando la vista a su regazo, con la cara medio oculta en sombras—. Mentiras bonitas. Mentiras que he llevado puestas tanto tiempo que ya no recuerdo qué hay debajo.

Se volvió. Se había desmaquillado media cara. El lado izquierdo de su rostro estaba libre de cosméticos por primera vez desde que Kylar la conocía. La hacía parecer vieja y ajada. Unas finas arrugas surcaban las facciones, antes delicadas y ahora solo pequeñas y duras, de Gwinvere Kirena. Unas marcadas ojeras le conferían una vulnerabilidad fantasmal. El efecto que causaban media cara perfectamente acicalada y la otra media al natural era ridículo, feo, casi cómico.

Kylar fue demasiado lento en disimular su asombro, aunque nunca había podido ocultar gran cosa a Mama K, pero ella pareció regodearse en la herida.

—Daré por sentado que no has venido solo a contemplar al monstruo de feria. ¿Qué quieres, Kylar?

—No eres un monstruo...

—Responde a la pregunta. Sé qué aspecto tiene un hombre con una misión. Vienes buscando mi ayuda. ¿Qué necesitas?

—Mama K, maldita sea, deja de...

—¡No, maldito seas tú! —La voz de Mama K chasqueó como un látigo. Después sus ojos dispares se suavizaron y miraron más allá de Kylar—. Es demasiado tarde. Esto lo escogí yo. Maldito sea él, pero tenía razón. Yo escogí esta vida, Kylar. He escogido cada paso. No conviene cambiar de puta a medio polvo. Vienes por Durzo, ¿no es así?

Kylar se dio unos golpecitos en la frente con los nudillos, descolocado, aunque no tanto como para confundir la expresión de Mama K. Decía: «No me discutas». Kylar se rindió. ¿Estaba allí por Durzo? Bueno, era un punto de partida tan bueno como cualquier otro.

—Dijo que va a matarme si no encuentro el ka'kari de plata. Ni siquiera sé realmente lo que es.

Mama K respiró hondo.

—Llevo años intentando convencerle de que te lo cuente —dijo—. Se fabricaron seis ka'kari para los campeones de Jorsin Alkestes. Las personas que usaban los ka'kari no eran magos, pero los ka'kari les conferían unos poderes propios de ellos. Y no de magos débiles como los de hoy en día, no; magos de los de hace siete siglos. Tú eres lo que ellos eran. Eres un ka'karifer. Naciste con un agujero en tu Talento que solo un ka'kari puede cruzar.

Mama K y Durzo sabían todo eso, ¿y no se lo habían contado hasta ahora?

—Ah, muy bien, gracias. ¿Puedes indicarme dónde queda la tienda de artefactos mágicos más cercana? ¿Alguna que haga descuentos para ejecutores? —preguntó Kylar—. Aunque esas cosas existieran, estarían en poder de los magos, en el fondo del océano o algo por el estilo.

—Algo por el estilo.

—¿Me estás diciendo que sabes dónde está el de plata?

—Míralo de este modo —dijo Mama K—. Eres un rey. Logras hacerte con un ka'kari, pero no puedes usarlo. A lo mejor nadie de tu confianza puede. ¿Qué haces? Guardarlo para el día de mañana o para tus herederos. A lo mejor nunca dejas escrito lo que es porque sabes que la gente rebuscará entre tus posesiones cuando mueras y robará tus tesoros más valiosos, de modo que planeas contárselo a tu hijo algún día, antes de que suba al trono. De un modo u otro, sin embargo, como suele pasarles a los reyes, consigues que te maten antes de poder tener esa charla. ¿Qué pasa con el ka'kari?

—El hijo lo hereda.

—Exacto, y no sabe lo que es. Quizá incluso sepa que es importante, que es mágico, pero, como bien has dicho, también sabe que si se lo cuenta a los magos, ellos se lo quitarán a él o a sus herederos tarde o temprano. De modo que lo guarda y lo mantiene en secreto. Con el paso de las generaciones, se convierte en una joya más del tesoro real. Para cuando han transcurrido setecientos años, ha cambiado de manos docenas de veces, pero nadie tiene ni idea de qué es. Hasta que, un día, el rey dios de Khalidor exige un tributo que incluye una joya en concreto y un rey conocido por su estupidez le regala esa misma joya a su amante.

—Quieres decir...

—Acabo de enterarme hoy mismo de que el Nono le regaló a la duquesa de Jadwin el ka'kari de plata, el Orbe de los Filos. Parece una joya pequeña con un extraño brillo metálico, como un diamante con un toque de plateado. Resulta que también es una de las joyas favoritas de la reina Nalia. Ella cree que se ha perdido y está furiosa, así que mañana por la noche el rey mandará a alguien de su confianza, no sé a quién, para recuperarlo. Mañana por la noche los Jadwin celebran una fiesta, de modo que el ka'kari estará a tiro. Ni guardias de la Corona, ni magos ni cámara del tesoro salvaguardada con magia. O bien la duquesa de Jadwin lo llevará puesto, o bien estará en su habitación. Kylar, tienes que entender lo que está en juego. Se supone que los ka'kari eligen a sus propios amos, pero los khalidoranos creen que podrían forzar un enlace por medios mágicos. Si tienen éxito... Imagina el caos que sembraría un rey dios si pudiera vivir para siempre.

La idea provocó un hormigueo en la nuca de Kylar.

—Lo dices en serio, ¿no es así? ¿Se lo has contado a Durzo?

—Durzo y yo... Ahora mismo no me siento muy inclinada a ayudar a Durzo. Pero hay más, Kylar. No soy la única que sabe todo esto. —La angustia desfiguró sus facciones, y apartó la vista.

—¿Qué quieres decir?

—Khalidor ha contratado a alguien para conseguirlo. Así es como mis espías se enteraron del asunto. Se supone que el trabajo será un robo limpio.

—¿Se supone?

—Han contratado a Hu Patíbulo.

—Nadie contrataría a Hu para un robo limpio. Ese hombre es un carnicero.

—Lo sé —dijo Mama K.

—Entonces, ¿quién es su muriente?

—Elige tú. La mitad de los nobles del reino estarán presentes. Tu amigo Logan ha aceptado la invitación, quizá estará el príncipe. Esos dos parecen inseparables, y mira que son como la noche y el día.

—Mama, ¿quién es tu espía? ¿Puedes conseguirme una invitación?

Mama K le dedicó una sonrisa misteriosa.

—Mi espía no puede ayudarte, pero conozco a alguien que sí. En realidad, a pesar de todos mis esfuerzos, tú también la conoces.

Capítulo 36

Kylar se había acercado a hombres a plena luz del día y a menos pasos de la guardia de la ciudad para matarlos. Se había arrastrado bajo una mesa mientras un gato lo arañaba y los centinelas buscaban intrusos en la habitación. Había tenido que esconderse en una cuba de vino mientras el catador de un noble escogía la botella apropiada para la cena. Había esperado a un metro de un horno a fuego vivo después de envenenar un estofado mientras un cocinero rumiaba al lado qué especia habría echado de más para darle ese sabor tan raro.

Sin embargo, nunca había estado tan nervioso.

Contempló consternado la estrecha puerta de servicio que veía a lo lejos. Iba a hacerse pasar por un mendigo que suplicaba un pedazo de pan. Llevaba el pelo lacio y grasiento, ensuciado con ceniza y sebo. Tenía la piel correosa y morena, las manos sarmentosas y artríticas. Para llegar hasta esa puerta, debía superar a los centinelas de la alta entrada de la villa.

—Oye, abuelo —dijo un guardia retaco armado con una alabarda—, ¿qué es lo que quieres?

—He oído que mi niñita está aquí. La señorita Cromwyll. Esperaba que pudiera encontrar un mendrugo para mí, no más.

Eso despertó al otro centinela, que solo le había dedicado una mirada fugaz.

—¿Qué has dicho? ¿Eres familia de la señorita Cromwyll? —El aire protector que emanaba el hombre, que debía de tener casi cuarenta años, era palpable.

——No, no, no es mía —explicó Kylar, sacando una risa ronca—. Solo una vieja amiga.

Los guardias se miraron.

—¿Quieres ir a buscarla y sacarla aquí a estas horas del día y con la que hay montada para esta noche? —preguntó Retaco.

El otro sacudió la cabeza y, con un gruñido, empezó a cachear a Kylar con repugnancia.

—Te juro que algún día me pegará los piojos un vagabundo de estos de la señorita Cromwyll.

—Ya, pero la chica lo merece, ¿eh que sí?

—No te pones tan tiernote cuando cacheas tú a los mendigos, Birt.

—Bah, cállate.

—Adelante. La cocina está por allí —le dijo a Kylar el centinela más mayor—. Birt, te paso muchas por alto, pero como vuelvas a decirme que me calle, vas a catar esta bota en...

Kylar avanzó poco a poco hacia la cocina fingiendo una rodilla entumecida. Los centinelas, pese a su parloteo, eran profesionales. Sostenían sus armas como si supieran qué hacer con ellas y, aunque no habían descubierto su disfraz, no habían descuidado su deber de cachearlo. Tanta disciplina no presagiaba nada bueno para él.

Aunque se tomó su tiempo en el trayecto para memorizar el trazado de los terrenos, la distancia no era ni mucho menos suficiente. Los Jadwin eran duques desde hacía cinco generaciones, y su mansión una de las más bellas de la ciudad. La villa tenía vistas al río Plith y directamente al Castillo de Cenaria. Justo al norte estaba el Puente Real de Oriente, cuyo uso ostensible era el militar, aunque se rumoreaba que el rey lo utilizaba más a menudo para sus escapadas nocturnas. Si la dama Jadwin era de verdad la amante del rey, la villa de su familia no podía disponer de mejor acceso. Además, el rey obligaba al marido a viajar por todo Midcyru en unas misiones diplomáticas que nadie salvo el duque tenía por más que pura farsa.

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