Read El Camino de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
Solon tendría que haberse fijado antes, por supuesto. Los campesinos nunca llevaban manga larga en los arrozales. Sin embargo, no cayó en la cuenta hasta que estuvo a menos de veinte pasos del carretero. El vürdmeister soltó las riendas del caballo, juntó las muñecas y un fuego verde descendió por su vir con un rugido y le llenó las dos manos. Golpeó una muñeca contra la otra y el fuego de brujo salió chisporroteando hacia delante.
El chorro mágico alcanzó al guardia que estaba a la izquierda de Solon y lo atravesó de parte a parte. El conjuro estaba ideado para fundirse en capas como un carámbano a medida que perforaba a los hombres. Tenía el diámetro de una cabeza al atravesar al primero, el de un puño al llegar al segundo y el de un pulgar cuando alcanzó al tercero. En un instante los tres estaban muertos, las llamas devoraban su carne y ardían en la sangre que derramaban los caídos como si fuese aceite.
Un segundo más tarde, dos chorros de fuego más alcanzaron a los guardias desde ambos lados; dos vürdmeisters más, uno en cada margen de la carretera, lanzaron la muerte al seno de la compañía. Cayeron otros tres hombres.
Quedaban Solon, el duque de Gyre y dos guardias. Decía mucho de la disciplina de los hombres que reaccionaran siquiera, pero Solon sabía que estaban perdidos. Un guardia arrancó al galope por la derecha. El duque de Gyre y el otro soldado cargaron hacia la izquierda, lo que dejaba a Solon a cargo del vürdmeister del camino.
Solon no se movió. El vürdmeister había planeado la emboscada de forma que les sobrase tiempo para arrojar dos o tres bolas de fuego de brujo. Doce espadachines no eran rivales para tres brujos.
No había tiempo de sopesar las consecuencias. No había tiempo siquiera de absorber y convertir en magia el sol que caía sobre los arrozales. Solon recurrió directamente a su glore vyrden y lanzó tres chispas diminutas por los aires. Volaron raudas como flechas y de algún modo lograron evitar al duque y sus guardias. Los dos vürdmeisters estaban acumulando sendas bolas de fuego verde una vez más cuando las chispas, ninguna mucho mayor que una uña, les tocaron la piel.
No eran letales ni muchísimo menos. Solon no tenía magia suficiente para vérselas a solas con un vürdmeister, y mucho menos con tres a la vez. Sin embargo, las chispas los sobresaltaron. Un pequeño susto, pero suficiente para tensar sus músculos por un segundo y romperles del todo la concentración. Antes de que se recobraran, tres espadas cayeron sobre ellos con la fuerza entera de tres caballos al galope y de tres brazos endurecidos en el campo de batalla, y los dos brujos de los flancos murieron.
La última chispa que habían soltado los dedos de Solon era para el brujo del camino, que pudo bloquearla. En realidad más que bloquearla la apagó como una vela: la chispa voló hacia él y luego murió, como si fuese una ramita ardiendo lanzada al océano.
Su contraataque fue un chorro de fuego que avanzó disparado hacia Solon con el fragor y la furia de una llamarada de dragón.
No había manera de bloquearlo. Se tiró de la silla de montar y lanzó otra chispa mientras caía al suelo y salía rodando de la carretera.
El brujo ni siquiera se molestó en apagar la chispa, que le pasó a más de tres metros por un lado. Se volvió, domeñando una lengua de fuego de casi quince metros como si fuera un ser vivo y moviéndolo en sus manos para que siguiera a Solon.
La chispa alcanzó al caballo en el ijar. El viejo animal ya estaba aterrorizado por la sangre, el ruido y el resplandor del fuego antinatural. Pegó un tirón al carro y después piafó y se puso a dar coces.
Con el rugido de las llamas, el vürdmeister no llegó a oír siquiera el relincho del caballo. En un momento estaba dirigiendo el caudal de fuego terraplén abajo hacia Solon, y al siguiente un casco le golpeó en la espalda. Cayó de bruces, consciente tan solo de que la situación se había torcido mucho. Jadeó y se volvió para ver al caballo recobrar el equilibrio. Entonces animal y carro le pasaron directamente por encima y lo aplastaron contra la carretera.
Solon salió del agua y el fango del arrozal mientras el caballo galopaba como no debía de haberlo hecho en diez años. Su propia montura estaba muerta, por supuesto, con el cráneo hecho una ruina humeante y el cuerpo medio destrozado, apestando a pelo quemado y carne asada.
Quedaban unos rescoldos de fuego de brujo en los cuerpos de su escolta. Solon los vio apagarse. El fuego de brujo se propagaba a una velocidad terrorífica, pero únicamente duraba unos diez segundos.
«¿Diez segundos? ¿Solo ha pasado ese tiempo?»
Un sonido de cascos devolvió a Solon a la realidad. Alzó la vista hacia el duque de Gyre, que lo miraba con rostro impasible y duro.
—Eres un mago —dijo el duque.
—Sí, mi señor —confesó Solon con pesar.
El guión ya estaba escrito, firmado por el silencio de Solon. El duque no tenía elección. Ante una sorpresa de ese calibre, un hombre más astuto habría fingido estar al corriente de que Solon era mago; así podría haber decidido qué hacer con él más adelante. El duque de Gyre era demasiado directo para eso. En ello radicaba su fuerza y su debilidad.
—Y has estado informando sobre mí a otros magos.
—Solo... solo a amigos, mi señor. —Solon sabía que el argumento era débil y lo hacía sonar débil a él por esgrimirlo, pero no concebía que todo fuera a desaparecer sin más. Su amistad con Regnus, esos diez años de servicio, sin duda todo aquello merecía algo más.
—No, Solon —dijo el duque de Gyre—. Los vasallos leales no espían a sus señores. Hoy me has salvado la vida, pero llevas años traicionándome. ¿Cómo has podido?
—No fue...
—A cambio de mi vida, te concedo la tuya. Parte. Quédate uno de los caballos y vete. Si vuelvo a verte la cara, te mataré.
«Quédate con él —había dicho Dorian—. Su vida depende de ello. Un reino depende de ello. Por una palabra tuya, o un silencio, un rey hermano yace muerto.» Lo que nunca le había dicho era cuánto tiempo tenía que servir a su señor de Gyre, ¿verdad? Solon hizo una profunda reverencia ante su amigo y cogió las riendas que le tendía Gurden, quien parecía demasiado atónito para sentir emoción alguna. Solon montó y dio la espalda al señor de Gyre.
«¿Hoy he salvado Cenaria o la he condenado?»
La tarde de Kylar había sido frenética. Había tenido que conseguir que Logan consiguiese que otra persona le consiguiera una invitación, y después, cuando había intentado dar con Durzo, solo había encontrado la habitual nota lacónica: «Trabajo». Durzo no solía dar a Kylar muchos detalles sobre sus encargos, pero de un tiempo a esa parte el joven se sentía cada vez más excluido, como si su maestro intentase crear un espacio entre ellos para facilitar la muerte de Kylar llegado el momento.
La ausencia de Durzo no era desafortunada del todo. Kylar no tuvo que confesarle que, de un plumazo, había hablado con Elene, había metido la pata y probablemente había reforzado la seguridad en la villa de los Jadwin. El nuevo problema era que, como le había dicho a Logan que iría a la fiesta, tendría que asistir sin disfrazar pero, como le había dicho a Elene que acudiría, ella denunciaría su presencia de inmediato.
Por eso había ido en carruaje, aunque lo normal en un joven noble soltero sería llegar a caballo. El carruaje paró a la puerta y Kylar entregó a Birt su invitación. El centinela no lo reconoció, por supuesto. Se limitó a revisar con atención la tarjeta e indicarle que entrara. Kylar se alegró de ver al mismo guardia. Que siguiera vigilando la puerta significaba que los Jadwin no tenían suficientes hombres para relevar al turno de la mañana y proteger la fiesta al mismo tiempo. Quizá no habían creído a Elene. Al fin y al cabo, ¿cómo iba a saber nada una sirvienta sobre conspiraciones y ejecutores?
Iba a salir del carruaje cuando se quedó paralizado. El vehículo que quedaba directamente enfrente del suyo estaba abierto, y de él bajaba un hombre delgado como una caña. Era Hu Patíbulo, vestido de la cabeza a los pies con cuero y sedas color chocolate, como un gran señor, y la melena rubia peinada, resplandeciente, enmarcando la sonrisa desdeñosa de quien se sabe superior a quienes le rodean. Kylar volvió a meterse en el carruaje a toda prisa. De modo que era cierto. Contó hasta diez y entonces, temeroso de que su cochero se preguntara qué hacía y tal vez llamara la atención sobre él, salió de nuevo. Vio desaparecer a Hu en la casa. Siguió sus pasos, volviendo a enseñar la invitación a los centinelas de la gigantesca puerta de roble blanco.
—¿Así que el vejestorio te ha dado permiso? —preguntó el príncipe Aleine.
Logan miró a su amigo, al otro lado de la larga mesa llena a rebosar de todas las exquisiteces con que los Jadwin pretendían impresionar a sus invitados. La mesa estaba cerca de una de las paredes del inmenso gran salón, decorado con mármol blanco y madera de roble también blanco. Sobre el fondo monocromo, los nobles formaban un remolino de colores. Varios de los hecatonarcas, o sacerdotes de los cien dioses, más influyentes del reino se mezclaban vestidos con sus túnicas abigarradas entre los invitados. Una banda de juglares ataviados con capas vistosas se disputaba la atención de los asistentes con los señores y las señoras de mayor o menor alcurnia. Terah de Graesin se había presentado en la anterior fiesta importante, dos semanas atrás, con un vestido rojo escandalosamente escotado y corto de vuelo. Terah ocupaba el octavo puesto en la línea de sucesión al trono, después del príncipe, las hijas de Gunder, Logan y su propio padre, el duque de Graesin, y adoraba la atención que le granjeaba su posición. Su atrevimiento había desencadenado una nueva moda, de manera que esa semana todos los vestidos eran rojos o se atrevían a mostrar más pierna, pecho o ambas cosas que la mayoría de las prostitutas. Eso no incomodaba a Terah de Graesin, quien de algún modo lograba parecer glamurosa en vez de ordinaria. Muchas mujeres no tenían tanta suerte.
—He hablado con el conde esta maña... —decía Logan cuando lo silenciaron unos pechos que pasaban por delante. No, no unos pechos. Los pechos. Eran perfectos. Sin asomar demasiado pero de inmejorables proporciones, pasaron flotando ante sus ojos sostenidos por el abrazo vaporoso de un tejido que se regocijaba de aferrarse a aquellas curvas núbiles. Logan ni siquiera le vio la cara a la mujer. Cuando pasó de largo, sus ojos descendieron las dulces curvas de unas caderas contoneantes y atisbaron unas pantorrillas esbeltas y musculosas.
—¿Y? —preguntó el príncipe. Miró a Logan a la expectativa, sosteniendo un plato con pequeñas muestras de todos los manjares de la mesa—. ¿Qué ha dicho?
Logan se puso colorado. Demasiado tiempo en el campo. Aunque en realidad no era del todo por eso. Sus ojos parecían independientes por completo de su cerebro, como controlados desde otra parte. Siguió avanzando al ritmo de la cola, intentando recordar de lo que hablaba, con el plato aún vacío después de rechazar varias delicias flambeadas, escarchadas o en fricasé.
—Me ha dicho... ¡Hombre, mi favorito! —Logan se lanzó a amontonar fresas en su plato; cogió un cuenco y lo llenó de chocolate fundido.
—No sé lo que habrá dicho el conde Drake, pero me da la impresión de que no ha sido «Hombre, mi favorito» —dijo el príncipe Aleine, con una ceja alzada—. Si te ha dicho que no, no debes avergonzarte. Todo el mundo sabe que el conde Drake está un poco ido. Su familia se mezcla con plebeyos.
—Ha dicho que sí.
—Ya te lo decía yo, está un poco ido —dijo el príncipe. Sonrió y Logan se echó a reír—. ¿Cuándo le pedirás matrimonio?
—Mañana. Será mi cumpleaños. Entonces nadie podrá impedírmelo.
—¿Lo sabe Serah? —preguntó el príncipe.
—Sospecha que podría pedírselo pronto, pero cree que necesito algo de tiempo para consolidar la posición de mi familia y hablar del tema antes con mis padres.
—Bien.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Logan.
Habían llegado al final de la larga mesa. El príncipe se acercó a él.
—Yo también quería hacerte un regalo de cumpleaños. Sé lo que sientes por Serah y lo respeto, pero Logan, eres hijo de un duque. Mañana te convertirás en uno de los hombres más poderosos del reino, detrás solo de los otros dos duques y de mi familia. A mi padre le encantaría que te casases con Serah, y los dos sabemos por qué. Si lo haces, alejarás a tu familia del trono durante dos generaciones.
—Alteza —dijo Logan, incómodo.
—No, es verdad. Mi padre te tiene miedo, Logan. Aquí te admiran, te respetan, hasta te reverencian. Que te hayas pasado fuera seis meses al año no te ha distanciado, como esperaba mi padre. En lugar de eso te ha vuelto un personaje de romance. Un héroe que parte a luchar por nosotros en las fronteras y mantiene a raya a los khalidoranos. El rey te tiene miedo, pero yo no, Logan. Sus espías te miran y no dan crédito a que seas lo que aparentas: un erudito, un guerrero y un amigo leal del príncipe. Son conspiradores, de modo que ven conspiraciones. Yo veo un amigo. No faltan quienes desean destruir a tu familia por cualquier medio, Logan, y a mí no me cuentan sus planes... pero no lo permitiré. De hecho, haré todo lo que pueda por impedirlo. —Bajó la vista y se sirvió un plátano frito de una bandeja—. Esta noche he venido a hacerle un favor a mi padre. A cambio, me ha prometido concederme cualquier cosa que le pida. Cualquier cosa.
—Será un buen favor —dijo Logan.
El príncipe hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—Su estúpida majestad regaló a su amante la joya favorita de mi madre. He venido a recuperarla. Eso es lo de menos. ¿Conoces a mi hermana?
—Pues claro. —Jenine estaba en la fiesta, en alguna parte. Solían describirla como «risueña»: muy guapa, y muy quinceañera.
—Está loca por ti, Logan. Lleva dos años enamorada de ti. No te le caes de la boca.
—Estás de broma. Apenas he cruzado dos palabras con ella.
—¿Y qué? —dijo el príncipe—. Es una chica estupenda. Es guapa, y más que lo será, y ha heredado la inteligencia de mi madre. Sé lo importante que es eso para ti, mi vituperante amigo.
—Yo no soy vituperante —protestó Logan.
—¿Lo ves? Yo ni siquiera sé si lo eres o no. Solo he soltado el palabro más gordo que conozco. Pero Jeni lo sabría.
—¿Qué me estáis diciendo exactamente, alteza?
—Jenine es mi regalo de cumpleaños, Logan. Si la quieres. Cásate con ella. Me basta una palabra tuya.
Logan estaba atónito.