Read El Camino de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—Os diré por qué estamos aquí. ¡Estamos aquí porque los cabrones que asesinaron a mi hijo no van a detenerme! No acabarán conmigo. ¡No me impedirán que haga lo que me venga en gana!
El general supremo Agón parecía alarmado. Aleine IX había pasado del plural mayestático a la primera persona del singular. Debía de haber bebido más de lo que aparentaba.
—Y os diré lo que viene en gana a vuestro soberano. Hay conspiradores, intrigantes, ¡traidores!, hoy aquí. ¡Sí! Y os lo juro, traidores, ¡moriréis! —El rey se había puesto púrpura de rabia—. Sé que estáis aquí. ¡Sé lo que estáis haciendo! ¡Pero os vais a joder, jodidos traidores!
«Hombre, mira quién ha aprendido una palabra nueva.»
—¡No, siéntate, Brant! —gritó el rey cuando el general se levantó.
Los nobles guardaban un atónito silencio.
—Algunos de vosotros nos habéis traicionado con Khalidor. ¡Habéis asesinado a nuestro príncipe! ¡Habéis matado a mi niño! ¡Logan de Gyre, en pie!
Serah Drake se sentaba casi al fondo del salón, como correspondía a su rango pero, incluso desde tan arriba, Durzo distinguió el terror de sus facciones. Creía que el rey iba a ordenar la ejecución pública de Logan, y no era la única.
Logan de Gyre se levantó, afectado. Era apuesto y popular entre los nobles y el pueblo llano además de, por lo que Durzo tenía entendido, un hombre formidable.
—Logan —gritó el rey—, has sido acusado de la muerte de mi hijo. Y aun así aquí estás, esta noche, ¡de celebración! ¿Mataste a mi hijo?
Varios nobles lanzaron exclamaciones de angustia y gritaron que Logan jamás participaría en algo semejante. Los soldados del rey parecían asustados. Buscaron con la mirada al capitán Arturian, esperando instrucciones. Su capitán les hizo un gesto con la cabeza, y dos guardias se situaron junto a Logan.
«Bueno —pensó Durzo, que por fin había llegado directamente encima de la mesa de honor donde comían el rey y Logan—, si las amenazas no hacen que Kylar quiera matarme, esto lo hará. Los inocentes siempre pierden.»
—¡Dejad que hable él! —rugió el rey. Soltó una sarta de maldiciones y la gente se calló. La tensión podía cortarse con un cuchillo.
Logan habló alto y claro.
—Majestad, vuestro hijo era mi amigo. Niego todas las acusaciones.
El rey guardó silencio durante un largo instante. Después dijo:
—Os creo, duque de Gyre. —Se volvió hacia los nobles—. El señor de Gyre ha sido hallado inocente a nuestros ojos. Logan de Gyre, ¿serviréis a vuestro país a cualquier precio?
Durzo se quedó quieto, tan atónito como los nobles.
—Lo haré. —Logan hablaba con claridad, pero había una tensión evidente en su cara. Tenía la mirada fija en Serah Drake.
«¿Qué demonios pasa?» Aquello tenía toda la pinta de estar preparado.
—Siendo así, señor de Gyre, os declaramos príncipe de la corona de Cenaria y anunciamos vuestro matrimonio de esta tarde con nuestra hija Jenine. Logan de Gyre, seréis nuestro heredero hasta el momento en que nazca un vástago de nuestra casa real. ¿Aceptáis este deber y este honor?
—Lo acepto.
La aprensión que se respiraba en el gran salón dio paso a la incredulidad y luego al sobrecogimiento.
Jenine de Gunder se situó junto a Logan, evidenciando sus quince años en lo incómoda que parecía. Durzo oyó un gritito de Serah Drake, que se tapó la boca con las manos y luego salió corriendo. Sin embargo, nadie aparte de él y de Logan se dio cuenta, ya que mientras ella salía por la puerta estalló un vítor que se extendió con rapidez a todas las gargantas.
El rey apuró su copa y los nobles se le unieron brindando por Logan.
—¡Príncipe de Gyre! ¡Príncipe de Gyre! ¡Logan de Gyre!
El rey se sentó, pero los vítores continuaban. Todos los ojos estaban puestos en Logan y Jenine. El rey parecía irritado. Que los nobles coreasen «príncipe de Gyre» en vez del tradicional «príncipe Logan» podría deberse a que no estaban acostumbrados a tratarlo por el nombre de pila, pero también era un recordatorio de que Logan no era un Gunder... y a todo el mundo le parecía fantástico.
Logan, con elegancia aunque algo envarado, aceptó el aplauso y saludó a sus amigos con la cabeza, antes de enrojecer cuando su flamante esposa le cogió la mano. La cara de Jenine ardió de vergüenza por su propia osadía y la adoración que le inspiraba su marido. A los nobles les encantó. Sin embargo, cuanto más rugía el clamor de la aprobación, más irritado parecía el rey.
Y aun así las aclamaciones se prolongaron. Los sirvientes aplaudían. Los soldados vitoreaban. Era como si los nobles sintieran que se retiraba un nubarrón negro de sus futuros. Más de uno comentaba: «¡Qué gran rey será Logan de Gyre!». Resonaban los hurras.
Aleine de Gunder se estaba poniendo púrpura de nuevo, pero nadie le prestaba la menor atención.
—¡Príncipe de Gyre! ¡Príncipe de Gyre!
—¡Larga vida al príncipe de Gyre! ¡Hurra!
El rey se puso en pie de un salto, hecho una furia.
—¡Idos ya! Id a consumar este matrimonio —gritó a Logan, que no estaba ni a cinco pasos. El general supremo Agón se levantó, pero el rey lo apartó de un empellón.
Logan miró a Aleine, anonadado. Los nobles se callaron.
—¿Estás sordo? —chilló el rey—. ¡Vete a follarte a mi hija!
La princesa palideció. Logan también. Luego ella se puso roja, muerta de vergüenza. Parecía desear que la tierra se la tragase. Al mismo tiempo, una furia a duras penas controlada se apoderó de las facciones de Logan como una ola carmesí. Los guardias de honor situados a cada lado de él parecían estupefactos. Durzo se preguntó si el rey se había vuelto loco.
Los nobles no emitían ni un sonido. Nadie osaba respirar siquiera.
—¡Fuera! ¡Largaos! A follar. ¡A FOLLAR! —chilló el rey.
Tembloroso, enfurecido, Logan apartó la vista y sacó a su esposa del salón. Los guardias, nerviosos, los siguieron.
—Y el resto de vosotros —continuó el rey—: mañana lloraremos a mi hijo, y os juro que descubriré quién le mató, ¡aunque tenga que colgaros a todos uno detrás de otro!
El rey se sentó de golpe y rompió a sollozar como un crío. Durzo se había quedado paralizado durante toda la escena. Los nobles parecían desconcertados, horrorizados. Se sentaron poco a poco, observando al rey en silencio.
Durzo pensaba a toda velocidad. Roth no había previsto aquello. Era imposible. Sin embargo, estaba seguro de que Roth se encontraba en el castillo, quizá en ese mismo salón. El guardia de uno de los nobles de segunda fila era quien debía dar la señal en su nombre. Si se quitaba el casco, el golpe quedaba cancelado.
Eso le daba un momento para digerir lo que acababa de pasar; no la locura del rey, sino el matrimonio de Logan. Era una intriga brillante. Ahora, si mataban al rey, en vez de quedar cuatro Casas con iguales aspiraciones a la corona mientras Logan de Gyre se pudría en las Fauces, a todas luces él ocuparía el trono. Con su reputación y el apoyo de los Gunder, conseguiría la obediencia de las casas nobiliarias más deprisa incluso de lo que la había logrado el rey actual.
Era una maniobra brillante, pero llegaba demasiado tarde. Roth tenía hombres repartidos por todo el castillo y probablemente no podía permitirse volver a intentarlo más tarde. Si el golpe se hubiese planeado para el día siguiente, el matrimonio de Logan podría haberlo cambiado todo. Dada la situación, la única diferencia sería que añadirían a Logan y Jenine a la lista de quienes debían morir.
Tras esperar un poco, Durzo comprobó que Roth compartía su razonamiento. Un criado se acercó al guardia encargado de la señal y habló con él. El soldado asintió y mantuvo las manos alejadas del casco. El golpe seguía adelante.
Los cambios que Roth tuviera que hacer al plan original incluirían ahora matar al príncipe Logan de Gyre, que por otro lado sería fácil de encontrar en la aislada torre norte. Roth probablemente querría encargarle esa tarea a Durzo, pero él no tenía intención de darle la oportunidad al khalidorano. Haría lo que había prometido, pero no mataría al amigo de Kylar.
Durante el primer plato, los nobles ya habían comido los conejos que Durzo había preparado. Llevaba un año agregándoles cicuta en la comida. La dosis presente en cada porción era lo bastante pequeña para que no surtiera efecto a menos que los comensales hubiesen probado también los estorninos de aperitivo. En menos de media hora, los nobles empezarían a sentirse mal; el envenenamiento por cicuta arrancaba con bastante suavidad. Primero las piernas perderían la sensibilidad, aunque como mucho las notarían un poco pesadas. Al poco, la sensación se extendería hacia arriba. Entonces comenzarían los vómitos. Cualquiera lo bastante desafortunado para haber repetido empezaría a sufrir convulsiones.
Ahora lo complicado era controlar los tiempos. El envenenamiento no era una ciencia exacta, y en el momento menos pensado alguien podía darse cuenta de que pasaba algo. Durzo debía actuar antes de que eso sucediera.
Ató un extremo de su cuerda a la viga. Era de seda negra: astronómicamente cara, pero la más fina y menos visible que poseía. Se ajustó el arnés que había diseñado de manera específica para esa misión, pasó la cuerda por las anillas y se dejó caer por el borde.
Tras detener su balanceo agarrándose a la viga, Durzo bajó la vista hacia su objetivo. Tenía al rey directamente debajo. Pegó las rodillas al pecho y se dobló hacia delante. El arnés se le clavó en los hombros y soltó cuerda para deslizarse hacia el suelo de cabeza.
Ahora los tiempos eran cruciales. Con una mano aguantaba la cuerda. Ajustando su posición y tensión contra el arnés, podía descender rápidamente hacia el suelo o pararse sin esfuerzo. Cuando se moviera, tendría que hacerlo con celeridad. El estaba envuelto en sombras y resultaba casi invisible, pero no podía camuflar la cuerda.
En un salón tan gigantesco, alguien se fijaría en una cuerda que se mecía por encima del rey como si sostuviera un peso. Los guardias reales eran buenos. Vin Arturian se aseguraba de ello.
Con la otra mano, sacó dos minúsculas bolitas. Ambas eran compuestos de diversas setas. Había podido hacerlas muy pequeñas, pero tardarían en disolverse y para ese trabajo no podía usar polvos.
Los nobles seguían callados. El rey apenas lloraba ya, pero se dio cuenta de que sus invitados lo observaban.
—¿Qué miráis? —gritó. Los maldijo largo y tendido—. ¡Es el banquete de bodas de mi hija! ¡Bebed, malditos! ¡Hablad! —El rey volvió a apurar su copa.
Los nobles fingieron que conversaban, pero pronto ese fingimiento dio paso a un hervidero de conjeturas. Durzo supuso que se preguntaban si el rey habría perdido la cabeza. Él mismo se hacía la pregunta.
Se preguntó qué pensarían después de que Aleine de Gunder bebiera su siguiente copa de vino.
Llegó un sirviente y llenó la copa del rey. El copero real dio un sorbo primero y paladeó el vino. Después pasó la copa al monarca, que la dejó sobre la mesa con un golpe.
—Majestad —dijo el general supremo Agón, a su izquierda—, ¿podemos hablar un momento?
El rey se volvió y Durzo empujó la cuerda hacia delante. Cayó como un rayo. A tres metros por encima de la mesa, tiró de la cuerda y se detuvo con una sacudida. Tres metros seguían siendo mucha distancia para lanzar algo tan ligero, pero había practicado. Sin embargo, la cuerda se torció al tensarse y, de repente, Durzo se encontró girando sobre su eje. No muy rápido, pero girando.
Daba igual. No había tiempo para volver a intentarlo.
La primera bolita aterrizó de lleno en el centro de la copa del rey. La segunda dio en el borde y salió rebotada. Rodó unos centímetros por la mesa junto al plato del rey.
Durzo sacó otra bolita sin ponerse nervioso y la dejó caer con puntería. Acertó.
El rey cogió la copa y estaba a punto de beber cuando el general Agón dijo:
—Majestad, puede que ya hayáis bebido suficiente. —Estiró el brazo para quitarle la copa al rey.
Durzo no perdió tiempo esperando a ver qué hacía el monarca. Se sacó un tubito de la espalda y miró más allá de Agón, hacia el mago real Fergund Sa'fasti. Lo vio, pero la cuerda lo hizo girar antes de que pudiera disparar con la cerbatana.
Su intención era darle en la espinilla. Esperaba que la cicuta hubiera insensibilizado lo suficiente las piernas del mago para que ni siquiera notase el pinchazo. Sin embargo, en la siguiente rotación no pudo apuntar bien porque el rey y el general supremo estaban gesticulando con pasión.
«¡Malditas túnicas!» Los ropajes del mago dejaban apenas quince centímetros de su pantorrilla a la vista. Durzo dio otra vuelta y se olvidó del disparo a la espinilla. Fergund había movido los pies y Durzo solo tenía un dardo, impregnado con una sustancia secreta khalidorana desconocida para él que supuestamente anulaba la capacidad mágica del mago.
Sopló por la cerbatana y el dardo se clavó en el muslo del mago.
Vio un fugaz destello de irritación en la cara de Fergund, que empezó a bajar la mano hacia su muslo... hasta que lo zarandeó por el hombro el criado a sueldo del Sa'kagé.
—Disculpad, señor. ¿Más vino? —preguntó el sirviente al mago, mientras le arrancaba el dardo.
Era bueno. Con unas manos como esas, debía de ser uno de los mejores cortabolsas de la ciudad.
Pero claro, Roth solo usaba a los mejores.
—La tengo llena, idiota —dijo el mago—. Se supone que estás para servir el vino, no para bebértelo.
Durzo dio media voltereta y trepó a toda velocidad por la cuerda, una hazaña nada fácil siendo de seda. Descansó al llegar a la viga. No tenía ni idea de si el rey había bebido o no el vino. En todo caso, él había cumplido con su parte. Solo quedaba esperar.
—Emborrachaos como una cuba, pues —dijo Agón. No le importaba si el rey lo oía. No le importaba si el rey lo mataba.
«Justo cuando pensaba que podría tratar con él, el muy hijoputa deshonra a su propia hija y avergüenza a un hombre que ha renunciado a todo lo que ama para servir al trono.»
Agón había podido convencer al rey del matrimonio entre Logan de Gyre y Jenine de Gunder, pero el monarca detestaba la idea. Estaba celoso del aspecto y la inteligencia de Logan, celoso de la aprobación que generaba su decisión y furioso porque a Jenine le había encantado la idea de casarse con el joven, en lugar de resignarse a ella.
Con todo, si algo había hecho bien Agón en sus diez años al servicio de ese malcriado engendro del infierno, fue convencerlo de que nombrase a Logan príncipe heredero.