El Círculo de Jericó (2 page)

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Authors: César Mallorquí

Si deseas más información, por ejemplo mis influencias y opiniones sobre el género, ahí van:

Mis autores «clásicos» preferidos son Bester, Cordwainer Smith, Simak, Sturgeon y Fredric Brown (seguidos muy de cerca por Shecley, Kuttner, el primer Bradbury y, parcialmente, Clarke).

De los escritores posteriores me quedo con Disch, lan Watson, Zelazny, George R.R. Martin, así como el Gibson de sus primeros cuentos y
Neuromante
(el resto de su producción me ha decepcionado).

De entre todos estos autores, y de entre todos los autores de CF que hay y ha habido, creo que sólo dos han conseguido con su obra aportar algo nuevo a la literatura en general. Por supuesto hay un montón de autores y obras de gran calidad, pero yo me refiero a escritores que hayan conseguido crear algo distinto, no sólo en el campo de la CF, sino en el mundo de las letras. Esos dos escritores son Cordwainer Smith y Alfred Bester (el Alfred Bester que escribió en la década de los cincuenta).

Ahora bien, debo reconocer que cada vez veo menos clara la diferencia que pueda existir realmente entre CF y literatura fantástica. Parte de mis relatos se dedican, precisamente, a explorar la «zona de nadie» que existe entre ambos géneros. En general, creo que la CF es en realidad una técnica distinta para escribir fantasía. Sé que esto es discutible, y no vamos a perder el tiempo discutiéndolo, pero si lo aceptamos como hipótesis de trabajo, podré afirmar lo siguiente:

El más grande innovador escritor de CF/Fantasía es Jorge Luis Borges.

Porque creo que Borges es un autor de relatos fantásticos que escribe con técnica de ciencia ficción (o de «erudición ficción», que vendría a ser lo mismo).

De modo que, suponiendo que pueda reconocer mis auténticas influencias literarias, diría que son éstas:

Escritores de CF/Fantasía: Borges, Bester, Simak y Brown.

Escritores de literatura general: los humoristas ingleses, en particular Evelyn Waugh, Wodehouse y Richmal Crompton (sí, sí, la autora de las aventuras de Guillermo); Mark Twain, Jack London, Gabriel García Márquez, Antonio Machado, Enrique Jardiel Poncela, Auster, Conan Doyle, Kipling, Heller, Harris, Fernández Flores... En fin, un batiburrillo en el que no vale la pena seguir hurgando. En cuanto a las influencias extraliterarias: Hergé, el dibujante de Tintín. No es broma, le considero uno de los mejores narradores del siglo XX, aunque reconozco que no puedo ser objetivo.

Otras influencias: Orson Welles, Hawks, Ford, Kubrick y el cine en general, la pintura holandesa del XVII, el movimiento romántico, la cocina vasco-navarra y catalana, la arquitectura gótica y modernista, la música celta, Bach, Pink Floyd, la antropología, Graves, Marvin Harris, el estudio de las religiones (desde una perspectiva agnóstica y con particular interés por el sincretismo), la cinofilia (de cinos, perro)... como ves, de todo un poco.

Ah, sí y la informática: sin los procesadores de textos creo que no hubiera vuelto a escribir.

Envidias aparte, y limitándose a glosar la última frase, sólo por haber contribuido a que César Mallorquí vuelva a escribir, la informática merece un monumento por parte de los aficionados a la ciencia ficción española.

En realidad las cartas que César Mallorquí me ha enviado para «animarme» a publicar
El Círculo de Jericó
merecerían ser incluidas en su integridad pero, si lo hiciera, esta presentación (casi autopresentación si me descuido) se haría interminable. Sólo añadiré que este
fix-up
incluye siete de los mejores relatos de la ciencia ficción española aparecidos en los años noventa:

El escritor, la muerte y el diablo
, finalista en el Premio Aznar 1994, es una clásica historia de «pacto con el diablo» al estilo de Fredric Brown y resulta incluso original y divertida. Para mí es la ganadora moral de ese premio Aznar.

El rebaño
es uno de los pocos relatos que Mallorquí no ha presentado a un premio. Por eso no ha ganado ninguno. Según parece, se escribió como un homenaje a Jack London y se confiesa deudor del relato «Vendrán lluvias suaves» en las famosas
Crónicas marcianas
de Ray Bradbury. En palabras del autor,
«El rebaño» habla de la grandeza que se esconde tras la futilidad de las tareas inútiles. Y también habla sobre la tristeza. Sobre la gran tristeza que nos produce, no ya lo que ha desaparecido para siempre, sino lo que queda, los restos de esa pérdida...

Es evidente que a César, como a mí, le gustan los perros, esos curiosos animales que saben ser fieles a una especie que tal vez no merezca tal fidelidad...

El mensaje perdido
es la primera historia del Gedeón Montoya, que protagonizó, más tarde,
La vara de hierro
. Según reconoce Mallorquí es su texto más literario y experimental, dotado de una rara atmósfera entre mítica e irónica. Como no podía ser menos, obtuvo el premio Aznar de 1991.

La pared de hielo
fue Premio Alberto Magno (convocado por la Universidad del País Vasco) en 1992 y mezcla inteligentemente ingeniería genética y religión. Mallorquí dice de él que
«es pura CF»
y se muestra
«satisfecho con su estructura narrativa, basada en constantes
flash backs
, así como en la fuerza de la historia. Creo que es uno de mis relatos con más garra»
. Está prevista su traducción al inglés en una antología de autores europeos de ciencia ficción.

Materia oscura
, reconoce Mallorquí,
«está (inconscientemente) inspirado en
El informe de Brodie
, de Borges»
. Es una historia mágica y colorista concebida como un
«divertimento»
. Obtuvo el premio Domingo Santos en la HISPACÓN de 1993. Es una de mis favoritas y de esas que recuerdo con mi mejor sonrisa.

El hombre dormido
obtuvo el segundo Premio Alberto Magno en la edición de 1993, el autor lo considera
«un homenaje a Mircea Eliade»
y es difícil su adscripción a ningún género, aunque, ¿a quién le importa eso si el resto es tan bueno?

La casa del doctor Pétalo
fue finalista en el Premio UPC de 1993 y ha sido algo retocada para esta edición, en la que alcanza su forma definitiva, la que, a mi juicio, es una de las mejores novelas de la ciencia ficción española de todos los tiempos. Para Mallorquí
«se trata de un delirio romántico (en el sentido más amplio de la palabra), inspirado por "La Bella y la Bestia". El arquetipo que es Mansión me parece un verdadero hallazgo, y creo que sus personajes son consistentes y sólidos. La protagonista, Sara Aludel, se comporta como un auténtico ser humano y Dostigres resulta ser una figura tan noble como patética»
.
La casa del doctor Pétalo
es una gran novela que, por sí sola, justifica esta edición. Con su publicación me siento liberado del grave complejo de culpa que sentí cuando no obtuvo premio en la convocatoria del premio UPC de 1993. Creo, sinceramente, que lo merecía. Si César Mallorquí puede escribir así, y si sigue haciéndolo, creo que este libro puede ser un hito importante para la ciencia ficción española de cara al siglo XX.

Finalmente,
El Círculo de Jericó
es la octava historia que sirve de marco a las otras siete y, repito, les confiere (al menos para mí) un nuevo sentido. Lo he podido comprobar personalmente al leer las otras siete narraciones (ya conocidas en mi caso) en el seno de este engarce final con el cual César Mallorquí ha configurado el que va a ser uno de los libros más importantes y decisivos de la ciencia ficción española de los años noventa y, tal vez, de todos los tiempos.

Es un orgullo incorporar un autor como César Mallorquí a NOVA CIENCIA FICCIÓN. A un cinéfilo como César no le molestará que se me escape una frase tópica:
«De casta le viene al galgo.»
Si José Mallorquí marcó y definió la ciencia ficción en España durante los años cincuenta, su hijo César ya ha marcado y definido gran parte de la ciencia ficción española de los años noventa. No conocí personalmente a José Mallorquí, pero le leía con la intensidad y la admiración que prestan la adolescencia y la primera juventud. Hoy nos hallamos en otros tiempos, con otras inquietudes y otros resultados, pero, tal vez con mayor madurez, la lectura de la obra de César Mallorquí sigue despertando en mí la admiración y la intensidad que me produjo, en otros tiempos y por otras razones, la obra de su padre.

Y, en el caso de César, su carrera tan sólo acaba de empezar. Hoy el FUTURO es suyo.

Miquel Barceló

A José Mallorquí, mi padre.

A María José, por ser como es;

y a Osear y Pablo, por interrumpirme,

mientras trabajaba con el procesador de textos,

las suficientes veces como para hacerme reflexionar

más y mejor sobre lo que estaba escribiendo.

Agradecimientos

Ningún libro es fruto exclusivo de la voluntad de su autor, y éste no escapa a esa regla. Son muchas las personas a las que debo agradecimiento por su apoyo y ayuda. En primer lugar, a José Carlos Mallorquí, mi hermano, que me animó a seguir adelante y cuyas observaciones sirvieron para mejorar algunos pasajes del libro. A Elena Álvarez, que leyó con entusiasmo los manuscritos. A Tomás Arriaga, que me dio apoyo informático. A Alberto Santos, que se empeñó en difundir mis relatos en su revista. A los miembros de la AEFCF, en particular a José Antonio Alvaro, Julián Diez, Juanma Barranquero, Susana Vallejo, Alfredo Lara y Ricard de la Casa. A Luis Alberto de Cuenca, cuya amable e indulgente crítica significó para mí un fuerte acicate; a él va dedicado el tercer capítulo de esta obra. Y, last but not least, a Miquel Barceló, no por ser mi editor, ni por su encomiable labor en pro de la literatura fantástica, sino por votarme incondicionalmente, pese a estar su empeño finalmente destinado al fracaso.

Gracias a todos. Sin vosotros, probablemente El Círculo de Jericó no existiría.

1. Las lluvias

Cada vez que veo llover recuerdo la casa del cráter. Entre sus paredes escuché las historias por primera vez. Y fue allí, en la cima de un volcán dormido, donde el azar quiso que mi camino se cruzara con los miembros del Círculo de Jericó.

El círculo existía desde hacía miles de años; o, al menos, eso aseguraba la anciana húngara. En realidad, ellos no se denominaban a sí mismos de ninguna manera. Sencillamente, eran «el círculo», así, sin mayúsculas. Pero podemos llamarlos el Círculo de Jericó, es un nombre tan bueno como otro cualquiera.

Siete eran los adeptos al círculo. Siete personajes excéntricos y casi irreales, como los siete arcángeles de Enoch, como los siete planetas alquímicos, como los siete enanitos de la princesa Blancanieves... Nunca supe con exactitud cuál era su propósito ni a qué se dedicaban.

Sí, es cierto que escuché sus palabras y que ellos intentaron, a su extraña manera, compartir conmigo el secreto que guardaban. Pero creo que en ningún momento llegué a comprenderlos realmente, pese a la larga jornada que permanecimos juntos, allí, en la casa del cráter, bajo la tormenta.

Cada vez que escucho el rítmico tabaleo de la lluvia en el tejado, recuerdo que lo único que separa la realidad de la fantasía es una línea sutil, una tenue frontera que podemos cruzar sin tan siquiera darnos cuenta.

Entonces siento miedo, y me aferró a algo sólido, a un objeto sin importancia, a una fotografía, a un libro, e intento convencerme a mí mismo de que aquello es real, consistente, y no puede deslizarse entre mis dedos como un puñado de mercurio. Pero no consigo estar seguro.. Cada vez que escucho el fragor del trueno, y el cuchillo helado del relámpago hiere mi pupila, recuerdo rostros en la oscuridad, círculos concéntricos, mansiones encantadas, tatuajes geométricos, árboles sefiróticos, selvas amazónicas, dioses crueles, ciudades perdidas, locas fantasías.. Cada vez que llega la noche y cierro los ojos para conciliar el sueño, recuerdo...

Aquel año habíamos decidido adelantar las vacaciones. A decir verdad, lo había decidido yo. Esa es una de las cosas buenas que tiene ser escritor: puedes disponer libremente de tu tiempo. Por lo general, eso significa pasar meses y meses sentado frente a un procesador de textos, en absoluta soledad, en completo silencio. No parece muy estimulante, lo reconozco; pero a cambio, es posible aprovechar las pausas entre libro y libro para hacer lo que a uno le venga en gana. Es decir: buscar obsesivamente el argumento para un nuevo relato, para la siguiente ficción.

Había concluido el manuscrito de mi última obra a principios de mayo. Después pasé una semana holgazaneando y otra más fingiendo que ponía algo de orden en mi despacho. Durante la tercera semana caí en un estado vagamente melancólico. Pasaba el día dando largos paseos por el campo, o contemplando en el vídeo viejas películas de la época dorada de Hollywood. Comencé a comer compulsivamente. Cierta noche me descubrí a mí mismo en la cocina, a las cinco de la madrugada, untando con salsa mayonesa las galletas chocolateadas de mi hija. Aquello me hizo reflexionar.

Estaba sufriendo un ataque de ansiedad. Y la razón, ya no podía seguir engañándome, era que me encontraba en plena crisis creativa. No se me ocurría nada.

Comprendo que esto puede parecer una exageración. A fin de cuentas, ni siquiera había transcurrido un mes desde que puse el punto final a mi último trabajo. Pero aquella especie de desierto mental era algo totalmente nuevo. Dentro de mi cabeza siempre habían bullido las ideas. No todas buenas, no todas utilizables, pero ideas al fin y al cabo. Sin embargo, en aquel momento parecía como si la fuente se hubiera secado.

Verán, hay algo que todo escritor ignora: de dónde surgen las ideas. Un día, de repente, sin saber cómo, algo germina en tu cabeza. Puede ser una imagen, un nombre, una sensación, cualquier cosa. Muy poco quizá, pero justo lo necesario para atrapar tu atención, para obligarte a pensar sobre ello, dándole forma y sentido. Es algo irracional sobre lo que no existe control. O sucede o no sucede.

Y a mí me había dejado de suceder.

Sumido en un cierto fatalismo, le conté el problema a Susana, mi mujer. Ella, lejos de consumirse de preocupación —como yo esperaba—, sonrió levemente y comentó con aire distraído:

—No le des importancia, ya se te pasará.

—¿Que no le dé importancia...? —Adopté una actitud digna—. Oh, claro. A fin de cuentas, es mi problema. Pero estoy seguro de que si te pasara algo parecido a ti, sería nuestro problema.

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