El Círculo de Jericó (5 page)

Read El Círculo de Jericó Online

Authors: César Mallorquí

Nadie me contestó. Todas las miradas convergieron en madame Kádár. La anciana suspiró y comenzó a hablar:

—Nuestro círculo de siete miembros consta. Diferentes todos: cada uno, según cual sea habilidad suya, de tarea distinta se ocupa. —Su voz se convirtió en un susurro—. Pero todos vigilantes, buscando siempre lo que es y no debe ser. ¿Comprende lo que digo yo? La realidad a veces por camino equivocado se desvía, o quizás ocurrir pueda que otra realidad se mezcle con mundo nuestro. Entonces actuar debemos. Nos reunimos y...

Madame Kádár hizo una pausa. Yo me incliné hacia delante.

-¿Y...?

Sonrió dulcemente.

—Nos reunimos y sobre ello hablamos. Así las cosas se arreglan.

Enarqué las cejas. Mi expresión debía transparentar demasiado escepticismo, porque noté que el codo de Susana se clavaba a escondidas entre mis costillas. Ignorando aquella muda advertencia, repuse con soterrada malicia:

—O sea que, cuando la realidad se tuerce, ustedes hablan del asunto y todo se soluciona. —Me encogí de hombros—. ¿Así de sencillo? ¿Sólo un poco de charla y las cosas se arreglan?

—¿No cree que un escritor debería tener más confianza en el poder de la palabra? —comentó Zarko con ironía.

—Pero nuestro amigo razón tiene. —Los ojos de madame Kádár me miraron comprensivos—. No sólo palabras son, aunque palabras hay con gran poder; son historias.

—¿Historias? —preguntó Claudia con interés.

—Oh, querida, sí. Narraciones. Cuentos. Relatos. Una gran energía en ellos hay. Las historias mejores siempre más poderosas que la realidad acaban siendo. ¿Te gustan las historias, Claudia? —Mi hija asintió enérgicamente. Madame Kádár se volvió hacia mí—. ¿Ya usted? Aún la lluvia continúa, y ropas secándose están. Pasar el rato pudiéramos contando historias, ¿no creer? Quizás además de inspiración le sirvieran. Historias curiosas son, historias extrañas que interesar podrían a un escritor.

Miré a través de la ventana: la lluvia era un telón líquido que ocultaba el paisaje. El cielo, eclipsado por un océano de nubes oscuras, retumbaba con los ecos multiplicados de la tormenta. Aquello parecía el fin del mundo. Sin duda, íbamos a pasar juntos mucho rato.

Volví la mirada hacia mi mujer. Susana sonrió y me guiñó un ojo. Claudia se inclinó hacia mí, con la cara expectante y los ojos llenos de ansiedad. La niña estaba encantada con aquel atajo de locos; en concreto, parecía sentir una especial predilección por la anciana húngara.

Bueno, pensé, ¿acaso teníamos alguna otra cosa mejor que hacer? Me volví hacia madame Kádár:

—Estaré encantado de escuchar sus historias —dije. —¡Muy bien, muy bien! —exclamó la anciana, aplaudiendo alegremente. Se volvió hacia los demás miembros de su «círculo»—. Muchos son los relatos. ¿Quién comenzar desea?

—Yo conozco una historia apropiada —dijo inesperadamente el padre Kindelán.

—¿Tú, pater? —preguntó extrañada madame Kádár—. Que este tipo de cosas no te gustaban, yo creía.

—Y no me gustan —refunfuñó el sacerdote—. A veces son necesarias, pero no me gustan. Sin embargo... hace poco llegó a mis oídos una historia que parece muy adecuada. La historia trata de un escritor, y habla sobre el pecado de la vanidad. —Comenzó a pasear lentamente de un lado a otro del salón—. Los artistas suelen ser arrogantes. Piensan que realmente pueden «crear», sacar algo de la nada. ¡Locos! Omnis ars naturae imitatio est. —Subrayó sus palabras con una risa sarcástica—. Pero de entre todos los artistas, son los escritores quienes más fatuidad demuestran. Se creen capaces de forjar mundos, de dar vida a personajes de papel... Creen, en definitiva, que son dioses.

—No estaría yo muy seguro de eso —objeté con una sonrisa—. Quienes realmente están convencidos de su divinidad son los editores.

El padre Kindelán, ignorando el comentario, me miró fijamente con los ojos entrecerrados, como si quisiera escrutar, no ya mi rostro, sino mi alma. Levantó lentamente la mano y me señaló con el dedo.

—Usted no cree que el Diablo exista, ¿verdad? Piensa que es una superstición, un cuento para asustar a los niños. —Se llevó las manos a la espalda. Pese a su estrafalario indumento, parecía hallarse en un pulpito, en medio de un sermón apocalíptico. Cuando volvió a hablar su voz fue grave y admonitoria—: Pero el Diablo existe, es real. El Santo Padre así lo ha confirmado, y es dogma de fe para la Iglesia. Aun así, usted no cree en él. Cosas, de curas y beatas, piensa. Pero ¿qué opinaría si yo le dijera que he visto al Diablo, personalmente, cara a cara?

Me encogí de hombros. Desde luego no tenía la menor intención de enredarme en una discusión teológica con aquel sacerdote.

—El padre Kindelán es exorcista, sabe de lo que habla —intervino Zarko, y no había ni un asomo de sarcasmo en sus palabras.

—Sí, conozco a mi enemigo —murmuró el religioso—. Y lo veo por doquier. El mal está en todas partes.

Un intenso relámpago bañó de plata el interior del salón. El sacerdote permaneció en pie, estático como la escultura de un viejo profeta bíblico, mientras el estampido del trueno retumbaba en nuestros oídos. Luego suspiró y tomó asiento en un sillón próximo a la chimenea. El rojizo resplandor de las llamas bailó en sus pupilas. Tras una larga pausa, el padre Kindelán inició su relato con voz neutra, repentinamente calmada y monótona:

—Mi historia comienza con una ambición frustrada. Es la historia de un deseo insatisfecho. Y también el relato de un escritor henchido de soberbia que creyó poder burlar a la muerte y al diablo...

El escritor, la muerte y el diablo

La historia del padre Kindelán

Flavio Tursi recibió la decimosexta carta de rechazo exactamente el mismo día que el procesador de textos cobró vida propia y le habló.

Era una carta amable y bienintencionada. El asesor literario de la editorial no se había limitado a mandarle la usual respuesta formularia, «su novela no encaja en nuestros planes editoriales...» y toda esa mierda, sino que le había expuesto de manera clara su tan sincera como demoledora opinión:

«... el estilo es rígido y pedante, la composición de personajes tópica, la trama carece de ritmo y el argumento, sencillamente, no resulta verosímil ni interesante. Créame cuando le digo, señor Tursi, que no es grato para mí expresarme con esta crudeza. Pero más vale escuchar unas palabras sinceras que vivir en el engaño. Su novela,
El aroma del recuerdo
, no alcanza las mínimas cotas de calidad. Se nota que está trabajada, sí, pero piense que no todos estamos capacitados para dedicamos a actividades creativas y artísticas...»

Flavio arrugó la carta y la tiró a la papelera. Permaneció unos segundos inmóvil, con la vista ausente, sentado frente a la mesa de trabajo, en la soledad perenne de su pequeño piso de soltero. Luego ocultó la cara en el hueco de sus manos, porque no podía impedir que el manantial amargo de sus lágrimas brotara.

Flavio estaba seguro de que
El aroma del recuerdo
era su mejor obra. La había hecho crecer con mimo y dedicación, la había pulido durante un largo año, le había dado lo mejor de sí mismo. Cuando envió el manuscrito a las diversas editoriales, lo hizo con el ánimo exaltado, seguro de la calidad de su trabajo, convencido de que, tras seis novelas escritas y nunca editadas, por fin se fijarían en él, publicarían
El aroma del recuerdo
, y sería un éxito de ventas y de crítica, el comienzo de una carrera vertiginosa y brillante, como la de uno de esos raros cometas que, cada generación, cruzan solitarios el cielo para iluminar el mundo con su luz...

Luego comenzaron a llegar las cartas de rechazo, notas frías e impersonales que le herían como puñaladas de papel, y poco a poco su entusiasmo se fue apagando, hasta que de la hoguera no quedaron más que rescoldos, para finalmente, con la decimosexta negativa, convertirse las últimas ascuas de su esperanza en un páramo de cenizas.

Flavio enjugó las lágrimas con la manga de su camisa y sorbió por la nariz. Encendió el ordenador y seleccionó el programa de proceso de textos. Buscó el archivo titulado
EL AROMA DEL RECUERDO
. El cielo azul de la pantalla se pobló de letras, blancas como copos de nieve. Flavio hizo pasar las páginas, leyendo aquí y allá, contemplando su novela con nuevos ojos, y comprobando que sí, que el estilo era pedante y grotesco, y los personajes estereotipados, y la trama burda, y el argumento banal...

Flavio torció los labios en un rictus amargo y crispó su mano derecha hasta convertirla en un puño.

¿Por qué? ¿Por qué esa impotencia, esa incapacidad? ¿Por qué no podía escribir algo hermoso, algo brillante e intenso? ¿Por qué él, precisamente él, que era capaz de degustar con deleite las obras maestras que escribían los demás, no podía sin embargo crear algo cuando menos vivo, convincente o simplemente ingenioso?

«Oh, Dios, yo te maldigo», pensó Flavio. «¡Maldigo tu nombre, porque me has dado el deseo, pero no la capacidad!»

Y Flavio, ciego de resentimiento y frustración, descargó su puño crispado contra el teclado del ordenador.

Se arrepintió inmediatamente. El ordenador constituía su más preciado tesoro, su más cara adquisición, y no era cuestión estropearlo. Por otro lado, al dar el puñetazo se había hecho un corte en el canto de la mano y la sangre se derramaba copiosa sobre las teclas.

Flavio masculló una maldición, sacó su pañuelo y se envolvió con él la mano, intentando contener la hemorragia. Luego miró en derredor, buscando con qué limpiar el teclado. Fue entonces cuando se dio cuenta de que algo raro le pasaba al ordenador. La pantalla parpadeaba alarmantemente, invadida por crepitantes bandas de estática y nubes de parásitos eléctricos.

«Oh, mierda», pensó Flavio, «me lo he cargado.»

Entonces la pantalla se estabilizó, convirtiéndose en un rectángulo oscuro, muy oscuro; jamás una pantalla de ordenador había estado tan negra (pero en aquel momento Flavio no se percató de ese curioso fenómeno). De pronto, unas letras rojas se formaron en el centro de la oscuridad:

BIENVENIDO A PENTÁCULO.

EL SET DE COMUNICACIONES DE INFERMÁTICA INC.

UN PROGRAMA DISEÑADO POR: B.C. BOO.

PATENTE REGISTRADA N°: 999 POR LOUIS CIPHER COMPANY.

Flavio contempló extrañado el texto. ¿Pentáculo? ¿Infermática (con «e», no con «o»)? ¿De dónde había salido ese programa? Intentó manipular el teclado, pero estaba bloqueado. Maldijo de nuevo y se masajeó suavemente la mano herida, procurando calmar los latidos de dolor. El texto cambió:

¿NO ESTÁ CONTENTO CONSIGO MISMO?

¿ANHELA ALGO CON VEHEMENCIA Y NO PUEDE CONSEGUIRLO?

¿DARÍA CUALQUIER COSA POR VER SATISFECHOS SUS DESEOS?

¡ATRÉVASE A ENTRAR EN PENTÁCULO!

Flavio frunció el ceño. ¿Qué era aquello? ¿Un juego de ordenador? Pero no tenía almacenado ningún juego en el disco duro. ¿Entonces...? Las letras rojas desaparecieron y, tras unos segundos de pausa, una figura geométrica, un anagrama dorado, se formó en la pantalla. Era una estrella de cinco puntas con los trazos entrecruzados, formando en el centro un pentágono regular. En la parte inferior del pentagrama, trazada con llameantes letras rojas, aparecía la palabra
PENTÁCULO
. Más abajo, un corto texto enunciaba:

SI DESEA ENTRAR EN PENTÁCULO PULSE LA TECLA S.

Al lado, la rayita del cursor titilaba con impaciencia. Flavio entrecerró los ojos y gruñó. Aquello debía de ser un virus, o algo así. No sabía nada de informática, pero alguien le había dicho que, en esos casos, lo mejor era apagar el ordenador. De modo que tendió la mano y apretó el interruptor. Nada ocurrió, el ordenador siguió funcionando. Volvió a intentarlo. En vano.

Flavio, al fracasar en sus intentos de desconectar el aparato, experimentó un intenso desasosiego. Así que decidió acabar expeditivamente con aquello. Se agachó, cogió el cable y lo desenchufó de la red. «Hecho», pensó mientras se incorporaba. «Sin electricidad este cacharro no podrá...»

Pero sí podía. Aun cortado el suministro de energía, el ordenador continuaba ronroneando alegremente, como un gatito hambriento.

Aquello no era normal: ningún virus informático podía hacer que un ordenador funcionase sin electricidad. Flavio se rascó la cabeza y contempló el monitor.

SI DESEA ENTRAR EN PENTÁCULO PULSE LA TECLA S.

¿Qué era aquel programa y de donde había salido? Al parecer, sólo había un camino para responder a esas preguntas.

Flavio rozó con el dedo la tecla S. Vaciló unos instantes antes de pulsarla. Cuando lo hizo, notó que un escalofrío le recorría la espalda.

Pero no ocurrió nada extraordinario. Una música festiva, típica de videojuego, surgió del ordenador. La negra pantalla parpadeó y se convirtió en una escena de animación: se trataba de una especie de infierno, un lugar lleno de humo y llamas, y poblado de cómicas almas en pena. Apareció un muñequito con forma de diablo y comenzó a gesticular. Sus diálogos aparecieron impresos en rutilantes letras blancas:

BIENVENIDO A PENTÁCULO, SR. TURSI. ESTÁ UTILIZANDO UN PROGRAMA INFORMÁTICO CUYO OBJETIVO ES PERMITIRLE ESTABLECER CONTACTOS COMERCIALES CON EL GRUPO EMPRESARIAL LOUIS CIPHER. SI DESEA SEGUIR ADELANTE, DEBERÁ TENER EN CUENTA LAS SIGUIENTES ESPECIFICACIONES:

1. LOUIS CIPHER COMPANYNO SE HACE RESPONSABLE DE LAS CONSECUENCIAS QUE SE DERIVEN DE LOS TRATOS CON ELLA PACTADOS. EL USUARIO RENUNCIA EXPRESAMENTE A CUALQUIER RECLAMACIÓN LEGAL EN ESTE SENTIDO.

2. MIENTRAS USE PENTÁCULO, EL USUARIO SE ENCONTRARÁ PROTEGIDO DE TODO MAL, TENIENDO SIEMPRE EN CUENTA QUE, POR SU SEGURIDAD, NO DEBERÁ ALEJARSE MÁS DE DOS METROS DEL ORDENADOR.

¿DESEA CONTINUAR? (EN CASO AFIRMATIVO PULSE LA TECLA S.)

Como hipnotizado, Flavio obedeció. El diablillo comenzó a dar saltos de alegría, hasta que la imagen de la pantalla se disolvió, transformándose en una superficie roja. Sobre el fondo carmesí apareció de nuevo el pentagrama dorado. En cada punta de la estrella había ahora el dibujo esquemático de una vela. En la parte superior de la pantalla se materializó la cara traviesa del diablillo.

GRACIAS POR SEGUIR ADELANTE, SR. TURSI. AHORA PODRÁ ESTABLECER UNA CITA PERSONAL CON UN MIEMBRO DE ALTO NIVEL DE NUESTRO DEPARTAMENTO COMERCIAL, EL SR. BELIAS, VICEPRESIDENTE EJECUTIVO DE LOUIS CIPHER COMPANY.

PARA ELLO, EN OTRA ÉPOCA, NECESITARÍA USTED CONSEGUIR SANGRE DE GALLO, CUERDA DE AHORCADO, MANDRAGORA Y VELAS ELABORADAS CON GRASA DE VIRGEN. ADEMÁS, DEBERÍA EJECUTAR EL PROGRAMA EL PRIMER SÁBADO DE LUNA LLENA. PENTÁCULO, GRACIAS A SUS SOFISTICADOS PROCESOS DE REALIDAD VIRTUAL, HACE OBSOLETOS LOS MÉTODOS ANTES DESCRITOS.

PARA CONTINUAR, ES NECESARIO ENCENDER LAS VELAS. HÁGALO PULSANDO CONSECUTIVAMENTE LAS TECLAS DE FUNCIÓN UNO, DOS, TRES, CUATRO Y CINCO.

Other books

My Oedipus Complex by Frank O'Connor
From a Dream: Darkly Dreaming Part I by Valles, C. J., James, Alessa
A Reading Diary by Alberto Manguel
Blood Magic by Eileen Wilks
Blood Silence by Roger Stelljes