El cisne negro (17 page)

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Authors: Nassim Nicholas Taleb

Cuidado con el cerebro

Los neurobiólogos, por su parte, hacen una distinción similar a la del sistema 1 y el sistema 2, con la salvedad de que ellos trabajan con líneas anatómicas. Su distinción diferencia entre las partes del cerebro: la parte cortical, que se supone que empleamos para pensar y que nos distingue de otros animales, y el cerebro límbico de reacción rápida, que es el centro de los sentimientos y que compartimos con otros mamíferos.

Como empirista escéptico que soy, no deseo ser el pavo, así que no quiero centrarme únicamente en los órganos específicos del cerebro, ya que no observamos muy bien las funciones del cerebro. Algunas personas tratan de identificar los llamados correlatos neurales de, por ejemplo, la toma de decisiones o, más técnicamente, los «sustratos» neurales de, por ejemplo, la memoria. Puede que el cerebro sea una maquinaria más complicada de lo que pensamos; su anatomía nos ha engañado repetidamente en el pasado. Sin embargo, podemos evaluar las regularidades mediante experimentos precisos y exhaustivos sobre cómo reaccionan las personas en determinadas circunstancias, y llevar la cuenta de lo que veamos.

Como ejemplo que justifica el escepticismo sobre la dependencia incondicional de la neurobiología, y que reivindica las ideas de la escuela empírica de medicina a la que pertenecía Sexto, pensemos en la inteligencia de las aves. He leído repetidamente en diversos textos que los animales elaboran su «pensamiento» en el córtex, y que las criaturas que tienen mayor córtex son también más inteligentes: los seres humanos tenemos el mayor córtex, seguidos de los ejecutivos de la banca, los delfines y nuestros primos los monos. Pues bien, resulta que algunos pájaros, como por ejemplo los loros, tienen un elevado grado de inteligencia, equivalente al de los delfines; pero la inteligencia de las aves está relacionada con el tamaño de otra parte del cerebro llamada hiperestriato. De modo que la neurobiología, con su atributo de «ciencia dura», a veces (aunque no siempre) nos puede confundir y llevarnos a una afirmación platonificada y reduccionista. Me asombra que los «empiristas», escépticos como son sobre los vínculos entre la anatomía y la función, tengan tal perspicacia; no es de extrañar que su escuela desempeñara un papel muy pequeño en la historia intelectual. Como empirista escéptico, prefiero los experimentos de la psicología empírica a las resonancias magnéticas de los neurobiólogos, aun en el caso de que los primeros le parezcan al público menos «científicos».

Cómo evitar la falacia narrativa

Para concluir, diré que nuestra falsa interpretación del Cisne Negro se puede atribuir en gran medida a que usamos el sistema 1, es decir, las narraciones y lo sensacional —así como lo emocional—, el cual nos impone un mapa equivocado de la probabilidad de los sucesos. Sobre la base del día a día, no somos lo bastante introspectivos para darnos cuenta de que comprendemos lo que pasa un poco menos de lo que garantizaría una observación desapasionada de nuestras experiencias. También tendemos a olvidar la idea del Cisne Negro inmediatamente después de que se produzca uno —ya que son demasiado abstractos para nosotros— y, por el contrario, nos centramos en los sucesos precisos y vividos que nos llegan a la mente con facilidad. Nos preocupan los Cisnes Negros, desde luego, pero sólo los equivocados.

Me permitirá el lector que en este punto vuelva a Mediocristán. En Mediocristán, parece que las narraciones funcionan: el pasado es proclive a ceder a nuestra inquisición. Pero no ocurre lo mismo en Extremistán, donde no contamos con la repetición, y donde necesitamos mantener la sospecha sobre el artero pasado y evitar la narración fácil y evidente.

Dado que he vivido en gran medida privado de información, a menudo me ha parecido que habito en un planeta distinto del de mis iguales, lo cual a veces puede ser extremadamente doloroso. Es como si ellos tuvieran un virus que controla sus cerebros y que les impide ver cómo avanzan las cosas: el Cisne Negro se halla cerca.

La forma de evitar los males de la falacia narrativa es favorecer la experimentación sobre la narración, la experiencia sobre la historia y el conocimiento clínico sobre las teorías. Es evidente que un periódico no puede realizar un experimento, pero puede escoger una noticia u otra —hay muchos estudios empíricos que presentar y que pueden ser interpretados—, como yo hago en este libro. Ser empírico no significa dirigir un laboratorio en el sótano de tu casa: se trata simplemente de una mentalidad que favorece una determinada clase de conocimientos sobre otros. Yo no me prohibo utilizar la palabra causa, pero las causas de que hablo aquí son bien especulaciones osadas (y expuestas como tales), bien el resultado de experimentos, no historias.

Otro enfoque sería predecir y llevar la cuenta de las predicciones.

Por último, es posible que haya una forma de usar la narración, pero con buenos fines. Del mismo modo que sólo un diamante puede cortar otro diamante, podemos emplear nuestra capacidad de convencer con una historia que transmita el mensaje correcto, que es lo que al parecer hacen los cuentacuentos.

Hasta aquí hemos hablado de dos mecanismos internos que se ocultan detrás de nuestra ceguera ante los Cisnes Negros, el sesgo de la confirmación y la falacia narrativa. En los capítulos siguientes nos fijaremos en un mecanismo externo: un defecto en la forma en que recibimos e interpretamos los sucesos registrados, y en la forma que actuamos sobre ellos.

VIVIR EN LA ANTECÁMARA DE LA ESPERANZA

Supongamos que, al igual que Yevguenia, nuestras actividades dependen de una sorpresa de Cisne Negro, es decir, somos un pavo a la inversa. Las actividades intelectuales, científicas y artísticas pertenecen a la provincia de Extremistán, donde existe una extrema concentración de éxito, y un número muy pequeño de ganadores que reclaman una gran parte del bote. Parece que esto se aplica a todas las actividades profesionales que considero no aburridas e «interesantes» (estoy buscando aún un contraejemplo, una actividad no aburrida que pertenezca a Mediocristán).

Al reconocer el papel que desempeña esta concentración del éxito, y actuar en consecuencia, somos castigados dos veces: vivimos en una sociedad donde el mecanismo de recompensa se basa en la ilusión de lo regular; pero nuestro sistema de recompensa hormonal también necesita resultados tangibles y sistemáticos. Cree además que el mundo es sistemático y que actúa bien, es decir, se traga el error de la confirmación. El mundo ha cambiado demasiado deprisa para nuestra constitución genética. Estamos alienados de nuestro entorno.

La crueldad de los iguales

Sales cada mañana de tu diminuto apartamento en el East Village de Manhattan para dirigirte a tu laboratorio de la Universidad Rockefeller, en East Sixties. Cuando regresas a casa por la noche, las personas que componen tu red social te preguntan si has tenido un buen día, porque quieren ser corteses. En el laboratorio, la gente tiene más tacto: naturalmente que no has tenido un buen día; no has descubierto nada. No te dedicas a reparar relojes. El hecho de no descubrir nada es algo muy valioso, ya que forma parte del proceso del descubrimiento: bueno, ya sabes dónde no hay que buscar. Otros investigadores, sabedores de tus resultados, no intentarán reproducir tu importante experimento, salvo que haya una revista lo bastante sensata para pensar que ese «no descubrir nada» constituye una información y merece ser publicado.

Tu cuñado, por otro lado, es vendedor en una empresa de Wall Street, y no para de acumular buenas comisiones; comisiones cuantiosas y constantes. «Trabaja muy bien», oyes que dicen, sobre todo tu suegro, con un rápido y pensativo nanosegundo de silencio después de haberlo dicho, lo cual te hace ver que tu suegro estaba haciendo una comparación. Fue involuntaria, pero la hizo.

Las vacaciones pueden ser terribles. Te encuentras con tu cuñado en las reuniones familiares e, invariablemente, detectas signos inconfundibles de frustración en tu esposa, quien, por un momento, antes de recordar la lógica de tu profesión, piensa que se ha casado con un perdedor. Pero tiene que frenar su primer impulso. Su hermana no dejará de hablar sobre las reformas que ha hecho, sobre el nuevo papel pintado. Tu mujer estará más callada de lo habitual al volver a casa. Ese malhumor empeorará ligeramente porque el coche que conduces es alquilado, ya que no puedes pagar una plaza de aparcamiento en Manhattan, ¿Qué deberías hacer? ¿Mudarte a Australia y así disminuir la frecuencia de las reuniones familiares, o cambiar de cuñados casándote con alguien cuyo hermano tenga menos «éxito»?

¿O sería mejor que te vistieras de hippie y adoptaras una actitud desafiante? Quizá funcionara en el caso de un artista, pero no sería tan fácil en un científico o un hombre de negocios. Estás atrapado.

Trabalas en un proyecto que no produce resultados inmediatos ni sistemáticos; en cambio, la gente de tu alrededor trabaja en cosas de las que sí obtienen resultados. Tienes problemas. Éste es el sino de los científicos, los artistas y los investigadores que viven perdidos en la sociedad, en vez de hacerlo en una comunidad aislada o en una colonia de artistas.

Los resultados positivos desiguales, de los que obtenemos mucho o prácticamente nada, son los que prevalecen en muchas ocupaciones, especialmente en aquellas que tienen un sentido de misión, como La de buscar obstinadamente (en un laboratorio maloliente) la escurridiza cura del cáncer, la de escribir un libro que cambiará la idea que la gente tiene del mundo (mientras viven al día), la de componer música o la de pintar iconos en miniatura en los vagones del metro y considerarlo una forma superior de arte, pese a las diatribas del anticuado «erudito» Harold Bloom.

Si eres investigador, tendrás que publicar artículos intrascendentes en publicaciones «de prestigio», para que los demás te saluden de vez en cuando al encontrártelos en seminarios y conferencias.

Si diriges una empresa pública, seguro que antes de que aparecieran los accionistas te iba perfectamente, cuando tú y tus socios erais los únicos dueños, junto con unos espabilados inversores capitalistas que comprendían la irregularidad de los resultados y la naturaleza inestable de la vida económica. Pero ahora tienes a un torpe analista de seguridad de treinta años que trabaja para una empresa del centro de Manhattan «juzgando» tus resultados y sacándoles demasiada punta. Le gustan las recompensas continuas, y lo último que tú puedes proporcionar son tales recompensas.

Muchas personas realizan sus trabajos con la impresión de que hacen algo bien, aunque es posible que no demuestren resultados sólidos durante mucho tiempo. Tienen que posponer continuamente la gratificación, para sobrevivir a una sistemática dieta de crueldad impuesta por sus colegas, y no desmoralizarse por ello. A sus primos les parecen idiotas, como se lo parecen a sus compaNeros, de ahí que tengan que mantener el coraje. No cuentan con confirmación alguna, ninguna validación, ningún alumno que les adule, ningún premio Nobel. «¿Cómo te ha ido el año?» Esta pregunta les produce un leve pero contenible espasmo de dolor en lo más Profundo de su ser, ya que todos sus años le parecerán un desperdicio a quien contemple su vida desde fuera. Pero luego, ¡bang!, llega ese suceso informe que conlleva la gran confirmación. O es posible que nunca llegue.

Créame el lector, resulta duro afrontar las consecuencias sociales de un fracaso continuo. Somos animales sociales; el infierno son los demás.

Cuando lo relevante es lo sensacional

Nuestras intuiciones no están diseñadas para que se ajusten a lo no lineal. Imaginemos nuestra vida en un entorno primitivo donde el proceso y el resultado estén estrechamente conectados. Tenemos sed: beber nos proporciona la satisfacción adecuada. O incluso en un entorno no tan primitivo, por ejemplo si nos dedicáramos a construir un puente o una casa de piedra, un mayor trabajo conducirá a mayores resultados evidentes, de modo que nuestro humor se sostiene sobre la base de una retroalimentación visible y continua.

En un entorno primitivo, lo relevante es lo sensacional. Esto se aplica a nuestro conocimiento. Cuando intentamos recoger información sobre el mundo que nos rodea, suele ser la biología la que nos dirige, y nuestra atención fluye sin esfuerzo hacia lo sensacional, no tanto a lo relevante como a lo sensacional. De un modo u otro, el sistema de orientación se ha equivocado en el proceso de nuestra coevolución con nuestro hábitat: fue trasplantado a un mundo en el que lo relevante suele ser aburrido, no sensacional.

Además, pensamos que si, pongamos por caso, dos variables están unidas por un vínculo causal, entonces un input sistemático en una de ellas siempre debería producir un resultado en la otra. Nuestro aparato emocional está diseñado para la causalidad lineal. Por ejemplo, si estudiamos todos los días, confiamos en aprender algo proporcional a nuestros estudios. Si nos parece que no vamos a ningún sitio, nuestras emociones harán que nos sintamos desmoralizados. Pero la realidad moderna raramente nos concede el privilegio de una progresión positiva, lineal y satisfactoria: podemos pensar en un problema durante un año y no descubrir nada; luego, a menos que la ausencia de resultados nos descorazone y abandonemos, se nos ocurre algo, como un destello.

Los investigadores han dedicado bastante tiempo a esta idea de la gratificación; la neurología nos ha explicado muchas cosas acerca de la tensión que existe entre la idea de una recompensa inmediata y otra pospuesta. ¿Preferimos un masaje hoy o dos la semana que viene? Pues bien, la novedad está en que la parte lógica de nuestra mente, la «superior», que nos distingue de los animales, puede anular nuestro instinto animal, que busca la recompensa inmediata. Así que, después de todo, somos un tanto mejores que los animales, aunque quizá no mucho. Y no siempre.

Las no linealidades

La situación puede hacerse un poco más trágica: el mundo es más no lineal de lo que pensamos, y de lo que a los científicos les gustaría pensar.

Con las linealidades, las relaciones entre las variables son claras, nítidas y constantes y, por consiguiente, platónicamente fáciles de captar en una sola frase, por ejemplo: «A un aumento del 10 % del dinero en el banco corresponde un 10% de incremento en los ingresos por intereses, y un 5% de incremento en la obsequiosidad de nuestro banquero personal». Si uno tiene más dinero en el banco, recibe mayores intereses. Las relaciones no lineales pueden variar; tal vez la mejor manera de describirlas es decir que no se pueden expresar verbalmente de forma que les haga justicia. Tomemos el caso de la relación entre el placer y el beber agua. Si nos encontramos en un estado de sed extrema, una botella de agua aumenta significativamente nuestro bienestar. Más agua significa más placer. Pero ¿y si nos dieran una cisterna de agua? Está claro que inmediatamente nuestro bienestar se hace insensible a la aportación de mayores cantidades de agua. De hecho, si nos dieran a elegir entre una botella y una cisterna, optaríamos por la botella, de modo que nuestro goce disminuye a medida que aumentan las cantidades.

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