—¿Cuándo tendré oportunidad de ver a tus amigos? —preguntó Cal.
Se hicieron los arreglos necesarios para que fuera al restaurante Boom Boom al día siguiente, cerca de la medianoche. Para entonces, Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy habrían terminado su primer debate, y Maheu estaría comiendo con Giancana.
—Muy bien —dijo Cal — . Tengo muchas cosas que hacer en Miami mañana.
No me dijo de qué cosas se trataba. El lunes por la noche, tarde, tan tarde que ya era martes y Modene y yo estábamos durmiendo en nuestra nueva y enorme cama, recibí una llamada de mi padre.
—Me pregunto cómo será la higiene del Fontainebleau porque te estoy hablando desde mi habitación —dijo.
—Si no has traído tu propio insecticida, puedes suponer que la infestación alcanza proporciones de plaga.
—Puedo apañármelas —dijo Cal. Me di cuenta de que estaba borracho—. Es más fácil que levantarse para ir a un teléfono público.
—¿No podríamos desayunar juntos mañana?
—Me marcho al alba. —Tosió con esa tos seca, característica de él—. Te enviaré una línea por la saca.
Y desde luego que lo hizo. Después de sacar la cinta para embalar, leí:
Hijo:
Fui presentado a S. G. como un deportista amigo de Bob Maheu.
—Conque fue presentado como deportista, eeh? ¿Qué hace aquí? —preguntó.
—Caza mayor —dije.
—Como Hemingway —dijo.
—Sí —contesté.
Puedes estar seguro de que los dos segregábamos suficiente adrenalina para quemar el aire.
—El señor Halifax es un viejo amigo de Ernest Hemingway —intervino Bob.
Debo decirte que Giancana aprovechó la ocasión.
—Me gustaría conocer a su amigo —dijo—. Hemingway y yo tenemos cosas en común. Conozco el lugar donde creció.
—Sí —dije — . Oak Park.
Extendió la mano, como si a partir de ese momento pudiese confiar en mí.
—Oak Park —repitió—. Eso es.
Le pregunté qué opinaba del debate.
—Un ricachón frente a un tipo que les lame el culo a los ricachones. Elija usted, señor Halifax.
—El señor Gold apoya a Jack Kennedy —dijo Bob.
—En ciertos aspectos —intervino Giancana—, se llega más lejos con los ricachones.
Después de despedirme de ellos, me quedé un rato en el bar que hay frente al hotel, el Poodle Lounge. Horrible nombre para un lugar donde uno va a emborracharse. Maheu vino a tomar una última copa y me dijo que Giancana estaba obsesionado por la manera en que Castro acababa de hablar en las Naciones Unidas. ¡Cuatro horas! Y el mismo día del debate presidencial. Giancana le dijo a Maheu, y la cita es textual: «¿Cómo es posible matar a un hombre capaz de hablar cuatro horas sin parar? Si uno le mete una escopeta en el culo y aprieta el gatillo, ni siquiera se tirará un pedo».
Casi me parto de risa, hijo. Si recuerdas, te llamé. Durante cinco minutos debe de haberme parecido muy importante transmitirte ese espécimen arcano de ingenio mafioso. Qué borracho estaba, por Dios. No creo que los huesos resistan mucho más tiempo.
Es difícil de explicar, pero este Giancana me cae simpático. Me da la impresión de que conoce su negocio tan bien como yo conozco el mío. Ojalá esté en lo cierto. Desearía que la seguridad no me impidiera acercarme un poco más a él.
Tuyo,
CAL
Posdata:
Como te habrás dado cuenta, soy una especie de ejecutivo que se mantiene a distancia de los hechos. No puedo decirte cuántas veces por día bendigo a Tracy Barnes y a Dick Bissell por ocuparse de la mayor parte de las tareas administrativas en el Cuartel del Ojo. Aun así, cada mañana dedico sesenta minutos a leer los cables recibidos, y otros treinta a leer los cables enviados; esto todas las benditas mañanas, y el doble de tiempo los lunes. Creo que es por este motivo que escribo cartas, preferentemente por la noche, tarde, cuando mis demonios y viejos fantasmas discuten conmigo. Te lo digo por si acaso tienes dificultades similares. Una buena carta pone las ideas en orden. Por eso, si te encuentras con ánimo, mándame las últimas noticias sobre tus tareas en Zenith, ahora que Howard Hunt está en México, ya que el último fin de semana no pudimos conversar debido a nuestras preocupaciones. Incluso podrías darme una idea de lo que Howard hace allí. El veredicto del Cuartel del Ojo es que Hunt es demasiado ambicioso, de modo que sólo envía malas noticias cuando se ve obligado a hacerlo.
Si quieres, usa la saca. Dirige tu correspondencia a SÓLO OJOS, HALIFAX. Asegúrala con una buena cinta para embalar.
PAPÁ
No intenté decidir hasta dónde me encontraba en un dilema. Era suficiente que mi padre necesitara que le enviase información.
28 de septiembre de 1960
De Charles a Halifax:
Desde que Hunt se fue de Miami el 15 de agosto, ha estado intentando establecer el Frente en Ciudad de México, pero no lo tiene nada fácil. Las noticias, tal como el propio Howard me las envía por cable o por teléfono, quizá te resulten viejas, pero procederé a proporcionártelas en base a la suposición de que puedo ofrecer algunos detalles nuevos.
El principal problema es Win Scott. Sé que el señor Scott es uno de nuestros más apreciados jefes de estación, pero mi idea es que Howard estaba destinado a empezar mal por haber llevado a Ciudad de México una operación que no era de la competencia de Scott. Además, el gobierno mexicano —esta estimación también proviene de Howard— parece muy impresionado por los sentimientos revolucionarios que Castro despierta en el populacho, razón por la cual no ve con buenos ojos a los exiliados cubanos. Howard ha perdido días enteros tratando que los oficiales del Frente pasen la aduana mexicana. Además, las autoridades mexicanas hacen todo lo posible para entorpecer las actividades de
Mambí
, el semanario local del Frente.
Mambí
ha sido hostigado mediante la aplicación de absurdas leyes contra incendios, restricciones laborales a súbditos extranjeros, multas por eliminación de residuos. Lo de siempre.
Entretanto, Howard, a quien por cierto le gustan las gratificaciones, ha tenido que hacer frente a un alquiler que califica de «totalmente excesivo» por una pequeña casa amueblada en Lomas de Chapultepec. La tapadera que cuenta a sus amigos de sociedad es que, debido a que estaba en desacuerdo con el sesgo izquierdista de nuestra política en América Latina, ha renunciado al servicio exterior y ahora está trabajando en una novela. En el curso del restablecimiento de relaciones con estas viejas amistades, Howard ha logrado reclutar a un hombre de negocios estadounidense con una antigua vinculación con la Agencia, quien ha alquilado un par de casas francas en las que Howard se reúne con la gente del Frente. Sin embargo, los cubanos, bajo ninguna circunstancia, pueden saber dónde vive don Eduardo. Las vidas separadas de don Eduardo y E. Howard Hunt no confluyen en ningún punto, lo cual ocasiona numerosos viajes todos los días. Howard se aseguró de que las casas francas estuviesen en el otro extremo de la ciudad.
No es necesario que te diga que la paranoia del Frente no ha disminuido. Desconfían cada vez más de los Estados Unidos. Los líderes podrán estar en México a petición nuestra, pero la base del movimiento permanece en Florida del Sur, y es justamente esta base la que sostiene que nuestro motivo oculto es convertir a sus jefes en grandes figuras ante la opinión mundial, al tiempo que los separamos cada vez más de los verdaderos líderes que dirigirán la fuerza de invasión. Trabajando contra esta premisa, Howard ha debido enfrentarse a más de una situación desagradable. A esto debemos añadir el hecho de que Bárbaro regresó a Miami hace un mes para una misión determinada, y desde entonces nadie habla de otra cosa que de la ausencia de Faustino. Hunt no para de importunarme pidiéndome que le pida a Toto que regrese.
Cada vez que veo a Bárbaro, me jura que volverá a México apenas ponga sus asuntos en orden, pero no parece entusiasmado. Creo que querría regresar, pero se siente atrapado. Howard está convencido de que Bárbaro participa en una maniobra criminal en la que está en juego una suma considerable de dinero. Sostiene que necesitamos un agente con base en Miami para que haga averiguaciones, y de ese modo presionar a Toto. Lamentablemente, el candidato ideal, si es que consigo reclutarlo, no es un cubano sino un ex comunista uruguayo que solía trabajar para mí en Montevideo. Conseguí que viniese a Miami pasando por encima de la policía local y a espaldas de sus ex camaradas. Se llama Eusebio
Chevi
Fuertes, y ahora trabaja en un banco de Miami que lava parte del dinero nuestro que va a parar a manos de los exiliados. Por cierto, Bárbaro es cliente del mismo banco, lo cual me ha hecho considerar la posibilidad de hacer que Fuertes trabaje para nosotros.
Debo decirte que dudo en emplearlo. Anoche tuve una reunión con él y me hizo dudar. Es partidario de Castro, de manera que si no lo conociese bien ni siquiera me acercaría a él. Sin embargo, en Montevideo tuvo un comportamiento similar; descartaba la posibilidad de que los Estados Unidos, un país capitalista, pudiese tener motivos decentes. A pesar de ello, fue nuestro agente más valioso en Uruguay. En ciertas ocasiones era capaz de odiar más a los comunistas que a nosotros. Por supuesto, si hay algún otro agente que prefieras, yo elegiría al tuyo.
Fuertes ya me ha proporcionado una noticia extraordinaria. Al parecer, todos los del Frente, y especialmente Bárbaro, le tienen terror a un millonario cubano llamado Mario García Kohly, un fanático de Batista para quien Castro es Satanás; considera a los líderes del Frente como agentes secretos de Castro, y en consecuencia piensa que habría que asesinarlos a todos. Kohly está vinculado a un ex senador cubano llamado Rolando Masferrer, que conserva un ejército de matones y criminales de la época de Batista; su guarida está en un lugar llamado Cayo Sin Nombre, propiedad de Kohly. Fuertes me ha informado que algunos hombres de la Agencia (hecho que desconozco) han tratado de formar un ejército privado de invasión para Kohly, llegando, incluso, a suministrarle embarcaciones. En mi opinión, si este plan tuviese éxito, sería un verdadero desastre, ya que una aventura de ese tipo desencadenaría una guerra civil. (Por supuesto, quizá yo vea una parte demasiado pequeña de la situación.) Fuertes, cuyo instinto para el cotilleo debo calificar de sobresaliente, agrega que dentro de la comunidad de exiliados los rumores más incisivos aseguran que el apoyo de Kohly proviene de la Casa Blanca. No de la cima, pero sí de alguien muy cercano a ella.
He estado tan ocupado desde la marcha de Hunt, que no esperaba que escribir esta carta resultara tan agradable. Como siempre, espero que algo de todo esto te sea de utilidad.
Espero que no tardes en hacerme una visita.
Cuídate.
HARRY
29 de septiembre de 1960
Querido papá:
Según parece, disfruto escribiéndote. Mientras hago esperar a mi amiga, de quien te hablaré uno de estos días, aquí va otra carta que de algún modo es continuación de la de ayer.
Quiero ponerte al tanto de mi reunión con Fuertes. Necesito saber si lo consideras digno de confianza.
Primero, una palabra sobre el aspecto de Chevi. Cuando fue reclutado hace tres años en Montevideo, era un tipo excepcionalmente apuesto, delgado, más bien musculoso, muy popular entre las mujeres. En cuanto se convirtió en agente, se produjo en él un cambio drástico. Engordó muchísimo, se dejó crecer un largo bigote que parecía el manillar de una bicicleta (lo cual le daba un aspecto bastante cómico), y en general descuidó su apariencia.
Aquí en Miami sigue excedido de peso, pero se ha convertido en un petimetre. Viste ternos tropicales en tonos pastel y sombreros de paja. Fuma puros habanos con el aplomo de un verdadero habanero, y parece más cubano que los cubanos.
Si bien no diré que poseo la habilidad de Bob Maheu para recordar conversaciones, creo que lo que te relataré es correcto al menos en un noventa por ciento. No tomé notas mientras Fuertes hablaba.
Me desconcierta todo lo que sabe sobre nosotros y lo que hacemos. Es un frecuentador nato de bares y conoce todos los restaurantes cubanos, desde el Versalles hasta los tugurios más sórdidos de la calle Ocho. No sólo posee chismes en abundancia sino que, como buen hombre de Inteligencia, los evalúa. Para que veas hasta qué punto está informado, el día que lo invité a una casa franca me dijo que sabía que el 19 de septiembre es la fecha que fijamos para completar el campo de instrucción de Guatemala, que el lugar se llama TRAX y que se adiestrará a una brigada de exiliados compuesta por cuatrocientos hombres.
Sin dificultad describe el componente sociológico de TRAX. El noventa por ciento de reclutas para la brigada, me dice, son estudiantes y profesionales de clase media. El diez por ciento son trabajadores, campesinos y pescadores. (Esto es correcto, pues he estado en las estaciones de reclutamiento.) Incluso, puede especificar la vestimenta y las armas de los reclutas: uniformes de combate, gorras negras de béisbol, pistolas engrasadoras.
—Todo correcto, Chevi —le dije—. Pero, ¿de dónde sacas la información?
No era difícil imaginarlo. Para los cubanos, la revolución es un asunto de familia, y en la familia todo se discute. Aun así, Chevi me sorprendió con su siguiente observación.
—Supongo —dijo— que el día de la invasión no habrá más de mil quinientos hombres.
Sonreí. Yo no tenía ni idea de eso, pero decidí actuar como abogado del diablo.
—Es imposible —repliqué—. Esa cantidad de hombres no podría tomar Cuba.
—Podría —respondió—, en el caso de que Castro sea verdaderamente detestado por las masas. No olvide que la gente odiaba a Batista y que Castro necesitó menos de mil barbudos. Por supuesto, ahora la realidad es diferente.
Procedió a darme una conferencia. Cuando Castro aún estaba en las montañas, en la isla sólo había un médico por cada dos mil personas.
—Hay un viejo refrán cubano —me informó—. «Sólo se vacuna el ganado.»
Luego siguió un discurso más o menos izquierdista. (Creo en sus estadísticas, pero desconfío del aspecto litúrgico. Aun así, las cifras me sorprendieron.) Bajo Batista, el cuatro por ciento de los campesinos cubanos comía carne con regularidad; el dos por ciento comía huevos; el tres por ciento, pan; el once por ciento, leche. Verduras frescas, cero. Arroz y frijoles, todo el mundo. La mitad de los hogares carecía de agua. Sin embargo, en La Habana había embotellamientos y televisores. Ser habanero significaba creer que Cuba era un país latinoamericano adelantado. La Habana, no Cuba, es el centro espiritual de sus exiliados. Todos son de clase media.