El fantasma de Harlot (175 page)

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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

»Rosen se entusiasmó con esta descripción. Es tan ambicioso...

»—¿Cómo es, personalmente? —preguntó.

»—Va a la iglesia regularmente —dije—, y es fea como un sapo.

»—Bien —dijo—. Según parece se trata de un matrimonio arreglado.

»—Así es —dije—. No queremos perder el tiempo, ¿verdad? Tus correligionarios siempre hacían matrimonios arreglados en el
shtetl
, ¿no? En tu sangre debe de haber rastros de cientos de uniones de ese tipo.

»—Sí —respondió—, pero la esposa no iba a la iglesia.

»—Sí, pero tú ya no eres muy judío, ¿no?

»—No —respondió—. No demasiado. Aun así, el lazo emocional es desesperadamente profundo.

»—¿Cuan profundo? —pregunté.

»—Bien, no tan profundo que no pueda asomarme a dar un vistazo.

»—Antes de eso —dije—, quiero decirte que no consigues esta conexión por nada.

»—¿No?

»—No —respondí—. No sólo la cortejarás, sino que harás que transfiera su lealtad de Rusk a ti, lo que, por supuesto, redundará en mi beneficio.

»¿Sabéis? Me gusta Rosen. Me miró con una sonrisa.

»—Bien — dijo—, por fin podré practicar algunas de esas técnicas que nos enseñó en los Bajos Jueves.

Ante aquella ocurrencia no pude por menos que reírme. Este Rosen es muy despierto. Desde entonces, el asunto funciona. Le di unas cuantas fotos de la dama, y de la iglesia que frecuenta, la Antigua Presbiteriana Uno, cerca de Judiciary Square. ¿Sabíais que el Buda hizo su primera comunión allí? A Rosen le encantó saberlo. Se sentó detrás de ella un domingo, al otro lado del pasillo, chocó con ella al salir, intercambiaron nombres. A ella le fascinó todo; a una dama inglesa un judío converso en potencia le parece tan excitante como un tenor italiano. Quedaron en encontrarse en la reunión social de la iglesia, el viernes por la noche. El jueves siguiente la invitó a cenar. Una semana más tarde la acompañó hasta su casa y se las ingenió para besarla en el vestíbulo. Naturalmente, yo era su oficial de caso. Le pregunté si no le habría parecido apropiado ir más lejos. «Su aliento era más bien desagradable», respondió. «Bien, debes pasar por alto lo no esencial», dije. Desde entonces, va viento en popa.

—Esta mujer, ¿se llama Nancy Waterston? —pregunté.

—Por supuesto —respondió Harlot —. De hecho, Nancy habló con mucho afecto de una velada que pasó contigo en Montevideo. Estuve a punto de encargarte el trabajito a ti, en lugar de a Rosen.

—¿No habría sido más adecuado con Harry? —preguntó Cal.

—Hasta cierto punto —contestó Harlot—. Pero creo que Rosen pronto estará listo para trasponer el momento crítico. Después de eso, quizá tenga que casarse con la muchacha. En realidad, estoy seguro de que sucederá. Ella tiene su propio dinero, es leal a sus jefes como un sabueso, y por eso mismo, en contra de los preceptos normales, debemos alentar una complicación sexual importante. Debo decir que en el camino hemos topado con algunos obstáculos. Durante tres noches seguidas, Arnold no pudo ir más allá de un beso en los labios.

»—Todo se rebela —dijo.

»— ¿No serás demasiado tímido? —pregunté.

»—Sí, estoy asustado —convino.

»—Llévala al cine —dije.

»—¿Y qué hago luego? —preguntó.

»—Pásale el brazo por los hombros. Después, en un momento dado, baja la mano hasta su seno.

Harlot nos miró.

—Hay un fenómeno que no deja de sorprenderme. No importa cuan sofisticado sea el agente, tarde o temprano evidencia poseer un aspecto sin desarrollar que requerirá una instrucción elemental. Esto pasó con Rosen. Tuve que iniciarlo en las caricias sexuales. Le dije: «Si no puedes bajar la mano, cuenta hasta diez lentamente, en silencio, por supuesto, y durante ese tiempo concéntrate en el hecho de que no te respetarás si fracasas en tu intento de enfrentarte al desafío. Luego, al llegar a diez, ataca». Rosen escuchó. «Ésa es una técnica empleada por Julien Sorel en
Rojo y negro
, y puedes estar seguro de que Stendhal era un maestro en psicología.» En cuanto consiguió imaginarse como Julien Sorel, la cosa comenzó a marchar. Con cada agente, hay que usar una clave distinta. Rosen hizo progresos. Puedo deciros que ahora se acuestan en el suelo de la sala de ella. Todavía no se trata de coito, pero Rosen está avanzando en esa dirección. A ella la consume una suerte de perversidad polimorfa, que es, supongo, el nivel sexual más adecuado para las criaturas del pantano. La carnalidad que llega a todo, excepto a la consumación, es su ideal. Creo que va a funcionar. Rosen la ve todas las noches y le ha confesado sus inclinaciones homosexuales. Ella se siente absolutamente cautivada. Piensa que ambos son vírgenes. Como además él es judío, y ella está decidida a convertirlo al cristianismo, tenemos un
quid pro quo
efectivo. Rosen renuncia a su religión y a su soltería; ella nos entrega información de alto nivel del Departamento de Estado.

—No me parece claro que se trate de una ecuación —dijo Cal.

—¿Quieres apostar algo?

—Sí. Una comida en Sans Souci, dentro de los sesenta días.

—Aceptado —dijo Harlot—. Espero comer y beber gratis. Como veis, el bueno de Stendhal y su
Rojo y negro
han resultado muy útiles. La señorita Waterston, parecida a Madame de Renal, está consumida por la pasión. Obedeciendo mi sugerencia, Arnold se ausentó un par de días. Ella se puso fuera de sí. Estoy convencido de que dentro de poco él florecerá y emprenderá honestas aventuras priápicas. Después de todo, la señorita Waterston le proporciona un sentimiento de poder y de propósito.

—Espera a que se dé cuenta de que es fea como un sapo, según tu descripción —dijo Cal.

—Lamento haber sido tan cruel —dijo Hugh—. Ahora, Arnold me muestra fotos de ella con vestidos de verano. Ha florecido. Os aseguro de que antes de arriesgarse a perder a su galán, comprenderá que la carrera de él es de vital importancia para ambos, y que la Agencia es mejor guardiana del cáliz que el Departamento de Estado. Arnold se encargará de eso. Está llegando a la cima, y sabe cómo maniobrar. Otro hombre habría seducido a la mujer en una semana y tardado un año más en decidir qué intentar a continuación.

—Bien, espero que tengas éxito —dijo Cal—, aunque me cueste una cena.

—Sí —dijo Harlot—. Después de todo, saber qué se trae Rusk entre manos puede ser muy importante.

—Totalmente de acuerdo.

—Por supuesto —dijo Hugh—. Como ahora Cuba me interesa, Rusk puede resultar un factor importante en ese sentido. Hace un par de años, cuando todos, incluso tú, Cal, veían el Caribe como el blanco principal, yo sabía que era algo incidental. Ahora, después de lo de la bahía de los Cochinos y Mangosta, estoy muy preocupado. Hoy en día, tanto Kruschov como Mao pueden valerse de Cuba para sus fines.

—No estoy tan seguro de ello —dijo Cal—. Kruschov y Mao son dos caballeros que, en estos momentos, me parecen muy alejados el uno del otro.

—Por el contrario —dijo Hugh—. Los veo como actores en un escenario de desinformación de largo alcance. Te brindaré una cronología. Medita en ella, ¿quieres? En mayo, durante la visita de Castro a Moscú, Pekín anunció su deseo de entablar conversaciones con la Unión Soviética. Objetivo manifiesto: dirimir sus diferencias ideológicas. Luego, el mes pasado, los soviéticos y los chinos mantuvieron reuniones ultrasecretas en Moscú. Cuando concluyeron, el 21 de julio, el intento de reconciliación era un fracaso manifiesto. La Unión Soviética anunció su deseo de «una coexistencia pacífica con los Estados Unidos», cosa que la República Popular China consideró como una abyecta entrega al capitalismo. Como acordaron los corresponsales y diplomáticos occidentales, estábamos nada menos que ante un cisma dentro del movimiento comunista internacional. Yo diría que se nos está ofreciendo una representación teatral.

—¿Con qué finalidad?

—Para dividirnos. En mi opinión, están poniendo en marcha una gigantesca operación de desinformación. Puede llegar a sobrepasar la manipulación del Trust, hecha por Dzerzhinsky.

—Nunca podrán mantenerlo en secreto —dijo Cal—. Muchos de los suyos se enterarán tarde o temprano.

—No tantos como supones. Qué diablos, les importa un pimiento la opinión pública, de modo que no van a preocuparse por la moral de sus cuadros intermedios. Dile a un buen comunista que desprecie a China Roja el lunes, y se sonreirá el martes: podrá funcionar con una leve dislocación. Aunque no logren mantenerlo en secreto absoluto, resultará. La opinión mundial sigue la forma de las cosas, y no la sustancia. En la Compañía somos varios los que conocemos esta obra maestra de desinformación. Nos proponemos convencer a nuestros líderes. ¿Podemos? Dudoso. ¡Si hasta el mismo Helms duda! Entretanto, unos cuantos comunistas siguen elaborando la representación. Nos darán versiones de disensión. Oiremos furiosas denigraciones mutuas. Esferas separadas de influencia emergerán en el mundo comunista. Nos lo tragaremos, por supuesto. Nos convencerán con un arte consumado.

—¿Cómo encaja Cuba dentro de esto? —pregunté.

—Como el caballo que va delante. Castro hará intentos de paz. Rusia no se quedará atrás. El comunismo empezará a parecer humano. Al menos en parte. ¿Puede ser cristiano no amigarse con los enemigos reformados? Os digo que terminarán formando parte de nuestros consejos y de nuestra economía. Si bien no podremos confiar en todo el comunismo, ciertamente depositaremos nuestra confianza en la mitad de la entidad recién dividida que consideremos más afable. Incluso, llegaremos a creer que controlamos el equilibrio de poder.

»En consecuencia —continuó Harlot—, he llegado a la conclusión de que Castro debe desaparecer. Antes de que Mao y Kruschov convinieran en esta forma elevada de representación teatral, Cuba no era más que un capricho para los soviéticos; ahora, podría llegar a ser la pieza más preciada de su tablero.

—¿Está Castro al tanto de esta representación? —pregunté.

—En mi opinión —respondió Harlot— es demasiado joven y emotivo para que lo dejen participar en los consejos de los mayores. Sólo cuando la pasión está lista para transmutarse en voluntad puede uno gozar de la confianza de las más altas esferas.

Sus ojos eran la encarnación viva de sus palabras. Luminosa como el resplandor sobre el agua inmóvil era la acerada mirada de esos ojos.

30

La Custodia

20 de agosto de 1963

Querido Harry:

Estoy terriblemente preocupada por Hugh. ¿Has considerado alguna vez la posibilidad de que esté loco? ¿O de que yo lo esté? Pobre Christopher. Si a veces me rebelo contra este mandato que nos ha impuesto de no vernos y ni siquiera hablarnos por teléfono, es porque desearía que vieras a Christopher. Sus ojos son de un azul brillante, como si el azul fuera el color del fuego. En otro sentido, mi Christopher es un niño dulce y tranquilo de seis años, que teme mucho a su prodigiosamente austero padre (que todavía se acerca a él como si fuese una criatura pequeña y corrupta envuelta en un gran pañal mojado), pero, según me temo, mi hijo es también receloso de su madre. Creo que espera que en cualquier momento lance un alarido. Puede que hasta que no lo haga, no confíe en mí.

Querido Harry, permíteme que vuelva a empezar. Hugh ha entrado en un túnel de lógica absoluta y sencillamente se niega a mirar el mundo como éste podría ser. Sé que os ha comunicado a ti y a Cal su teoría del Fraude de la Gran Desinformación Sino-soviética, pues me escribió contándome que os invitó a comer la noche siguiente a mi partida. Durante todo el verano no ha hecho más que pronunciar esta prodigiosa perorata, seguida de su teoría sobre lo que los rusos y los chinos harán luego. Me parece obsceno postular que cien hombres están manipulando un mundo de varios millones de personas. «Haces caso omiso de la variedad de posibilidades que Dios nos ha permitido tener», le dije, pero es imposible convencerlo con argumentos razonables. A lo largo de toda su vida Hugh ha estado esperando la visita del espectro de Dzerzhinsky. Obviamente, piensa que él es el único mortal dentro de la CIA capaz de apreciar al KGB en una escala trascendente.

No hago más que decirle que Rusia y China no pueden fingir un cisma profundo. Los humanos somos demasiado perversos para llevar a cabo un plan tan bien orquestado y, de un modo inmediato, altamente desventajoso para nosotros. Pero no quiero aturdirte con los modelos ideológicos y dialécticos elaborados por Hugh. Por ahora, baste con decirte que ha intentado convertir a la nueva religión a una cantidad de personas que ocupan puestos claves en la Agencia, y debo creer que soy una de ellas, pues hemos tenido unas peleas feroces con respecto a su tesis. Por ejemplo, Hugh es tan poco atinado que usó la media hora mensual en que puede comunicarse privadamente con Jack Kennedy para hacer un fútil intento por informarle acerca de la verdadera naturaleza de la política sino-soviética. Jack es la última persona a la que podría convencer. Tiene un sentido muy agudo y sardónico de la debilidad humana y de las pequeñas trampas que acechan detrás de las cosas más sencillas. Yo los observaba a ambos desde el otro extremo de la sala del piso superior, y debo decirte que Jack fue apartándose poco a poco, hasta que al terminar la conversación se había alejado unos treinta centímetros.

¿Despertó Hugh al día siguiente arrepentido por todo lo que había perdido? ¡No! Estaba furioso con Jack Kennedy. «Ese hombre es horrorosamente superficial», dijo.

Dos días después, Hugh decidió que debía romper relaciones con Jack y Bobby. Lo amenacé con dejarlo si lo hacía. «Tú también eres superficial», me dijo.

Fue el colmo. Jamás nos habíamos hablado de esa manera. Le llevó cuarenta y ocho horas, pero finalmente se disculpó conmigo; por mi parte, reconocí que no podría dejarlo. Por supuesto, la cuestión no había sido resuelta. Exploramos la brecha. Fue una de las pocas veces durante nuestro matrimonio en que hablamos de facetas de nosotros mismos cuya revelación no nos resultaba nada agradable. Hugh confesó que en presencia de los Kennedy se siente un farsante.

—Siempre finjo divertirme más de lo que lo hago. Durante un tiempo, pensé que era mi obligación. Podía llegar a establecer un grado de intimidad que me permitiría ejercer cierta influencia. Pero estos Kennedy nunca saben de qué estoy hablando. Provienen de una tradición intelectual que es amplia, humanista, y de veinte centímetros de profundidad. En el fondo, no hay una base sobre la cual podamos ponernos de acuerdo. Si sirven a un poder superior, no es el Dios del que yo me siento cerca.

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