El fantasma de Harlot (37 page)

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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

—Es triste —dijo—. Durante milenios, todos los intentos por cimentar una civilización se fueron a pique porque las naciones carecían de la información fundamental. Ahora avanzamos con paso vacilante, sobrecargados de informaciones erróneas. En ocasiones pienso que nuestra existencia futura dependerá de nuestra capacidad para impedir que la información falsa prolifere demasiado aprisa. Si nuestro poder de verificar los hechos no avanza al mismo ritmo, entonces la distorsión de la información llegará a sofocarnos. Harry, ¿has comenzado a formarte una idea de a qué debe aspirar nuestra gente?

—No estoy seguro de darme cuenta de adonde quiere llegar —logré musitar.

—No te abres a la idea. —Bebió un trago de su coñac—. Nuestra verdadera tarea es convertirnos en la mente de los Estados Unidos.

Asentí. No tenía idea de si estaba de acuerdo con él, pero asentí.

—No hay ninguna razón —dijo— para que la Compañía no lo logre. Ya hemos empezado a sintonizar todo. Si una buena cosecha es un instrumento de la política exterior, entonces estamos obligados a conocer el clima del año próximo. Nos enfrentamos a la misma demanda en todas partes: las finanzas, los medios de comunicación, las relaciones laborales, la producción económica, las consecuencias temáticas de la televisión. ¿Hay un límite de todo lo que pueda interesarnos legítimamente? Vivimos en una era de sistemas generales, razón por la cual estamos obligados a tener expertos en todos los campos: banqueros, psiquiatras, especialistas en venenos, en narcóticos; expertos en arte, en relaciones públicas, en relaciones personales; sindicalistas, rufianes, periodistas. ¿Tienes idea de cuántos periodistas han firmado contrato con nosotros? Nadie sabe en cuántos buenos lugares tenemos fuentes confidenciales de información; cuántos miembros del Pentágono, comodoros, congresistas, profesores en comisiones influyentes, especialistas en erosión del suelo, líderes estudiantiles, diplomáticos, abogados de corporaciones. Todos contribuyen. Somos ricos en recursos. ¿Sabes?, tuvimos la suerte de empezar de repente. —Asintió—. Para una organización burocrática, eso suele ser desastroso, pero en nuestro caso, funcionó. No sólo contábamos con nuestros mejores hombres de la OSS, sino que además atrajimos a buenos hombres ambiciosos de todas partes. Del Departamento de Estado, del FBI, del Tesoro, Defensa, Comercio. Cosechamos de todas partes. Todos querían venir a nosotros. Eso creó una situación curiosa. Hablando desde el punto de vista organizativo, formamos una pirámide. Pero nuestro personal, medido por su experiencia y habilidad, nos daba la figura de un tonel. Una enorme cantidad de talento en la mitad. Y sin manera de ascender. Después de todo, los que estaban en la cúspide también eran jóvenes. Relativamente jóvenes, como yo. De modo que muchos de los hombres que corrieron a unirse a nuestras filas hace cinco años tuvieron que marcharse. Y ahora están en todas partes.

—¿De Washington?

—De los Estados Unidos. Una vez que has estado en la Compañía ya no quieres irte del todo. Es aburrido trabajar en el mundo financiero o en el mundo de los negocios. Te diré que, de un modo u otro, estamos relacionados con todo lo que pasa en el país. Potencialmente, podemos dictar la dirección del país. —Sonrió—. ¿Estás cansado?

—No, señor.

—¿No te he agotado con el tamaño del mural?

—Estaré levantado toda la noche.

—Muy bien. —Sonrió—. Bebamos otro trago antes de que te marches. Quiero que entiendas algo. No suelo ponerme confidencial, pero de tanto en tanto lo hago. Verás, Harry, todos los que trabajan en esta fábrica de encurtidos tienen un punto débil. Uno bebe demasiado. Otro es promiscuo. Un tercero es un maricón disimulado, que logró pasar el detector de mentiras o se volvió maricón después. Un cuarto fuma marihuana. Mi vicio, viejo Harry Hubbard, viejo antes de tiempo, es que hablo demasiado. De modo que me veo obligado a elegir personas en quienes confío. Cuando hablo contigo tengo la impresión de que lo que digo penetra en lo más hondo de tu ser. Por eso, sí, te digo algo de tanto en tanto, pero que Dios te asista si no lo guardas para ti.

Dio una buena chupada a su Churchill y el humo lo rodeó.

—¿Qué te ha parecido nuestro doctor Schneider? —preguntó.

Tuve el tino de ser breve.

—Lo interpretaría como un ex nazi con peluca. Creo que es diez años más joven de lo que parece con ese pelo blanco, y tal vez sepa menos de conciertos que de depósitos.

—Me siento tentado —dijo Harlot— de decirte más. Pero me temo que no puedo.

—¿A pesar de lo que acaba de decirme?

De repente estaba tan hambriento como un sabueso por conocer los secretos del doctor Schneider.

—Bien —dijo Harlot—, no hay remedio. Quizá lo descubras por ti mismo uno de estos días. —Volvió a dar una chupada a su cigarro—. Harry, mantén la fe.

12

Permítaseme descender de las alturas de la confianza depositada por Harlot en mí a la información, de carácter inferior, de cómo pasaba mi jornada de trabajo. Había terminado el adiestramiento con grandes esperanzas en lo que a mi futuro inmediato concernía; en la f había pasado noches enteras discutiendo acerca de cuál sería el mejor destino; si las ventajas de Viena, Singapur, Buenos Aires, Ankara, Moscú, Teherán, Tokyo, Manila, Praga, Budapest, Nairobi o Berlín habían sido ponderadas por sus cualidades como el mejor lugar para que un joven agente comenzara su carrera. Como la mayoría de los de mi clase, fui enviado a Washington, D.C.

Después vino una segunda desilusión. No fui seleccionado para ninguna de las secciones extranjeras, que constituían el preludio acostumbrado para conseguir un destino fuera del país. Un asistente de la sección de Irán en Washington podía suponer que estaba aprendiendo lo básico para marchar a Teherán. Lo mismo sucedía con la sección del Congo, la japonesa, la polaca y la chilena. Los reclutas de la Granja pensaban que, si había que empezar en Washington, el mejor empleo era como asistente en una sección extranjera.

Yo no era un joven político ambicioso, pero había heredado de mi madre el suficiente sentido social para saber que había sido invitado a la fiesta equivocada. Terminé en el Nido de las Serpientes, conocido también como la Caldera y/o la Carbonera. Cuando se trata de un trabajo poco gratificante, los sinónimos proliferan. En una habitación enorme cuyas luces fluorescentes en un techo relativamente bajo no cesaban de zumbar, con la ínfima ventilación provista por unos pocos y modestos acondicionadores de aire situados en los ventanucos de una pared lejana, nos chocábamos y evitábamos en pasillos demasiado estrechos para el tráfico humano que soportaban. Hacía calor, demasiado calor para octubre. A ambos lados había anticuados armarios de madera de dos metros de altura, con estantes y ficheros.

Junto a nuestra puerta estaba el Departamento de Documentos, una habitación grande llena de pilas de papeles aún sin archivar. Las pilas llegaban hasta el techo. Se suponía que había que anotar en una ficha los nombres que se encontraban en cada panfleto, informe de puesto, informe de agentes, referencia periodística, de revista, diario de viaje o libro, junto con un resumen de la información contenida. Después de eso, la ficha podía ser archivada y el documento almacenado de manera más permanente. En teoría, la finalidad de todo ese trabajo era reunir toda la información disponible acerca de una persona en la cual la Compañía pudiese estar interesada. De este modo se podía formar un perfil efectivo de cualquier persona.

Sin embargo, era un caos. Los documentos se acumulaban más rápidamente de lo que podíamos clasificarlos. Pronto la división del Hemisferio Occidental estaba atrasada seis meses y en el Departamento de Documentos había una montaña de papeles pertenecientes a ella; la Rusia soviética estaba atrasada cuatro meses; China (debido a la dificultad de los ideogramas), un año y medio. En el caso de Alemania Occidental, a la cual estaba asignado yo, el retraso era sólo de tres meses. Sin embargo, eso bastaba, para causar una gran tensión. Me pasaba la mayor parte del tiempo recorriendo pasillos o metiendo los dedos en un fichero. En ocasiones se producía un verdadero pánico. Una mañana, por ejemplo, el jefe de base de Berlín Occidental envió un cable requiriendo una información de vital importancia acerca de un tal VQ/JABALISALVAJE. Como llegaban cantidades enormes de pedidos de este tipo, y la rotación de personal en mi nivel inferior era considerable, asignaban estas tareas por orden de llegada: uno cogía el cable de encima de la pila en la sección de Ingreso de Averiguaciones.

A continuación, uno se abría camino entre el tráfico, haciendo lo posible por no chocar de nariz con el cuerpo que bloqueaba el paso en el pasillo. El olor a sudor era ubicuo, como si se viviera en un verano constante. Los acondicionadores de aire tenían pulmones pequeños, y cada uno de los empleados (¿éramos algo mejor que empleados de oficina, a pesar de nuestro adiestramiento?) cargaba con su propia ansiedad. No bastaba encontrar a JABALISALVAJE para el jefe de base en Berlín. Había que hacerlo rápidamente. El cable era frenético:

NECESITAMOS TODO EL MATERIAL RECIENTE SOBRE VQ/JABALISALVAJE. URGENTE. GIBLAR.

Sí, el jefe de base había firmado el cable personalmente.

Tenía que esperar en la Oficina de Integración de Registros, en el otro extremo del pasillo, para tener acceso a
Fichero Puente-Archivo PRQ-Parte I/Parte II/
, que en el mejor de los casos podía estar al día y decirme quién podía ser este VQ/JABALISALVAJE. Esa mañana, VQ/JABALISALVAJE se traducía como Wolfgang-de-Alemania-Occidental, apellido desconocido, última dirección Wasserpiegelstrasse, 158, Hamburgo. Al menos, era un comienzo. De regreso en el Nido de Serpientes, podía continuar la búsqueda en los dos ficheros, cada uno de medio metro de largo, con algo así como mil ochocientas tarjetas correspondientes a otros tantos Wolfgang lo suficientemente desconsiderados como para no proporcionar su apellido. Los Wolfgang que eran tan corteses como para ofrecernos la inicial de sus apellidos, un Wolfgang F. o un Wolfgang G., ocupaban otros tres ficheros. Los Wolfgang con apellido completo ocupaban diez ficheros. ¡No sabía que tantos hombres llamados Wolfgang nos resultaran interesantes en Alemania Occidental!

Después descubrí que no eran tan interesantes. Mi Wolfgang de Hamburgo tenía una tarjeta en el Nido de Serpientes por una vez en que había sido arrestado en 1952 por tirar un ladrillo durante una manifestación callejera en Bonn. Pero tenía nada menos que quince tarjetas iguales, una de cada diario de Alemania Occidental que publicó la misma historia. El material valioso sobre mi Wolfgang podía hallarse en alguna parte del Departamento de Documentos en el otro extremo de ese cobertizo interminable, aún sin clasificar. Yo ya estaba bastante irritable. Durante la hora de almuerzo envié un cable a la oficina del jefe de base, Berlín Oeste.

IMPOSIBLE SATISFACER PEDIDO SOBRE INFORMES RECIENTES REFERIDOS A VQ/JABALISALVAJE. ENVIAR DIRECCIÓN CORRECTA. KU/GUARDARROPA.

Era el primer cable que enviaba. Y la primera vez que usaba mi propio criptónimo.

Al final del día me llegó una respuesta.

CABLE 51-(SERIE RB 100 A). A KU/GUARDARROPA: INFORMACIÓN MÁS RECIENTE, REPITO Y SUBRAYO, INFORMACIÓN MÁS RECIENTE SOBRE VQ/JABALISALVAJE ES ESENCIAL, REPITO, ESENCIAL, RATA DE ARCHIVO. ¿ES USTED UN INEPTO? USE LA MEJOR DIRECCIÓN QUE ENCUENTRE. VQ/GIBLAR.

El jefe de base de Berlín era famoso por su poca paciencia. Sin embargo, yo no tenía ni idea de dónde buscar. Si no respondía el cable, era posible que recibiera una Notificación de Reprobación. Me sentía lleno de furia hacia Harlot. ¿Por qué me habían dejado en el Nido de Serpientes? Otros de mi grupo estaban asignados a algunas de las mejores secciones de Washington. Rosen estaba en Servicios Técnicos, una sección superconfidencial. ¿Sería por su actuación la noche del interrogatorio? Peor aún, según me enteré por Rosen, Dix Butler estaba operando en Berlín Oeste.

Justo cuando mi ánimo parecía condenarme a cavilar tristemente el resto de la noche (¿dónde está Wolfgang? ¿qué puedo hacer mañana?), recibí una llamada telefónica de mi padre. Me comunicó que dirigía algo importante y secreto en Tokyo, y que regresaba a Washington después de visitar los puestos de Manila, Singapur, Rangún y Yakarta.

—Comamos juntos —dijo—. Celebraremos que hayas salido ya de la Granja. Montague vendrá también.

—Espléndido —dije.

Habría preferido ver a mi padre a solas.

—Sí —dijo—, esta noche observa a Hugh. Sabe que tengo información acerca de muchas cosas que pasan en el Lejano Oriente. Se morirá por enterarse. Ocúltale algo a Hugh y verás cómo se pone.

Bien, tuvimos una deliciosa comida en Sans Souci, y hubo una buena cantidad de maniobras entre Cal y Harlot. Yo apenas si podía seguir la conversación sobre temas del oficio referidos a Sumatra y SEATO, y los rigores para obtener un poco de información en Singapur sin que el soberano se enfadase.

—¿Cómo piensas acercar los pies de Sukarno al fuego? —preguntó Harlot.

Mi padre se inclinó hacia adelante, rozó mi codo con el suyo y respondió:

—Eso es algo que no vamos a discutir, Hugh.

—Por supuesto que no. Prestarás oídos a algún tonto que está allí cubriendo todas las bases y que no tiene ni idea de cómo proceder, pero no te arriesgarás conmigo.

—No puedo, Hugh.

—Ya veo adonde quieres llegar. Puedo olfatearlo. Intentarás fotografiar a Sukarno en uno de sus circos.

—Sin tirarle piedras —dijo mi padre—. Ya le están tirando bastantes.

—Malgastas tu tiempo. Es una locura. Nunca conseguirás atrapar a los budistas con el sexo. Lo colocan en alguna parte entre comer y evacuar. Parte de la comedia de lo que entra y lo que sale. Necesitarás algo más que fotografías para meter a Sukarno en el saco.

—La única alternativa son los coroneles —dijo mi padre — . No creo que sean invitados honestos.

La charla continuó en estos términos. Naturalmente, yo no podía estar seguro de qué hablaban, pero me parecía muy interesante. Antes de que pasasen demasiados años, también yo, quizás, estaría en condiciones de tener conversaciones como aquélla.

Por supuesto, no disfrutaba plenamente de la velada. Me horrorizaba pensar que al día siguiente debería continuar con la búsqueda de Wolfgang. Sentía acidez de estómago. Luego de un brevísimo reconocimiento, Harlot y Cal no se interesaron en mis seis meses de adiestramiento ni en mi graduación, ni me permitieron hablar de mi situación actual. Después de tres martinis me dediqué a engullir la comida y a acompañarla con un borgoña cuya naturaleza me pareció más compleja que la mía. Si agregamos las copas de Honnessey y el intento de fumar un Churchill con aire triunfal, lo que yo esperaba que fuese una gran fiesta de celebración (con una posible explicación de por qué me habían abandonado en el Bunker) se convirtió en una larga marcha de fortaleza gastrointestinal. Perdí interés en Sukarno y en cómo le acercarían los pies al fuego.

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