El fantasma de Harlot (43 page)

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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

Otro sorbo de martini.

—De modo que debemos encontrar a Wolfgang. Ese maricón en CATÉTER puede haberle dado más información a Wolfgang de lo que quiere recordar. Sólo que es imposible dar con Wolfgang. ¿Está muerto, o ha pasado a la clandestinidad? No se pone en contacto con su oficial de situación. No responde a los mensajes. Quizá Wolfgang se ha pasado al Este con noticias acerca de CATÉTER. En un acto desesperado, envío un cable al Nido de Serpientes. Tal vez ellos puedan encontrar algo acerca de Wolfgang. Pero recibo una respuesta de mierda. Justo lo que necesitaba. «Debido a las condiciones en que se encuentra el Departamento de Documentos, etcétera...» Quienquiera que la haya enviado, obviamente no se daba cuenta de la importancia de un cable firmado por un jefe de estación. Podré ser jefe de base y no de estación, pero no hay estación en el mundo entero tan importante como la base de Berlín. Estamos en la primera línea de la Guerra Fría, sólo que allá en Foggy Bottom parecen no estar enterados. A los novatos no los alertan contra eso. Estoy obligado a tratar con imbecilidades burocráticas en la persona de algún cabrón llamado KU/GUARDARROPA. Ergo, me preparo para disparar unos cuantos cañones. Decido borrar a KU/GUARDARROPA del lugar donde está sentado.

—Caray —dije.

—Pues eso no es nada, chico. Le pido a la sección de Alemania Occidental en Washington que me revele la identidad de ese tal KU/GUARDARROPA, y me vienen con la noticia de que el Archivo-Puente no estará disponible durante setenta y dos horas. ¿Puedes creerlo? ¡Setenta y dos horas! Se debe a un cambio de criptónimo. Ese hijo de puta de GUARDARROPA sabe que se ha metido en un jodido problema. Le digo a la sección de Alemania Oeste que consiga que el Archivo-Puente salte las setenta y dos horas y proporcione una Traducción Inmediata. La sección debe de saber que estoy enfadado. Me envían un cable: LO COMPLACEREMOS. Sólo que no pueden. No pueden complacerme. Por procedimiento, tienen que acudir más arriba, al Control del Archivo-Puente, y allí alguien ha colocado un DETÉNGASE. No lo puedo creer. Me estoy enfrentando a influencias. Wolfgang está oculto y sus archivos están sepultados en el Departamento de Documentos. CATÉTER está en peligro, pero alguien que bien podría ser un topo ha puesto una orden de DETÉNGASE en mi camino. No creo que haya veinte hombres en toda la Compañía con fuerza suficiente para ponerme un DETÉNGASE. Pero uno lo ha hecho. Dieciocho de esos veinte, como mínimo, deben de tener una excelente razón para odiarme. Mi familia puede no tener la alcurnia de la de ellos (aunque sí muy buena cepa, gracias)... Chico, mi cerebro trabaja más rápido. —Aquí vació la copa de martini y la puso en su lugar dada vuelta—. Sí, DETÉNGASE significa DETÉNGASE, HARVEY.

Respiró pesadamente. Me clavó la mirada.

—Bien —dijo—, debes reconocer cuándo el bando opuesto ha ganado el primer asalto. Ya sea para frustrarme, para proteger a Wolfgang, que es la posibilidad extrema y más preocupante, o para salvaguardar a GUARDARROPA, que puede ser un intermediario, el caso es que ahora mi blanco es GUARDARROPA. Una vez que le ponga las manos encima, obtendré las otras respuestas. —Suspiró—. El problema, cuando uno es jefe de base, es que cada semana hay una nueva crisis. Aparecen otros asuntos... Además, sé que no conviene ir contra Control Superior de Archivo-Puente si no tienes buenas cartas. Hay que conseguir las más altas. Si hay influencias protegiendo a GUARDARROPA, le darán dos o tres criptónimos. En esta clase de juego has de ser capaz de concentrarte en tu objetivo. No tengo tiempo para eso. Tú sí. Desde ahora, te promuevo a buscapleitos primero.

Vacilé en hablar. Mi voz podía traicionarme. Asentí.

—Atacaremos por ambos flancos —dijo — . Primero, lo intentas con la sección de Alemania Occidental en el I-J-K-L. Todavía están amamantándose. Burócratas totales. No pueden esperar a que llegue la primavera para almorzar junto al Estanque de los Reflejos. Son flojos. Reaccionan ante una presión constante. Haz que rastreen los cambios de alforjas de GUARDARROPA. Llevará tiempo. Querrán arrastrar los pies. De modo que debes pincharles el culo todo el tiempo. Un pinchazo cada dos días. Yo te reforzaré de tanto en tanto. El Control del Archivo-Puente podrá demorar setenta y dos horas para cada criptónimo. Tarde o temprano se les terminarán los obstáculos.

—Pero, como usted dijo, ¿no lo pasarán al Control Superior de Archivo-Puente?

Tuve un momento de pánico, preguntándome si no le extrañaría que hubiese comprendido todo eso en tan poco tiempo, pero él siguió hablando.

—Lo harán. El Control Superior de Archivo-Puente es inevitable. Pero para entonces ya debemos tener algunos hechos. Podemos perder en Control Superior (es una comisión en la que no cuento con influencias), pero aun así habremos dejado mal olor en esos salones de mármol. Estará flotando en la perfumería un olor a pedo como huevo podrido. Eso les enseñará a no meterse conmigo.

—Señor, ¿puedo hablar francamente?

—Ahórrate tiempo. Habla.

—Si he comprendido bien, está usted diciendo que nunca obtendrá el nombre de GUARDARROPA. Quien apañó los cambios es, según usted, un miembro de Control Superior. En ese caso, él también estará en pie de guerra. ¿Es conveniente tener un enemigo tan decidido si ni siquiera se puede averiguar quién es?

—Hubbard, te equivocas. El Control Superior no está formado por cretinos. Ellos también tendrán idea de quién puede estar jugando su juego. Y quienquiera que sea, perderá unos centímetros de altura ante sus pares. Ésa es mi venganza.

—¿No perderá usted también?

—Muchacho, invito a cualquiera a intercambiar puñetazos conmigo. Veremos quién queda de pie al final.

—Debo reconocer, señor Harvey, que no es usted nada tímido.

—Cuando trabajas para Hoover, almacenas un poco de miedo en el corazón cada mañana camino del trabajo. Me cansé de eso.

—¿Qué clase de hombre es J. Edgar Hoover?

—Un despreciable, cobarde, desagradecido hijo de puta. Perdóname. Estoy hablando de un gran patriota. —Eructó y volvió a llenar su copa de martini—. Muy bien —prosiguió—. He dicho que atacaríamos por ambos flancos. Por un lado, presión hasta llegar al Control Superior; por el otro, veamos cuan buena es tu propia red.

—¿Señor?

—Tengo la corazonada de que KU/GUARDARROPA es un oficial novato. Tiene que serlo. El cable que mandó era estúpido. Incluso es posible que lo conozcas. Quiero que te pongas en contacto con unos cuantos miembros de tu grupo en la Granja. Antes de que pase mucho tiempo estarás en condiciones de saber quiénes fueron destinados al Nido de Serpientes.

Sentía el sudor corriendo por mi nuca.

—Puedo obtener un par de nombres —dije—, pero ¿podré conseguir sus criptónimos del Archivo-Puente? Es una petición extraña para un oficial nuevo.

—Debo confesarte que no me resulta cómodo requerir demasiados criptónimos del Archivo-Puente. A menos que triunfemos. Y eso, desde luego, es algo que no puedo saber de antemano. Por supuesto, no quiero llamar demasiado la atención en este caso. Pero, chico, no recurriremos al Archivo-Puente. Usaremos la Desviación.

—No estoy familiarizado con la Desviación —dije.

—No estás familiarizado con el nombre —replicó él—, pero probablemente seas parte del proceso. Vosotros los novatos nunca estáis dispuestos a admitir que soléis revelaros el uno al otro vuestro nombre clave, pero lo cierto es que los coleccionáis como si fuesen autógrafos. Los estudios lo demuestran: la mitad de los estadounidenses que pelearon en la Segunda Guerra Mundial no dispararon una sola vez sobre un soldado enemigo. Había demasiado de los Diez Mandamientos en su sistema nervioso. Y la mitad de los nuevos en la Compañía no saben guardar un secreto. La traición nos llega con la leche materna. —Reflexionó unos segundos—. Y el estiércol paterno. —Eso merecía un trago. La copa de martini logró mantenerse en equilibrio a pesar de los socavones del camino—. Ocúpate de recibir favores —dijo—. Consigue las alforjas de tus amigos. —Asintió—. Por cierto, ¿cuál era la tuya?

—Usted lo sabe, jefe. VQ/INICIADOR.

—Quiero decir, en Washington. No insistas en decirme que no tenías criptónimo.

—Lo siento, señor. No puedo revelarlo.

Asintió.

—Espera a que te torturemos —dijo.

3

Berlín, vista en pleno mediodía a través de las ventanillas oscuras del Cadillac del jefe Harvey, constituía una visión de sombras crepusculares. Los pálidos solares, limpios de escombros, y la parte posterior de los amputados edificios, se presentaban en tonos gris lavanda, el tinte oficial del cristal en las limusinas blindadas. Podía ser una vista siniestra del mundo, pero esa mañana en particular, conseguí ver muy poco. Prestaba demasiada atención a cada una de las palabras que pronunciaba Bill Harvey.

Mientras el señor Harvey terminaba de establecer los procedimientos que yo debía utilizar para una empresa que sólo podía tener éxito con mi fracaso final y definitivo, la voz que emergió de mi garganta, ronca como era, no me traicionó. Me sentía como me volvería a sentir pronto al llevarme por primera vez una mujer a la cama. Podrá parecer extraño, pero el sexo era una actividad que yo estaba contemplando desde hacía mucho. Una parte de mí me decía: «Nací para hacer esto. Ser un agente doble es natural para mí».

No me hacía demasiadas ilusiones de ser nada mejor que eso. Hugh Tremont Montague y el William
el Rey
Harvey podían servir a la misma bandera, pero yo ya era una persona diferente para cada uno de ellos; tal era la esencia de mi condición. Ser un agente doble trabajando para los alemanes del Oeste y del Este podría ser más peligroso, pero se tratara de BND contra SSD, o Montague versus Harvey, el equilibrio personal siempre dependía del ingenio personal. Un estímulo muy poco santo, en efecto.

Por supuesto, mi vida interior tenía sus subidas y bajadas. Otra vez ante mi escritorio, una furia declarada por la injusticia de todo me atravesó de manera tan intensa que tuve que ir al lavabo y mojarme la cara con agua fría. Sin embargo, la cara reflejada en el espejo no mostraba señales de tensión. Desde que podía recordar, tenía la mirada inexpresiva de los Hubbard. Colton Shaler Hubbard, mi primo mayor, custodio de las leyendas familiares, me dijo en una oportunidad: «Con la excepción de Kimble Smallidge Hubbard, y posiblemente tu padre, el resto de nosotros no tiene nada de especial. Somos el característico
homme moyen sensuel
. Excepto por una facultad, Herrick. La expresión de los Hubbard nunca revela nada. Y te aseguro que es una gran ventaja».

A los efectos prácticos, estaba en lo cierto. En medio de mi perturbación, un joven siempre alerta me devolvía la mirada desde el espejo, con vida en los ojos y optimismo en la boca. Recordé otras ocasiones en que interiormente me había sentido tranquilo, descansado y lleno de vida, pero mi reflejo aparecía hosco, como si la fatiga del día anterior aún siguiera adherida a la piel. ¿Podía suponer que el agradable rostro que presentaba ahora en el espejo era una coloración protectora? Uno hace bien en mostrarse animado cuando en realidad está exhausto.

Esa noche, listo para olvidarme de estas preocupaciones, salí con Dix Butler. Me llevó de recorrido por sus clubes nocturnos. Durante las últimas dos semanas había salido de noche con él bastante a menudo para hacerme una idea de cómo trabajaba. Tenía un contacto en cada club que visitábamos. Por supuesto, no los había reclutado él, pues no hacía tanto que estaba en Berlín y su alemán resultaba inadecuado para tal propósito, pero su trabajo le hizo conocer el ambiente. Servía de puente entre dos de nuestros oficiales de situación en BOZO y aquellos de nuestros agentes alemanes de poca monta que hablaban inglés. Con la ayuda de nuestros subsidiarios comerciales, Dix se presentaba ante los nativos como un ejecutivo estadounidense de una importadora de cerveza («Puedes decir que soy un vendedor de cerveza, Putzi»), pero la penetrante mente berlinesa de los empleados de los clubes que visitamos no tenía ninguna duda de que Dix Butler, nombre de tapadera Randy Huff (en honor de Sam Huff, el jugador de los Nueva York Giants) fuera otra cosa que un agente de la CIA.

El axioma de que los oficiales de Inteligencia y los agentes deben mantenerse separados, inculcado durante el período de instrucción, no parecía aplicarse en este medio, según me advirtió Dix. Él no sólo era visible en grado superlativo, sino que cualquiera que le dirigiese la palabra sería inmediatamente tachado de antiamericano por los demás alemanes. Como a sus agentes no parecía importarles, yo estaba seguro de que la mayoría eran agentes dobles al servicio del SSD.

Eso a Dix no le preocupaba.

—No debería funcionar, pero funciona —me dijo — . Obtengo más información de mis muchachos que cualquier otro oficial de la CIA o el BND que trabaje en la calle.

—Información contaminada.

—Te sorprenderías. Muchos agentes son demasiado perezosos como para mentir. Terminan diciendo más de lo que pensaban decir. Saben que, de ser necesario, puedo sacarles la información por la fuerza.

—Dix...

—Me llamo Huff —dijo—. Randy Huff.

—Todo lo que les sacas es dirigido por el BND.

—Guarda la Biblia. Mi gente se gana la vida. Son de la calle. Por supuesto que el BND los administra. No creerás que la Inteligencia de Alemania Occidental nos alentaría a trabajar con cualquier alemán que no les perteneciese a ellos primero. Es una comedia. Todos pagan para obtener información, los británicos, los franceses, los alemanes occidentales, los soviéticos. Sucede que nosotros pagamos mejor que nadie, de modo que nuestro trabajo es más fácil. Coge el Metro y ve a Berlín Este, al café Varsovia. Allí se reúnen todos: agentes, informadores, hombres de contacto, intermediarios, correos, jefes, incluso oficiales de situación rusos y estadounidenses. Los roedores se arrastran de mesa en mesa buscando el mejor precio. Berlín Oeste podrá ser un mercado de espías, pero Berlín Este es una broma. Todos son agentes dobles y triples. Ni siquiera puedes recordar si son supuestamente nuestros o de ellos, y sabes, compañero, no importa. Si no tienen información, la inventan.

—¿No te preocupa que el SSD pueda estar contaminando el material que recoges?

—El SSD no tiene ni para empezar con el precio que pagamos nosotros. Además, yo sé quién trabaja para ellos, y sé con qué alimentarlos. —Estaba aburrido de todo aquello, igual que un abogado que debe aconsejar legalmente a sus amigos los domingos—. Olvídalo, Charley Sloate (mi nombre de tapadera en el Departamento de Defensa). ¡Mira esa pelirroja!

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