—¿Quieres bailar? —le preguntó sin mirarlo—. Pues bailemos.
La agarró de la mano y volvieron juntos a la pista de baile. Cuando la tuvo entre sus brazos, quedaron frente a frente, mirándose a los ojos. A Emma le gusto notar su cuerpo fuerte moviéndose con el suyo y guiándola. Se apoyaron, con las frentes tocándose y los labios cerca. Él la atraía con el brazo hacia sí cada vez más.
—Déjame pasar contigo esta noche —le susurró—. Déjame pasar una noche contigo antes de irme.
—No, yo…
—Estoy loco por ti. Todas estas semanas, he soñado noche tras noche en estar contigo. —Le rozó la sien con los labios—. Sé que tú también lo has pensado. —La condujo hacia la oscuridad del borde de la plaza y la apoyó contra la corteza cálida de un árbol. La besó con suavidad. Fue un beso muy dulce.
«¿Qué estoy haciendo», pensó Emma.
Él ya tenía las manos en su pelo y le sostenía la cabeza mientras sus besos se sucedían. Se pegó a ella, dejándola sin aliento. Se moría por sentir el cuerpo de otra persona contra el suyo de nuevo. No quería volver a estar sola. Cuando la sacó de la pista de baile, ya se había hecho a la idea.
Todavía no había terminado la canción cuando Luca volvió a la pista. Repasó a la gente buscando a Emma.
—¡Eh, tú! —La chica del vestido negro lo siguió.
—Vete. No me interesa.
—¿Buscas a la perfumista? —Se estudió las uñas—. Acabo de verla irse con ese bombón de albañil suyo. Se estaban comiendo a besos. Si no estuviera tan loca por ti hubiera ido yo por él.
—No. Te equivocas.
—Apuesto a que se la está tirando.
Luca se apartó de ella y se abrió paso entre la gente hacia Villa del Valle. Paloma corrió tras él.
—¿Luca? ¡Luca! ¿Qué demonios te pasa?
—Ella… Emma… —Tenía la cara contraída de rabia—. ¿Se ha ido con ese chico?
Paloma puso los brazos en jarras.
—Sí. Le he dicho yo que lo hiciera.
—¿Has hecho qué? ¡Joder! ¿Cómo has podido? —Notó que se atragantaba, con las palabras encalladas en la garganta.
—¿Qué esperabas? —le dijo ella tranquilamente—. ¿Creías que te esperaría eternamente?
Luca condujo durante horas por la montaña, encendiendo y apagando los faros, desafiando al destino a llevárselo. Los veía mentalmente. Veía a Marek quitándole la seda roja del hombro y besándole el cuello. Veía a Emma desabrochándole la camisa y pasándole las manos por el pelo. Se lo imaginaba una y otra vez, torturándose. Golpeaba el volante, rugiendo de celos, mientras conducía en la oscuridad nocturna. Al amanecer estaba de nuevo en el pueblo. Estacionó y caminó hacia la casa de Emma.
Emma y Marek no habían llegado ni a la cama. Se despertaron en el sofá, junto al fuego de la cocina, al oír la llave en la puerta principal.
—¡Sole ha vuelto! ¡Rápido! —rio bajito.
—Levántate. —Marek le lanzó el vestido y se puso los vaqueros—. Me ocuparé del bebé hasta que bajes.
Habló con Sole un minuto, repasando mentalmente los pasos de Emma hasta el dormitorio y hasta oír la ducha.
Sole le dio el bebé y fue a sacar las bolsas del coche. Él se volvió y se puso a Joseph al hombro porque se echó a llorar.
—¡Eh, no llores! —Preparó café, tranquilizando al bebé—. No llores. —Cuando oyó abrirse la puerta, gritó por encima del hombro—: ¿Quieres café? —Como Sole no contestaba, se volvió y se encontró con Luca, que estaba furibundo en el umbral—. ¿Qué haces aquí?
Marek mecía al niño. Joseph abrió los ojos un momento y luego los cerró fuerte y berreó más.
—Así no. —Luca le cogió al pequeño y Marek cruzó los brazos y se apoyó en la chimenea—. Detesta que lo mezan. ¿Eh, cariño? —le susurró con dulzura, con los labios pegados a su coronilla.
Joseph se agarró a su camisa y fue tranquilizándose hasta dejar de llorar mientras Luca lo sostenía con firmeza pero cariñosamente. El bebé erró los ojos y apoyó la cabeza en el corazón de Luca.
—¿Por qué sigues aquí? —Luca fulminó con la mirada al chico.
—¿Tú por qué crees?
—Pequeño hijo de… No eres nadie…
Oyeron que Emma bajaba la escalera.
—Puede que no sea nadie, pero soy quien ha pasado la noche con ella —dijo tranquilamente Marek mientras Emma se les acercaba—. No lo olvides.
—¿Luca? —Emma se apartó el pelo de la cara, todavía húmedo de la ducha. Iba descalza, con un vestido blanco de verano. Tenía la piel radiante y los labios hinchados de besos. Luca nunca la había deseado tanto.
»Tienes muy mala cara —le dijo con dulzura—. ¿Quieres un poco de café? —Lo cogió del brazo y se lo llevó al pasillo.
—¿Te has acostado con él?
—¿Perdón? —Emma cerró la puerta de la cocina—. Eso no es de tu…
—¿Te acostaste con él? —Se recolocó al niño.
—¿Y qué si lo he hecho? ¿Y qué, Luca? ¿A ti qué te importa? No somos más que amigos. —Le sostuvo la mirada—. ¿No es así? Eso fue lo que le dijiste a Olivier.
—¡Es un niño! ¡Un crío! —Intentaba controlar la rabia y miró al niño que dormía—. ¿Cómo has podido escogerle a él cuando…?
—Cuando qué. —Se le acercó y bajó la voz—. Cuando qué, Luca. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Vivir como una monja? No seas tan hipócrita. Lo sé todo sobre ti y esa… mujer de anoche.
Luca se puso a la defensiva.
—¿Qué pasa con ella? Nunca se ha tratado más que de sexo.
—¿Y por eso es mejor? Tú tendrás sexo con alguien como ella, pero cada vez que nos acercamos tú…
—¿Por qué? ¿Por qué él?
—Porque me siento sola. Porque no me he sentido deseada desde hace mucho. Desde que perdí a Joe, desde que tú…
—Desde que yo ¿qué?
—¡Eso es! —Estaba exasperada—. Tú no lo entiendes. Tendrías que haber notado… lo que tenemos. —Lo obligó a mirarla—. No sé en qué situación estoy contigo. Con Marek… ha sido sencillo. Me ha hecho sentir bien conmigo misma. Me he sentido joven y viva y lo necesitaba. Lo necesito. —Le tocó el brazo y él se estremeció—. ¿Por qué? ¿Es por tu mujer?
—Alejandra murió hace mucho.
—Pero yo estoy aquí, Luca. Soy real. Y no quiero volver a estar sola. —Retrocedió hacia la puerta principal y la abrió.
—Hola —dijo Sole. Miró a Luca y luego a Emma y le cogió el niño.
Emma la oyó charlar con Marek en la cocina. Miró a Luca cuando oyó los pasos de Marek acercándose.
—No quiero estar sola.
Luca miró a Marek.
—Ahora tienes que irte —le dijo, con la voz temblorosa de rabia. Se volvió hacia ella—: Nos veremos en el bautizo.
—Por favor, no…
—Gracias, Emma. Por todo. —Marek le cogió la mano y se la besó, levantando los ojos hacia Luca.
Luca cruzó el pueblo camino del café. Por desgracia, el autobús de Marek llevaba retraso.
—¡Eh, viejo! —se burló de él—. ¿No has podido darle lo que quería y te ha dado la patada? —Se rio y buscó un cigarrillo en el bolsillo.
Estuvo mirando hacia abajo mientras Luca se abría paso entre los coches hacia él. Cuando encendió el cigarrillo y alzó la cabeza, lo tenía delante. Luca lo agarró del cuello de la camisa y le retorció el brazo.
—No hables así de Emma —le espetó, con el puño apretado.
—¿Qué vas a hacer? ¿Pegarme? —resopló Marek y retrocedió trastabillando porque Luca lo soltó de un empujón.
—No mereces el esfuerzo. —Luca miró a Marek caído en la alcantarilla y vio lo que en realidad era: un niño que había tenido buena suerte. Suspiró y le tendió la mano para ayudarlo—. Venga.
Marek se puso de pie con dificultad.
—No lo entiendo. ¿Por qué no me has pegado?
—Porque eres un crío y estás muy lejos de casa. Y porque yo era igual que tú en otra época. —Le quitó el polvo del brazo a Marek.
—Lo siento.
—No lo olvides. —Luca le clavó el índice en el pecho—. Recuerda lo afortunado que eres. Emma es una mujer extraordinaria.
—La quieres, ¿verdad?
—Es complicado.
—Creo que ella también te quiere.
—¿Por qué?
Marek se encogió de hombros.
—Por la noche te llamaba en sueños.
—¿En serio? —Luca sonrió.
—A lo mejor el afortunado eres tú.
El autobús subía por la calle Mayor. Cuando Marek tiró dentro la bolsa y subió los escalones, se volvió.
—No vayas por ahí haciendo el tonto, ¿sabes? Ella vale demasiado. Si tú no mueves ficha, algún otro lo hará.
LONDRES, mayo de 1941
—Uno, dos, tres… —Charles empezó a contar mientras Matie y Liberty corrían riendo por la casa hacia el jardín, buscando un escondite.
Cuando ya no podían oírlo, se dejó caer en el sillón, junto a la ventana, y se frotó el caballete de la nariz en actitud pensativa. Acababa de recibir una llamada telefónica de un amigo de la colonia Barnes. Había llegado la hora de que los niños volvieran a España y pronto irían a recoger a las niñas.
Miró por la ventana la calle vacía. Habían tenido suerte hasta el momento. Las bombas caían todas las noches en Londres. A diferencia de los que se metían en refugios y en los sótanos durante los ataques, él y Freya se portaban como si nada sucediera durante las incursiones aéreas. Freya había bromeado aquella mañana diciendo que eran «a prueba de bombas», pero Charles se preguntaba si la vida volvería a parecerle sencilla y segura de nuevo. Pensó en la conversación de las chicas durante el desayuno.
—Vuelvo a casa —había dicho Matie, entre cucharada y cucharada de
porridge
.
—¿A casa? ¿Dónde está eso? —Liberty balanceaba las piernas en la silla.
—Mi hogar está en España. Me voy a España.
—Tío Charles, ¿dónde está mi hogar? ¿Está en España?
Charles había levantado los ojos del periódico.
—No. Tu hogar está aquí, Libby, con Freya, tu mamá, y yo.
«España», pensó ahora, con el estómago encogido de emoción. Se mordió una piel del pulgar, con la cabeza llena de imágenes. No estaba bien solo consigo mismo en aquellos días, era incapaz de descansar, de descartar los recuerdos y los fantasmas que lo acosaban. Se cubrió la cara con la mano y se la pasó por el pelo luego, como si intentara ahuyentarlos.
—Noventa y cien —gritó, y fue caminando por la casa, directamente hacia el invernadero. Sin embargo, a excepción de un par de viejas sillas Lloyd Loom polvorientas, estaba vacío. Esperaba que algún día estuviera lleno de plantas y mariposas. Sus pisadas resonaron en las baldosas rotas.
—¡Voy, estéis o no listas!
Sabía que Liberty se escondía siempre en la pequeña alcoba de la esquina, así que arañó la puerta.
—¡No es justo! —protestó la niña.
—Vale, Libby —dijo Charles, con el corazón desbocado—. Vamos a jugar a otra cosa. No quiero decirle a Matie dónde te has escondido. Quiero que te quedes ahí, ¿entendido?
La pequeña asintió.
—Quiero que te quedes muy, muy quieta.
—¡Como un ratón!
—Sí, como un ratón. —Charles echó un vistazo al reloj. Llegarían en cualquier momento—. Quédate ahí hasta que venga a buscarte. —Cerró la puerta del armario y la cerró.
—¡Matie! —gritó, saliendo al jardín—. ¡Matie! —Oyó que la niña contenía la risa detrás del cobertizo de las macetas—. ¡Te pillé! —La levantó y la abrazó, con un nudo en la garganta. Se llevó a la niña a la casa, abrazada a su cuello—. Ahora, Matie, está a punto de llegar una gente muy simpática del comité con otras personas de España.
—¿De casa?
—Sí, Matie, de casa. Libby está escondida. Está muy, muy bien escondida. Así que esa gente no podrá encontrarla, Matie. Si te preguntan dónde está, diles que se ha ido. Diles que estuvisteis jugando anoche y que Liberty se fue.
—Sí, tío Charles.
—Es un juego —le dijo él en voz baja—. No es más que un juego.
Llamaron a la puerta cuando iban hacia ella.
—Ha llegado la hora de que te vayas a casa —dijo, abriendo la puerta. Puso cara seria cuando vio los hombres que había en la puerta. Una mujer del comité de rescate se adelantó y cogió de la mano a Matie.
—Adiós, Matie —le dijo Charles, cerrando con fuerza los párpados y besándole la coronilla—. Que Dios te bendiga.
—¿Tiene los documentos de la niña?
—Sí. Un momento. —Se metió la mano en el bolsillo y se los entregó al hombre.
—¿Dónde está la otra niña?
—¿No se lo han dicho? —le sostuvo la mirada.— Hubo una desgracia. Lourdes del Valle murió en un bombardeo.
—Lo siento. Por supuesto, lo investigaremos.
El hombre le estrechó la mano y achicó los ojos cuando vio el brazo amputado de Charles.
—Debe ser muy difícil para usted. Puedo asegurarle el futuro de la niña en España.
Charles miró la cara iluminada de esperanza de Matie en la parte trasera del coche. Lo saludó con la manita.
—Cuídenla —dijo con un hilo de voz, y cerró la puerta.
Charles se apoyó en la pared, escuchando cómo se alejaba el coche. El corazón le martilleaba en el pecho y tropezó cuando iba hacia la cocina, donde se sirvió un buen whisky de la botella de la alacena. Descolgó el teléfono.
—Hola —dijo sosteniendo el aparato con la mano temblorosa—. ¿Hablo con el comité para la infancia? Soy Charles Temple. Temo que tengo malas noticias. La niña que vivía con nosotros, Lourdes del Valle… Sí… —Escuchó cómo la mujer buscaba en los papeles—. Nos vimos atrapados anoche durante el bombardeo. —Escuchó hablar a la mujer al otro extremo de la línea—. Lamento decirles que ha muerto. Sí. Los demás estamos bien, con apenas unas contusiones. No, todavía no han podido recuperar el cuerpo. Sí, por supuesto. Vendré a firmar toda la documentación necesaria. Gracias. Sí. Estamos todos destrozados.
—¿Charles? —dijo Freya, y él se volvió y la vio de pie en la cocina, detrás de él, con la cara cenicienta. Llevaba una cesta de comida para el viaje hasta Cornwall.
—Adiós —se despidió, y colgó el teléfono.
—Charles, ¿qué has hecho?
—Freya, no he tenido elección. Han venido a buscar a Liberty.
—¿Qué has hecho? —le gritó.
—Matie se va a casa, pero Libby está a salvo.
—¿De qué hablas? ¿Te has vuelto loco? ¿Cómo puedes pretender que ha muerto? Yo quería adoptarla legalmente. —Freya fue a coger el teléfono—. Voy a llamar al comité y decirles que has estado bebiendo y no estás en tus cabales.
Charles le impidió descolgar y desconectó la línea.
—Se la llevarán. La apartarán de ti, como han hecho con Matie. ¿Lo entiendes? —La agarró del hombro—. Te prometí que os protegería, a ti y a Liberty.