El jardín de los perfumes (46 page)

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Authors: Kate Lord Brown

Tags: #Intriga, #Drama

Freya se lo imaginó: el patriarca de una camada de niños morenos.

—Me alegro de oír que era feliz.

—Nunca la olvidó, Freya. —Se quedó callado un momento—. Se vieron varias veces.

—Lo hicimos —dijo ella, y se secó una lágrima—. Sí que lo hicimos.

—Se preguntaba… No sé si debería siquiera preguntárselo. Papá hablaba mucho de usted desde que murió mamá. Se preguntaba a veces si se habría usted arrepentido de no irse con él.

Freya pensó en su cara hermosa de expresión abierta y en cuánto lo amaba.

—También he tenido una vida maravillosa. —Tras dudar brevemente, añadió—: Pero sí. Pensaba todos los días en él. Todos los días de mi vida.

62

VALENCIA, marzo de 2002

—Abre la boca —dijo Luca, consultando la hora.

—¿Por qué? —preguntó Delilah.

—¡Confía en mí! La mascletà… —Hubo una explosión tremenda. El aire vibró y se elevó un clamor multitudinario en la abarrotada plaza de la ciudad. Emma tenía los ojos desorbitados. Le parecía que el aire titilaba y se desintegraba: era como si el ruido tuviera cuerpo y el humo acre fue demasiado para ella.

—¿Por qué hacen esto? —gritó.

—¡Te hace sentir vivo! —Luca se rio y las guio por entre el gentío hacia donde habían aparcado, cerca de la plaza de la Reina. Una efigie de la Virgen tan alta como la catedral se cernía sobre ellos bajo un entoldado azul y blanco. Las Bellezas del Foc con claveles, pasaban las flores a los hombres que trepaban por el andamiaje y ensartaban los tallos para tejer el manto de la Virgen. Cuando disminuyó la aglomeración, se volvió hacia ellas.

—¿Qué os apetece hacer ahora? ¿Ver la costa, comer? ¿Ir a los toros, tal vez?

—¡Oh, los toros! —Delilah se le colgó del brazo.

—¿Estás segura? No queremos que vuelvas a desmayarte —dijo Emma.

—Estoy segura de que Luca se ocupará de mí y habría que probarlo todo al menos una vez. —Delilah se bajó las gafas de sol y lo miró—. O dos, si te gusta.

Emma reprimió la tentación de darle un puñetazo en el brazo a Luca cuando este se rio. Se quedó mirando la espalda delgada de Delilah cuando siguieron caminando decididos. Iba erguida de hombros, y se le marcaban los omóplatos. La columna vertebral era una indentación sinuosa que subía desde el trasero bamboleante, como un corazón invertido. Iba de rosa. Emma sabía que aquello significaba que deseaba parecer femenina y vulnerable. Miró nerviosa a Luca.

«¡Oh, Dios! No le saca los ojos de encima. Me siento como me hubiera vestido con una tienda de campaña.» El aire le levantó el vestido blanco y suelto de algodón. No había querido arriesgarse a dejar a Delilah sola con Luca, así que los había acompañado y dejado a Joseph en casa con Sole.

Delilah se subió de inmediato al asiento delantero del coche de Luca. Este le abrió la puerta trasera a Emma, que se sentó detrás. Luca atajó por calles secundarias hasta incorporarse al tráfico de Guillem de Castro.

—¿Es la primera vez que estás en Valencia, Lila?

—Sí. La encuentro maravillosa. —Se inclinó hacia delante para mirar las torres gemelas de Quart—. ¡Mira ese precioso castillo! Parece sacado de un cuento de hadas, como el de Rapunzel.

—No es un castillo. Eso formaba parte de la antigua muralla. Creo que durante un tiempo fue una cárcel de mujeres.

—¿Cuándo? —Emma miró las enormes torres góticas y se acordó de Rosa. «¿Estuvo encarcelada aquí antes que en Ventas?» Se imaginó a todas aquellas mujeres metidas en las frías habitaciones de piedra con sus hijos.

—No lo sé. Hace mucho. ¿Conoces la leyenda de El Cid? —Luca siguió conduciendo—. Charlton Geston salió a caballo de esta torre atado a su montura.

—¡Qué romántico! —dijo Delilah, mirando las enormes torres con marcas de balas de cañón. Por la arcada vio varias esculturas gigantescas de cartón piedra—. ¡Dios! Son un poco macabras, ¿no? ¿Decíais en serio que van a quemar todo eso mañana por la noche?

—Pues claro —dijo Luca—. Es la última noche de las Fallas, la
cremà
. Toda la ciudad arde en llamas.

Delilah se volvió para seguir mirando las torres.

—Mira, hay gente allí arriba… luego podríamos subir. —Miró a Emma y puso mala cara—. ¡Oh, no podemos, claro! No me acordaba de que tienes vértigo, Em.

Emma cruzó los brazos.

—No dejes que eso te detenga.

—Deberías tener cuidado —dijo Luca—. Los guardianes de la torre encierran a los visitantes dentro con las prisas por marcharse. Tardaron una eternidad en encontrar el que tenía las llaves la otra noche. Alguna pobre familia se quedó encerrada durante horas. —Consultó la hora y se volvió hacia Delilah—. ¿Te gusta la arquitectura? Tenemos un poco de tiempo antes de la corrida. Voy a enseñaros la Ciudad de las Artes y las Ciencias. —Enfiló el puente de Calatrava.

Emma se quedó mirando las blancas costillas arqueadas del edificio, recortadas contra el cielo azul cobalto. Le parecían huesos blanqueados. Los edificios blancos colocados dentro de piscinas de azulejos le recordaban vértebras, costillas, ojos. Se acordó de los huesos fracturados de Vicente esparcidos y cubiertos de cal. «Tuvo que ser durante la guerra —había dicho el policía—. Hubo tantas atrocidades… Este hombro fue completamente desmembrado.» Emma apoyó la cabeza en la ventanilla. Al menos sus restos ya estaban enterrados en la tumba familiar de los Del Valle. No era supersticiosa, pero había notado un cambio en la atmósfera de la casa.

Tan inmersa en sus pensamientos estaba que, cuando el coche paró cerca de la plaza de toros tras circunvalar la ciudad, se sorprendió. Luca fue a abrirle la puerta.

—Gracias —dijo Emma.

—Estás muy callada. ¿Estás disfrutando?

—Ver el modo en que flirteas con Delilah resulta muy entretenido. —Cruzó los brazos.

—¿Flirteo? Me limito a ser amable con tu amiga.

—Muy amable.

—No estás siendo razonable.

—¿No soy razonable? —No pudo evitar decírselo—: Siempre soy razonable, Luca. La buena y razonable Emma. ¿No te parece que ya me has castigado bastante?

—¿Qué te pasa hoy?

—Nada. Te lo he dicho, simplemente estoy cansada.

—¿Quieres irte a casa?

—Sí.

—No nos vamos, ¿verdad? —Delilah se reunió con ellos—. ¡Vamos, no seas tan aburrida, Em!

Emma se mordió la mejilla. La perspectiva de pasar más tiempo con Delilah no le apetecía en absoluto. Consultó la hora.

—Id vosotros dos. Yo debería volver con Joseph.

—¿Estás segura? —dijo Luca mientras Emma ya retrocedía alejándose.

—Pasadlo bien. Cogeré un taxi y ya nos veremos en casa. —Vio la mirada triunfal de Delilah cuando se volvía.

En la plaza de toros, por encima de la arena ocre planeaba un disco de cielo azul.

—Espero que estos asientos estén bien. —Luca hizo pasar delante a Delilah.

—Estoy segura de que son perfectos.

—Me gusta el sol. Cuando compras tickets para una corrida escoges sol o sombra.

—Fascinante. —Delilah miró la arena.

—¿A Em le gusta esto?

—No lo sé. Nunca hemos venido.

—Dudo que le guste. ¡Jesús, qué malhumorada puede llegar a ser! —Sacó el carmín del bolso y frunció los labios—. Bueno, cuéntame lo que pasa.

—Los matadores van a la capilla.

—¿Adónde?

—A la capilla. Antes de la corrida, le piden protección a la Virgen. —El público aplaudió—. Esto es el paseíllo.

Delilah bostezó. El calor la aletargaba.

—¿Quién se sienta ahí arriba?

—Eso es el palco presidencial. El presidente es la figura más importante. Hoy es el alcalde y con él están un veterinario y el asesor artístico.

—¿Arte? —Resopló—. ¿Llaman arte a masacrar toros?

—Lo es.

—¡Oh, vamos! Es un hombrecito gracioso con un traje brillante…

—Es el traje de luces. La seda es resistente, como una armadura…

—… acosando un toro fabuloso.

—Si vieras el cuerpo de un matador… No tiene nada de divertido. Todos están llenos de cicatrices. —Cruzó los brazos—. Tú no lo entiendes. Nos identificamos con el toro y con el matador. Se trata de la intensidad de la relación…

Delilah chilló y enterró la cara en el hombro de Luca cuando el toro se tambaleó, con las mortales banderillas clavadas en el lomo agitándose. Cuando volvió a levantar la cabeza, le había ensuciado de pintalabios la camisa.

—Lo siento… —Cuando fue a besarlo, Luca se levantó con brusquedad—. No, lo siento. Te equivocas. —Abandonó el asiento y cogió el móvil que sonaba. Leyó el mensaje: «En Cuenca mañana? Emma.»

Emma estaba sentada en la terraza, contemplando la encendida puesta de sol, con el teléfono al lado. Meditaba sobre su conversación con Freya. Le había contado la llegada de Delilah a España y Freya le había contado la historia de su romance con Tom.

—Lucha por él, Emma —le había dicho—. Si crees que tienes una oportunidad de ser feliz con ese hombre, no permitas que Delilah lo eche todo a perder antes de empezar siguiera.

Emma tenía a su alrededor las últimas cartas de Liberty y la caja vacía y reluciente. Tomó un sorbo de vino y miró hacia las montañas. Los murciélagos volaban entre los naranjos. Tenía el último sobre en la mano: «En caso de emergencia.»

Cogió el abrecartas de plata, dorado por los últimos rayos del sol. Dudó brevemente y luego abrió el sobre.

Querida Emma:

En primer lugar: sea lo que sea, no es tan malo como crees. Si has llegado a uno de esos momentos de la vida en que uno se encuentra en una encrucijada, párate a pensar. El cambio es lo único seguro en esta vida. Por mucho que nos aferremos a lo que nos resulta familiar, todo es pasajero. La vida puede ser hermosa o espantosa y a menudo es ambas cosas a la vez. Cuando es espantosa conviene recordar que todo cambia. Piensa en las posibilidades futuras: encuentra lo hermoso. Párate a escucharte a ti misma. La respuesta está en ti. Toma una decisión y luego actúa. En realidad no importa demasiado si has hecho una elección perfecta. Has elegido. Determinas tu destino, el azar no te maneja. Por eso tantos sueños se quedan en eso, en sueños: porque la gente no sigue su instinto visceral, Em. Confía en ti misma. Da ese paso. Si la vida te tumba, levántate. Si te tumba de nuevo, ponte en pie y mírala a los ojos… tantas veces como haga falta. Siempre habrá algo que combatir o alguien contra quien luchar. Casi siempre, la batalla será contigo misma. Escoge tus luchas y a tus amigos con cuidado. La vida es corta y créeme si te digo que se acaba demasiado pronto. No pierdas tiempo con gente que te chupa la energía, Em: rodéate de gente que te dé fuerza. No permitas que los idiotas te den órdenes. Sé fuerte. Devuelve los golpes. No permitas que nadie sobrepase las fronteras que hayas establecido. Si tu corazón y tu alma son fuertes, ganarás… siempre. Eres más fuerte de lo que puedas imaginar y yo siempre, siempre te estaré protegiendo. Te quiero, Emma. Tú puedes.

MAMÁ

Emma sonrió. Aquel era el consejo que estaba buscando.

«Gracias, mamá.» Miró las cartas esparcidas sobre la mesa. Todos los demás consejos, acerca de los negocios, la familia, las relaciones, cada carta tendría su día.

Cogió el móvil y le mandó un mensaje de texto a Luca. A continuación, le quitó la tapa a su Montblanc y hojeó el contrato de los japoneses con Liberty Temple. Puso sus iniciales en cada página y paró un momento cuando llegó a la última. Por un instante, se imaginó regresando a Londres, planteando una adquisición de todo el negocio y obligando a Delilah a dejar la empresa. Luego miró el jardín y la puesta de sol, las montañas color lavanda.

«Encuentra lo hermoso.» Ella formaba parte de aquel lugar. Valía la pena luchar por eso. Con una floritura, estampó su firma junto a la de Delilah y apartó el contrato. Se quitó las chancletas y se metió descalza en el jardín, oliendo el aroma de la hierba fresca bajo sus pies y los perfumes especiados de las hierbas aromáticas. Se había quitado un peso enorme de encima. Recorrió el perímetro junto a la tapia, con la cabeza alta. Fue acariciando las hojas con los dedos, imaginando las flores que saldrían. El jardín de Rosa volvía a la vida, con el perfume de la albahaca, la menta y el romero.

Conjuró mentalmente los perfumes e imaginó un torbellino de pétalos cayendo.

—«Levántate, Aquilón, y ven, Austro; soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas. Venga mi amado a su huerto y coma su dulce fruta» —citó en voz baja Emma el Cantar de los Cantares como Liberty había hecho tantas veces en su infancia.

Después de ver cómo estaba Joseph en la cuna y encender el fuego en la cocina, volvió a salir. Se había puesto una chaqueta de lana gruesa encima del vestido y se quedó esperando a que volviera Delilah contemplando la puesta de sol.

La puerta del jardín se abrió.

—La próxima vez que vaya a una corrida sangrienta recuérdame que coja sombra en vez de sol, ¿vale? —Delilah salió en tromba a la terraza. Tenía la cara quemada por el sol y un halo blanco alrededor de los ojos—. Podrías haberme dicho lo fuerte que es aquí el sol. ¿Por qué están mis maletas en la entrada?

Emma se volvió hacia ella.

—Porque te marchas. —Metió tranquilamente las cartas de su madre en la caja lacada y se la puso debajo del brazo.

—¿Qué?

—Lo que te he dicho —repitió Emma, acercándosele y recogiendo de paso el contrato—. Te vas.

—¡Ahora no puedo irme! Se hace de noche… Sabes que de noche no puedo conducir.

—Vale. —Emma la apartó para pasar—. Vete por la mañana, entonces. Luca y yo tenemos que asistir a una reunión. Cuando vuelva, quiero que te hayas ido.

—Espera, Em. ¿Qué te ha contado? —Echaba chispas.

—No empieces, Lila. Ni siquiera lo intentes. Se acabó. —Le tiró los contratos—. He firmado los papeles. Vende la empresa, coge el dinero y sal de mi vida.

—¿Eso es todo? —gritó Delilah a su espalda—. ¿Después de todos estos años?

—Ojalá no te hubiera conocido nunca.

—No puedes irte sin más. ¿Cómo puedes?

Emma se detuvo y la miró por encima del hombro.

—Es fácil. Mira.

63

VALENCIA, marzo de 2002

Se iluminó la señal de abrocharse el cinturón de seguridad. Freya miró la alfombra de lucecitas, las barriadas del extrarradio y las carreteras que no existían hacía sesenta años. Las vías relucían de color naranja, parpadeando como sinapsis a la luz de primera hora de la mañana.

—Ya hemos llegado, Charles. Hemos vuelto.

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