El jardín de los perfumes (48 page)

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Authors: Kate Lord Brown

Tags: #Intriga, #Drama

—Me alegro. Eso era exactamente lo que pretendía.

—Pero tiene algo más… ¿no es almizcle?

—Ámbar gris —dijo Emma.

—¡Ah! Interesante. —Concepción dejó el jerez en la mesa y los miró, valorativa—. Me gusta el equilibrio. Muy afrodisíaco. Tienes el germen de algo, creo. ¿Cómo vas a llamarlo?

Emma sonrió. Solo podía tener un nombre.

—Duende. —Se volvió hacia la anciana—. Deja que te pague los ingredientes —le dijo, cogiendo el bolso.

—Ni hablar. —Concepción dio una palmada—. Y bien, ¿qué opinas? —Les sirvió una copa de jerez y les pasó un plato de almendras saladas.

Emma miró a Luca y vio el deseo en sus ojos.

—Será un honor continuar con tu trabajo. Me encantaría que me enseñaras todo lo que sabes.

—¿Lo harás, Concepción? —Le preguntó Luca. Se lamió la sal de los labios, notando el calor del jerez bajándole por la garganta.

—Debería retirarme. Mi hermana vive en Málaga. Me ha estado insistiendo para que me vaya a vivir con ellos. Esta casa ya está vendida. La van a convertir en una especie de atracción turística. —Hizo gestos hacia los perfumes—. Lo único que me importa es que esto continúe.

—Me parece —dijo Emma, mirando a Luca— que esto solo acaba de empezar.

65

VALENCIA, marzo de 2002

Luca enterró la cara en el pelo de Emma cuando esta abrió la puerta de Villa del Valle.

—Hueles de maravilla.

—Huelo a sexo —le susurró volviéndose hacia él. La puesta de sol era embriagadora y el cielo llameaba, ámbar y rosa.

—Precisamente. —La besó—. Deberías olvidarte de la flor de azahar. Si eres capaz de crear una fragancia que hace que los hombres se sientan como me siento yo en este momento…

—Podemos hacer eso, un perfume afrodisíaco.

—Más que eso. —Le acarició la mandíbula con las yemas de los dedos—. Duende… magia… amor.

—¿Me quieres? Me. Quieres… —se rio bajito.

—Te he querido desde el instante en que te vi.

En cuanto abrió la puerta al silencio, Emma supo que algo iba mal. Normalmente oía la radio que Sole ponía cuando planchaba, o el DVD de los
Teletubys
de Joseph. Taconeó por la casa vacía. Las maletas de Delilah no estaban.

Llamó al móvil de Sole desde el teléfono de la cocina.

—Diga —contestó la chica. Emma oyó risas al fondo.

—¿Sole? ¿Dónde estás?

—¿Yo? En el parque. Empieza la fiesta de la
cremà
.

—Ven a casa. ¿Cómo está Joseph?

—¿Joe? ¿No está con usted?

La invadió una oleada de pánico.

—No. Lo dejé contigo. Te dije…

—Pero ella dijo que todo estaba bien.

—¿Quién? ¿Quién dijo que todo estaba bien?

—Su amiga dijo que se lo llevaba a dar un paseo. Dijo que usted volvería pronto y que la esperaría.

—¡No está! —gritó Emma—. ¡Delilah se ha ido y se ha llevado a mi bebé!

—¡Oh, cariño! Es peor de lo que pensaba. —Freya dejó la maleta de piel en la puerta.

—¿Freya? ¿Charles? —Emma se volvió de golpe—. ¿Qué estáis haciendo aquí?

—Nos pareció que necesitarías ayuda con Delilah —dijo Charles—. Por lo que parece llegamos tarde.

—¿Dónde estabais?

—Hemos pasado todo el día sentados en el café. Tenías el teléfono apagado.

A Emma le temblaba la mano cuando colgó el teléfono de la cocina.

—Se ha llevado al bebé.

Freya la abrazó un momento antes de ponerse en marcha.

—Sabía que era capaz de muchas cosas pero esto es el colmo. Bien. ¿Habéis llamado a la policía?

—¿La policía? —preguntó Luca—. ¿Cree que es necesario?

—Sí —repuso Freya, categórica—. No queríamos preocuparte con el estado de Delilah. No está demasiado centrada.

Luca sacó el móvil.

—¿Cuándo lo ha estado? —murmuró Charles, dejándose caer en una silla. Miró la cocina. Increíble. Está todo igual.

—¿Qué quieres decir con eso de que no está centrada? —Emma tenía el corazón acelerado.

—Estoy segura de que está bien —dijo Freya mientras Luca hablaba con la policía.

—Bien, ya vienen —les comunicó él.

—Venga, siéntate, Emma. Prepararé un té —dijo Freya.

—¡Té! ¡No quiero té! —gritó Emma, pero su abuela ya buscaba en el armario que había junto a la chimenea.

—En el mismo sitio donde lo guardaba Rosa. —Encendió el fogón, puso al fuego la pava y echó las hojas en la tetera—. Hasta que llegue la policía no podemos hacer nada. Puedes contarme lo que está pasando.

—Voy a buscar a la familia. Necesitamos toda la ayuda posible —dijo Luca. Se inclinó hacia Emma y la besó tiernamente—. Todo saldrá bien. Encontraremos a Joseph, estoy seguro.

Freya lo siguió con la mirada cuando se fue.

—¿Luca? —le preguntó a Emma.

—Sí. Lo siento. Tendría que haberos presentado.

—Habrá tiempo de sobra para eso. Ahora tienes que pensar con claridad. ¡Siéntate, por el amor de Dios! Me estás mareando. Tienes que conservar las fuerzas. ¿Has comido?

—Desde esta mañana no.

—Vale. —Buscó en los armarios hasta que encontró pan—. Un té dulce y una tostada. Prepararé para todos.

Emma sabía que era mejor no discutir. En una crisis, siempre era lo primero que hacía Freya.

—Me alegro de que estéis aquí. —Emma le cogió la mano a Charles—. Lo entiendo. Sé lo que pasó en España—. Enterró la cara en el hombro de Charles cuando la abrazó—. Gracias. Comprendo que lo hicisteis por mamá.

—Hicimos lo que debíamos: mantenerla a salvo. —Miró a Freya—. Volveríamos a hacerlo sin dudar un segundo. —El reloj de la cocina marcaba los minutos—. Veo que hay cosas que no cambian. —Charles se bebió lo que quedaba de té en la taza y miró hacia el jardín. Había oscurecido y dio un respingo cuando sonó el primer cohete—. ¿Dónde demonios está la policía?

—Lleva tiempo llegar. —Emma levantó la cabeza en cuanto se abrió la puerta y Dolores entró en la habitación.

—Luca me ha llamado —dijo—. Íbamos a la fiesta pero hemos venido a ayudar.

Sole apareció detrás de ella, con los ojos enrojecidos.

—Es culpa mía. Confié en su amiga —dijo.

Emma la abrazó.

—No. No es culpa tuya. Tú no lo sabías.

Fuera oyeron cerrarse las puertas de un coche y pasos en el sendero.

—¿Dónde puede haber ido? —Freya miró la libreta que había junto al teléfono y vio la letra de Delilah—. ¿El hotel Ad Hoc?

—Está cerca de la catedral —dijo dolores—. Se ha ido a la ciudad.

—Lila es demasiado lista para dejarse olvidada una dirección —dijo Emma.

—Al menos es un punto de partida.

Emma habló rápidamente con los agentes.

—Aquí está la foto más reciente que tengo de ella. —Les dio una copia del último folleto de Liberty Temple y levantó la cabeza cuando Luca apareció con Paloma y Olivier.

—Hola… —los saludó Charles, acercándoseles con la mano tendida—. Ella es Freya y yo soy…

—¿Carlos? —Inmaculada salió de la oscuridad.

—¿Macu? —Freya se rio y dio una palmada—. No puedo creerlo. —Se acercó renqueando a abrazar a su vieja amiga. Miró a Charles y vio que tenía color en las mejillas.

—¿Os conocíais? —preguntó Luca, desconcertado.

—Es una larga historia —manifestó Inmaculada—. Una historia muy, muy larga. De momento, vamos a buscar al niño.

—Este… —dijo Emma, sacando una foto de Joseph de la cartera—. Este es mi hijo.

—Las haremos circular de inmediato —dijo el policía—. ¿Debemos saber algo más?

—Es capaz de cualquier cosa —dijo Freya—. Intentó suicidarse hace un par de meses.

Emma la miró, sorprendida.

—No queríamos preocuparte…

—¡Y ahora tiene a mi hijo! —Emma se pasó la mano por el pelo y Luca le puso un brazo sobre los hombros.

—¿A qué esperan? Vayan a buscarlo —les dijo a los policías. Cuando estos salían, se volvió hacia Emma—. ¿Qué quieres hacer?

—No puedo quedarme aquí sin hacer nada. La cantidad de veces que he pensado que si hubiera ido a Nueva York habría encontrado a Joe… —Se frotó los ojos—. Esta vez no me puedo quedar esperando. ¿Me llevas?

—Claro. —Luca cogió las llaves.

—Nosotros te seguimos —dijo Olivier, acompañando fuera a Paloma y Dolores.

—Nosotros nos quedaremos aquí —dijo Freya, y Macu la cogió del brazo—. ¿Llevas el móvil?

Emma asintió.

—Asegúrate de que lo llevas conectado. Si nos enteramos de algo te llamaremos.

—¿No es San José, la noche de la
cremà
? —preguntó Charles, mirándolos irse—. Esta noche hay hogueras por toda la ciudad. —Cogió una foto de Joseph de la repisa de la chimenea. Veía el parecido del pequeño con Liberty de bebé. Pensó en todo lo que habían hecho para protegerla. «Todas las mentiras, todas las vidas perdidas; por eso luchábamos, para que los de las futuras generaciones pudieran ser niños inocentes y que estuvieran seguros.» —Tenía el estómago encogido de miedo por el hijo de Emma.

66

VALENCIA, marzo de 2002

Luca hizo sonar el claxon, gesticulando para que el coche de delante les dejara paso. La luces posteriores de los vehículos formaban una cola roja que serpenteaba hacia la ciudad.

—Esto está fatal —dijo—. Tardaremos demasiado en llegar al centro. Todo el mundo viene a las Fallas.

Emma estaba sentada en el borde del asiendo, agarrada al salpicadero.

—Para aquí. Iremos más deprisa corriendo.

Luca aparcó en la cuneta, con el coche de Olivier detrás. Dejaron los vehículos cerca del cauce seco del Turia y corrieron por el puente Trinidad y entre la gente hacia la plaza de la Virgen. Cuanto más se adentraban en las callejuelas estrechas, más lleno estaba el aire de humo. Olía a cordita. Se veían los destellos y se oían los petardos de las tracas. El cielo nocturno latía con un brillo siniestro.

—Pronto quemarán las Fallas —gritó Luca, mirando el reloj—. La gente se vuelve loca entonces. Tenemos que intentar encontrarla antes de…

—¿Antes de que sea demasiado tarde? —dijo Emma.

Mientras Olivier, Paloma y Dolores buscaban por la plaza, Emma y Luca corrieron hacia el hotel. El recepcionista les dijo que Delilah se había alojado allí solo unas horas y que se había ido aquella tarde con su hijo.

—¡Su hijo! —gritó Emma mientras corrían por las calles atestadas.

Encontraron a Olivier cerca de la basílica.

—¿Ha habido suerte? —les gritó para que lo oyeran a pesar del ruido.

Dolores y Paloma se les unieron.

Emma negó con la cabeza.

—Puede estar en cualquier parte.

Sonó el teléfono de Luca y él habló apresuradamente, tapándose la otra oreja para amortiguar el estampido de los cohetes y los gritos de la gente.

—La policía dice que no ha estado en el aeropuerto —les dijo—, y están vigilando la estación de trenes. ¿Su coche?

—No irá conduciendo. No de noche. —Emma le daba vueltas a todo, intentando encontrarle un sentido a lo que le estaba sucediendo.

—Entonces está en la ciudad. Si planea irse en coche, tendrá que esperar a mañana por la mañana. Todavía tenemos una oportunidad…

Emma notó que el pánico la invadía cuando se vio rodeada de un gentío.

—Pero mira esto. ¡Es imposible!

—¿Te acuerdas de algo que Delilah dijera? Sea lo que sea —le preguntó Paloma.

—No te preocupes, cariño —le dijo Dolores—. Buscaremos por toda la ciudad si hace falta. Intenta pensar con calma. Conoces a esa mujer. ¿Adónde puede haber ido?

Se abrían paso entre la gente por las callejuelas.

—¡Espera! —llamó Emma a Luca, que retrocedió hacia ella y le cogió la mano.

Las macabras estatuas de cartón piedra, con dragones, princesas y caballeros se cernían sobre ellos, grandes como edificios. En el cielo, los fuegos artificiales estallaban en una lluvia dorada sobre la ciudad. A Emma se le salía el corazón del pecho y se oía la sangre.

Entonces se acordó.

«Es como un cuento de hadas», recordó que había dicho Delilah.

En cuanto llegaron a una zona despejada de la calle Caballeros, echó a correr.

—¡Sé dónde está! —Emma señaló hacia delante—. ¡Las torres! ¡Ha ido a las torres!

Ella y Luca corrieron por las viejas calles, esquivando a los trasnochadores. La Torre de Quart se alzaba ante ellos, enorme y oscura. La parte posterior había sido eliminada hacía mucho y los pasillos abovedados se abrían a la oscuridad como bocas hambrientas. Luca no tardó en ver a Delilah en una de las terrazas, con Joseph en brazos.

—¡Ahí! —gritó.

—¡Delilah! —chilló Emma, por encima del estruendo de los fuegos artificiales, corriendo hacia ella.

Delilah se apartó del borde, ocultándose en la oscuridad.

El gentío rugió cuando las enormes Fallas fueron quemadas por toda la ciudad. Emma y Luca se abrieron paso por la acera, apartando a la gente, ahogados por el humo que los cegaba.

Una mujer agarró a Emma por el hombro.

—¿Es amiga suya la que se ha quedado encerrada en la torre? Estaba pidiendo ayuda. No se preocupe. Alguien ha llamado al guardián.

—¿Pedía ayuda? —Emma se protegió los ojos, mirando hacia arriba. La cabeza le daba vueltas por la enormidad de los muros de piedra.

—Pasa de vez en cuando —le dijo a gritos la mujer—. La gente se queda encerrada accidentalmente.

«¿Accidentalmente? —pensó Emma—. Eso sí que no me lo trago.»

—¡La puerta está por ahí! —vociferó Luca.

Emma corrió hacia la reja de hierro y sacudió los barrotes. Los golpeó, frustrada.

—Está cerrado. —Miró hacia el primer tramo de escalones de piedra que conducían a la puerta en arco de madera—. Tenemos que entrar.

—Sabe Dios lo que tardará en venir el guarda, sobre todo hoy. —Luca protegió a Emma con el brazo cuando la gente los empujó—. Voy a llamar otra vez a la policía.

Emma miraba la torre que se cernía sobre ellos.

—Esa zorra sabe que detesto las alturas —dijo sin aliento, arremangándose. Pasó una pierna por encima del barrote de la puerta.

—¿Qué haces? ¡Ten cuidado! —gritó Luca, que estaba al teléfono.

—Tardaremos demasiado si esperamos a la policía. Tiene que haber un modo de entrar. —Se volvió a mirarlo—. Esto es entre Delilah y yo. —Escaló hasta la parte superior. Hizo una mueca por el esfuerzo, porque tenía la musculatura de la barriga todavía débil por el embarazo y el parto.

—¡Cuidado con las puntas! —le gritó él, encaramándose detrás de ella—. Apoya los pies en mis hombros y salta por encima.

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