—¿Y ahora qué vamos a hacer? ¿Huir y escondernos toda la vida? —Freya sacudió la cabeza, incrédula—. ¡Estás loco! —Se pasó el dorso de la mano por los labios.
—De ahora en adelante, España nunca habrá existido —dijo Charles—. Rosa, Jordi, no están. Lourdes del Valle ha muerto. —La abrazó y le susurró contra el pelo—. Liberty Temple es tu hija, Freya. Nadie tiene que saber nunca la verdad.
—No puedo hacer eso, Charles. No puedo construir mi vida entera sobre una mentira.
—Bueno, pues no tienes elección. Se la llevarán si se enteran, Frey. Tienen la carta de Rosa y eso es cuanto necesitan para avalar sus acciones. Podemos conseguirlo, Frey. Tenemos que hacerlo por Libby. No sé si van a tragárselo. Mueren niños a diario en los bombardeos, pero sospecharán. Nos estarán observando. —Se volvió hacia Freya—. Creo que será mejor que tú y Liberty os vayáis a Cornwall inmediatamente. Aquí no estáis seguras porque la Falange tiene espías por todas partes.
—Las maletas casi están listas.
—Bien. Iré a buscar el coche y os llevaré directamente a la estación. —Se quedó pensativo un instante—. Por si están vigilando la casa, podemos esconder a Libby en una maleta y decirle que forma parte de un juego.
—Que forma parte… ¡de un juego! —gritó Freya. Cubriéndose la cara con las manos, se frotó los ojos—. No puedo…
—Sí que puedes, Frey. Podemos hacerlo, por ella. —Le temblaba la voz—. Si salvamos a una criatura, solo a una, de… eso —dijo, cerrando con fuerza los párpados para ahuyentar las imágenes de la guerra grabadas en su mente. Sacudió la cabeza y miró a su hermana—. Una niña, una niña preciosa, crea una diferencia.
—No podremos seguir adelante con esto.
—Lo haremos. Estamos en guerra y constantemente desaparece gente. Las autoridades están sobrepasadas y la gente se cuela por los resquicios. —Charles pensó un momento y luego dijo—: Cuando llegues a Cornwall, simplemente di que lo hemos perdido todo durante el
Blitz
, todos nuestros documentos e incluso el certificado de nacimiento. Diles que es tu hija ilegítima, que la tuviste en España. —Le cogió la mano—. Liberty es ahora hija tuya, Freya.
—¿Dónde está?
—En el invernadero, escondida.
Freya corrió hacia allí y Charles se bebió de un trago la copa y la escuchó hablando tranquila con la niña. Luego pasó a su lado, con Liberty en brazos y las piernas de la pequeña alrededor de la cintura.
—¿Dónde está Matie, tío Charles? —le preguntó por encima del hombro de Freya.
—Se ha ido a casa.
Charles le sostuvo la mirada a Freya. La miraba con dureza y determinación.
—Ahora, cariño, vamos a jugar a un juego. Vamos a fingir…
VALENCIA, marzo de 2002
Emma tenía resaca. Buscó en los armarios nuevos del baño, pero no encontró paracetamol. Se metió dos sobrecitos de Calpol en la boca con una mueca.
—Sole —llamó hacia la planta baja, dando saltitos para subirse la cremallera de la bota—. Tenemos que irnos.
Oyó voces en la cocina y frunció el ceño. Cogió su chaqueta preferida de Nicole Farhi y bajó corriendo la escalera.
—La misa empieza dentro de un cuarto de hora —dijo, con la cabeza gacha, abrochándose el guardapelo de Rosa.
—Bueno, mírate, extranjera —dijo Delilah arrastrando las palabras.
Emma levantó la cabeza de golpe. Delilah estaba en el centro de la cocina, de pie, con Joseph en brazos.
—La niñera me ha dicho que vais al bautizo de Joe. —Miró al bebé—. Me siento como el hada mala que se presenta sin invitación.
—¿Cómo has entrado aquí? —Emma vio que Sole se ponía como un tomate.
—Le he dicho que soy una vieja amiga. —Delilah se le acercó—. Es guapo, Em. Igualito que su papá. —Hizo un gesto con la mano, abarcando la habitación—. Y todo esto. Es perfecto. Tú siempre lo haces todo a la perfección.
—No soy perfecta. Nunca he intentado serlo.
Delilah puso los ojos en blanco.
—No tienes que intentar ser nada… simplemente eres perfecta. El rostro de una empresa de éxito, creadora de casas, hermosa, una amiga leal… lo tienes todo, y ahora eres la madre de su hijo. —Se inclinó hacia Emma—. Felicidades.
—Esto no va a devolvértelo, si es lo que crees.
—Te acostaste con él cuando ya estaba conmigo —le dijo entre dientes—. Tienes a su hijo. No es justo que todavía tengas una parte de Joe.
—Las dos estamos de duelo —susurró Emma, mirando a Sole.
—Sí, solo que yo no tengo derecho a estarlo. Yo fui la zorra que os separó.
—Hazte la víctima si quieres, Lila, siempre se te ha dado muy bien.
—Me quería. Se casó conmigo.
—Nos quería a las dos, y nadie va a cambiar eso. —Echó un vistazo al reloj—. Sole, ¿te importa llevar a Joseph a la iglesia? Nos veremos allí dentro de unos minutos. Luca te está esperando.
—¿Luca? ¿Quién es Luca? —le preguntó Delilah entregándole el bebé a Sole.
Emma intentó disimular su alivio.
—El padrino de Joseph. Un amigo.
—Qué bien. Como yo.
Emma esperó hasta oír cerrarse la puerta de la calle y se volvió hacia Delilah.
—No tienes ningún derecho a mi amistad desde la primera vez que te acostaste con Joe.
Delilah levantó las manos.
—Perdóname.
—Dame una buena razón por la que deba hacerlo.
—Porque lo siento con todo mi corazón. —Ladeó la cabeza—. Porque apuesto a que no te has pasado toda la noche despierta hablando y escuchando a James Taylor con nadie más. ¿Te acuerdas? —Se puso a cantar
You’ve got a friend…
—¡Para! —Emma cogió el bolso y se lo puso al hombro—. Por el amor de Dios, no me cantes —le dijo, marchándose.
—Sí. Nunca se me quedan las melodías. —Delilah la siguió al exterior y se puso las gafas de sol, cuyas patillas reflejaron el sol.
—Oye, este es mal momento.
—No voy a quedarme mucho. Solo quiero que firmes los documentos.
—Tendré que pensármelo —repuso Emma, cerrando la puerta a su espalda—. ¿Dónde te alojas?
—Aquí.
—¿Estás de broma?
—¿Qué vas a hacer? ¿Echarme? Tenemos que cerrar el trato con los japoneses. No hace falta que me des las gracias, dicho sea de paso…
—¿Darte las gracias? —le gritó Emma—. Sin mí, la venta será un fracaso.
—¿Quieres una ruptura limpia? Bien. Eso te estoy ofreciendo.
Las dos salieron y se dirigieron hacia el pueblo. Delilah miró a Emma.
—Tienes demasiado buen aspecto para haber dado a luz hace tan poco.
—No conseguirás nada haciéndome la pelota. —El dolor de cabeza seguía martirizándola y parpadeó cuando le dio el sol—. ¿Sabes, Lila, cuándo supe seguro que tú y Joe teníais un lío? Iba en coche a la oficina y te vi caminando por King’s Road. Te saludé con la mano y frené para llevarte. Sé que me viste, pero seguiste de largo.
—No me acuerdo.
—Te sentías tan culpable que no eras capaz de mirarme a la cara.
—No era la primera vez que habíamos estado juntos —dijo Delilah en voz baja.
—Entonces ¿dónde fue?
—¿Qué?
—¿Cuándo empezó vuestra aventura?
—No, Em…
—¡No! —le gritó, deteniéndose de golpe—. Quiero saberlo. ¿Cuántas noches crees que he llorado hasta dormirme, Lila? Preguntándome cómo y dónde empezó.
—En Brighton.
—¿En Brighton?
—Habíamos estado trabajando hasta tarde. Era una noche preciosa. Le dije a Joe que por qué no íbamos hasta la costa para divertirnos, como en los viejos tiempos.
Emma se acordó de los tres en el descapotable de Joe, con Lila normalmente en el asiento trasero, dormida, con el viento lamiéndole la cara mientras iban a toda velocidad hacia la costa.
—Tendría que haber sido yo —le dijo Delilah.
—¿Qué?
—Le esperé todo ese tiempo. Había estado saliendo con esa chica…
—¿Con Clare?
—Sí, eso es, con Clare. Todo el primer curso en Columbia le fue fiel. Lo intenté con todas mis fuerzas…
—Seguro que sí.
—Luego me enteré de que había roto con ella. Esa primera noche de nuestro último semestre iba a decirle que estaba enamorada de él. —Rio con amargura—. Pero allí estabas tú, presentándote para tu estúpido cursillo, como una bocanada de aire fresco, vibrante y hermosa. —Suspiró—. Joe me lo confesó esa noche, ¿puedes creerlo? Vi que los dos os habíais enamorado a primera vista. —Miró a los ojos a Emma—. Había perdido mi última oportunidad. Me robaste mi momento. Te odiaba.
Emma sostuvo su mirada.
—Lo ocultabas muy bien. —Se volvió y caminó hacia la iglesia.
—No quería perderlo. Si demostraba lo que sentía, habría perdido también a Joe. Se dice siempre que el amor es simplemente una manera distinta de ver a un amigo. Tuve que aprender a hacer que mi amor por Joe pareciera amistad.
—Así que nada de aquello… Nuestra amistad, ¿era una farsa?
—Al principio. Pero tú… eras tan encantadora. Creo que fue cuando tuve la gripe aquel invierno que empecé a tenerte cariño.
—¿A mí o a mi sopa de pollo con jengibre? —Emma se acordó de las horas que había pasado cuidándola. Botellas de agua caliente, los ratos leyendo ejemplares atrasados de
Vanity Fair
y
Vogue
en su cama, rodeada de pañuelos de papel—. No entiendo cómo no la pillé yo.
—¿Tú? Tú nunca te pones enferma. Tienes un sistema inmunológico de hipopótamo.
—¿Están sanos?
—Sabe Dios. —Delilah rebuscó en el bolso y encendió un cigarrillo—. ¡Oh, qué lio, Em! Lo siento.
Emma se paró en los escalones de la iglesia y la miró. Aquella era la mujer que le había destruido deliberadamente la vida.
«Pero también está triste», pensó. Reacia, la abrazó.
—Te perdono.
—¿En serio?
—¿Qué otra cosa puedo hacer? Las dos… —dudó—. Las dos lo hemos perdido.
Delilah la estrechó.
—Gracias. La vida es demasiado corta, Em. Eso fue lo que me dijo una vez tu madre. —Emma se envaró al oír mencionar a Liberty, pero Delilah no la soltó—. Tenía razón, como siempre. Dejemos atrás el pasado.
—Como has dicho, solo quiero una ruptura limpia. —Emma se apartó cuando Luca se le acercó con Joseph en brazos—. Quédate si quieres, o vete. Me da igual. Aquí no se te ha perdido nada.
Delilah la miró entrar en la iglesia y susurró, con expresión dura:
—Yo no contaría con ello.
Tocones arrancados, listos para las fogatas, formaban un montón a las afueras del pueblo como una pila funeraria, con pegotes de tierra roja en las raíces. Más allá de ellos, las siluetas caminaban a campo abierto, como las almas de los desposeídos a la luz gris de última hora de la tarde, con los ojos bajos.
—¿Qué está haciendo esa gente de ahí? —dijo Delilah cuando pasó con el coche haciendo chirriar las ruedas.
—Cogen caracoles —le dijo Emma desde el asiento trasero. Metió a Joseph en la sillita con una manta—. Estamos en Fallas y todo el mundo prepara paella.
—¿Qué hacen con ellos?
—Los ponen en una bolsa con hierbas, los lavan y se los comen. Deberías probarlos.
—Uf, qué asco. —El coche de alquiler de Delilah dio una sacudida—. Maldita sea —murmuró cuando pillaron un bache. A lo mejor tendríamos que haber cogido el tuyo. No sé cómo puedes vivir aquí. Quiero decir que… Mira esta mierda… todo el país es como una zona de obras. Hay perros por todas partes. Mira eso… —Gesticuló hacia un rebaño de ovejas marrones que pastaban en la tierra polvorienta, a la sombra de un olivo—. Es como en los malditos tiempos bíblicos.
—Me gusta esto.
—¡Oh, no te pongas a la defensiva, querida! Solo me preocupo por ti, Em, eso es todo. Esto no se parece en absoluto a lo que estás acostumbrada. —Se pasó la mano por las brillantes ondas rubias. A Emma siempre la sorprendía la pequeñez de sus dedos como de niña, que se estrechaban desde una palma suave y redondeada hasta unas diminutas uñas rojas.
«Me pregunto por qué», se dijo Emma. No podía creer que Delilah le hubiera sacado una invitación para la fiesta a Dolores.
—¿Has hablado con alguien? Muchas mujeres se deprimen después de tener un bebé, quiero decir. —Delilah le echó un vistazo por el retrovisor.
—Yo no estoy deprimida.
—Venga ya, cariño, mírate. Vas un poco dejada, ¿no? ¿Desde cuándo no vas a la peluquería para que te arreglen el pelo?
Emma inspiró profundamente. Más adelante, en una granja, un horno brillaba con luz tenue. Un grupo de seis o siete hombres estaban inclinados sobre una bancada de piedra, atentos a algo. Cuatro patas oscuras se sacudían entre ellos.
—¿Qué demonios pasa ahí? —gritó Delilah.
—No mires —le recomendó Emma, recordando el efecto que le causaba la sangre. Hizo una mueca cuando oyó los chillidos del animal—. Están matando un cerdo.
—¿Qué es esto? ¿El señor de las jodidas moscas? —Delilah alzó el puño cuando el coche pasó por su lado—. ¡Bastardos!
—Tú comes panceta. ¿De dónde crees que sale?
—¡No quiero saberlo! —Delilah estudió su reflejo en el retrovisor y se pasó la lengua por los dientes.
—Gira por ahí. —Emma le indicó el largo camino de entrada de la finca de los De Santangel.
—Bueno… —dijo Delilah cuando se detuvieron delante de la casa—. Es impresionante. Tu amigo tiene buena planta y dinero. No está nada mal.
—Hola —saludó Luca, abriéndole la puerta a Emma, que notó lo enfadado que seguía con ella, aunque lo disimulaba muy bien. Le besó la cabeza a Joseph y luego le plantó a ella dos besos en las mejillas—. Ha sido una bonita ceremonia. Entrad.
Delilah se adelantó.
—Hola a todos. ¡Qué lugar tan hermoso! Yo… —Se paseó y se quedó petrificada cuando vio a los empleados de la empresa de cáterin que llevaban un cordero recién sacrificado hacia el fuego para asarlo—. ¡Oh, Dios! —jadeó, y se desmayó.
Luca corrió a cogerla.
—Otra vez —dijo Emma—. Siempre que ve sangre le pasa esto.
Luca la llevó a un banco y le echó en la frente agua de la fuente. Delilah agitó los párpados.
—Dale un cachete… —murmuró Emma—. A veces resulta de gran ayuda.
—Perdón, Delilah —le dijo Luca.
—Puedo perdonártelo todo. —Lo miró a los ojos—. Llámame Lila, como hacen todos mis amigos.
—Encantado de conocerte, Lila.
Emma se fue sin decir palabra hacia la casa en el momento en que Paloma salía a recibirla, con los brazos abiertos para darle la bienvenida.
—¡Aquí está nuestro invitado de honor! —Cogió en brazos a Joseph—. ¿Dónde está tu amiga?