Read El laberinto de agua Online
Authors: Eric Frattini
—¿No prefiere que confirmemos antes su contenido por seguridad, monseñor?
—¿No le parece que si fuera una bomba habría explotado ya?
—No lo sé, monseñor. No puedo asegurarlo sin un detector de explosivos.
—Sólo Dios puede saberlo y al mismo tiempo protegernos. Deme el paquete. Yo me haré cargo de él —ordenó Mahoney al guardia, que aún parecía desconcertado.
En la soledad de sus aposentos, el obispo Emery Mahoney extrajo unas tijeras de un cajón y comenzó a cortar el papel de estraza con el que estaba envuelto el paquete. Tras retirar el papel sobrante, apareció ante sus ojos un libro con algunos caracteres en forma triangular, sin duda alguna, letras en copto.
Por fin la palabra de Judas Iscariote había llegado a buenas manos para permanecer una vez más en el silencio de los tiempos por el bien de la Iglesia, de Su Santidad el Papa y de la Santa Sede. Intentando mantener la calma, monseñor Mahoney levantó el teléfono y marcó el número directo de emergencia de su eminencia el cardenal Lienart.
Tras cuatro tonos, Mahoney oyó la voz del secretario de Estado al otro lado de la línea.
—¿Sí?
—Eminencia, soy monseñor Mahoney.
—¿Qué desea?
—Sólo deseo informarle de que la palabra del libro hereje está en nuestro poder. El libro de Judas nos ha sido entregado. ¿Qué quiere que haga con él?
—Guárdelo en la caja fuerte hasta que yo le dé instrucciones. Hasta esa hora, proteja el libro. Que nadie sepa que lo tiene en su poder, que nadie lo vea, que nadie conozca su contenido, ¿me ha entendido?
—Sí, eminencia, le he entendido perfectamente.
—Buenos días, y no me falle esta vez, monseñor.
—No le fallaré, eminencia.
—En estos momentos estoy esperando la llamada del Santo Padre desde Castelgandolfo. Estoy intentando convercerle para que no visite a ese Agca en la prisión. Le ha dado por perdonar a ese turco infiel delante de las cámaras de televisión. Ese campesino intenta perdonar sin saber que perdonar no es olvidar, sino vivir en paz con la ofensa, y eso es lo que intenta ahora.
* * *
Ginebra
Afdera llegó en taxi hasta la mansión de Vasilis Kalamatiano, en la Route de Florissant. La joven no se dio cuenta de que la vigilaban desde un vehículo que estaba aparcado y se dispuso a tocar el timbre del gran portalón de bronce. Un sonido seco le indicó que la puerta se había abierto. Al empujarla, divisó enseguida el tejado de la mansión principal entre un pequeño bosque rodeado por el campo de golf y las dos casas para invitados.
El mayordomo ya la esperaba al final del limpio camino de gravilla que conducía a la puerta principal.
—Buenos días, señorita Brooks.
—Buenos días—respondió Afdera.
—El señor Kalamatiano la está esperando en el salón principal. Sígame, por favor.
Al entrar en el salón Afdera se encontró frente a frente con Kalamatiano y Colaiani.
—Creo que ya conoce al profesor Colaiani —dijo el Griego.
—Sí, nos conocemos muy bien —admitió Afdera.
—Sé lo que está pensando, señorita Brooks. El profesor Colaiani es una rata. Yo también estoy de acuerdo con usted, pero le aseguro que es la rata más experta en historia medieval, y tras recibir su llamada estará de acuerdo conmigo en que le necesitamos. ¿No le parece?
Mientras el mayordomo servía café y pasteles orientales, Afdera sacó el diario de su abuela del bolso.
—He anotado todo lo que he descubierto hasta este momento en el diario que me dejó mi abuela. Si me ocurriese algo a mí, alguien podría continuar con la investigación —precisó después de dar un sorbo de café.
—¿Por qué cree que le podría ocurrir algo? —preguntó Colaiani.
—Varias personas que han tenido contacto con el libro de Judas han perdido la vida misteriosamente. La mayoría asesinados por un extraño y misterioso grupo que deja como firma un octógono de tela sobre la víctima. Mis padres, varios científicos que han trabajado en la restauración y traducción del códice, el director de la Fundación Helsing, algunos de los excavadores que descubrieron el libro en Gebel Qarara y los marchantes que participaron en su venta han sido asesinados de muy diversas maneras. Estoy segura de que en algún momento lo intentarán conmigo o con cualquiera de ustedes si esos hombres del octógono descubren que estamos intentando reconstruir la ruta del libro y descubrir el texto de Eliezer, el seguidor de Judas.
—Yo no deseo morir.
—No gimotee, Colaiani. Parece usted un estúpido niño. Le aseguro que si alguno de esos asesinos del octógono consigue llegar hasta mí, le estaré esperando, y si es necesario, me los llevaré conmigo al paraíso —aseguró Kalamatiano, dejando ver bajo su chaqueta una pequeña pistola—. Y ahora, querida señorita Brooks, cuéntenos qué ha descubierto para saber cuál es el siguiente paso que debemos dar.
—Mis investigaciones continuaron tras la conversación que mantuve con usted, profesor Colaiani, desde el mismo punto en el que comienza la historia de la carta de Eliezer, en Damietta, el 7 de junio de 1249, cuando es conquistada por las tropas cruzadas de Luis IX de Francia. Desde aquí marqué un punto de inicio, tanto del libro como de la carta de Eliezer. Después continué con el viaje del rey Luis, varios caballeros y tropas varegas a San Juan de Acre. Me centré en la ruta y en las pistas varegas dejadas por los cruzados escandinavos. Esa pista me la dio usted. Me llamó mucho la atención unas palabras que mencionó al referirse a la carta de Eliezer y al libro de Judas. Usted me dijo que Luis IX pudo descubrir la peligrosidad del documento y que tal vez entendió que era mejor para la cristiandad mantener lo más alejado posible el libro de Judas de la carta de Eliezer. Separados quizá fuesen menos peligrosos, afirmó. Me centré también en seguir la pista desde Acre a Antioquía y de Antioquía al Pireo. También busqué pistas sobre el Laberinto de Agua, la Ciudad de las Siete Puertas de los Siete Guardianes y que tanto usted como Eolande no pudieron descubrir...
—¿Qué ciudad era?
—Venecia, sin duda alguna.
—¿Cómo está tan segura? —intervino Kalamatiano.
—Me acordé, simplemente, de las enseñanzas de mi abuela y de los relatos y leyendas que me contaba cuando visitábamos a varias familias judías de Venecia. Recordé un cuento que me contaba la señora Levi durante mis visitas al Ghetto Vecchio y la Corte de los Arcanos. La señora Levi me llevó un día de la mano y me explicó que para entrar en esa Corte había que abrir siete puertas, cada una de las cuales tenía grabada sobre ella el nombre de un
shed
o diablo: Sam Ha, Mawet, Ashmodai, Shibbetta, Ruah, Kardeyakos y Ná Amah. Y esos siete
shed
son en realidad los nombres de los siete guardianes del laberinto.
—Sigo sin entender la relación del Laberinto de Agua con Venecia.
—El nombre de los siete
shed,
los siete guardianes, están relacionados con la cábala. Mi hermana Assal recordaba que se hablaba de una especie de laberinto de agua en el ejemplar del
Hypnerotomachia Poliphili
que se conserva en la Biblioteca Marciana de Venecia, en el Palacio de los Dogos. Efectivamente, en una de sus páginas aparece un curioso dibujo de un laberinto de agua, cortado y atravesado por canales imposibles que no llevan a ninguna parte. El laberinto está dentro de una gran muralla protegida por siete puertas y por los canales navegan pequeñas embarcaciones.
La expresión en los rostros de Kalamatiano y Colaiani le hizo darse cuenta de que ninguno de los dos entendía su teoría.
—Un estudioso de la obra llamado Apostolo Zeno dijo en 1723 que había encontrado una edición original del
Hypnerototnachia Poliphili,
uno de los ejemplares impresos por Manuzio en 1499. En él había manuscrita una nota redactada en latín, fechada en el año 1521, y cuya traducción decía que el nombre del verdadero autor era «Franciscus Colonna, veneciano», que perteneció a la orden de predicadores. Se dice que Colonna, que era un gran estudioso de la cábala, se apoyó en ella para la redacción de su libro, y que por eso denomina a Venecia como el Laberinto de Agua, basándose en los estudios cabalistas de Safed, que ya describen a esta ciudad con semejante nombre. Por tanto, parece seguro que el Laberinto de Agua se refiere a Venecia.
—Entonces, ¿a qué se refiere cuando habla de las siete puertas, de los siete guardianes? —preguntó Colaiani.
—Se lo explicaré. En la época de los árabes, Venecia era descrita como la ciudad de las siete puertas a las que se refiere Colorina en su
Hypnerotomachia Poliphili.
Los árabes les dieron nombre a todas ellas: la puerta de la Aventura, la puerta del Mar, la puerta de Oriente, la puerta del Oro, la puerta del Amor, la puerta del Color y la puerta del Viaje. En total, siete puertas. Para ellos, cada una de esas puertas tenía una simbología clara, ya que Venecia jamás ha estado flanqueada por siete puertas concretas o reales. Mi hermana buscó en los Archivos de la Biblioteca Marciana las zonas a las que podían referirse esas siete puertas en la actual Venecia. La puerta de la Aventura podría situarse actualmente en la zona este del Cannaregio y en la zona oeste de Castello; la puerta del Mar estaría aproximadamente en la zona de Castello, en donde se levanta el Arsenale; la puerta de Oriente estaría en la zona oeste del Cannaregio, incluida la judería o el Ghetto Vecchio; la puerta del Oro se situaría en lo que hoy es el barrio de San Marcos; la puerta del Amor, en la zona este de San Paolo y Santa Croce; la puerta del Color en Dorsoduro y la zona central de la isla de la Giudecca, y la Puerta del Viaje en lo que hoy son las islas de San Lázaro de los Armenios, San Servolo, San Francesco del Deserto y el Lido, uno de los lugares de embarque de los caballeros cruzados que marchaban a Tierra Santa durante la cuarta cruzada. Ahora que tenemos localizado el Laberinto de Agua, la Ciudad de las Siete Puertas de los Siete Guardianes, podemos intentar localizar la siguiente pista que nos dio la inscripción rúnica que aparece en el león del Arsenale.
—¿Cómo es la frase? —preguntó Colaiani.
—
En la puerta del mar, Zara girará alrededor del laberinto, mientras el león protege al caballero y su secreto. Encuentra la estrella que ilumina el trono de la iglesia y te llevará hasta la tumba del verdadero
.
—Está claro que, según su teoría de la ubicación de las siete puertas, la puerta del Mar, si no he entendido mal, estaría en la zona de Castello, en donde se levanta el Arsenale. Allí debe estar la siguiente pista. Si el laberinto es Venecia, cuando se habla de
el león que protege al caballero y su secreto,
debe referirse al león del Arsenale. Lo más interesante lo encontramos en la siguiente frase —dijo el medievalista mientras encendía una pipa—:
Encuentra la estrella que ilumina el trono de la iglesia y te llevará hasta la tumba del verdadero
.
—Tal vez la estrella sea una posición concreta, como hoy son las latitudes y las longitudes —opinó Kalamatiano.
—No lo creo —respondió el medievalista—. Hasta finales del siglo Win, la gente se perdía en el mar porque sin cronómetros precisos la longitud era un arte aproximado. Los mapas de gran extensión con una cierta proyección intuitiva son de la época colombina, es decir, después de 1492. El primer meridiano oficial es casi colombino, y el primer intelectual occidental con una visión aproximada sobre lo que hoy entendemos como cartografía y situación a través de la latitud y longitud fue el florentino Paolo del Pozzo Toscanelli, uno de esos sabios del Renacimiento con prestigio en medicina, astronomía y geografía que vivió entre 1397 y 1482.
—¿No podría ser Roma la ciudad a la que se refiere la frase? —preguntó el Griego—. La inscripción habla del trono de la iglesia y el único que conozco está en el Vaticano.
—No creo que sea el Vaticano ni Roma. Estamos hablando de un trono de la iglesia con el que los escandinavos que acompañaron a Phillipe de Fratens en su regreso a Occidente desde Tierra Santa, en el siglo XIII, se encontraron y dejaron grabado un mensaje en clave. Al referirse a la puerta del Mar, está claro que ese trono de la Iglesia al que se refiere la inscripción en rúnico tal vez esté en Venecia.
—¿Por qué está tan segura, señorita Brooks?
—Todas las pistas nos conducen siempre a Venecia: el Laberinto de Agua, la Ciudad de las Siete Puertas de los Siete Guardianes, la leyenda del caballero cruzado y su misteriosa muerte en Venecia, en la corte Morosini; el león del Arsenale que estaba en el Pireo y que acabó en Venecia. Debemos pensar en un trono de la iglesia que pueda estar o haya estado en Venecia.
—¿Existe algún trono en la basílica de San Marcos? —quiso saber Kalamatiano.
—No. De cualquier forma, San Marcos jamás ocupó un trono de la iglesia, así que dudo mucho que el santo iluminase el trono del que habla la inscripción en el león.
—¿A qué podría referirse?
—Déjenme que llame a mi hermana Assal, es una de las mayores expertas en la historia de Venecia. Tal vez pueda darnos alguna pista.
—Intentémoslo. No perdemos nada con ello —propuso el Griego.
Afdera se levantó de la mesa llena de libros, manuscritos y planos y marcó el teléfono de la Ca' d'Oro.
—¿Dígame?
Afdera reconoció enseguida la voz de Rosa.
—Rosa, necesito hablar urgentemente con mi hermana. Por cierto, ¿qué tal está Sam?
—Hola, señorita Afdera. El señorito Sampson está muy bien cuidado por su hermana y por mí. Se recuperará en poco tiempo. Creo incluso que muy pronto tendremos campanas de boda, señorita Afdera.
—Lo sé, Rosa. Estoy segura de ello. Ahora pásame con mi hermana.
—Hola, hermanita, ¿dónde estás?
—Te llamo desde Ginebra. Estoy reunida con Vasilis Kalamatiano y con el profesor Leonardo Colaiani.
—¿Con el griego amigo de la abuela y el profesor experto en historia medieval? ¿Y qué necesitáis de mí?
—Una información sobre Venecia. Tú eres la única que puede saberlo.
—De acuerdo, dispara.
—¿Recuerdas los signos rúnicos que estaban grabados en el león del Arsenale? Pues conseguimos averiguar su significado. Gudrum Strømnes, de la Universidad de Rogaland, analizó los signos que le enviamos. La frase decía algo así como:
En la puerta del mar, Zara girará alrededor del laberinto, mientras el león protege al caballero y su secreto. Encuentra la estrella que ilumina el trono de la iglesia y te llevará hasta la tumba del verdadero
.