Read El legado. La hija de Hitler Online

Authors: Blanca Miosi

Tags: #Drama, #Narrativa

El legado. La hija de Hitler (17 page)

—La guerra mágica —aclaró Aleister con un gesto triunfal—, entre los dos seremos invencibles, ¡Ah! ¡Cuánto desearía que las cosas fuesen así de simples...!, pero no temas, sabemos que el dictador aún no está muy convencido de tu muerte. Y es preferible que siga dudando. Lo que necesito saber es si estás de acuerdo en acabar con Hitler... antes de que él termine con nosotros. —Agregó.

—Estoy de acuerdo. Pero te advierto que no es una tarea muy fácil. En primer lugar, has de saber que él no sólo se rodea de poder, él
tiene poder
. Y para mala suerte, yo le enseñé a obtenerlo. En este momento está haciendo uso del poder que le otorgan millones de personas a las que tiene en sus manos. La fuerza del saludo, ese
Heil Hitler!
, de las grandes manifestaciones, es un traspaso directo de voluntades. El terror de los prisioneros de los campos le da un enorme poder. Es el principal motivo del trato inhumano que se aplica en esos siniestros lugares. Él se alimenta con eso, por otro lado, sabe la fuerza que tienen los símbolos, por eso se rodea de ellos, las cruces gamadas, las antorchas, y ahora tiene el símbolo que para él representa el poder y la supremacía total: la Lanza de Longino. Me he enterado que se encuentra a buen resguardo en Nuremberg, la capital espiritual de Alemania.

—Tú le enseñaste todo. Tú puedes romper el hechizo —dijo enfáticamente Aleister.

—Siempre y cuando utilice una fórmula para quebrantar la fe ciega que él tiene en sí mismo. No creas que no he estado pensando en ello durante todo este tiempo.

—¿Y? —preguntó ansioso Crowley.

—Creo que ahora ha llegado la oportunidad. Antes no podía hacerlo debido a mi autoreclusión, pero si cuento con una gran masa de gente, creo que podré llevarlo a cabo.

—Explícate.

—Debemos utilizar un símbolo para anteponerlo a su saludo: «Heil Hitler», y este no es otro que los dedos en forma de V, así: —Hizo el gesto con la mano—. De ese modo, nosotros estaremos influyendo en él, porque él sabe el significado de esa V.

—Es un símbolo satánico. Son los cuernos del demonio —dijo pensativo Aleister—, esperemos convencer a los británicos de ello.

—Los podrás convencer si les dices que la V significa «Victoria». Otra idea es hacerle creer que la Lanza de Longino que él tiene en su poder no es la auténtica. Él siempre decía que el día que poseyera aquél adminículo, sería el amo del mundo. Y es probable que así sea, porque como tú y yo sabemos, la fe mueve montañas.

—Podríamos enviar comunicaciones cifradas dentro de los mensajes que sabemos que ellos interfieren, para hacerle llegar la información.

—No creo que sea muy efectivo. Él está rodeado de badulaques que lo único que hacen es ocultarle todo lo que pueda causarle molestias. Si alguno de ellos comprende el mensaje, no se lo hará llegar.

—Debemos intentarlo. Si no surte efecto, idearemos otra cosa.

—Pues... sí. —Respondió Hanussen no muy convencido. Sabía que lidiar con Hitler no era un juego.

—¿Alguna otra idea? —preguntó ansioso Aleister.

—Podrían infiltrar noticias que lo afectasen. Que las profecías de Nostradamus en sus cuartetas o sextetas indiquen su debilidad. Por ejemplo, que su «reinado» terminará con su muerte, que no durará sino unos cuantos años, cosas así, aquello lo pondrá furioso y empezará a minar su poder. Joseph Goebbels se vale de toda artimaña para extender su red propagandística, combatamos con sus mismas armas.

—Él debe conocer muy bien las profecías de Nostradamus —comentó Aleister dudoso.

—Por supuesto, pero sabemos que son tan ambiguas que se les puede dar la interpretación que se quiera. Si ellos las utilizan para sus propios fines, podremos hacerlo nosotros también.

—Erik, debo decirte que admiro tu trabajo. Creaste un monstruo, y veo que sabes cómo acabar con él.

—No estés tan seguro —respondió Hanussen, con expresión sombría.

15
Huida de Hess

A finales de 1940 las ansias de dominio de Hitler eran imposibles de detener. Tenía hombres de confianza en quienes delegaba algunas funciones, mientras él se dedicaba a trazar las estrategias de guerra junto a sus generales. Así había actuado en las campañas en Polonia, el Báltico y Francia, como también en las de Checoslovaquia y Austria. La
Blitzkrieg
, como le gustaba llamarla. Cada uno de sus hombres tenía una misión que llevar a cabo, y la hacía de manera impecable: Hermann Goering, su hombre más leal y a quien más quería el pueblo alemán después de él, era tan eficaz que ocupaba dos cargos simultáneamente: presidente del
Reichstag
y Jefe de la
Luftwaffe
. Heinrich Himmler, mantenía datos en su cerebro con tal lujo de detalles que únicamente una persona con una inteligencia excepcional como él podría lograrlo, era un hombre de aterradora y macabra eficiencia, que más adelante sabría poner en práctica, frente a la reticencia de Estados Unidos a recibir inmigrantes y mucho menos, refugiados judíos, a pesar de liderar una reunión con varios países para solucionar el problema. La solución final al problema de los prisioneros vendría justamente de Himmler: cámaras de gas y exterminio en masa utilizando métodos que permitieran hacer desaparecer la mayor cantidad posible de seres humanos con la menor cantidad de municiones. Hitler les dejaba hacer, a él le preocupaban otros asuntos.

Otro de sus hombres eficientes era su ministro de propaganda Joseph Goebbels, que manejaba la propaganda nazi con tal nivel de perfección que muchos de los logros de Hitler fueron apoyados por la masa del pueblo sin reservas, gracias a aquel hombrecillo pequeño y cojo de una pierna, que tenía tanto encanto y simpatía personales que a Hitler le hacía temer que quisiera pasarse de listo. Goebbels utilizó la psicología como principal arma para el convencimiento de las ideas nazis. Completaba el cuadro Rudolf Hess, su mejor amigo. Todos hombres muy cercanos a Hitler y que lo habían sido también de Hanussen, aprendiendo de él las técnicas psicológicas, ocultistas y de meditación que les ayudarían más adelante a la consecución de sus planes.

Cada una de las estrategias creadas por Hitler fueron llevadas a cabo de manera sistemática, rodeándolo de una atmósfera de poder que llegaba a embriagarlo. El respeto, la sumisión, la adoración que le profesaba el pueblo alemán, lo hacían sentirse omnipotente. Hess, sin embargo, estaba preocupado por el cariz que estaban tomando las cosas. A Hitler siempre le había interesado aliarse con Inglaterra, pero su ministro de relaciones exteriores, nunca pudo obtener buenos resultados. Los ingleses se mostraban reacios, y con la presencia de Churchill como primer ministro, el asunto se veía cada vez más difícil. A Hitler no le quedó más remedio que atacar Inglaterra en una batalla que llamó: «Operación León Marino», antes de que se recuperaran de la derrota sufrida por sus aliados franceses.

Un misterio que los propios hombres de Hitler nunca pudieron comprender, fue su reticencia a apoderarse de Inglaterra. El Führer había dejado escapar a trescientos mil soldados ingleses en la evacuación de Dunkerque, durante la invasión de Francia, pudiendo haberlos tomado prisioneros. Él nunca dio explicaciones, pero su círculo de allegados presentía que se trataba de algún impedimento impuesto por fuerzas ocultas. Y no se equivocaban. Hanussen, en su castillo de San Gotardo efectuaba los ritos mágicos más poderosos, de los que ni Hitler ni nadie de su entorno tenía conocimiento, haciendo de Inglaterra un terreno vedado para los alemanes. Hitler cometió el mayor error de su historia bélica al no invadir Inglaterra en el momento oportuno, y por primera vez Berlín fue blanco del ataque de los ingleses. Alemania devolvió el ataque bombardeando Londres, Liverpool, Coventry, las bombas cayeron incluso sobre el Palacio de Buckingham, mientras Churchill defendía Inglaterra sin tapujos con misas y oraciones, insuflando fe y valor a los ingleses; con la Real Fuerza Aérea, la armada británica y con el Canal de la Mancha, que actuaba como barrera a los planes de conquista de Hitler.

Hitler finalmente decidió la invasión de la Unión Soviética. En un arranque precipitado, Hess viajó a Inglaterra con la idea de entrevistarse con el duque de Hamilton; deseaba a toda costa establecer una alianza con el gobierno inglés. Presentía que la decisión de Hitler de atacar a los soviéticos era un mal presagio. Recordaba claramente haber escuchado a Hanussen advertir a Hitler acerca del peligro del «gigante rojo». Y sabía que él no se equivocaba. Hess, al igual que casi todos, presentía que Hanussen seguía con vida.

El once de mayo de 1941 Hitler recibió una carta de Rudolf Hess informándole que en esos momentos estaba volando hacia Glasgow. Hitler se sintió traicionado. No podía creer que su mejor amigo le hubiera abandonado. Poco después se enteró por la BBC de Londres que lo habían capturado en Escocia después de arrojarse en paracaídas. A Hitler no le extrañó que los ingleses lo declarasen demente.

La huida de Hess a Inglaterra, opacó su optimismo. Se dio cuenta de que no podía confiar absolutamente en nadie, más aún al presentir que Hess podría ser obligado a hablar bajo métodos de interrogatorio acerca de los planes de invasión de la Unión Soviética. Aquello lo sumió en un profundo pesimismo. Otro punto de conflicto lo tenía con su admirado amigo Mussolini. De no haber sido por el aprecio que le tenía, hubiera roto relaciones con Italia y la hubiera ocupado como había hecho con otras naciones. Los frentes italianos, sus aliados, sólo le traían problemas y retrasos en el calendario que tenía fijado. Precisamente el retraso en la invasión a la Unión Soviética se debía a la intervención de los alemanes en África y los Balcanes para salvar a los italianos del desastre. Los ejércitos italianos creaban tal cadena de desaciertos, que hubieran hecho posible que los griegos llegasen a Roma, de no haber sido por la ayuda de las tropas alemanas en los Balcanes. Ni hablar de África, donde los italianos se rendían casi sin combatir, «pero con un alto espíritu», como ellos mismos decían, regalando a los aliados Egipto, Somalia y Etiopía, posiciones que habían actuado como centros estratégicos de abastecimiento alemán.

A partir de la deserción de Hess, Hitler se llenó de dudas; si Hess no creía en él, él mismo no creía en su invencibilidad. Pero fueron las notas cifrada las que empezaron a resquebrajar la seguridad en sí mismo. Eran las que Aleister Crowley, aconsejado por Hanussen, dictaba incansable a los codificadores ingleses, y que los descodificadores alemanes entregaban a Hitler con temor. Mensajes como: «La Sagrada Lanza de Longino que permanece en Nuremberg no es la original» o «La Lanza Sagrada está en Cracovia» eran interceptados por los alemanes, según las previsiones de Hanussen. Hitler presentía que el mago judío seguía vivo en alguna parte, no podía ser otro sino Hanussen el que podría idear algo así. Esperaba que en América el agente Hagen averiguase algo, pero aparentemente ese secreto no se encontraba a su alcance, de lo contrario ya le habría informado. Por el momento se conformaba con que no perdiera de vista a su hija Sofía.

Tío Conrad, no acostumbro a pedirte favores, pero te suplico que ayudes a María Strasberg. Ella está actualmente en París, imposibilitada de venir a América. Su madre trabaja para mí y está desesperada porque sabe que corre peligro en Francia. Por favor, ayúdala, ella se encuentra en..
. proseguía indicándole una dirección donde podía ser ubicada la hija de Rose. Luego de despedirse, la envió.

Hanussen recibió la carta e inmediatamente puso a funcionar sus conexiones. Su autoreclusión no significaba que estuviese apartado de la gente importante. Él seguía moviendo fortunas y sus conexiones abarcaban embajadas, la banca y especialmente la guerrilla. Desde la visita de Aleister Crowley se había apoderado de él un ánimo renovado, tenía la certeza de que las cosas terminarían mal para Hitler, tanto como para utilizar parte de su fortuna en ayudar a la resistencia. Su castillo en San Gotardo estaba situado en un lugar estratégico; le permitía mantener contacto tanto con los partisanos italianos, como con
la Resistance
, que no estaba de acuerdo con los afanes colaboracionistas hacia los nazis del entonces gobierno francés liderado por Petain.

Desde que madame Chanel cerrara las puertas de su taller de la calle Chambon, después de la ocupación alemana, María Strasberg vivía recluida en un cuarto que ocupaba en un barrio de París. La ciudad estaba invadida por nazis que actuaban con los judíos de la misma forma que en Alemania. Empezaban a ser reunidos para enviarlos a campos de concentración. Aterrorizada cada vez que escuchaba ruidos tras la puerta, el día que un miembro de la resistencia se presentó, ella no quiso abrir hasta escuchar con claridad las palabras: «Cinco, Gardenia, Russie». Era la clave que su madre y ella habían acordado; hacía referencia a los tres perfumes de Cocó Chanel, pues su madre era una devota admiradora de la que hasta hacía poco tiempo fuera su patrona. María fue escondida en las catacumbas de París durante casi dos semanas, hasta que unos hombres lograron llevarla a la frontera Suiza. Después de cruzarla por un lugar endiabladamente difícil, fue trasladada a Zurich por un anciano que le sirvió de acompañante, con instrucciones de alojarla con unas personas que trabajaban para un importante laboratorio.

—¿Qué sabes hacer? —preguntó una de las mujeres que vivía en aquella casa.

—Soy costurera —respondió María.

—Me temo que el lugar donde trabajarás no es un sitio donde haga falta la costura —dijo en tono de broma la mujer. Era una mujer joven, y también había llegado de Francia.

—Puedo hacer cualquier trabajo que me indiquen... estoy dispuesta a aprender.

—En un laboratorio no puedes hacer cualquier trabajo. Todos tenemos tareas específicas, pero podrías empezar haciendo la limpieza.

—Eso lo sé hacer —dijo María con suficiencia.

—No creas que es tan fácil. En los laboratorios la limpieza no se hace como en otros lugares. Ya te darás cuenta de ello.

—Perdona que te haga esta pregunta, pero ¿quién es nuestro benefactor?

—Yo ya perdí la curiosidad. No lo sabemos. Es un personaje misterioso, creo que es dueño de varios laboratorios, y nunca tiene el mismo nombre. Debemos conformarnos con saber que es la única persona que ha podido ayudarnos, y si deseamos ser agradecidas con él, es mejor que no averigüemos nada. Podríamos ponerlo en peligro.

María guardó silencio y pensó que la muchacha tenía razón, era preferible conservar en incógnita el nombre de su bondadoso protector.

Other books

The Following by Roger McDonald
Lucky Charm by Marie Astor
Dead Water by Tim O'Rourke
In a Gilded Cage by Rhys Bowen
The Thong Also Rises by Jennifer L. Leo
Just Like a Hero by Patricia Pellicane
Dirty Delilah by R. G. Alexander
Sharing Sunrise by Judy Griffith Gill