El líbro del destino (31 page)

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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Histórico, Intriga, Policiaco

—Dreidel… —interrumpo.

—No me vengas con «Dreidel», Wes.

—¿Y qué me dices si yo te vengo con «Dreidel»? —lo amenaza Rogo.

—¿Qué me dices si te sientas y dejas que Wes libre su propia pelea por una vez? —contesta Dreidel—. Wes, no pretendo ofenderte, pero todo esto ha sido una estupidez. Excepto por el hecho de que le hemos dado el material a Lisbeth para cuando escriba su bestseller, no hay una sola razón válida para haber venido aquí. Ella podría habernos enviado la información que necesitábamos.

—Yo sólo intentaba ayudar —insiste Lisbeth.

—¿Y a esto lo llamas ayudar? Tenemos mil preguntas sin respuesta, media docena de teorías absurdas y tú quieres que nos tiremos todo el día mirando la única cinta de vídeo que el Congreso, la nación y todos los chiflados de la conspiración que hay en el mundo han examinado minuciosamente sin encontrar absolutamente nada sospechoso. Ni siquiera tenemos una buena toma de Nico para ver si hay alguna otra cosa que pudiésemos haber pasado por alto.

Meneo la cabeza.

—Eso no es…

—Tiene razón —admite Lisbeth desde detrás de Dreidel, que tiene que volverse para mirarla. Ella está de espaldas a nosotros y mira a través del gran ventanal—. No conseguimos ninguna toma buena de aquel día. —Volviéndose hacia nosotros con esa misma sonrisa irónica que tenía anoche cuando discutía con nosotros, añade—: Afortunadamente, sé cómo cambiar eso.

54

—Sé que hay una entrada trasera —dijo Micah, instalado en una plaza de aparcamiento para coches medianos y mirando a través del espejo retrovisor por tercera vez en el último minuto. Detrás de ellos, en diagonal a su coche, el Toyota vacío de Wes no se había movido—. Podría echar un vistazo y…

—No es necesario —dijo O'Shea desde el asiento del acompañante, el codo apoyado en el borde de la ventanilla abierta mientras resolvía el crucigrama del periódico—. Esto es Florida. No irá a ninguna parte sin su coche.

—A menos que coja el de otra persona. ¿Recuerdas aquella mujer en Siria?

—Siria fue diferente. Necesitábamos a esa mujer para escapar.

—¿Por qué? ¿Para que tuvieras una buena excusa para conocerla?

—Esa mujer te habría matado, Micah. Tú lo sabes.

—Yo estaba haciéndola tragar el anzuelo.

—Ésa es tu interpretación de los hechos —dijo O'Shea—. Pero si vuelves a intentar algo tan precipitado como lo de Siria, te prometo ahora mismo que seré yo quien te ponga una pistola en la cabeza. —Sin levantar la vista del periódico, O'Shea señaló con el bolígrafo por encima del hombro—. ¿Ves ese Subaru hecho polvo aparcado en el fondo con las pegatinas de Grateful Dead? Lo vimos anoche. Es el coche de Lisbeth. El que está allí es el coche de Wes. El coche de Rogo aún está en el taller. Nadie irá a ninguna parte.

Micah miró por cuarta vez a través del espejo retrovisor, luego miró el codo de O'Shea que descansaba en la ventanilla abierta.

—Deberías cerrarla —dijo, señalando la ventanilla—. Si aparece…

—Micah, aquí hay una temperatura de treinta grados y estamos en diciembre. ¿Sabes el frío que hacía en Francia? Déjame disfrutar del jodido calor.

—Pero Wes podría…

—Todo está bajo control.

—Sí, igual que esto —dijo Micah, señalando la fotografía de Nico en la portada del periódico que había entre ambos.

—¿Qué, sigues pensando que fue obra de El Romano? —preguntó O'Shea.

—¿Y quién, si no? Boyle es descubierto, Nico se escapa… no son más que jodidas coincidencias, ¿no?

O'Shea asintió, levantando finalmente la vista del crucigrama.

—Pero si utilizó el nombre de Wes para entrar en el hospital…

—Me alegra que lo hayas quitado del informe oficial. Si eso hubiese salido a la luz, todo el mundo se hubiese apiñado frente a la casa de Wes y nosotros habríamos perdido nuestra mejor…

—¡Shhhh! —siseó O'Shea, interrumpiendo lo que Micah le decía. Detrás de ellos, una voz familiar resonó entre las paredes del aparcamiento.

—… tros deberíamos llamar a la oficina —dijo Wes mientras Dreidel lo seguía bajando por la rampa.

—¿Para qué? ¿Para asustarlos? —preguntó Dreidel.

Estudiando sus respectivos espejos laterales, O'Shea y Micah observaron la escena que se desarrollaba detrás de ellos. Desde su plaza en el aparcamiento tenían una visión perfecta del asiento del acompañante del Toyota de Wes. Y sólo les bastó una mirada para comprobar que Rogo no estaba con ellos.

—¿Dónde está el gordo? —susurró Micah.

—¿Tirándose a la chica? —sugirió O'Shea.

Cuando Wes se dirigió a la puerta del lado del conductor y la abrió, las llaves del coche se deslizaron de su mano. Al cogerlas, miró hacia donde estaban O'Shea y Micah, quienes permanecieron inmóviles. Desde su ángulo en el aparcamiento era imposible que los viese.

Se había oído un sonoro cling cuando las llaves chocaron contra el suelo. Durante una fracción de segundo, O'Shea vio que Wes miraba en su dirección. O'Shea no se movió. Era imposible que Wes fuese tan bueno.

—¿Qué sucede? —le preguntó Dreidel a su amigo.

O'Shea miró a través de su espejo lateral. Junto a él Micah hizo lo mismo. Llevaban demasiado tiempo en esto para inquietarse.

—¿Has oído algo? —preguntó Wes.

—No te pongas paranoico —le advirtió Dreidel.

En el borde de su espejo, O'Shea pudo ver el contorno de la nuca de Wes cuando se volvía hacia el Toyota, recogía las llaves del suelo y se metía en el coche.

—No, tienes razón —contestó Wes.

Pocos segundos después, el motor del Toyota se ponía en marcha y los neumáticos chirriaban sobre el cemento.

Con muchos años de experiencia, Micah esperó antes de darle al contacto del coche. Al menos hasta que oyeron el ruido metálico del Toyota de Wes al pasar por encima de la banda rugosa que había justo fuera del aparcamiento.

Para cuando Micah y O'Shea llegaron a la calle, el Toyota de Wes estaba en medio del denso tráfico y girando hacia la izquierda, en dirección a South Dixie.

—¿Alguna idea de adonde van esos tíos?

—Supongo que a su despacho…

—Vuelve a intentarlo —dijo O'Shea cuando el Toyota giró nuevamente a la izquierda en el primer semáforo… en dirección opuesta a las oficinas de Manning.

Permaneciendo a tres coches de distancia del Toyota, Micah también giró a la izquierda justo cuando el coche de Wes se dirigía hacia la I-95.

—Conduce a toda pastilla.

—Tal vez se dirige a la autopista —dijo O'Shea mientras el Toyota comenzaba a hacerse más pequeño en la distancia. Tranquilo como siempre, Micah permaneció oculto detrás de dos furgonetas y un Honda blanco sin perder en ningún momento de vista las dos cabezas en el asiento delantero del coche de Wes.

Efectivamente, un par de minutos después el Toyota se desvió hacia la izquierda, siguiendo los carteles indicadores de la I-95 Sur y ascendiendo por la rampa en Belvedere Road. Pero cuando entraron en la autopista, Micah y O'Shea se sorprendieron al comprobar que Wes no aceleraba. Estaba reduciendo.

—Va exactamente a noventa kilómetros por hora —dijo Micah, comprobando el velocímetro—. ¿Crees que trata de provocarnos?

O'Shea señaló el cartel de la salida más próxima y dijo:

—Quizá sólo va a su casa.

—Negativo —dijo Micah mientras el Toyota se incorporaba al carril central de la autopista—. Okeechobee está hacia el otro lado.

—¿Qué me dices del aeropuerto?

—Negativo otra vez —dijo Micah al ver que el Toyota dejaba atrás la salida de Southern Boulevard—. ¿Se te ocurre otra cosa?

O'Shea no contestó, sacó el brazo por la ventanilla y ajustó el espejo lateral.

—¿No se te ocurre nada?

—Nada —contestó O'Shea, estudiando los coches que venían detrás—. No dejes que se aleje demasiado.

Viajando detrás de un camión que transportaba coches BMW, O'Shea y Micah pasaron los veinte minutos siguientes siguiendo al Toyota de Wes mientras continuaba hacia el sur por la I-95, pasando Lake Worth, Lantana y Boynton Beach, y Delray, atravesando cada una de estas ciudades, sin superar en ningún momento los noventa kilómetros por hora, nunca serpenteando entre el tráfico, y sin abandonar el carril central. A través de la ventanilla trasera, mientras los coches los adelantaban por ambos lados, Wes y Dreidel permanecían inmóviles, sin mostrar temor alguno y sin comprobar si alguien los seguía. Era como si no tuviesen ninguna prisa. O no tuviesen ningún lugar adonde…

—Acelera —dijo O'Shea súbitamente.

—¿Qué…?

—Vamos, acércate a ellos —insistió, señalando a través del parabrisas—. Ahora.

Micah pisó el acelerador y la cabeza de O'Shea salió disparada hacia atrás, su pelo rubio golpeando durante medio segundo en el reposacabezas. Cuando el coche se deslizó junto al camión con los BMW, a Micah no le llevó mucho tiempo colocarse detrás del Toyota de Wes.

Por primera vez desde que había entrado en la autopista, Wes se desvió hacia el carril de la izquierda, acelerando lo justo para mantenerse junto a un Mercedes descapotable que viajaba a su derecha.

Micah giró el volante hacia la izquierda y volvió a acelerar, metiendo el coche en el carril de emergencia mal pavimentado. Guijarros, tierra y trozos de cristal formaban una estela detrás del coche. Procurando que el costado no chocase contra la divisoria de cemento, Micah no tuvo problemas en alcanzar al Toyota de Wes, que seguía sin superar los noventa kilómetros.

Cuando ambos coches estuvieron uno junto al otro, el cristal de la ventanilla de Wes bajó lentamente.

—Conduzca con cuidado por ese carril… ¡es ilegal! —gritó Rogo desde el asiento del conductor, tamborileando los dedos sobre el volante mientras los dos coches continuaban su marcha por la autopista. El único otro ocupante era Dreidel, que ni los miró.

—Hijo de…

Pisando el freno ante un cartel que decía «Sólo vehículos de emergencia», Micah hizo girar el volante hacia el parterre de la mediana que había a su derecha, describiendo un giro en «U» y regresando por la dirección en que habían venido.

A estas alturas, Wes ya les llevaba al menos una hora de ventaja.

55

Tendido de espaldas debajo de un Audi plateado, aprieto la barbilla contra el pecho y miro entre los neumáticos traseros y el silenciador combado hacia la planta del aparcamiento. Han pasado alrededor de quince minutos desde que Rogo y Dreidel se marcharon en mi Toyota. Y casi catorce minutos desde que el Chevy azul de O'Shea y Micah se deslizó por la rampa del aparcamiento para seguirles.

Basándonos en el micrófono instalado en el pin que llevaba en la solapa llegamos a la conclusión de que estamos tratando con profesionales. Dreidel dijo que se trataba del FBI. Teníamos que ver si tenía razón.

Cuando Dreidel y yo llegamos a mi coche, saqué las llaves y abrí las puertas. Y entonces vi la sombra de Rogo debajo del Toyota. Rogo asomó la cabeza como si fuese un mecánico y alzó las cejas.

—Me debes un traje nuevo —susurró desde un charco de aceite.

Todo lo que necesitó fueron diez minutos para arrastrarse entre los coches aparcados.

—Tienes suerte de que haya podido meterme aquí debajo —dijo.

Mirando el eje cubierto de tierra y grasa que está encima de mí, compruebo que Rogo tenía razón. También tenía razón cuando dijo que si lo hacíamos de prisa nadie notaría nada.

Tuve que retroceder un poco para dejarle espacio, pero a partir de allí Rogo se comportó como un profesional. Abrí la puerta justo cuando él salía de debajo del coche. Al dejar caer las llaves pude atenuar gran parte del ruido. Hasta tuve un subidón de adrenalina. Poniéndose de rodillas, Rogo alzó los dedos para contar. Uno… dos…

Con un movimiento rápido, me agaché para recoger las llaves y Rogo ocupó mi lugar y se metió en el coche.

—No, tienes razón —le dije desde el suelo para completar el engaño. Rodando rápidamente me metí debajo del coche aparcado junto al Toyota, que es donde he estado desde entonces. Houdini hubiese estado orgulloso de mí.

Mirando a través de los neumáticos traseros, giro sobre un costado y mi codo resbala en la mancha de aceite. En este momento, Rogo ya debe tener a O'Shea y Micah a medio camino de Boca Ratón. Aun así, no estoy seguro de qué es peor. El hecho de que me estuviesen vigilando o el hecho de que nos hayamos librado de ellos. Con Nico aún suelto por ahí… Al menos con el FBI cerca yo estaba a salvo.

Cuando estoy a punto de salir de debajo del coche, oigo un leve crujido a mi izquierda. Es un sonido apagado, como si frotasen dos trozos de pana. Giro la cabeza y, mirando desde debajo del coche, examino el suelo granulado de cemento. El sonido ha desaparecido. Pero otra cosa ocupa su lugar.

Lo sé después de años de soportar las miradas de la gente. Es aún peor en los lugares públicos —en un cine o en el supermercado— cuando tratan de simular que no les importa. No existe ningún término científico para explicar el fenómeno. Pero yo lo siento cada día. A estas alturas, soy un experto. Esa punzada persistente en la parte posterior del cráneo, el grito casi telepático que te exige volverte, esa sensación indescriptible cuando sabes que te están observando.

Se oyen unos pasos que atraviesan el aparcamiento, seguidos del leve rugido de otro motor al ponerse en marcha.

Justo a tiempo.

Los neumáticos chirrían y los frenos se quejan cuando el coche retrocede velozmente subiendo la rampa y se dirige a la plaza que ocupaba mi Toyota hasta hace menos de media hora. Saliendo de mi escondite me encuentro de cara con toda una fila de pegatinas de Grateful Dead que se detiene a pocos centímetros de mi frente.

—Eh, mago, me ha llamado David Copperfield. Quiere saber si aún puedes sustituirlo el próximo jueves —dice Lisbeth, asomándose a través de la ventanilla del conductor.

La mayoría de la gente se echaría a reír, que es la única razón por la que esbozo una sonrisa forzada. Pero ella no se lo traga ni por un segundo. Las sonrisas falsas son el pan de cada día de los columnistas de cotilleos. Me levanto y me sacudo la ropa.

—Si hace que te sientas mejor, Wes, te diré que ha sido muy valiente eso de esconderse y rodar debajo de un coche. Impresionante.

Ella espera alguna respuesta intrépida como si yo fuese un héroe de películas de acción de barbilla larga y afilada.

—Eso ni siquiera es verdad —digo.

Lisbeth menea la cabeza y se me queda mirando.

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