El líbro del destino (67 page)

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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Histórico, Intriga, Policiaco

—Espera, ¿cómo puedes permitirte este cacharro? ¿Acaso tú también has hecho un trato con una editorial?

Lisbeth lo ignora y se vuelve hacia mí. Por su expresión me huelo problemas.

—Tengo buenas noticias y malas noticias —dice ella—. Tú eliges.

—Las malas primero —decimos al unísono Rogo y yo. Lo fulmino con una mirada de reojo.

Ella juega con la venda que le cubre la mano, un gesto que garantiza que el asunto es serio.

—¿Recuerdas ese trabajo en
The San Francisco Chronicle
del que te hablé? —pregunta—. Bueno, me han hecho una oferta, auténticas noticias, nada de cotilleos. Pero dijeron que, claro, tengo que mudarme a San Francisco.

—¿O sea, que te vas lejos de aquí?

—Muy lejos —dice ella mirando a través del parabrisas.

—¿Y cuál es la buena noticia? —pregunto.

Lisbeth aferra el volante y luego se vuelve lentamente hacia mí.

—¿Quieres venir?

Mi mejilla da un brinco en el aire. Ahora soy yo quien sonríe abiertamente.

—Espera un minuto —dice Rogo desde el asiento trasero—. Antes de hacer algo precipitado, ¿conocemos realmente los problemas relativos a las multas por exceso de velocidad en San Francisco? Porque un hombre con mi habilidad y experiencia…

Me vuelvo hacia Rogo y la sonrisa no hace más que ampliarse en sus labios.

—Estoy seguro de que podemos averiguarlo —digo.

—Y no nos olvidemos de las relajadas leyes de tráfico y del negligente sistema judicial que las sustenta. ¿Y si allí no hay nada de eso?

—¿Eso te preocupa realmente? Estamos hablando de California.

—Además —añade Lisbeth—, apuesto a que en San Francisco hay un montón de accidentes con todas esas colinas.

—Eso era lo que quería oír —dice Rogo con una expresión radiante mientras el coche recorre la manzana—. Ooooh, hazme un favor —añade—. Acércate a ese viejo Plymouth que tiene una multa en el parabrisas. Si voy a tener que pagar un traslado, necesito nuevos clientes. —Saca una tarjeta de su billetera, se inclina hacia adelante y trata de sacar el brazo por mi ventanilla—. Wes, ¿quieres echar el asiento un poco hacia adelante?

—Prueba con esto —dice Lisbeth y aprieta un botón en el salpicadero. Con un ligero zumbido, el techo descapotable se retrae, revelando el cielo aguamarina y dejando un gran espacio para que Rogo pueda dejar su tarjeta de visita en el Plymouth.

Con el estómago apretado contra la ventanilla del coche, Rogo se inclina hacia afuera y coloca una de sus tarjetas en la ventanilla del conductor del Plymouth.

—¡Si quiere ahorrarse una multa, vaya a Downwithtickets.com! —grita hacia unas personas que miran desde la acera—. ¡Ahora ya podéis regresar a vuestras vidas! ¡Andando! ¡Rebaño! ¡Consumid alegremente!

Lisbeth acelera, los neumáticos muerden el asfalto y el coche sale disparado, haciendo que un soplo de viento nos azote el rostro. Con la capota bajada, contemplo cómo las palmeras que flanquean la calle desaparecen detrás de nosotros. El coche asciende sin esfuerzo alguno el Royal Park Bridge, donde las olas del canal Intracoastal son tan brillantes que resultan casi cegadoras. Cuando apoyo la cabeza en el respaldo y miro el cielo, el viento que sopla desde el océano enreda mis cabellos y el cálido sol baña mi rostro.

Nico estaba equivocado. El Libro del Destino no está escrito. Se escribe cada día.

Algunas heridas nunca cicatrizan.

Pero otras sí.

Nota del Autor

La historia ha estado siempre plagada de exageraciones, de modo que añadiré unas pocas palabras acerca de los masones. En este libro, los detalles históricos relativos a la masonería se basan en tres años de investigación. Todas las figuras históricas identificadas como masones en el texto —tales como Voltaire, Winston Churchill, Mozart, y algunos presidentes estadounidenses— lo fueron realmente. A lo largo de la historia se ha dicho que Thomas Jefferson era masón, pero no hay pruebas que lo corroboren, como queda reflejado en la novela. No obstante, Jefferson, Washington y el arquitecto Pierre Charles L'Enfant, mientras diseñaban la ciudad de Washington, sí construyeron el más famoso de los símbolos masónicos (el compás y la escuadra) y el pentagrama de cinco puntas en la cuadrícula de la ciudad. Existen discrepancias en cuanto a quién de ellos ejerció una mayor influencia en el trazado final de las calles, pero creo que la cuadrícula habla por sí misma. Durante más de dos siglos, esos símbolos han permanecido ocultos a la vista de todo el mundo. También es verdad que el 13 de octubre de 1792 la Logia Masónica Número 9 de Maryland colocó la piedra fundamental del edificio del Capitolio, donde el propio George Washington presidió la ceremonia. Un diseño masónico también fue utilizado en la colocación de la piedra fundamental del monumento a Washington, la Corte Suprema, la Biblioteca del Congreso, la Catedral y el Museo Smithsoniano. Esos detalles fueron los que me intrigaron y me llevaron a investigar más.

Estos hechos, sin embargo, no significan en modo alguno que los masones estén tratando de derribar los gobiernos del mundo o desatar conspiraciones satánicas secretas.

De modo que, ¿por qué separar la verdad de la fantasía… especialmente en una obra de ficción? ¿Importa realmente? Bueno, en este mundo donde los hechos conviven tan fácilmente con la ficción —y donde me enorgullezco de mis investigaciones para las seis novelas que he escrito— es importante para mí, como autor y también como historiador aficionado, asegurarme de no proporcionar más información errónea al pequeño público al que tengo el honor de poder llegar.

Así que los aliento a leer personalmente los documentos históricos. Cualquier fraternidad secreta que haya tenido como miembros a John Wayne, Winston Churchill, Benjamín Franklin, Harry Houdini, cinco presidentes del Tribunal Supremo de Estados Unidos, quince presidentes estadounidenses y a mi tío Bernie merece la pena ser investigada. Además, les recomiendo echar un vistazo a los símbolos que hay en el trazado de las calles de la ciudad de Sandusky, Ohio. Para ello, tienen que consultar: www.bradmeltzer.com/fatesecrets.html.

Brad Meltzer
Fort Lauderdale, Florida, 2006
.

Agradecimientos

Han pasado casi diez años desde la publicación de
El décimo juez
. Me siento agradecido especialmente con ustedes, mis maravillosos lectores, y con todos aquellos que ofrecen el apoyo que me permite seguir hablando con mis amigos imaginarios. En primer lugar, siempre, mi primera dama, Cori, por creer en mí incluso antes de la primera página, y por seguir amándome. Su capacidad intelectual, sus opiniones y su trabajo antes de la publicación son las auténticas semillas que hacen florecer cada uno de mis libros. Todos los días la miro con admiración. Todos los días me pregunto cómo pude ser tan afortunado de encontrarla. Jonas y Lila, a pesar de que me gano la vida con palabras, no las hay suficientes para definir mi amor por vosotros. Sois las mayores alegrías y las bendiciones más dulces de mi vida. Jill Kneerim, mi maravillosa agente, mi hermosa amiga, cuya guía y sagacidad me han acompañado desde las primeras fotocopias; Elaine Rogers, para siempre la primera: Ike Williams, Hope Donekamp, Cara Shield, y todos mis amigos de la Agencia Kneerim & Williams.

También quiero expresar mi agradecimiento a mis padres por este libro. A mi padre, cuya experiencia me dio la pista para el personaje de Wes, y a mi madre, por mostrarme su incuestionable apoyo; a mi hermana, Bari, en cuya fuerza siempre me he apoyado; a Dale Flam, por guiar el resto del barco hacia tantos lugares nuevos y asombrosos; a Bobby, Matt, Ami, Adam y Will, por su impulso vital y su amor constante; a Noah Kuttler, quien, después de mi esposa, es la persona en la que más me apoyo. Su energía permanente y su apoyo vital son dos de las razones clave de que usted tenga este libro en las manos. Lo quiero como si fuese de la familia. Gracias, Calculador. Ethan Kline es igualmente valioso y sus observaciones sobre los primeros borradores siempre acaban por darle forma al resultado; a Steve
Scoop
Cohen, por haberme dado a Dreidel y mucho, mucho más; a Edna Farley, a Kim de Los Ángeles, y a Dina Friedman, quien se encargó de gran parte del trabajo duro; a Paul Brennan, Matt Oshinsky, Paulo Pacheco, Joel Rose, Chris Weiss, y Judd Winick, mis hermanos, mi Rogos, cuya amistad me inspira tanto y de tales maneras que nunca podré demostrar ante un jurado.

Toda novela es una mentira que trata de parecer una verdad. A las siguientes personas les debo un enorme agradecimiento por proporcionarme las verdades que están entretejidas en este libro. Sin duda, jamás habría sido capaz de explorar este mundo sin la ayuda del presidente George H. Bush y su esposa Barbara y del presidente Bill Clinton. Los Bush no tuvieron necesidad de abrirme todo su mundo. No obstante, su generosidad me proporcionó muchos de los detalles que permitieron que este libro (¡que es una obra de ficción de principio a fin!) cobrase vida. Sólo espero que sepan cuánto los respeto. Ese mismo nivel de respeto y agradecimiento es también para el presidente Clinton, cuyo apoyo he guardado como oro en paño desde mi primera novela. No me importa de qué lado de la calle se encuentren ustedes. Después de transcurridos todos estos años, sigue estando claro por qué los elegimos a ambos. Siguiendo con ese tema, Jean Becker contestó a cada una de mis estúpidas preguntas, pero es su amistad lo que más valoro; Doug Band, Kris Engskov, Tom Frechette y Andrew Friendly respondieron al resto de mis insustanciales preguntas y, al hacerlo, mostraron por qué fueron elegidos para estar junto a los hombres más poderosos del mundo; Thom Smith me informó acerca de todo en Palm Beach; Mary Louise Knowlton, Nancy Lisenby, Laura Cather Pears, Linda Casey Poepsel, y Michele Whalen son los mejores jefes de protocolo (y las personas más agradables) de cualquier presidencia, Paul Bedard, Jessica Coen, Chuck Conconi, Joan Fleischman, Paula Froelich, Ann Gerhart, Ed Henry, Pérez Hilton, Lorrie Lynch, John McCaslin, Roxanne Roberts, Liz Smith, Linton Weeks y Ben Widdicombe me enseñaron todo lo que sé acerca de los cotilleos y, en ese sentido, todos están representados en el personaje de Lisbeth. Ellos son los mejores en su trabajo, y su generosidad y clase no pueden ser ignoradas. Mike Calinoff me convirtió en el segundo judío en la NASCAR y me ofreció su maravillosa amistad; mis amigos Matthew Bogdanos, Eljay Bowron, Jo Ayn
Joey
Glanzer, Dave Leavy, Erik Oleson, Peter Oleson, Ken Robinson, Farris Ronkstool, Adam Rosman, Alex Sinclair y John Spinelli me ayudaron en todos los detalles relacionados con el cumplimiento de la ley, sólo espero que sepan cuánto respeto el trabajo que llevan a cabo; Barry Kowitt le dio vida a la profesión de Rogo (www.ungerandkowitt.com); Mary Weiss me habló de la Gala de la Fibrosis Quística (www.cff.org); Dana Milbank me ayudó con la prensa de la Casa Blanca; Shelly Jacobs respondió a más preguntas sobre la biblioteca presidencial de lo que jamás imaginó; Rags Morales, como siempre, me brindó su corazón; doctores Lee Benjamin, Thomas Scalea y Ronald K. Wright por su asesoramiento médico;
What It Takes
, de Richard Ben Cramer,
After the White House
, de Max Skidmore, y las palabras de Samantha Powers fueron herramientas enormemente valiosas para mí; Greg Apparcel, Steve Chaconas, Ron Edmonds, Sara Fritz, Mark Futch, Al Guthrie, Tim Krische, Jim Ponce, Walter Rodgers, Will Shortz, Laura Spencer y Tiffini Theisen contribuyeron a completar el resto de los detalles; mi mentor y estratega —y la verdadera razón de que yo esté aquí— Rob Weisbach fue el primero que tuvo fe durante aquellos lejanos años; y al resto de mi familia y amigos, cuyos nombres una vez más habitan estas páginas. También quiero dar las gracias a Eli Segal, quien me dio mi primera oportunidad real. Y la segunda. Cuando yo era un muchacho de veintidós años, Eli me trató como a un igual. Significó todo para mí. Sin ti, Eli, hoy yo no estaría escribiendo.

Por último, debo un enorme gracias a todos en Warner Books: David Young, Larry Kirshbaum, Maqureen Egen, Emi Battaglia, Tina Andreadis, Chris Barba, Martha Otis, Jen Romanello, Karen Torres, Becka Oliver, Evan Boorstyn, el equipo de ventas más amable y trabajador, y a toda la gente realmente agradable que, a través de todos estos años, han llegado a formar parte de mi familia. Permítanme que lo exprese de las manera más honesta posible: ellos se encargan de hacer el verdadero trabajo y estaríamos perdidos sin ellos. También quiero subirme a mi escritorio y gritar «¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!» a mi editora, Jamie Raab. Creo que la parte más dura del trabajo de editor es entender a tus autores. Jamie siempre me ha entendido, me ha protegido y ha cuidado de mí. Ningún otro autor está en mejores manos. De modo que, gracias, Jamie, por tu aliento y, mucho más importante, por tu fe en mí.

Llamamos Destino a todo aquello que nos limita.

Ralph Waldo Emerson

Dios no juega a echar los dados.

Albert Einstein

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