El Palestino (110 page)

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Authors: Antonio Salas

Cierto o no, para los servicios secretos europeos Andrey Misura era un peligro andante. Y para mis hermanos musulmanes no cabe duda de que su extraño asesinato, siete certeras puñaladas en el cuello, llevan el sello del MOSSAD. De hecho, me consta que algunos policías vinculados al caso también conjeturaron con esa posibilidad. Así que, convertido en un mártir del Islam, el 20 de octubre de 2009 imames, y presuntos yihadistas, llegados desde toda España, se dieron cita en el Cementerio Musulmán de Fuengirola para acompañar en el entierro a la madre y a la hermana de Andrey, que se alojaban en casa de Ahmed Touguani. Allí estaban, por supuesto, Abu Sufian y Oussama Agharbi, pero también Kaddour Benfatem, Raid Montaser Younes, Essadik Barhoun, Rachid Boutaib, Rachid Wouddah, Abdenaji El Azzouzi, Rida Ben El Montaser, Riadh Ben Salh Ben Bahri, Rachid Boutaib, Ahmed Touguani y otros muchos. Incluyendo a Félix Herrero, español converso, nuevo imam de la mezquita de La Unión y uno de mis profesores en uno de los cursos realizados años atrás. Y la nota de color la ponían los misioneros mormones, a quienes supuestamente habían visitado Abu Sufian y Andrey, con intención de viajar a Utah, como estudiantes de la Biblia... Dos de esos
elder
mormones estaban presentes en el entierro del supuesto yihadista bielorruso...

Acompañé a Abu Sufian y a Chafik Jalal Ben Amara literalmente hasta el mismo tribunal de la Audiencia Nacional que los juzgó, en Madrid, el pasado 15 de abril de 2010, mientras a solo cien metros, en el Tribunal Supremo, cientos de compañeros seguían la comparecencia del juez Garzón. Incluso la secretaria del tribunal me tomó por uno de los encausados, al ver como los imputados me abrazaban ante la mirada de reproche de los policías. Aclarado el error, seguí el juicio a mis hermanos al otro lado del cristal de seguridad, rodeado de unos cincuenta estudiantes de Derecho del campus de Villanueva y de los periodistas de la agencia EFE que cubrían el proceso. Abu Sufian llegó altivo, elegante y rapado, como un mártir dispuesto a iniciar su viaje al cielo. Chafik, sin embargo, sesentón rechoncho y optimista, me contaba cómo había perdido dos de sus negocios tras ser acusado de terrorista y cómo sus hijos eran señalados por la calle, y no dejó pasar la oportunidad de invitarme a su tetería en Málaga, garantizándome que todos los platos de cocina eran
halal
. Paradójicamente, y al contrario que la inmensa mayoría de los expertos en terrorismo, hasta el día del juicio yo tenía el punto de vista de los acusados, supuestos terroristas, y no escuché la opinión de la policía hasta que seis agentes (incluyendo un miembro de la Científica y uno de los TEDAX) y cuatro peritos, todos ellos testigos protegidos, como yo, se sentaron en el mismo banquillo para prestar declaración contra Abu Sufian y Chafik. El juicio quedó visto para sentencia ese mismo 15 de abril. A la hora de escribir estas líneas Abu Sufian y Chafik aguardan a que el tribunal decida si, como pidió el fiscal Juan Moral, son terroristas merecedores de penas de cárcel o inocentes de todos los cargos. Decida lo que decida el tribunal, estoy seguro de que ni el uno ni el otro se habrían atrevido nunca a sacrificar sus acomodadas vidas occidentales por el yihad. Tienen demasiado que perder. Sin embargo, no era el caso de Andrey Misura y Oussama Agharbi.

Estoy convencido de que tanto Andrey como Oussama realmente soñaron con unirse a la resistencia iraquí, o afgana, o palestina, en aquellos meses convulsos de 2005. Y estoy seguro de que, de ser ellos los encausados, las escuchas policiales, los seguimientos y las intervenciones demostrarían su vocación de yihad (esfuerzo). De lo que no estoy seguro es de que eso pueda considerarse «terrorismo»...

Todos queremos ser Yuba

Es posible que muchos lectores occidentales no hayan escuchado hablar de Yuba, el francotirador de Bagdad.
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Pero apuesto a que no hay ni un árabe, musulmán o no, que no haya conocido su «obra».

Yuba apareció sigilosamente en el panorama yihadista iraquí en noviembre de 2005, cuando a la salida de algunas mezquitas se repartía un DVD artesanal que recogía sus primeros nueve asesinatos. A manera de presentación, una voz en
off
, presuntamente vinculada al Ejército Islámico en Iraq, anunciaba: «Tengo nueve balas en esta arma, y tengo un regalo para George Bush. Voy a matar a nueve personas. Estoy haciendo esto para que lo vean los espectadores. Allahu Akbar, Allahu Akbar!». A continuación aparecen nueve vídeos de escasa duración, en los que se muestra cómo un francotirador abate a nueve soldados norteamericanos en Iraq.

Para los primeros iraquíes que vieron las «hazañas» de Yuba, aquellas imágenes de jóvenes soldados rasos asesinados cobardemente con un fusil de largo alcance eran un acto de justicia divina. Después de Hadiza, Abu Ghraib, Guantánamo y tantos y tantos atropellos, abusos, violaciones y asesinatos cometidos por los occidentales mientras buscaban las armas de destrucción masiva de Saddam, las ejecuciones del francotirador de Bagdad eran completamente justificables, y en pocas semanas las copias pirata del primer DVD de Yuba empezaron a circular por todo Iraq. Y pronto alguien las subió a Internet.

Un segundo DVD de Yuba apareció en 2006. En esta ocasión el vídeo recoge una entrevista al supuesto héroe de la resistencia iraquí y comentarios sobre el terror que se había apoderado de las tropas de ocupación, al descubrir que un francotirador los estaba cazando como a patos. También se incluyen algunas imágenes de la hipotética rutina del francotirador de Bagdad, añadiendo muescas a su lista de objetivos abatidos y escribiendo un diario. Y a continuación nuevas filmaciones de soldados norteamericanos abatidos por el fusil del justiciero misterioso. Obviamente, Yuba no trabajaba solo, ya que el análisis de las imágenes demuestra que el tiro de cámara que graba los vídeos no se corresponde exactamente con el mismo ángulo utilizado por el francotirador para ejecutar a sus objetivos. Pero no importa. Tampoco importa que Yuba anuncie que existe un número indeterminado de francotiradores como él, al servicio del Ejército Islámico iraquí. Yuba se convirtió en un icono, en un modelo, en un héroe para la resistencia en Iraq, y también para los simpatizantes de esa causa en todo el planeta.

Las imágenes de los asesinatos de Yuba comenzaron a inundar todos los portales de vídeos de Internet. Y no importaba que Youtube, Google-vídeos y demás cancelasen las cuentas de los usuarios que subían esas imágenes y las borrasen del servidor. En cinco minutos un nuevo usuario, desde una cuenta anónima, insertaba de nuevo el vídeo censurado. Y pronto apareció una página web atribuida al francotirador de Bagdad, más tarde depurada, actualizada y con la opción de ser consultada en japonés, inglés, español, francés, árabe, urdú, italiano, alemán y turco:
www.baghdadsniper.net
. En realidad, dicha página web presenta los contenidos del tercer DVD de Yuba, que comenzó a circular en diciembre de 2007, con mucha mejor presentación y calidad de edición que los anteriores.

Convertido en una leyenda, Yuba llegó a aventajar en admiración y popularidad a todos los héroes del yihad anteriores. Ni Abu Musab Al Zarqaui, ni Ibn Jattab, ni siquiera el mismísimo Osama Ben Laden alcanzaron el nivel de admiración de Yuba en el imaginario adolescente yihadista.

Más tarde también se publicó un cómic sobre Yuba, en cuyas viñetas se especulaba con la historia personal del héroe de la resistencia; para el dibujante, sin duda los americanos habrían asesinado a su esposa y a su hijo, y él decidió vengarse ejecutando infieles... Qué mejor argumento para justificar al principal terrorista de Iraq que la historia de una venganza justa. Supongo que no fui muy original cuando me inventé mi biografía como Muhammad Abdallah.

En cuanto vi los DVD en una tienda palestina, donde podían comprarse o alquilarse los vídeos de Yuba, como los vídeos con las últimas voluntades de los mártires de Hamas o el Yihad Islámico antes de inmolarse, intuí que el francotirador de Bagdad representaba, en esencia, uno de los factores más determinantes y menos estudiados del problema del terrorismo islamista. Pero cuando en 2009 mi querida Yamila me dijo que acababa de ver en un cine de Kuwait la película titulada
Yuba
, me reafirmé en mi intuición. Aún tuve que esperar algunos meses a que la película, recién estrenada en los cines del golfo Pérsico, saliese al mercado en DVD, y a que Yamila me consiguiese una copia y me la hiciese llegar. El DVD, producido en Dubai, ofrece una reinterpretación fascinante del mítico Yuba, en una película protagonizada por Mostafa Shaaban, Dalia Elbehery, Ahmed Azmi. Visioné el film en árabe, y el DVD no incluía subtítulos, así que pido disculpas si cometo algún error en mi sinopsis. Según mi criterio,
Yuba
(el film) cuenta en 103 minutos la historia de un
paparazzo
de origen palestino (Mostafa Shaaban), que trabaja para una lujosa agencia de prensa árabe, hasta que se ve envuelto en un escándalo. Despedido de su empleo, regresa a la tierra de sus orígenes, Palestina, encontrándose con la brutalidad del conflicto árabe-israelí en su peor momento. Y, hastiado de las injusticias contra sus paisanos, decide utilizar sus conocimientos como
paparazzo
, sustituyendo el teleobjetivo de su cámara fotográfica por un fusil de mira telescópica, y comenzando a ejecutar soldados israelíes. Cambiando el contexto de Iraq por el de Palestina, la primera película inspirada en el francotirador de Bagdad está llamada a crear escuela...

Estoy seguro de que Andrey Misura, Abu Sufian o cualquier otro joven, o no tan joven, árabe o musulmán, a partir de 2005 pudo caer fascinado por la heroica figura del solitario vengador de Bagdad, como antes otros muchos jóvenes árabes, o musulmanes, fueron seducidos por la imagen del robusto «león de Bagdad» Abu Musab Al Zarqaui, el «árabe negro» Ibn Al Jattab, o el mismísimo jeque Osama Ben Laden. Al menos en la misma medida en que los jóvenes europeos, o norteamericanos, éramos seducidos por nuestros héroes de las películas de acción. Pero los terroristas con los que yo he convivido no son héroes, sino necios asesinos torpes y absurdos, chapuceros, pedantes y vanidosos, capaces de anteponer su anhelo de gloria al dolor de una viuda, de un huérfano... Y esas películas llenas de efectos especiales no transmiten la realidad de la violencia. Una realidad sucia, maloliente, antiestética. Porque la guerra, simétrica o asimétrica, huele a pólvora y gasolina quemadas, a sangre y vísceras resecándose al sol. A lágrimas saladas... No hay honor ni gloria. Solo dolor y arrepentimiento.

Sin embargo, mi generación, y en mayor medida las que la siguieron, hemos aprendido a familiarizarnos con la estética de la violencia. Hemos sido educados en la creencia de que las armas no son malas si se utilizan para el bien... como si existiese una forma de hacer el bien empuñando un arma. Y desde muy niños hemos fantaseado con la ilusión de ser los héroes que matan a los villanos y salvan a los inocentes. Solo necesitamos una causa para materializar esa fantasía. Porque el ser humano es capaz de las mayores heroicidades, y también de los crímenes más atroces. Solo necesita una causa que justifique esos actos.

La idea de empuñar un arma y enarbolar una bandera por una causa justa seduce al 90 por ciento de los jóvenes de todo el mundo, en esa edad en que se buscan revoluciones por las que luchar. Y en un país extraño, en una sociedad ajena, cuando el único elemento de identidad común es el Islam, resulta inevitable que esa causa justa se encuentre en el yihad.

Probablemente, si yo fuese inmigrante en un país lejano y mi patria (o la patria de mis hermanos) fuese invadida por un ejército extranjero, me plantearía intentar ayudar a mis seres queridos. Es probable que tratase de reunir dinero para enviarlo a mi país, e incluso cabe la posibilidad de que colaborase con quienes deseasen viajar a mi patria para luchar contra el invasor. Tal vez incluso yo mismo llegase a especular con la idea de unirme a la resistencia. Pero todo eso, según las leyes vigentes, se considera terrorismo. Y como tal es perseguido y condenado.

Prometo que las conversaciones que yo he escuchado en muchas mezquitas de medio mundo no se diferencian tanto de las tertulias de sobremesa que se pueden disfrutar en cualquier hogar europeo o americano, donde los ánimos se van calentando a medida que el debate se enciende, azuzado por las terribles noticias que nos llegan en los informativos. Y si en el fragor de la disputa alguien nos ofrece la posibilidad de ser consecuentes y pasar a la acción, sin duda muchos caeríamos en la trampa. Porque los que mueven los hilos del terrorismo internacional jamás empuñan un fusil, ni se inmolan con un cinturón explosivo. Eso solo lo hacen los creyentes. Los que son capaces de morir, e incluso de matar, en nombre de una causa.

En este sentido, lo más lúcido que leí no provenía de ningún oficial de inteligencia experto en contraterrorismo, ni de ningún teólogo, ni por supuesto de ningún político. Se trataba de los trabajos de un antropólogo norteamericano, Scott Atran. Atran es uno de los pocos autores que han profundizado en el componente «heroico» del yihadismo terrorista. Con mucho más conocimiento académico que yo, Atran, profesor de Cambridge y consultor de la Casa Blanca, llegó en sus estudios de las religiones comparadas a las mismas conclusiones a las que he llegado yo a través de seis años de trabajo de campo.

No existen grandes diferencias entre quienes legitiman el uso de la violencia para defender una ideología. Todos ellos aspiran a ser héroes entre su círculo social. Solo hace falta el momento y el lugar oportunos, y todos podríamos convertirnos en lo que otros calificarán como terroristas.

En su libro
47 versos sufís
, Eduardo Rózsa escribía: «Ni yo mismo me entiendo. Sobrevivida una guerra, con el nuevo milenio encima, y el aburrimiento al que me acostumbro...».
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Y solo hizo falta que alguien le ofreciese salir de ese aburrimiento, en su Santa Cruz natal, y volver a empuñar las armas, las malditas armas, para que Rózsa volviese a sentirse el héroe en lucha por una causa justa. Aunque le costase la vida, a él y a los jóvenes incautos que se creyeron sus patrañas pseudorrevolucionarias. Santa Cruz fue el Iraq de las milicias separatistas de Eduardo Rózsa. Como Euskal Herria es el Iraq imaginario de los abertzales seducidos por ETA.

Estoy convencido de que este factor, tan desatendido por los expertos en terrorismo, es clave. Pero no es el único. Probablemente casi todas las críticas que los autores de
Rastros de Dixan
hacen a la lucha antiterrorista tengan fundamento. Es verdad que existe un impulso islamófobo en Europa y los Estados Unidos acrecentado desde el 11-S, y que la mayoría de los musulmanes son mirados, y tratados, con más recelo y desconfianza. Porque los humanos tendemos a desconfiar de aquello que no comprendemos. Pero también es cierto que existen organizaciones criminales que se lucran con el negocio de la guerra, y que tienen la capacidad de seducir a jóvenes musulmanes, como a jóvenes revolucionarios, independentistas o neonazis, para convertirlos en peones ejecutores de sus manejos. Y mientras continuemos sintiendo el tacto de un arma, tan seductor como la piel de un cuerpo desnudo, seguirán existiendo muyahid, gudaris, guerrilleros y terroristas.

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