El Palestino (108 page)

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Authors: Antonio Salas

Salí del locutorio en estado de
shock
por la noticia y me puse a caminar, como un zombi, en dirección a la plaza de Castilla, por la calle Bravo Murillo, dejando a mi derecha la mezquita de Abu Bakr, donde algunos estudiantes del Corán rezagados acudían a clase. De alguna manera, mi
tasbith
apareció en mi mano, y mientras intentaba concentrarme en la oración pasaba sus cuentas para calmar mi mente: «Subhana Allah, subhana Allah...», pero me resultaba imposible tranquilizarme. La imagen del coronel Rózsa, por el que había llegado a sentir cierta empatía a través de sus poemas, semidesnudo y cubierto de sangre, en el suelo de su habitación, no se me iba de la retina. Recordé sus versos: «Solo pienso en la muerte, cuando asisto a la muerte de otros. Me sucede lo mismo que cuando siendo joven, la Bella Durmiente se despertaba, por los besos de alguno... de algún otro. (...) y después dicen que eres héroe».
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Yo también pensaba ahora en la muerte, pensando en la muerte de otros. De Omar Medina, de Arquímedes Franco, de Greidy
el Gato
, de Andrés Singer... y ahora de mi hermano Isa Omar, Eduardo Rózsa. Si la providencia quería enviarme un mensaje, esta vez se había despachado a gusto...

En su celda de París, Ilich Ramírez no tiene acceso a Internet, pero sí a los informativos de televisión y a la prensa escrita. Y me telefoneó en cuanto se enteró de la noticia.
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Esta vez volvió a costarme mucho trabajo activar mi sistema de grabación. Me temblaba demasiado el pulso:

—Pero ¿qué vaina es esa, chico?

—Yo no entiendo...

—Yo no creo. Yo creo que hay una trampa allí, viejo.

—Es que yo no me lo puedo creer.

—No, no, no. (...) Cuéntame lo que sabes.

—La noticia salió ayer. Yo llamé a la embajada de Bolivia en Madrid, pero no me han querido decir nada. Dicen que era un comando terrorista, que estaba dirigido por Eduardo, y que iban a atentar contra Morales. Pero coño, ayer estuve viendo en Internet los periódicos de Bolivia y... uf... salen las fotos del operativo, y es que estaban en paños menores. Los mataron en calzoncillos. Hay unas fotos y un vídeo, que sale Eduardo con un tiro en la cara y en el pecho...

—No, eso fue una trampa. Son los croatas, allí, mercenarios croatas. Son los croatas que están en el país. Hay mucho emigrante croata allí desde la Segunda Guerra Mundial, y esa gente está y quiere matar al presidente. Y llega Eduardo con sus buenas ideas y musulmán y todo esto y pro-Morales, y montaron una historia para que lo mataran... Eso es...

—Yo no comprendo...

—No, no, no. Eso es una manipulación. Y lo mataron como un pendejo. Estaba desarmado, ¿no? Mientras estaban durmiendo, seguramente... Mataron a dos solamente, ¿no?... Envíame toda la información que tengas... esta noche o mañana por la mañana para que me llegue lo antes posible...

Ilich Ramírez me llamó varias veces ese sábado, y me pidió que consiguiese todos los periódicos bolivianos y recopilase el máximo de información posible sobre lo que había ocurrido en Santa Cruz. Hasta que Carlos el Chacal me lo explicó, confieso que desconocía las particulares características étnicas y políticas del estado de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, que aspiraba a independizarse del gobierno nacional, como Euskal Herria o Kosovo. Y naturalmente yo obedecí.

Esa misma tarde, cuando en un cibercafé de Toledo imprimía todos los artículos publicados y revisaba los informativos de la televisión boliviana, volví a sufrir otro amago de infarto. Delante de mí, en la pantalla del ordenador, el mismísimo director nacional de informativos de ENTB, don Julio Peñaloza, cubría la noticia del comando terrorista que pretendía matar a Evo Morales, blandiendo mi entrevista a Eduardo Rózsa en sus manos, ante las cámaras del informativo especial.
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Y una y otra vez hacía alusión a dicha entrevista, al igual que los presentadores de otros programas de otros canales, que esgrimían mi artículo como primera fuente de información tras el tiroteo en Santa Cruz. Era inevitable. En cuanto todos los periodistas bolivianos se arrojaron a Google para intentar encontrar información sobre el líder del supuesto comando terrorista, con lo primero que se topaban era con la larga y profunda entrevista realizada por un tal Muhammad Abdallah, para un boletín con textos en árabe, euskera, inglés, francés y español llamado
Los Papeles de Bolívar
. No hacía falta ser un premio Pulitzer para seguir la pista del tal Muhammad Abdallah hasta Ilich Ramírez Sánchez, alias
Carlos el Chacal
.

A los cinco minutos, las visitas a la web oficial de Carlos se multiplicaron por cien, quizás por mil. Y el correo electrónico se vio desbordado de peticiones de entrevistas por parte de periodistas bolivianos, que intentaban averiguar mi relación con el supuesto magnicida. Me sentía desbordado por completo por la situación. Realmente, durante unas horas no supe qué hacer. A quién acudir. Pensé en presentarme en la primera comisaría de policía e identificarme como un periodista infiltrado que había perdido el control de la investigación; en coger el primer avión que saliese para el último rincón del planeta y abortar la infiltración; en tirar los teléfonos móviles al Tajo, recluirme en la primera mezquita y aguardar a que la policía boliviana se olvidase de mí... Y entonces me telefoneó el comandante Ilich Ramírez e intentó tranquilizarme:

—No seas pendejo. Tú no has hecho nada ilegal, tú estás limpio.

Y tenía razón
.
Llevaba cinco años infiltrado en los circuitos del terrorismo internacional, pero siempre dentro de las actividades legales. Había conocido y/o convivido con miembros de Hamas, las FARC, ETA, Hizbullah, Al Fatah, el IRA, etcétera, e incluso en ese momento controlaba como máximo responsable ese aberrante
bluff
llamado Hizbullah-Venezuela, pero no había cometido ningún delito. Así que cuando el comandante Ilich Ramírez me dijo que mi misión era aceptar esas entrevistas, y defender su nombre y el de Rózsa, obedecí una vez más. Obviamente no podía predecir los resultados de aquellas primeras entrevistas que concedí a varias publicaciones y programas de radio bolivianos.
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Hoy debo disculparme ante colegas bolivianos como Rafael Mendieta (Radio FIDES) o Mónica Heinrich (diario
El Deber
), entre otros, por no haber podido explicarles que yo era un compañero que estaba realizando una investigación periodística como la suya.

Incluso el influyente portal venezolano Noticias24 se hizo eco entonces del ejemplar de
Los Papeles de Bolívar
dedicado a Eduardo Rózsa que les había enviado.
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Y, como no podía ser de otra manera, los internautas latinoamericanos resultaron ser tan creativos e imaginativos como los españoles. Las conjeturas, especulaciones y divagaciones sobre la identidad real de Muhammad Abdallah en las webs y blogs latinos, se pusieron a la altura de las especulaciones sobre la identidad real de Antonio Salas en los
websites
neonazis españoles. Por fortuna para mí, con el mismo tino. En aquellos días pude leer, en los comentarios de esos periódicos, revistas y emisoras, todo tipo de afirmaciones delirantes. Para unos yo era uno de los hombres de Rózsa que habían huido del hotel Las Américas; para otros, uno de los hombres de Carlos el Chacal, que evidentemente estaba implicado en el intento de asesinato de Morales, etcétera.

Por supuesto, todas esas ciberconjeturas, como todas las tonterías que con tanta libertad se pueden colgar en Internet, no me preocupaban. Lo que sí me inquietaba era la previsible noticia de que, tras la operación antiterrorista en Santa Cruz, la policía había incautado los ordenadores personales de Rózsa y sus hombres, y procedía a un análisis informático forense de su disco duro. Y ahí supe que mi investigación podía estar comprometida. Sobre todo cuando el gobierno boliviano empezó a vincular con el comando de Rózsa a los miembros más influyentes de la alta sociedad y el gobierno de Santa Cruz, enérgicos opositores a Morales y promotores de la autonomía cruceña. En cuanto vi entre los nombres de los supuestos cómplices del supuesto comando terrorista liderado por Rózsa a personajes como Alejandro Melgar o Alejandro Brown —dos de los nueve receptores de los correos de mi hermano Isa Omar, junto conmigo—, me empecé a preocupar de verdad. Y más aún cuando localizaron un arsenal de armas en posesión de los terroristas, y docenas de fotografías de Rózsa y sus hombres, con todo tipo de pistolas, fusiles, ametralladoras, etcétera.

Es absolutamente imposible resumir en tan breve espacio el protagonismo político que ha tenido el Caso Rózsa en la prensa latina desde el 16 de abril de 2009 hasta el pasado 5 de abril de 2010. Durante los primeros meses todavía me tomaba la molestia de encuadernar por tomos, del grosor de una guía telefónica, los cientos y cientos de noticias que se publicaban en torno al caso. Las primeras semanas enviaba al comandante Ilich Ramírez tres, cuatro y hasta cinco paquetes a la semana repletos de informes, artículos y reportajes sobre el Caso Rózsa. En mi archivo apilé cajas y cajas de documentos generados desde la operación antiterrorista en el hotel Las Américas. Y remito a cualquier lector interesado a las hemerotecas de
El Deber
,
La Prensa
,
El Día
,
El Mundo
,
El Diario
,
Nuevo Sur
,
La Razón
,
La Estrella de Oriente
,
Los Tiempos
, el
Opinión
, o cualquier otro de los diarios bolivianos que yo consultaba, cada mañana, durante meses. Siendo testigo de cómo el Caso Rózsa era instrumentalizado políticamente con la misma desvergüenza e intereses partidistas que el 11-M en España.

Gobierno y oposición usaron durante un año el supuesto intento de atentado terrorista contra Evo Morales, tratando de ganar votos o restárselos al oponente. La oposición acusaba a Morales de haber ejecutado a unos inocentes veinticuatro horas antes de reunirse con Barack Obama en la V Cumbre de Organización de Estados Americanos (OEA) que se celebró, casualmente, el 18 de abril de 2009, en Trinidad y Tobago, y a la que por primera vez asistía también un presidente de los Estados Unidos. Era obvio que Evo Morales no podía desaprovechar su presunto intento de magnicidio para exigir a Obama los recursos y el apoyo que los Estados Unidos habían prometido durante la administración Bush a todos los aliados en la «lucha global contra el terrorismo». Sin duda el asunto Rózsa le cayó a Morales del cielo.
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Y por su parte el gobierno de La Paz acusaba a la oposición cruceña de haber contratado a Eduardo Rózsa para que formase en Santa Cruz un ejército internacionalista, idéntico al que lideró en la guerra de Croacia, con objeto de imitar el modelo de Kosovo y obtener la independencia de Santa Cruz a través de la lucha armada. Unos y otros, como siempre, intentaron sacar partido político del terrorismo. Y lo consiguieron. Es lo bueno que tiene el terrorismo, políticamente al final todos ganan.

En su penúltimo guiño, la divina providencia quiso bromear de nuevo conmigo. Entre todos los reporteros del mundo, en julio de 2009 solo un periodista español acudía a La Paz para declarar ante la comisión de investigación del Caso Rózsa. Un reportero español que había convivido con mi hermano Isa Omar en la guerra de los Balcanes. Y ese reportero era Julio César Alonso, el compañero que, junto con Fernando y Santi, puso en marcha el equipo de investigación de Telecinco conmigo, en 2000. A veces el destino es así de irónico. En los medios bolivianos, Alonso insistía en seguir la pista del tal Muhammad Abdallah que había realizado la última entrevista a Rózsa. Solo ahora descubrirá que su antiguo compañero, Antonio Salas, estaba detrás de esa pista.

Para mí, sin embargo, verme involucrado de forma indirecta en un asunto tan turbio como el Caso Rózsa supuso un mensaje muy claro. Al iniciar esta investigación, el 11 de marzo de 2004, jamás pensé que podría llegar a ver mi nombre implicado en el intento de asesinato de un jefe de Estado, y las intrigas políticas que instrumentalizan la tragedia del terrorismo. Así que el mensaje estaba claro. Tenía que empezar a borrar mis huellas si quería salir del submundo del terror internacional tan airoso como me había mantenido hasta ahora. Otros hermanos musulmanes y camaradas revolucionarios no iban a tener tanta suerte.

Desgranar las conexiones internacionales del Caso Rózsa requeriría un volumen completo. Junto con mi hermano, murieron en la operación del hotel Las Américas el irlandés Michael Martin Dwyer y el húngaro-rumano Árpád Magyarosi, compañeros de redes sociales en el perfil de Rózsa. Y fueron detenidos, esa misma noche, el húngaro Elöd Tóásó y el boliviano-croata Mario Tadic. Obviamente, los gobiernos de sus respectivos países, y la Interpol, tomaron parte en el complejo drama.

En Venezuela la oposición antichavista se unió al prefecto de Santa Cruz, Rubén Costas, principal adversario de Morales, intentando involucrar a la inteligencia venezolana en el asalto al hotel Las Américas. Y entre mis camaradas bolivarianos se desató una auténtica crisis histérica. El 4 de mayo de 2009, un terremoto de 5,4 grados en la escala de Richter hizo tambalearse la ciudad de Caracas. Pero esa no fue la causa de que el viejo y leal Seat Ibiza, testigo de todos mis encuentros con etarras, revolucionarios, islamistas y guerrilleros colombianos en Venezuela, saltase por los aires. Alguien, hasta hoy no identificado, le había colocado un artefacto incendiario el mismo día del seísmo en Caracas. Todavía no sé si el incidente se debió a un servicio secreto, a un vecino escuálido o a algún otro grupo armado bolivariano...

Me incomoda reconocer que, cuando le envié a Ilich Ramírez las fotos del Seat Ibiza consumido por las llamas el día del terremoto en Caracas, sentí que realmente se preocupaba por mi seguridad. Igual que se había preocupado un año atrás por el perjuicio que pudiesen ocasionarme mis barbas, hasta el punto de escribir su
Comunicado a los camaradas y hermanos de la resistencia palestina
, inspirado en mí. Sentir que el hombre considerado el mayor asesino terrorista de todos los tiempos se preocupa por ti produce una sensación extraña y confusa. Aunque supongo que, en realidad, Carlos se preocupaba porque no quería perder a su hombre en la red, y a un infatigable y obediente colaborador. En una de nuestras conversaciones, cuando me confesaba que debía establecer prioridades a la hora de valorar en quién se gastaba el poco dinero de que disponía para tarjetas telefónicas, me confesó:
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