Authors: Antonio Salas
Yinín
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es una ciudad, y una provincia, ubicada en las orillas del río Jordán, el mismo en el que Juan el Bautista ungió a Jesús de Nazaret. Esta ciudad bíblica es el centro agrícola más importante de Palestina, pero también una de las ciudades más emblemáticas de la resistencia. Casi un cuarto de millón de habitantes, a los que hay que añadir los veinte mil del campo de refugiados de Yinín, construido en 1953 para albergar a los palestinos huidos o expulsados de sus aldeas y pueblos durante la ocupación israelí.
Israel siempre ha denunciado que dicho campo de refugiados es una auténtica fábrica de mártires y fedayín. Y a pesar de que en 1996 el control de la ciudad fue entregado a la Autoridad Nacional Palestina, con mucha frecuencia se producen incursiones de patrullas israelíes en Yinín y tiroteos como el que acabó con la vida de Dalal, mi supuesta esposa.
En abril de 2002 Yinín abrió las portadas de los informativos internacionales cuando se produjo un asalto al campo de refugiados por tropas israelíes fuertemente armadas. El 27 de marzo de ese año tuvo lugar un atentado suicida en el Park Hotel, en la ciudad costera de Natania, al norte de Tel Aviv, que no tenía mucho que envidiar a los atentados de Ammán ordenados por Al Zarqaui. Como represalia, el ejército israelí autorizó la Operación Escudo Defensivo: entre el 3 y el 18 de abril, los bombardeos, los tanques y los
bulldozers
israelíes arrasaron el campo, y todavía hoy existe una gran polémica en torno al número de víctimas mortales palestinas (oscila entre las 52 y las 497). Sin embargo, los miembros de la resistencia que hicieron frente a las tropas de ocupación abatieron a 23 soldados israelíes.
Toda la prensa árabe se hizo eco de la llamada «batalla de Yinín» y, poco tiempo después del asalto, el actor y director de cine Mohamed Bakri grabó un documental titulado
Yinín, Yinín
, que dio la vuelta al mundo y que le arruinó la vida. Yo aún no lo sabía, pero poco tiempo después tendría el placer y el honor de conocer y entrevistar personalmente a Bakri.
Además de ser cantera de soldados y mártires de la resistencia palestina, Yinín tiene una relevancia especial en la historia del yihadismo terrorista de Al Qaida, ya que en una de sus aldeas más humildes, Silat Al Hartiya, nació en 1941 Abdullah Yusuf Azzam, teólogo y teórico del yihad que influyó definitivamente en el pensamiento de Osama Ben Laden. Y por si todo esto no fuese bastante, cuando llegué a Yinín ignoraba que el alcalde de la ciudad era primo del suegro de Ilich Ramírez Sánchez,
Carlos el Chacal
.
Yo aproveché aquellos días para visitar muchos lugares emblemáticos de Yinín, desde el campo de refugiados al memorial que homenajea a los soldados iraquíes que murieron luchando con la resistencia palestina. Me hice fotos en todos esos sitios, que engrosarían mi álbum, afianzando con cada una de aquellas fotografías mi identidad como Muhammad Abdallah,
el Palestino
. Y después acudí a la dirección que me había dado el amable doctor Khayri, el buen samaritano de Save the Children.
La calle Abu Baker de Yinín resultó ser bastante céntrica, y el doctor Malek Muhammad Hassan un hombre de unos cuarenta y cinco años, con cara de buena persona, la piel más blanca que la mía y psiquiatra de profesión. Trabajaba para el Centro de Tratamiento y Rehabilitación de Víctimas de la Tortura (TRC), en el Abu Adawy Al Yamoney Building. Y a través de él conocería a Jamal Daglas, psicólogo del TRC y uno de mis primeros guías en Yinín. Ambos se dedicaban a trabajar con las víctimas de la ocupación y me aportaron un punto de vista muy diferente sobre el concepto «daños colaterales».
Yinín es una ciudad llena de cicatrices. Y no me refiero solo a los cientos de impactos de bala que se pueden ver en muchos edificios y que me recordaron la franja verde de Beirut. Como se describe en el documental
Los niños de Arna
, al final, como en todas las guerras, los pequeños son los grandes perdedores. Necesitaría muchas páginas para describir todo lo que viví aquellos días tan intensos en Yinín, Burqyn y sus alrededores. Entrevistas con víctimas y verdugos en el conflicto árabe-israelí.
De la mano de Jamal Daglas conocí algunos casos concretos, reales, de personas con nombres y caras, que ejemplificaban los dramas humanos que convirtieron Yinín en una ciudad de mártires. Casos como el de Arcan, un joven apenas veinteañero atado a una silla de ruedas desde que los militares israelíes disolvieron una manifestación de Hamas utilizando fuego real. Arcan, que vive en un primer piso, depende totalmente de la ayuda de otras personas para poder salir de la prisión en la que se ha convertido su casa. Se pasa el día viendo Al Jazeera y jura que no había participado en la manifestación de Hamas. «Yo siempre voté a Al Fatah, solo pasé por allí cuando volvía a casa, y una bala perdida me dio en la columna vertebral y me dejó paralítico de cintura para abajo.» Arcan, lógicamente, odia a los judíos.
Yihad tenía dieciséis años cuando lo visité en su casa, a las afueras de Yinín. Cuatro años antes, un tanque israelí le pasó por encima durante una de las incursiones de patrullas israelíes en la ciudad. Le cortó la pierna izquierda a la altura de la rodilla. Aunque es un chico muy guapo, no sonrió ni una vez durante mi visita, y eso que presumo de tener muy buen
feeling
con los niños. De hecho, Yihad apenas ha vuelto a sonreír desde que le amputaron la pierna. Tampoco volvió al colegio. Ni siquiera sale de su casa, a pesar de vivir en una planta baja. Le da vergüenza. También odia a los judíos.
Muhammad sí sonrió con mis tonterías. Tenía diez años. Lo visitamos en el colegio. Su brazo derecho estaba destrozado. El tratamiento del cáncer que sufre, según me explicó Jamal, había atraído a los perros de una patrulla israelí en la ciudad. Según él, los soldados no habían hecho nada por detener a los animales cuando se le echaron encima.
Arcan, Yihad y Muhammad quedaron inmortalizados por mi cámara. No son estadísticas ni relatos anónimos. Sino testimonios concretos del dolor constante y permanente con el que aprenden a vivir los palestinos. Supongo que si una bala perdida me hubiese dejado paralítico, o un tanque me hubiese amputado una pierna, o unos perros adiestrados me hubiesen destrozado un brazo, yo también odiaría a los judíos. Y quizás ese odio fuese tan poderoso e irracional que se convirtiese en el motor de mi vida. Como es el caso de Musa.
Musa ibn Alí pertenece al Movimiento del Yihad Islámico en Palestina (
), una organización incluida en los listados de grupos terroristas de la Unión Europea, los Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Canadá, Australia y por supuesto Israel.
El Yihad Islámico Palestino tiene algunas diferencias de su homónima egipcia, a pesar de que nació en la década de los setenta, fundada por Fathi Shqaqi y Abd Al Aziz Awda, que lideraban una delegación del Yihad Islámico Egipcio en territorio palestino. Se supone que apoyados económica y materialmente por Hizbullah, definen su yihad como la acción armada contra los ocupantes israelíes. Además, el Yihad Islámico Palestino se opone a otros gobiernos árabes al considerarlos no islámicos o demasiado pro-occidentales. Su brazo armado, la guerrilla de las Brigadas de Al Quds, ha participado en numerosas operaciones de combate contra las patrullas israelíes en los territorios ocupados y también ha utilizado el martirio para atacar a Israel en sus propias ciudades, aunque su capacidad para atentar contra Israel se vio mermada tras el bloqueo a la Franja de Gaza y la construcción del «muro de la vergüenza» para unos, y «barrera de seguridad en Cisjordania» para otros.
Tras las limitaciones operativas que suponía para las Brigadas de Al Quds el muro, el Yihad Islámico comenzó a utilizar los artesanales cohetes Qassam (mal llamados «misiles», ya que no tienen ningún sistema de navegación), lanzándolos aleatoriamente contra asentamientos israelíes, y consiguieron algunas bajas entre los colonos judíos. Aquellos cohetes, y sus aspirantes a shahid, a mártir, eran el mejor arsenal con que contaba el Yihad Islámico para luchar contra la ocupación israelí. Y Musa era una de esas armas. Un joven, más joven de lo que yo esperaría en un aspirante a «terrorista suicida», cuyo único deseo en la vida era morir... matando. Parecía uno de los personajes de la brillante película
Paradise Now
, de Hani Abu Assad.
Musa acababa de hacerse las fotos de rigor, en un laboratorio fotográfico especializado en ese tipo de imágenes, armado con su AK-47 y su ejemplar del Sagrado Corán, para ilustrar el póster que debería decorar las calles de Yinín después de su martirio. Me impresionó descubrir que había fotógrafos especializados en realizar ese tipo de pósters y carteles con la imagen de los mártires, que empapelan las calles de Palestina tras cada nueva operación de martirio. Muchos de esos laboratorios fotográficos ya cuentan con los fondos (normalmente un enorme póster con la mezquita de Al Aqsa) y las armas (M-4, AK-47...) para realizar esas fotografías de muyahidín que intentan plasmar el heroísmo y la abnegación de los miembros de la resistencia, dispuestos a morir por su tierra. No importa que los fotografiados sean miembros de Hamas, Al Fatah, el Yihad Islámico o cualquier otra organización palestina. Posteriormente esas fotos se tratan y decoran con citas del Corán, imágenes de otros mártires, la sagrada Kaaba, etcétera, y se convierten en pósters, camisetas o carteles que decorarán calles, fachadas o viviendas particulares. Lo terrorífico es que algunos de aquellos mártires eran solo unos niños. Y ciertamente la imagen de aquellos muchachos armados con un AK-47 o un cinturón explosivo son terribles. Tanto como la de los niños de las milicias norteamericanas vaciando los cargadores de sus M-16 sobre la foto de cualquier líder árabe en los campos de tiro legales. Aunque todavía no existe ningún «Columbine palestino»...
Por supuesto, yo aproveché para hacerme unas fotos ataviado como un muyahid, que añadí a mi álbum y que más tarde me serían extremadamente útiles para «probar» mi adhesión a la lucha armada.
Musa, como la mayoría de los jóvenes de su edad, que no llegaban a la veintena, necesitaba una causa por la que luchar, y la ocupación israelí, la destrucción de la casa de sus padres y la muerte de su hermano mayor en una escaramuza militar le habían dado todas las que necesitaba. El Yihad Islámico había sabido canalizar la rabia, el odio y la frustración de Musa, enfocándolos hacia un único objetivo: matar israelíes. Y qué mejor forma de hacerlo que cubriéndose el cuerpo de explosivos para llevarse por delante a todos los judíos posibles... «Tenemos derecho a matar israelíes —me dijo con convicción fanática— porque ellos nos matan primero, y en Israel todos son militares en la reserva o en activo. En Israel no hay civiles.» Unos años después escucharía ese mismo argumento, con prácticamente las mismas palabras, en labios del terrorista más famoso del siglo
XX
: Ilich Ramírez. No es extraño, por tanto, que los israelíes consideren a todos los palestinos como terroristas potenciales. Y cada atentado genera una operación de castigo, y cada operación un atentado, y ese nuevo atentado otra operación de castigo... Por desgracia, los teóricos del yihad, que convencen a aquellos jóvenes desencantados para inmolarse en su nombre, no predican con el ejemplo.
Es evidente que los fabricantes de mártires no son solamente los instructores de la resistencia, ni los profesores de las
madrasas
radicales, ni los manipuladores de los suicidas. Por encima de todos ellos, los principales fabricantes son los mismos fabricantes de huérfanos, de viudas o de viudos, que claman venganza al cielo. Y como el cielo no responde, cruzan la frontera israelí para buscarla por sí mismos... Israel tiene una voz única, un gobierno legítimo, alguien puede negociar en representación de todo el pueblo israelí. Palestina no. Ni siquiera Hamas. Hay demasiado odio para un solo gobierno palestino. Con brillante ironía, los Monty Python lo plasmaron en su película
La vida de Brian
, donde un Frente de Liberación Judaica, un Frente Judaico de Liberación, un Frente de Liberación de Judea, etcétera, competían por la gloria y la legitimidad de su tragicómica lucha... El enfrentamiento armado entre las diferentes organizaciones de la resistencia palestina es igual de tragicómico.
Esta investigación ha durado demasiado tiempo. Mis verdaderos abuelo y abuela maternos murieron en el transcurso de estos seis años. Así que, cuando tenía que hablar de los padres de mi madre, no me costaba ningún esfuerzo emocionarme. Y la emoción era real. Sin embargo, mis interlocutores creían que me refería a la ficticia pareja que salió de Burqyn tras la ocupación israelí, para emigrar a Venezuela. Y la divina providencia se empeñó en aprovechar mi regreso a Yinín para hacerme visitar de nuevo el pueblo de mis orígenes...
El Garden Hotel es casi la única opción en Yinín. No es barato, teniendo en cuenta su austeridad, pero si tienes tanta suerte como quien esto escribe y haces buenos amigos, la tradicional hospitalidad árabe te rescatará del impersonal alojamiento, para brindarte todo el cariño y los cuidados de una familia palestina.
Así es como terminé en la casa de Mahmoud, un policía palestino de Yinín que llevaba meses sin cobrar su sueldo y cuyo teléfono tenía en mi lista de contactos cuando volví a Palestina en ese viaje. Los embargos de las ayudas humanitarias que recibía Al Fatah, y que se interrumpieron cuando Hamas ganó las elecciones, habían terminado por secar las arcas del Estado palestino, así que no había dinero para pagar los salarios, ni siquiera de los funcionarios como Mahmoud, y mi nuevo amigo estaba preocupado. Se sentía la tensión en el ambiente. Y esa tensión iría en aumento en los meses sucesivos, en que tampoco cobraron su sueldo. Por eso no me extrañó ver en los informativos, a mediados de año, las noticias sobre los enfrentamientos armados entre miembros de Al Fatah, Hamas o el Yihad Islámico en Palestina. La mejor forma de combatir a los enemigos es generarles tanta angustia y tensión, que terminen matándose entre ellos. Y en Palestina había mucha tensión en aquellos días. Como casi siempre.
Sin embargo, Mahmoud me ofreció un cuarto en su casa, una casa que los israelíes habían derruido y que él y su familia habían reconstruido piedra a piedra. En ella no había cuarto para invitados porque no suele haber muchos extranjeros que visiten Burqyn. Me obsequió con una manta y un colchón tirado en el suelo, y me dio de comer. También fue otro de mis guías en la zona. Solo que él, como policía, sí tenía permiso para portar armas. Y en un lugar como Palestina resulta reconfortante saber que tienes a un policía armado cubriéndote las espaldas. Aunque en el caso de una incursión israelí, sus armas no servirían de mucho...
Apasionado seguidor de Yasser Arafat, con quien años atrás se había hecho la fotografía que presidía el salón de la casa, siempre había votado a Al Fatah. Según me contó, unos meses antes había tenido la oportunidad de formar parte de la escolta de un funcionario de Naciones Unidas que hacía trabajo de observador internacional en la zona. Mahmoud aprovechó para preguntarle al funcionario europeo por qué todo el pueblo palestino tenía que sufrir el castigo que la Unión Europea o los Estados Unidos querían infligir a Hamas considerándola una organización terrorista y retirándole las ayudas. El de Naciones Unidas había respondido al policía: «Ustedes son responsables de que ese gobierno esté en el poder, por eso, si castigamos al gobierno, es lógico que los responsables de que ese gobierno esté ahí también resulten afectados...». Pero es que Mahmoud, como todos los seguidores de Al Fatah, nunca había votado a Hamas... Y me gustaría incidir en el argumento del representante de Naciones Unidas y por tanto de Occidente porque volvería a oírlo más adelante, pero en labios del Chacal, para justificar que no existen «víctimas inocentes» en los atentados que cometía... Extraño, ¿no? «Nosotros» y «ellos» justificamos de la misma forma los daños colaterales...
La primera noche en casa de Mahmoud no pegué ojo. Me quedé hasta tarde jugando con los niños, y la verdad es que físicamente estaba cansado, pero Mahmoud me había contado durante la cena que el día anterior patrullas israelíes habían asaltado varias casas de Burqyn, llevándose detenidos a algunos vecinos sospechosos de pertenecer al Yihad Islámico, y era probable que esa noche volviesen. Y volvieron. Durante toda la noche pude escuchar gritos, motores de vehículos pesados, movimiento de gente... Esperaba que en cualquier momento se abriese la puerta de la casa y una patrulla de soldados israelíes entrase en la habitación y me sacase a puñetazos a la calle, para amordazarme, esposarme y ponerme un saco en la cabeza, antes de ser trasladado a alguna oscura comisaría. Pero no ocurrió nada. Esa noche escogieron otras casas del pueblo para buscar terroristas.
Aproveché el viaje para conocer mejor los alrededores de la que supuestamente era la tierra de mis antepasados. Y dediqué un par de días a Burqyn, el pueblo donde había imaginado la infancia de mi madre y la casa de mis abuelos. Desde los orígenes del cristianismo, fue un lugar de paso para los peregrinos que viajaban a Palestina. Situadas en una estratégica colina, a unos 270 metros sobre el nivel del mar, las viviendas del pueblo ocupan unas cuatrocientas hectáreas, rodeadas por los campos de cebada y los olivos, entre los que imaginé la dura vida de mi madre y de mis abuelos antes de que decidiesen trasladarse a Venezuela para escapar de la ocupación.
Según la tradición local, Burqyn existía mucho antes que el cristianismo, y Jesús, en su viaje entre Nazaret y Jerusalén, pasó por aquí cuando todavía se llamaba Borchin
.
Allí tuvo lugar la escena de la curación de los leprosos que relata Lucas en su Evangelio: «Levántate y ve, tu fe te ha salvado...» (Lc, 17, 11-19). Y aquellos caminos son los mismos que pisaron Jesús (Isa) y sus discípulos hace dos mil años. Quizás sería el momento oportuno para que los cristianos que tanto han despreciado el drama palestino recordasen que Jesús era uno de ellos. Y que los actuales habitantes de Palestina son los descendientes de los hermanos y las hermanas de Jesús. Es decir, llevan su sangre, que vuelve a ser derramada, día tras día, en miles de Gólgotas, a lo largo y ancho de todo el país.
Los vecinos de Burqyn, incluso los musulmanes, me explicaban con orgullo que la iglesia de San Jorge es la cuarta más antigua del cristianismo. Situada al noroeste de la aldea, en la ladera de una montaña, originalmente allí eran expulsados los leprosos, que malvivían hacinados en la cueva en la que se construiría más adelante la iglesia. Allí los encontró Jesús, según relata Lucas, e hizo el milagro de su curación en una antigua cisterna romana, que se conserva parcialmente en la misma capilla. Solo la aventajan en antigüedad la iglesia de la Natividad en Belén, la iglesia de la Anunciación en Nazaret y la iglesia de la Resurrección en Jerusalén. El guarda de la iglesia, un hombre de unos sesenta años, piel quemada por el sol y canoso mostacho, cuyo nombre creí entender que era Firas, incluso se empeñó en abrirla para que el extranjero pudiese conocerla. Un honor que le agradezco. Sobre todo porque dos años después coincidiría en Caracas con alguien que conocía perfectamente este pueblo, y que habría descubierto el embuste de mi identidad si yo no hubiese podido describirle con exactitud las características de Burqyn. En especial su famosa iglesia cristiana, a la que no presté atención en mi viaje anterior.
Y es que la iglesia de San Jorge no es el único lugar histórico de Burqyn. De hecho, existen varios interesantes emplazamientos arqueológicos en la zona, lo que permite a la aldea disfrutar de las ayudas puntuales del Ministerio de Turismo y Antigüedades palestino. Aunque en 1982 las autoridades israelíes permitieron la ocupación de parte del territorio. Y continuaban haciéndolo.
Para el regreso a Ramallah decidí abandonar la opción de un taxi que volviese a recorrer las asfaltadas carreteras controladas por los
checkpoints
israelíes, y viajar «al estilo palestino», es decir, por las montañas. Desde el centro de Yinín salían unas taxi-furgonetas, de siete a nueve plazas, que evitaban los controles haciendo el trayecto hasta Ramallah a través de caminos rurales, sin asfaltar, que rodeaban colinas, atravesaban sembrados y bordeaban montañas, en un rally digno del París-Dakar. Poniendo a prueba la calidad de la suspensión de la furgoneta, nos pasamos todo el viaje dando tumbos de bache en bache. El conductor, al cruzarse con otros coches palestinos que también hacían la ruta de las montañas, les preguntaba si habían visto controles en alguno de los caminos y les informaba de que por donde veníamos nosotros no nos habíamos cruzado con ninguno. Así, informándose entre ellos, los conductores van improvisando las rutas de las montañas por las que pueden avanzar sin tener que soportar la humillación de los
checkpoints
. En mi caso, aquellos controles solo significaban un retraso de algunas horas en mi viaje, pero los palestinos contaban historias terribles sobre ambulancias transportando heridos graves, parturientas o moribundos, retenidos durante horas en los
checkpoints
, hasta que el enfermo fallecía o el parto se producía. En el imaginario palestino, los soldados israelíes son criaturas malignas y abyectas que disfrutan haciendo sufrir gratuitamente a sus vecinos árabes.
A pesar de que los israelíes también colocan controles aleatoriamente en algunos de los caminos de las montañas, ese día tuvimos suerte y llegué a Ramallah en menos de dos horas, sin mayor contratiempo. Durante el viaje no me quitaba de la cabeza la imagen del pequeño Muhammad y su brazo destrozado, de Arcan postrado para siempre en una silla de ruedas, o del joven Yihad y su pierna amputada... Cuando volví a Palestina buscaba argumentos, reales o no, para implicarme emocionalmente en la causa árabe. Algo que me emocionase, que me permitiese quebrar la voz y hacer aflorar las lágrimas al hablar de las injusticias cometidas por Israel y Occidente contra los musulmanes, pero nunca supuse que me fuese tan sencillo encontrarlos. Todo a mi alrededor inspiraba rabia, frustración y deseo de venganza.
En Ramallah ya me esperaba el doctor Mahmud Sehwail, director del Centro de Tratamiento y Rehabilitación para Víctimas de la Tortura (TRC), cuya delegación en Yinín acababa de conocer. Y de nuevo Allah quería ponérmelo fácil. El doctor Sehwail había estudiado Medicina, y posteriormente la especialidad en Psiquiatría, en España y hablaba perfectamente mi lengua.
El doctor Sehwail es un tipo muy serio, casi parece distante. Acostumbrado a las visitas de periodistas extranjeros, no se deja impresionar por las cámaras y tiene muy claro que lo primero son sus pacientes. Lo visité en sus flamantes oficinas del edificio Almasa, adonde el TRC se había trasladado hacía menos de un mes, desde su anterior ubicación en el edificio Al Esra. Era tal la afluencia de víctimas que acudían al TRC, que las instalaciones se habían quedado pequeñas. Entre cajas a medio desembalar, los pacientes esperaban su turno para la terapia, y allí mismo pude conocer algunos casos terribles que el doctor Sehwail tuvo la amabilidad de presentarme. Issan, por ejemplo, es un hombre prematuramente envejecido, que arrastra el trauma de la tortura desde antes de la primera intifada, hace casi veinte años. Necesitamos la intercesión de uno de los psiquiatras del centro, que lleva su caso, para que Issan me permitiese grabar la entrevista, garantizándole que su identidad quedará en el anonimato. A pesar de los años que han transcurrido, Issan se sigue sintiendo traumatizado y avergonzado.
—Me detuvieron cerca de Ramallah. Me interrogaron durante días, yo era muy joven y no tenía nada que confesar. Como no respondía a los interrogatorios me violaron en la cárcel... Ya no puedo vivir como un hombre.
Hamsa, por poner otro ejemplo, es un joven desplazado que vive en el campo de refugiados de Bethlehem (Belén). La primera vez que le detuvieron, el 23 de febrero de 2004, fue víctima de una «detención administrativa». Según las leyes israelíes es posible detener a un sospechoso para su interrogatorio, por un período de seis meses. Y ese período de tiempo es renovable...
—Me llamaron del campo a un centro de investigación —explica Hamsa— y me retuvieron allí durante veintitrés días, en una celda de un metro por metro y medio. Y después me trasladaron a otra cárcel, en Ramallah, donde me tuvieron otros treinta días. Y luego a otra cárcel durante trece meses. Los primeros seis meses como detención administrativa, y luego la renovaron. Decían que yo había tirado un cóctel molotov a los soldados. Yo tenía quince años.
Las detenciones administrativas son uno de los instrumentos de presión, para romper la moral palestina, que el gobierno israelí utiliza con más pericia, pese a que la organización Amnistía Internacional ha desarrollado numerosas iniciativas contra esta y otras formas de presión que Israel emplea contra el terrorismo palestino desde la segunda intifada.
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—Realmente, la situación en Palestina es muy difícil —me explica el doctor Sehwail, cuando por fin me recibe en su despacho—. Sobre todo bajo la ocupación israelí. En la actual intifada, más de cinco mil personas han muerto a manos de las tropas israelíes, más de sesenta mil heridos, centenares de miles de árboles arrancados, miles de casas destruidas... casi el 40 por ciento de la población masculina ha sido detenida una vez, o más. Y de la población general, el 22 por ciento. Es una población traumatizada en masa. Casi el 68 o 70 por ciento de los niños palestinos han presenciado o han sido sometidos a violencia israelí. O sea que el daño psicológico es muy grande. Solo en 2005 hemos hecho casi ocho mil visitas a casas de familias afectadas por la tortura.
—Doctor, ¿en qué consiste su trabajo?
—Yo he hecho 316 visitas a cárceles israelíes. Cada vez que voy a una cárcel israelí me digo a mí mismo que es la última vez. Primero porque tengo que esperar varias horas para poder entrar. A veces cuatro, seis, ocho horas, y no lo consigo. Hice también varias a cárceles palestinas, desde la llegada de la Autoridad Palestina en 1995-1996. En las cárceles israelíes la tortura es bien organizada y planeada; en las palestinas, los que torturan a otros son gente que ha sido detenida y torturada en cárceles israelíes y ha aprendido la técnica. El torturado se convierte en torturador. Como ha ocurrido con nazis y judíos.
—El objetivo de esas palizas, hambre, frío o privación sensorial en los interrogatorios ¿es solo obtener información antiterrorista?
—Yo creo que el objetivo de la tortura no es para matar físicamente a la persona; es matar su espíritu. Cambiar su carácter. Infundir el miedo en su familia y en toda la comunidad.