Authors: Antonio Salas
—¿Y los niños? En Yinín he conocido algunos casos terribles de niños mutilados por la guerra.
—Tenemos un programa continuo para niños. El 68 por ciento de los niños palestinos han sido sometidos o han presenciado violencia. Han presenciado la muerte de sus amigos, han sido sometidos a bombardeos de sus casas, escuelas... Mira, yo traté a mucha gente en la primera intifada, en 1987-1988, y los niños que se han creado en la primera intifada dirigen la actual. Los niños que se han creado en esta intifada yo creo que van a dirigir la tercera intifada.
Ese resentimiento y ese temor, que convierten a los niños palestinos en un grupo social traumatizado colectivamente, serán el origen de nuevos problemas en el conflicto árabe-israelí en el futuro, y no solo por las consecuencias psicológicas que sufren esos niños, sino por cómo pueden influir en su círculo familiar.
Uno de los casos más significativos que relató el doctor Mahmud Sehwail desembocó en las portadas de la prensa internacional y en los listados estadísticos de los atentados suicidas en Palestina:
—Hace tres o cuatro años, yo estaba invitado en un programa en la radio, un programa para gente afectada. Un hombre llama de fuera diciendo que sus hijos han presenciado la muerte de su madre por los israelíes, y esos niños se han vuelto violentos, agresivos, en contra de otros en la escuela, en la calle. Y el hombre pedía un consejo, una ayuda psicológica. Nos enteramos después de un mes de que ese hombre se voló a sí mismo en Israel. No pudo manejar su trauma. La única salida para él fue el suicidio.
Un par de años más tarde, cuando volví a entrevistar al doctor Sehwail inmediatamente después de los bombardeos a Gaza de enero de 2009, la situación del trauma infantil se revelaría infinitamente más grave.
El psiquiatra palestino insiste en que tras cada atentado suicida se oculta un trauma y una historia familiar.
—A uno de mis pacientes le habían destruido la casa en 1989. Su hermano, también encarcelado en prisiones israelíes. Otra vez reconstruyó la casa y fue destruida otra vez. Y luego él acabó haciendo un acto suicida. Yo he conocido a las familias de los suicidas, y no hay ningún motivo religioso. Es la frustración. Tras cada acto suicida hay un trauma y una historia. No tiene nada que ver con la religión. Es gente traumatizada. Están utilizados por grupos extremistas.
No pude evitar recordar a Musa, el joven mártir del Yihad Islámico en Yinín, con una biografía casi idéntica al paciente del doctor Sehwail.
—¿Y cuál es la solución, doctor? ¿Adónde va a llegar esto? Más ataques israelíes producen más mártires, que a la vez producen más represalias israelíes...
—Yo no veo ninguna solución como psiquiatra. Primero, la ocupación tiene que terminar, hay que poner fin a la ocupación. Segundo, la política del muro, que hace una separación y nos hace estar encerrados en una cárcel. Completamente, es una cárcel. Y la humillación. Sin ningún derecho. No tenemos ni derechos básicos. La mayoría de los trabajadores han perdido su trabajo. No podemos llegar a la escuela, no tenemos derecho a nada... Sin esto no habrá nunca jamás paz. Y yo creo que conseguir la paz no es una responsabilidad local, no es una responsabilidad palestina. Es una responsabilidad internacional. Nosotros solos no podemos hacer nada. Y nosotros, como palestinos, estamos completamente decepcionados de la comunidad internacional. Todo lo contrario, la comunidad internacional nos castiga. A eso no hay solución.
Y aun a pesar de una conclusión tan pesimista, el doctor Sehwail y su Centro de Tratamiento y Rehabilitación para Víctimas de la Tortura continúan intentando combatir las consecuencias de la violencia, a través de la compasión y la sanación de las víctimas, en lugar de permitir que el odio y el deseo de venganza aniden en sus corazones. Y como dice un viejo proverbio árabe: «Con fuerza de voluntad, incluso un ratón puede comerse un gato».
Mi primer encuentro en Ramallah con el doctor Sehwail, con el que ahora me une una buena amistad, fue descorazonador. Sehwail es un científico, no un guerrillero, y su visión del conflicto era desoladora. La ocupación, y por tanto la resistencia, continuarán muchos años. Nutriendo de un argumento y una justificación a organizaciones terroristas como Al Qaida. Pero otro hombre, aún más conocido y querido que el doctor Sehwail en toda Palestina, me regalaría un punto de vista más optimista, a pesar del calvario que está sufriendo desde que se atrevió a cambiar el cine de ficción por un documental.
Los escasos kilómetros que separaban físicamente la oficina de mi amigo el doctor Sehwail, en Ramallah, del barrio árabe de Jerusalén donde vive Mohamed Bakri supondrían un tranquilo paseo en cualquier otro punto del mundo. Pero en Palestina implican una impredecible aventura. Aunque la aventura de visitar Al Quds —nombre árabe de Jerusalén— siempre merece la pena.
La ciudad tres veces santa, donde según el Talmud el Rey David construyó su Templo, donde según la Biblia Jesús fue crucificado y donde según el Corán el profeta Muhammad ascendió a los cielos, es un foco de permanente odio y tensión. Hasta yo notaba las miradas de desprecio y temor al cruzar el Barrio Judío, vigilado atentamente por los soldados israelíes bien armados que patrullan la ciudad antigua.
Allí, en Al Quds, me ocurrió algo muy extraño. Por primera vez, después de tanta tensión en los
checkpoints
y de tanta presión por parte de las autoridades israelíes, sentí una inesperada sensación de alivio al escuchar al muecín llamando a la oración desde los minaretes de las mezquitas. De repente, sin proponérmelo, al escuchar aquel sonido supe que ya había salido del Barrio Judío y que había entrado en el sector árabe. Y me sentí en casa. Yo mismo me sorprendí por aquel sentimiento. Y busqué una cafetería donde tomarme un té para intentar digerir aquella reacción del todo inconsciente. Sin buscarlo, cada vez me estaba integrando más y más en mi personaje. Conocer personalmente tantas historias dramáticas del dolor y el sufrimiento del pueblo palestino hacían que me fuera muy fácil sentir empatía por aquellas personas y acercarme mucho más deprisa a mi identidad árabe. Y eso era bueno, mientras yo continuase controlando la situación... En Jerusalén, aquella tarde, fue donde sentí por primera vez que empezaba a creerme Muhammad Abdallah.
Mohamed Bakri es sin duda uno de los actores palestinos más famosos en todo el mundo y al mismo tiempo uno de los cineastas más comprometidos de Palestina, donde sigue viviendo todavía hoy a pesar de las innumerables ofertas que ha recibido para hacer cine en los Estados Unidos. Nació en la pequeña aldea galilea de Bina y estudió el bachillerato en Akko, antes de matricularse en la Universidad de Tel Aviv para estudiar Arte Dramático. Acababa de rodar
La casa de las alondras
, que se estrenaría a principios de 2007. Ha participado en el cine más comercial norteamericano, compartiendo reparto con actores como Tony Curtis
(The Mummy Lives)
o Antonio Banderas
(The Body)
. Sin embargo, la polémica que sigue a Mohamed Bakri se debe a sus dos documentales de denuncia social sobre la situación de Palestina:
1948
y, sobre todo,
Yinín, Yinín
, donde Bakri denuncia la situación que sufrió el campo de refugiados de Yinín a manos de las tropas israelíes, en 2002. A raíz de este documental, cuya exhibición fue prohibida en Israel, Bakri sufrió una brutal persecución pública e incluso recibió varias denuncias que le obligaron a defender su película en los tribunales.
La odisea que ha vivido Bakri a causa de
Yinín, Yinín
—y más aún teniendo en cuenta que mantiene su residencia en la zona árabe de Jerusalén, es decir, en la boca del lobo— queda relatada en su documental
Desde que te fuiste
, estrenado poco antes de que accediese a esta entrevista y donde incluye imágenes del juicio y la censura israelí que ha castigado sin piedad a
Yinín, Yinín
. Pese a todo, Mohamed Bakri se niega a abandonar su hogar en Palestina, desde donde continúa luchando contra la ocupación israelí con la única arma que conoce: el cine.
—Nací en una pequeña aldea, que era como un campo de refugiados —me explica el famoso actor y director—, porque estaba cerrada con alambrada. No se podía salir de allí sin permiso de la autoridad militar. Eso duró hasta 1964. Cuando tenía cinco o seis años, los comunistas eran perseguidos por el ejército y la policía. Mi tío era comunista y vivía escondido entre el cementerio y la iglesia, porque a ellos no se les ocurría que alguien pudiera dormir entre las tumbas. Ese es uno de mis primeros recuerdos. Recuerdo también que mi madre siempre me decía: si no obedeces, voy a llamar a la policía. La policía israelí representaba lo más negativo, lo más tremendo. Cuando te amenazaban con la policía, obedecías. Recuerdo también cuando el ejército israelí pasaba por la aldea. Siempre nos escondíamos detrás de nuestras madres. Donde estoy viviendo, en Galilea, en todas las aldeas pasaba igual. Venían, juntaban a toda la gente en la plaza del pueblo y dividían a las mujeres a un lado y a los hombres a otro. Y a los hombres los separaban, de los catorce años a los cincuenta a un lado y el resto al otro. Un día separaron a unos hombres jóvenes, los pusieron en fila, con los tanques allí, y les dispararon delante de todos. Entonces estalló un caos. Por eso muchos se fueron a Siria y Líbano. Por ese recuerdo hice mi primera película. Esos son mis recuerdos de la aldea. Y ese fue el germen de mi inquietud política. Un niño marcado por el miedo, esa fue mi primera relación con los israelíes.
—Ha trabajado con Antonio Banderas, con Tony Curtis, con Paz Vega. ¿Por qué un actor de teatro y de películas reconocido internacionalmente tiene que complicarse la vida haciendo un documental tan arriesgado como
Yinín, Yinín
?
—El hombre no vive solo de pan. Cuando uno se lava por la mañana tiene que verse la cara. Y cuando uno se acuesta por la noche tiene que hacer un repaso de su vida, para poder corregir día a día. Entonces, si yo solo hiciera películas internacionales con Antonio Banderas, quizás no podría dormir por la noche. Mi meta no es llegar muy lejos en cosas que no afectan directamente a mi entorno. Lo que quiero es trabajar en mi propio entorno. Mis recuerdos son los que empujan las imágenes en mi retina.
—
Yinín, Yinín
es una gran película. Hace que el público piense en Palestina y sienta ganas de hacer algo por Palestina. Pero ¿cuántas veces se ha arrepentido de haber rodado esa película? Con la perspectiva de estos cuatro años, ¿cambiaría algo del guión?
—Nunca me he arrepentido de hacer la película. Si tuviera que hacerla ahora, añadiría, pero no quitaría. Yo desearía no tener que hacer nunca
Yinín, Yinín 2
, pero las circunstancias, desgraciadamente, podrían ser distintas y las películas se hacen porque las masacres existen. Estoy demandado por cinco soldados que salen en la película. Me piden 2,7 millones de euros por daños en su honor... soldados israelíes que han estado en Yinín y se consideran ofendidos.
A los conflictos con el gobierno israelí que tuvo que enfrentarse Bakri tras su documental se vino a sumar en 2002 el hecho de que dos de sus sobrinos estuviesen involucrados en una operación de martirio de Hamas. A principios de agosto, un autobús lleno de soldados israelíes de reemplazo que viajaban de Haifa a Safda saltó por los aires cuando un mártir palestino hizo detonar su cinturón explosivo, muy cerca del monte Merón, en Galilea. Nueve soldados israelíes fallecieron en la explosión: entre otros, Yifat Gabrieli, de diecinueve años; Roni Anas, veintiocho; Maison Hasan, diecinueve; Hadelina Makona, treinta y seis; Rivka Roja, cuarenta; Marlene Menachem, veintidós; Sari Goldstein, veintidós; y Omri Goldin, veinte. Otras cuatro decenas de pasajeros resultaron heridos de diversa consideración. El mártir murió en el acto.
Inmediatamente Hamas se atribuyó la operación mediante una llamada a la cadena de televisión de Hizbullah en Líbano, Al Manar, y después a través de un comunicado emitido desde Gaza. Según dicho comunicado aquella operación de martirio se había efectuado en represalia por el bombardeo a la Franja de Gaza efectuado por Israel el 23 de julio anterior, en el que murió Salah Shahade, importante dirigente de Hamas, junto con diecisiete civiles, doce de ellos niños. Más daños colaterales.
—Para mí ese día fue un infierno —me explica Bakri—, porque soy antiviolencia y estoy en contra del martirio. Desde todo punto de vista lo rechazo. Desde el punto de vista humano y político. La violencia no puede ser nunca un instrumento. Aunque Israel sea un Estado criminal, yo le pido a mis paisanos palestinos que tenemos que renunciar a usar las mismas armas que usan ellos. Nosotros tenemos que ser todos Gandhis en Palestina. Todos ser como Gandhi, para quitarles esa arma a los israelíes. Ellos justamente siempre tienen ese eslogan de que luchan contra el terrorismo, pero eso es mentira, ellos son el Estado terrorista. De una manera u otra, ellos están detrás de esos ataques, porque así justifican sus represalias. Yo no soy responsable de la operación de mi sobrino, pero sufrí las consecuencias y por supuesto estoy en contra. La consecuencia fue la muerte de trece palestinos de mi zona como represalia por el ataque.
—Ariel Sharon justificaba sus incursiones en Palestina por los atentados suicidas; Ben Laden llama a los musulmanes al yihad usando a Palestina como ejemplo de la opresión occidental y hasta a usted, durante el juicio por
Yinín, Yinín
, lo compararon con Ben Laden... ¿No cree que la causa palestina y el llamado terrorismo se está convirtiendo en una excusa para muchos intereses políticos y económicos occidentales?
—Yo no puedo hablar mucho de Ben Laden porque para nosotros sigue siendo un interrogante, no sabemos qué representa, porque nunca atacó Israel. Solamente conozco a Sharon, no conozco a Ben Laden. Para mí, por ejemplo, lo de las Torres Gemelas es un crimen imperdonable. Me da igual que esté Ben Laden o Sharon... y probablemente estén los dos. O quizá Sharon solo... La historia de Sharon está llena de crímenes, bien organizados, bien estructurados, para conseguir algo. ¿Cómo saber quién planifica los atentados para luego justificar su política...? Ben Laden, por ejemplo, era socio y aliado de los Estados Unidos, en Afganistán. Entonces, es una lucha de intereses entre dos socios. ¿Quién es el responsable al final de esto? Para mí la política exterior de los Estados Unidos.