El Palestino (17 page)

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Authors: Antonio Salas

Fuentes de la CIA datan el origen de Hizbullah a finales de los años setenta, en el convulso Irán de la «Revolución islámica» contra el sha Muhammad Reza Pahlevi, pero para todo el mundo árabe, Hizbullah se asocia al sur del Líbano. Sin embargo, es evidente la influencia del pensamiento de Jomeini en los chiitas libaneses, que en 1982 sufrieron la ocupación de parte del país por tropas israelíes, en la llamada Operación Paz de Galilea, o primera guerra del Líbano.

Para comprender la tensión existente en el sur del Líbano debemos recordar que tras la fundación del Estado de Israel en 1948, más de cien mil palestinos se refugiaron en el Líbano. Esa cifra se triplicaría veinticinco años después tras la catástrofe del septiembre negro de 1970 que mi «mentor» Ilich Ramírez vivió muy de cerca.

Las guerrillas palestinas, con el Al Fatah de Yasser Arafat a la cabeza, se habían refugiado en Jordania, y desde allí organizaban las escaramuzas de los fedayín
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en Israel. Los israelíes, como siempre, respondían con contundencia a los ataques palestinos, y en aquellos días de armas y plomo se produjeron batallas históricas como la de Karameh en 1968, que convertiría a Yasser Arafat en el personaje histórico que todos conocemos. Pero en septiembre de 1970, la tensión era insostenible. Las presiones de Richard Nixon e Israel por un lado, la tensión entre Egipto e Israel por otro, los enfrentamientos internos entre las diferentes organizaciones de la resistencia palestina (Al Fatah, FPLP, FDLP...), los secuestros de aviones europeos protagonizados por fedayín, el apoyo sirio a las guerrillas, etcétera, materializaron lo inevitable. Y en la segunda quincena de septiembre de 1970, los campamentos de la guerrilla palestina en Jordania sufrieron un castigo feroz. En unas movilizaciones militares en las que jordanos, palestinos, sirios, egipcios e israelíes se enzarzaron en feroces combates y bombardeos, murieron entre 3500 y 10 000 palestinos. Como siempre, las cifras dependen del interés de la fuente que las brinda. Pero lo cierto es que la resistencia palestina se reorganizó en el sur del Líbano. Nació la organización terrorista Septiembre Negro, destinada a vengar a los caídos en Jordania, que posteriormente protagonizaría operaciones tan dramáticas, y tan famosas, como la masacre de los atletas israelíes en las olimpiadas de Múnich, y la posterior caza y ejecución de terroristas palestinos a manos del MOSSAD. En medio de todo aquel caos, un jovencísimo Ilich Ramírez Sánchez, alias
Carlos el Chacal
, recibía su bautismo de fuego en pleno septiembre negro jordano, mientras su madre creía que se encontraba en un tranquilo campamento de verano, durante las vacaciones de estudios en Moscú... Treinta y cinco años después, Venezuela, Colombia, Ecuador y los Estados Unidos protagonizarían unas tensiones similares, aunque sin llegar a las masacres, teniendo a los guerrilleros de las FARC en el eje del conflicto, como si de unos nuevos fedayín de América Latina se tratase.

Con tal concentración de refugiados palestinos, no es extraño que el sur del Líbano se convirtiese, a finales de los setenta, en un polvorín a la espera de que alguien encendiese la mecha. El resentimiento y la rabia contenida durante doce años de los supervivientes a los bombardeos del septiembre negro sin duda fueron ingredientes importantes en el cóctel que gestaría Hizbullah, cuando en 1982 y tras un desigual intercambio de bombardeos entre Israel y el sur del Líbano las tropas israelíes ocuparon territorios libaneses.

Hizbullah se organizó como una guerrilla, subvencionada generosamente por Irán, y estableció una lucha asimétrica con Israel, convirtiéndose en una de las primeras organizaciones que utilizaban atentados suicidas en el mundo árabe de forma táctica y los secuestros de soldados enemigos para la negociación. Estoy seguro de que las FARC o el ELN colombianos también aprendieron mucho de Hizbullah.

Durante la primera guerra del Líbano se estima que más de diecisiete mil libaneses perdieron la vida. Como ocurrió en el septiembre negro, diferentes grupos armados lucharon por diferentes objetivos. Y en aquellos días aciagos de 1982 el Líbano fue el escenario de sucesos terribles, que se incrustaron para siempre en la memoria colectiva del pueblo árabe, transformados años después en justificación para matanzas no menos terribles y deleznables que las de Sabra y Chatila en Beirut. Aquella despiadada masacre de civiles palestinos en los campos de refugiados libaneses, rodeados por las tropas israelíes al mando de Ariel Sharon, fue ejecutada por las milicias cristianas libanesas comandadas por Elie Hobeika. Nadie habló entonces de «terrorismo cristianista».

Hizbullah ganó un prestigio y una admiración entre millones de musulmanes que solo alcanzaría años después Al Qaida. Sin embargo, y a pesar de los ímprobos esfuerzos de la propaganda indiscutiblemente islamófoba que inundó Occidente después del 11-S, Hizbullah y Al Qaida solo tienen una cosa en común: su enfrentamiento con Israel. Aunque la admiración que los seguidores de Ben Laden confiesan por Hassan Nasrallah no es recíproca. Los objetivos de Al Qaida no tienen mucho en común con los de Hizbullah, pero es que sus métodos tampoco. Y es que además de la lucha armada, que Hizbullah ciertamente ha llevado fuera de sus fronteras nacionales, el Partido de Dios es una fuerza política legal en el Líbano. Al igual que Amal, la otra guerrilla chiita en el país.

No solo eso. Los votos legítimos que han convertido a Hizbullah en un importante partido político libanés, con 14 de los 128 escaños del Parlamento, se deben en buena medida al agradecimiento popular. Hizbullah, como Hamas en Palestina, se ha destacado de otras fuerzas políticas por su enorme implicación social. Cuatro hospitales, doce clínicas, doce escuelas, dos centros agrícolas, un departamento de medio ambiente y un amplio programa de asistencia social donde la atención médica es más barata que en cualquier hospital del país, y gratuita para los miembros de Hizbullah, son un referente del Partido de Dios. Una dimensión social de esta organización terrorista —según los Estados Unidos— que se premia posteriormente con votos de agradecimiento. De hecho, tras la segunda guerra del Líbano, que se desató pocos meses después de mi primera visita a Beirut, Hizbullah pagó de su bolsillo a los afectados las viviendas que habían sido bombardeadas por Israel, se ocupó de la distribución de agua para toda la ciudad, de la recogida de escombros y basuras, etcétera. En Europa no es fácil encontrar ese nivel de solidaridad en un partido político que ni siquiera era el que estaba en el poder. Pero también demuestra las vertiginosas sumas de dinero que mueve la organización liderada por el jeque Nasrallah.

Oficialmente, sin embargo, Hizbullah es quizás la organización terrorista más peligrosa del mundo. O eso sugieren los más reputados expertos en lucha antiterrorista occidentales. Australia, Canadá, Reino Unido, los Estados Unidos y por supuesto Israel incluyen oficialmente a Hizbullah en sus respectivas listas de organizaciones terroristas internacionales. La Unión Europea aprobó una resolución no vinculante, el 10 de marzo de 2005, en la que reconoce «pruebas claras» de actividades terroristas de Hizbullah, instando al Consejo de la UE a incluir al Partido de Dios en nuestra lista negra de organizaciones terroristas, tal y como hizo en 2003 con Hamas. Aunque la inclusión de Hamas en esa lista acarreó unas consecuencias fatales para los palestinos, que no se repetirán en el Líbano.

Mi primer contacto con Hizbullah no pudo ser más espontáneo e imprevisto. Ocurrió en el barrio residencial de Haret Hreik, en el sur de Beirut, donde mantenía su residencia «oficial» el jeque Hassan Nasrallah, y Hizbullah su sede política. No hizo falta que los buscase, ellos me encontraron a mí.

Se me había ocurrido la brillante idea de calzarme una túnica árabe, un gorro de
salat
y un pañuelo palestino, para tomarme unas fotos en las estatuas del ayatolá Jomeini que existen en ese barrio chiita, controlado por las milicias de Hizbullah. Pensé que aquellas fotografías, incluidas en mi «álbum familiar», reforzarían mi identidad como muyahid. Así que me di un paseo por las mismas calles en las que solo unos meses más tarde Spencer Platt tomaría la fotografía ganadora del premio World Press Photo 2006: un grupo de cuatro chicas y un chico libaneses, en un despampanante descapotable rojo, recorren acongojados las ruinas de Haret Hreik tras los bombardeos israelíes de julio y agosto de ese mismo año.

A diferencia de las fotografías de Spencer Platt, en las mías los edificios de Haret Hreik aún permanecen en pie. Y las estatuas del ayatolá Jomeini, también. Pero en cuanto me coloqué a sus pies para tomarme unas fotos no tardé ni cinco minutos en ser interceptado. De hecho no tuve tiempo de hacerme más de cuatro o cinco tomas, cuando alguien se me acercó sigilosamente por la espalda y me golpeó en el hombro:

—Alto, acompáñanos. Somos de Hizbullah.

De Hizbullah a Hamas, con una cámara oculta

Pese a que antes de julio de 2006 Hugo Chávez no era el héroe amado por todo el mundo árabe en que se convirtió después, mi supuesta identidad como palestino-venezolano y musulmán devoto me sacó del apuro. Eso y el hecho de que las fotos que había tomado con mi cámara digital, y que fueron minuciosamente revisadas por los miembros de Hizbullah que me interceptaron en Haret Hreik, no mostraban imágenes de ningún objetivo táctico. Solo a un turista musulmán haciéndose unas fotos de recuerdo, a los pies del venerado ayatolá Jomeini. Además, los de Hizbullah encontraron también el álbum de fotos, con mi supuesta biografía como Muhammad Abdallah, y se emocionaron especialmente cuando llegaron a las fotos que me había hecho en Barcelona con Fátima, la
escort
que había convertido en mi supuesta esposa Dalal, asesinada por los israelíes en Palestina. La evidente belleza de mi amiga Fátima y mi convicción al relatarles nuestra triste historia fueron determinantes para que aquel susto se quedase en una anécdota.

Según dijeron los de Hizbullah, debían estar muy atentos a los espías del MOSSAD, sobre todo a los colaboradores palestinos, porque la situación se había tensado mucho en las últimas semanas y esperaban lo peor. Confieso que en aquel momento mi profunda ignorancia me hizo pensar que aquellos terroristas libaneses, tenidos como tal por la Unión Europea, los Estados Unidos, etcétera, exageraban paranoicamente con su temor a un inminente ataque israelí. Y volví a equivocarme. En julio de ese año, todo lo que me rodeaba en ese momento saltaría por los aires en pedazos. Los israelíes bombardearon sin piedad el Líbano, utilizando diferentes tipos de bombas consideradas ilegítimas por Naciones Unidas, como las bombas de fósforo blanco o las bombas de racimo, fabricadas por cierto en mi país, España. Entonces me pregunté, y todavía lo hago, ¿qué pensaríamos si, tras los atentados cometidos por ETA en Francia, el ejército francés decidiese bombardear Vitoria-Gasteiz, masacrando a la población civil en la capital de Euskadi?

En aquel viaje yo no encontré ninguna relación entre el Hizbullah libanés y la organización Hizbullah-Venezuela que un año antes había surgido en Internet. En Beirut nadie conocía a Teodoro Darnott. Y eso solo podía significar o que yo era un pésimo periodista, incapaz de encontrar el vínculo entre Nasrallah y Venezuela, o que Darnott iba por libre. De nuevo estaba claro que tendría que irme a Caracas para averiguarlo. Pero antes debía terminar de montar mi identidad palestina. Y, sobre todo, tenía que aprovechar mi estancia en Líbano y utilizar los contactos que me habían facilitado mis hermanos musulmanes para reunirme con miembros de Hamas, Al Fatah y el Yihad Islámico en Palestina. Pero me volví a equivocar. En Beirut, a solo 280 kilómetros de Gaza y a 233 de Jerusalén, estaba tan lejos de Palestina como si me encontrase en Madrid.

Por desgracia, y a pesar de que Líbano e Israel están unidos geográficamente por una frontera terrestre, las autoridades israelíes no tienden a autorizar la entrada en el país de un viajero que tenga en su pasaporte un sello libanés o sirio. Y en Líbano y Siria no suelen aceptar a un viajero que llegue con su pasaporte matasellado con anterioridad en Israel. Yo desconocía entonces ese paranoico planteamiento de los respectivos servicios de seguridad israelí y libanés, así que, a pesar de su vecindad geográfica, tuve que volver a España, sacarme un nuevo pasaporte «virgen», y regresar a Palestina utilizando el pasaporte que no había usado en el viaje a Líbano. Y esta vez todo iba a ser mucho más difícil que un año antes, porque tenía la intención, y la posibilidad, de entrevistarme con miembros de la resistencia palestina que pudiesen ponerme en la pista de otros yihadistas terroristas en Europa. Y mi intención era introducir clandestinamente en el país un equipo de grabación con cámara oculta.

Ya estaba al corriente de las estrictas medidas de seguridad en la frontera israelí. Mi primer viaje a Palestina a través de aquella misma frontera había resultado muy elocuente al respecto. Así que necesitaba encontrar una forma de burlar los controles de la seguridad israelí para introducir el equipo sin que fuese detectado, y está claro que si alguien podía ayudarme era Chiky, la persona que había diseñado y fabricado los equipos de cámara oculta que utilicé para mi infiltración en los skinheads y en las mafias del tráfico de mujeres. Aunque ahora necesitaba mucho más de su ingenio y su habilidad.

Chiky es una personalidad en su oficio. Tan querida como respetada. Ha trabajado para las principales productoras y cadenas de televisión del país, lo que ya es una garantía. Pero es que además diseña y construye los equipos de grabación clandestina para las principales agencias de detectives privados de España. Y no solo eso. En más de una ocasión, la policía española o la Guardia Civil han requerido sus servicios, encomendándole el diseño de complejos sistemas de grabación que permitiesen controlar a bandas del crimen organizado. Y además de todo eso, a Chiky y a mí nos une una buena amistad desde hace más de diez años. Cuando le dije que necesitaba introducir en Israel un equipo de cámara oculta que no pudiesen detectar los controles de la frontera, me dijo que estaba loco. No era la primera vez que me lo decían.

—Toni, los israelíes no son como los españoles. Los controles en esa frontera son meticulosos. No te creas que por muy pequeñas que sean las microcámaras y los micrófonos no los van a descubrir.

—No seas paranoico...

—Tú sí deberías serlo. Miran con rayos X todos los aparatos que van en cada maleta, uno a uno. Allí viven permanentemente en alerta roja por culpa del terrorismo palestino. ¿Por qué no te acreditas sin más como un periodista español y metes el equipo legalmente?

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