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Authors: Antonio Salas

Una vez más, y no sería la última, la tradición guerrillera y revolucionaria de los chavistas se volvía contra el presidente de la República, a quien los medios de oposición e internacionales culpaban de los actos violentos y descontrolados que ejecutaban sus seguidores. Y él mismo había tomado la iniciativa de coger su teléfono y llamar al programa más visto por los chavistas en el canal del Estado, para intentar que sus seguidores dejasen de realizar ese tipo de actos violentos. No me imagino a Obama, Sarkozy, Berlusconi o Zapatero llamando a un programa de la televisión nacional para intentar que sus incondicionales dejen de cometer actos vandálicos en su nombre. Eso solo lo hace Chávez. Pero, si ocurriese, estoy seguro de que ningún medio de comunicación obviaría esa noticia, como se hizo con el presidente de Venezuela, solo para mantener la idea de que el gobierno venezolano aprobaba aquellos actos violentos.

CCB: Congreso «revolucionario» en Quito

Mientras todos estos acontecimientos se sucedían en Venezuela, en la capital de Ecuador se celebraba el II Congreso de la Coordinadora Continental Bolivariana (CCB), entre el 24 y el 28 de febrero de 2008.

Sabiendo que acudirían a Quito miembros de las FARC, el Frente Sandinista, Tupamaros y también miembros de ETA, el encuentro tenía mucho interés, y como
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del Chacal yo estaba invitado. Por desgracia, aquella semana frenética de febrero en Caracas me impidió viajar a Quito, pero sí asistieron Paúl del Río y otros camaradas desde Venezuela, así que aguardaba con mucho interés las conclusiones del congreso. Paúl del Río, el hombre que secuestró a Alfredo Di Stéfano, nos había prometido que intentaría incluir en ellas alguna mención al caso de Ilich Ramírez y en él delegamos la representación de nuestro comité. Pero los responsables de la CCB tenían otros planes.

Desde 2003 y hasta que en 2009 se convirtió en el Movimiento Continental Bolivariano (MCB), la CCB era la heredera legítima de la hermandad de organizaciones de izquierda latinoamericana, inspirada por La Habana desde los años sesenta. Una red que intentó su reactivación mediante el llamado Foro de São Paulo, ideado por Fidel Castro tras la caída del comunismo. Finalmente, La Habana logró fortalecer su red internacional promoviendo el Congreso Bolivariano de los Pueblos, que en Caracas coordinaba mi camarada el colombiano Edgar Caballero con apoyo del gobierno chavista. La primera reunión para organizar el I Congreso, en agosto de 2003, incluso contó con la presencia de Hugo Chávez
.

Según Carlos Casanueva Troncoso, director ejecutivo de la CCB: «En septiembre del 2003 un grupo de organizaciones, principalmente del ámbito cultural, histórico, académico y grupos políticos de izquierda, tanto de Colombia como de Venezuela convocan a la Primera Revisión de la Campaña Mirable desde Cartagena hasta Caracas, porque se estaban cumpliendo los doscientos años de la Campaña Mirable de Bolívar... Al terminar esta campaña, en septiembre del 2003 nos reunimos en Caracas en el Campamento Bolivariano por Nuestra América, para aprobar los documentos constitutivos, el manifiesto, el llamamiento y la plataforma de lucha de la Coordinadora Continental Bolivariana (CCB) y una estructura básica. Bajo esos principios que levanta y mezcla el sentimiento de patriotismo con el revolucionario actual de Nuestra América...».
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Desde el mismo momento de su fundación, la CCB se puso en el punto de mira de las agencias de inteligencia y servicios antiterroristas de todo el mundo. Según Casanueva, esa criminalización de la CCB se debía a: «Asumir en nuestra organización a todos aquellos movimientos, grupos o partidos que estén luchando en sus pueblos, bajo los mismos objetivos de liberación, de bienestar del pueblo, unidad continental y de culminar con la obra de nuestros libertadores por la segunda Independencia, sin distingo ni sin exclusiones de nadie, excepto a los fascistas... por ejemplo permite que ingrese las FARC y otros movimientos más...».

Es verdad, como también dice Casanueva, que la CCB «ha apoyado a la senadora Piedad Córdoba en el proceso de paz. La CCB ha hecho campañas por el intercambio humanitario... el trabajo en defensa de la Amazonía, de la lucha por el respeto a los derechos de los pueblos indígenas, de solidaridad con los pobladores sin techo, la conjunción con los cristianos de base», etcétera. Pero nadie ha criminalizado a la CCB por ese encomiable trabajo social, sino porque el apoyo a organizaciones consideradas terroristas por la mayoría de los gobiernos occidentales, como ETA o las FARC, llegó al descarado extremo de nombrar a los principales jefes de las FARC —Manuel Marulanda
Tirofijo
primero, y Alfonso Cano después— miembros de la Presidencia Honorífica de la CCB. El argumento de Casanueva me recordaba mucho mi infiltración en los grupos neonazis, en los que los líderes skinheads se lamentaban de la criminalización de sus organizaciones fascistas, sin que nadie hablase de sus campañas contra las drogas o los toros, de su trabajo voluntario en residencias de ancianos de raza blanca o de su voluntariado recogiendo chapapote en las playas gallegas durante el desastre del
Prestige
. Pero es que los nazis condenados tras mi infiltración nunca fueron procesados por sus ideas, sino por los delitos concretos que habían cometido. Una vez más, la extrema derecha y la extrema izquierda utilizan los mismos argumentos e incluso las mismas palabras para defender sus respectivas ideologías, acusando a las mismas autoridades de las mismas paranoicas persecuciones. Los extremos siempre se tocan.

El II Congreso de la CCB, celebrado en Ecuador ese febrero de 2008, fue un éxito rotundo. Acudieron miembros, representantes y simpatizantes de diferentes organizaciones revolucionarias de toda América Latina, y también de otras partes del mundo, como la ETA vasca. Y probablemente el evento habría tenido una amplia repercusión mediática de no haber sido porque, un día después de su conclusión, otra noticia acapararía los titulares de toda la prensa internacional. Una noticia que también llegaba desde Ecuador, pero desde un punto muy remoto en las selvas fronterizas con Colombia llamado Angostura, en la provincia ecuatoriana de Sucumbos...

El periodista que encontró la tumba del Che me examina

Un día antes de producirse esa noticia, el 28 de febrero, y mientras se clausuraba el congreso de Quito, estreché por primera vez la mano de John Lee Anderson, pero también la de Óscar Rotundo, un personaje que algún día, estoy seguro, dará que hablar.

Argentino de nacimiento y venezolano de adopción, Óscar Rotundo —no es su nombre real, pero es el que usa hace años— es corresponsal del famoso periódico izquierdista
Resumen Latinoamericano
, dirigido por Carlos Aznárez, a quien conocía de su época en Euskadi. Aznárez, entre otras muchas cosas, era el responsable del área latinoamericana de la revista
Ardi Beltza
, que el juez Baltasar Garzón procesó por su relación con ETA, y el aval que me había presentado Ernesto G. H., el aspirante a la alcaldía de Santander que me había escrito a la página web de Ilich Ramírez ofreciéndome su colaboración a favor del Chacal. Pero Rotundo era, sobre todo, el asistente del diputado Roy Daza, presidente de la Comisión de Política Exterior de la Asamblea Nacional venezolana.

Aunque mi interés en Rotundo estribaba en que era el secretario de la Coordinadora Continental Bolivariana (CCB) y un contacto reconocido de los nacionalistas vascos en Venezuela. Rotundo estaba muy implicado en la causa revolucionaria bolivariana, como antes lo había estado en la lucha revolucionaria peronista en su propio país, con grupos guerrilleros como la Fuerza Armada de Liberación (FAL), el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) o los Montoneros. Baste decir —por ahora— que Óscar Rotundo había vivido un tiempo en Euskadi, sobre todo en Donosti, donde apoyaba a los grupos independentistas vascos hasta que empezó a detectar que la ETA se estaba desligando de los ideales que habían originado su lucha contra la dictadura franquista. Pese a ello, cuando volvió a América Latina para participar en las luchas revolucionarias de Centroamérica (con el Frente Sandinista en Nicaragua, o el Frente Farabundo Martí en El Salvador) siguió manteniendo buenas relaciones con sus antiguos camaradas vascos. Relaciones que continuaron cuando se estableció en Colombia, propiciando entonces una excelente camaradería con las FARC...

Con John Lee Anderson me cité en la redacción de uno de los periódicos bolivarianos en los que colaboraba, aprovechando una reunión en la que se encontraban Juvenal González, un veterano ex guerrillero y luchador social del 23 de Enero, y otros camaradas tupamaros y miembros del Comité por la Repatriación de Ilich Ramírez. En ese momento, sinceramente creo que yo era el motor del comité y el responsable de su presencia en la red. Y es probable que también el miembro de la asociación que manejaba un mayor volumen de información sobre el Chacal, porque, además de la documentación occidental, había comenzado a tener acceso a la información en lengua árabe. Por eso abrí una pequeña sección en la web íntegramente dedicada a la documentación sobre Carlos en árabe. Y eso era lo que había despertado la curiosidad de John Lee Anderson, hasta el punto de plantearse dedicar uno de sus famosos perfiles biográficos a Ilich Ramírez.

Con el famoso periodista norteamericano viví otra anécdota extraordinaria. Una prueba experiencial de que en este oficio de infiltrado todas las precauciones son pocas y cada hora invertida en cimentar sólidamente tu identidad como infiltrado al final ofrece sus frutos. Charlábamos animadamente con Anderson sobre la conexión de Ilich y la resistencia palestina cuando, volviéndose directamente hacia mí, me preguntó:

—Ok, Muhammad, entonces, ¿tú eres palestino? ¿De qué parte eres; de Gaza, Cisjordania...? Yo conozco Palestina.

—No, no creo que conozcas el pueblo de mi familia. Es un pueblo muy pequeñito, cerca de Yinín. Un lugar llamado Burqyn... —Prometo que respondí al famoso periodista con total seguridad. En cuatro años de infiltración, después de haber puesto a prueba mi falsa biografía en innumerables ocasiones, jamás, ni una sola vez, había encontrado a nadie, árabe o no, que pudiese poner en peligro mi coartada palestina en relación a mi supuesto origen. Nunca me había encontrado con nadie que conociese ese pequeño pueblo. Nunca hasta ese día.

—¿Burqyn? ¿Eres de Burqyn? ¡Pero si yo conozco mucho Burqyn! Tengo muchos amigos allá... —replicó Anderson con una espontánea sonrisa de satisfacción. Y yo sentí que el suelo se abría bajo mis pies...

—¿Ah, sí...? —balbuceé con un hilillo de voz, mientras notaba que todos mis músculos se ponían en tensión y calculaba instintivamente cuántos metros me separaban de la puerta.

—¡Claro! ¿Sigue el panadero?... ¿Cómo se llamaba?... Aquel que hace un pan tan tierno...

Fueron unos minutos interminables. Un examen que ponía a prueba mi capacidad de improvisación, y sobre todo mis conocimientos sobre el pequeño pueblo palestino en el que había ubicado el origen de mi familia materna. Y, si aprobé, fue gracias a los días que invertí en recorrer sus calles, sus plazas y sobre todo la antigua iglesia cristiana. Por eso pude convencer a John Lee Anderson y a los demás presentes en el examen de que realmente mi familia era originaria de Burqyn. Confío en que mi colega sepa disculparme por haberlo engañado. Estoy seguro de que recordará al muchacho de Burqyn que conoció en Caracas...

Pasada la prueba de Anderson, me sentía con más ánimo para continuar la infiltración, y mientras seguía esperando el día y la hora en que debiese cruzar a Colombia, con la guerrilla, a través de los «caminos verdes», me concentré en continuar estudiando los manuales de armas y explosivos, en seguir transcribiendo el Corán, y en preparar el cine fórum sobre Ilich Ramírez, cuyas proyecciones habíamos establecido para el 17 y 18 de marzo siguientes. Así que ese 29 de febrero (era año bisiesto) lo invertí en visitas a Venezolana de Televisión y a BetaVideo, una empresa de cambio de formato de vídeo en Las Mercedes, donde me garantizaron un formato de los documentales de Al Jazeera que pudiese proyectarse en Caracas sin ningún problema técnico.

Las expectativas no podían ser más halagüeñas. Tras mi conversación con Anderson, Juvenal González y cualquier camarada del 23 de Enero garantizaría mi origen palestino genuino; además, había iniciado el acercamiento al círculo de ETA en Venezuela, y las FARC y el ELN habían aceptado mi visita a sus campos de entrenamiento en Colombia. Pero esa noche del 29 de febrero todo se iría a la mierda y tendría que volver a empezar...

El día que mataron a Raúl Reyes

El 1 de marzo de 2008 todos los medios de comunicación de América Latina, y especialmente los venezolanos, abrieron los informativos de la mañana con una noticia que afectaba directamente a mi infiltración. Esa madrugada un comando del ejército colombiano había conseguido localizar un campamento de las FARC en Angostura, ya dentro de territorio ecuatoriano, donde se escondía Raúl Reyes, el número dos de las FARC. Sin esperar autorizaciones diplomáticas, a las 0:25 hora local, los militares atacaron sin piedad el campamento, bombardeando a los guerrilleros que en ese momento dormían. Después, el comando del ejército colombiano se enfrentó a los supervivientes. Al final, junto con Raúl Reyes, muerto mientras dormía, fallecieron veintidós guerrilleros, y tres guerrilleras fueron capturadas con vida.

Entre los veintidós muertos de la llamada Operación Fénix, en la selva de Angostura, se encontraron los cadáveres de cinco estudiantes universitarios que estaban en el lugar inoportuno en el momento inadecuado: Soren Ulises, Avilés Ángeles, Fernando Franco Delgado, Juan González del Castillo y Verónica Natalia Velásquez Ramírez. Solo una de las estudiantes mexicanas, que había asistido al II Congreso de la Coordinadora Continental Bolivariana en Quito y que después se había unido al campamento de Raúl Reyes, sobrevivió milagrosamente al ataque.

Lucía Morett Álvarez, de veintiséis años, y las colombianas Martha Pérez, de veinticuatro, y Doris Torres Bohórquez, de veintiuno (también llamada Diana González en algunos medios), fueron las únicas supervivientes al bombardeo y al tiroteo posterior. Y yo no me sacaba de la cabeza la idea de que, de haber pasado la entrevista con Gustavo solo unos días antes y de haber decidido acudir al congreso de Quito en lugar de quedarme en Caracas, lo más probable es que yo estuviese en ese campamento y por tanto muerto en ese bombardeo...

No era la primera vez. En solo un año el ejército colombiano había asestado otros tres duros golpes a la guerrilla, dando caza, como hacía el MOSSAD con los miembros de la resistencia palestina en Gaza y Cisjordania, a Martín Caballero, Tomás Medina Caracas y Jota Jota, tres altos mandos de las FARC. Pero Raúl Reyes era el plato fuerte. En la cúpula de las FARC por encima de Reyes solo se encontraba Manuel Marulanda, alias
Tirofijo
. Aunque Reyes era mucho más mediático que su superior.

Él era el encargado de las relaciones con otras organizaciones terroristas e insurgentes, no solo de América Latina, sino también de otras partes del mundo. Miembros de ETA o el IRA habían visitado sus campos de entrenamiento anteriormente y, como se descubriría más tarde, en esa ocasión visitaban el campamento de las FARC varios revolucionarios mexicanos, que murieron en el ataque. Yo mismo, un supuesto terrorista palestino, había recibido ya el visto bueno para visitar los campos de entrenamiento. Pero la muerte de Raúl Reyes desató una crisis internacional que todavía se mantiene, porque lo cierto es que el ataque al campamento de las FARC se hizo en suelo ecuatoriano, lo que suponía una incursión de una fuerza armada colombiana en un territorio extranjero.

Es justo reconocer que Álvaro Uribe presentó todo tipo de excusas a Rafael Correa inmediatamente después del bombardeo al campamento de las FARC, argumentando que sus tropas habían seguido a los guerrilleros sin ser conscientes de que cruzaban la frontera ecuatoriana, y que solo habían respondido al fuego guerrillero. Pero eso era incierto. Cuando pocos días después trascendieron las imágenes del cadáver de Reyes en ropa interior y del lugar del bombardeo arrasado por los proyectiles colombianos, parecía evidente que no hubo tal persecución por la selva.

El domingo 2 de marzo, solo cuarenta y ocho horas después de la muerte de Reyes, el programa
Aló, Presidente
se emitía desde el centro de Caracas. A mí me interesaba especialmente ver ese programa porque entre los asistentes estaba Dima Khatib y otros componentes del canal qatarí Al Jazeera, pero me encontré con algo imprevisto: Hugo Chávez protagonizó un ataque furibundo contra Uribe, y todos los televidentes de VTV pudimos escuchar cómo el presidente calificaba la muerte del guerrillero Reyes como un «cobarde asesinato» de un «buen revolucionario». «Él [Uribe] es un criminal. No solo es un mentiroso, un mafioso, un paramilitar que dirige un narcogobierno, un gobierno lacayo de Estados Unidos (...) dirige una banda de criminales desde su palacio...» Quizás fuese inspirado por la presencia de Dima Khatib y los compañeros de Al Jazeera, pero Chávez llegó a comparar la alianza de Colombia con los Estados Unidos con la función de Israel en Oriente Medio: «Colombia va a ser el Israel de América Latina». Vamos, que Chávez hizo gala ese domingo de la diplomacia que le caracteriza.

Mientras hablaba, un Chávez cada vez más furibundo advertía a Álvaro Uribe que no se le ocurriese intentar en Venezuela lo que había hecho con Ecuador, porque Venezuela consideraría aquello una declaración de guerra. Y en ese instante, dejándose llevar por la cólera y sin que Colombia hubiese agredido a Venezuela con el ataque a las FARC, ordenó a su ministro de Defensa que movilizase tropas en la frontera venezolano-colombiana. Al mismo tiempo ofrecía su apoyo incondicional a Correa en ese incidente en el que Venezuela acababa de involucrarse, como si realmente fuese una parte implicada en el conflicto. Reconozco que lo primero que pensé ante aquella advertencia de Chávez a Uribe es que quizás existían campamentos de las FARC en territorio bolivariano que pudiesen ser bombardeados por Colombia como había ocurrido en Ecuador. De lo contrario era difícil entender la enérgica reacción del presidente.

Tras aquella advertencia de Chávez a Uribe, y tras la movilización de tropas en la frontera con Colombia, la tensión se disparó en las calles de Caracas. Fue una nueva semana frenética. Se convocaron manifestaciones y concentraciones de apoyo a las FARC y de repulsa contra el gobierno de Uribe, en las que participé. Ecuador y Venezuela primero, y Nicaragua después, retiraron a sus embajadores de Bogotá, rompiendo formalmente las relaciones diplomáticas con Colombia. Y todas mis gestiones para acercarme a las FARC y a ETA, y para ingresar en los cursos de adiestramiento paramilitar, se vieron paralizadas.

Todos los días surgían nuevas informaciones en todos los informativos iberoamericanos sobre aquella crisis. La más importante del continente en mucho tiempo. Iván Márquez, miembro del Secretariado de las FARC, emitió un comunicado público afirmando que el ataque lo habían organizado los Estados Unidos desde la base norteamericana de Tres Esquinas, en Caquetá, desde donde habrían lanzado un misil al campamento de los guerrilleros. Y a continuación Márquez llamaba a un levantamiento popular contra Uribe en toda Colombia. Pero su llamamiento, por suerte, no tuvo ningún eco. Lo contrario habría implicado una guerra civil.

Casi inmediatamente, los teletipos comenzaron a mencionar los ordenadores personales de Raúl Reyes que el ejército colombiano había recuperado tras el bombardeo, y empezó a especularse sobre la información vital de las FARC que podrían contener aquellos ordenadores.

Según los rumores que circulaban entre los movimientos bolivarianos, ciudadanos de otros países se encontraban visitando el campamento de Raúl Reyes cuando fue bombardeado y murieron junto con los guerrilleros colombianos. Como me aseguró personalmente Óscar Rotundo unos días más tarde, en esos momentos algunos revolucionarios supervivientes, incluyendo un italiano, se encontrarían aún huyendo por las selvas de Ecuador.

—Ese día pillaron a los mexicanos. Si hubiesen bombardeado unos días antes —me dijo— habrían pillado a los chilenos, y unos días antes a los vascos...

Poco después, al volver a encontrarme con Rotundo en Caracas, me confirmó que en los primeros exámenes de los ordenadores de Raúl Reyes, Interpol había encontrado las fotografías de los vascos que habían visitado el campamento guerrillero pocos días antes del bombardeo, y también sus e-mails.

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