Authors: Antonio Salas
Normalmente, quien a hierro vive, a hierro muere. Y los fallecidos por arma de fuego en Caracas superan con mucho las medias estadísticas criminales en América Latina. Pero en el 23 de Enero ese porcentaje estadístico es aún mayor. Y, aunque no son tantos como en los Estados Unidos, cada día se acercan más a los espeluznantes porcentajes norteamericanos. De hecho, Valentín David Santana Torres, uno de los líderes incuestionables de La Piedrita, presume de haber solucionado a plomo el asesinato de su hijo Diego, también muerto a plomo. Santana acusa directamente a José Tomás Pinto Marrero, alias
Comandante Pinto
, líder del Movimiento Tupamaro de Venezuela, de ser responsable del asesinato de su hijo, y José Pinto no duda en señalar a los de La Piedrita como responsables del intento de asesinarle de cinco tiros tras la muerte de Diego Santana.
En medio de ese intercambio de acusaciones y de tiros, puedo decir que una buena amiga, ex coordinadora del Convenio con Cuba en el Ministerio de Tierras de Venezuela, me relató el asesinato de uno de sus cuatro escoltas, todos tupamaros, acusado también de haber sido uno de los ejecutores del hijo de Santana. A raíz de esa muerte, otro de sus escoltas habría disparado contra Valentín Santana, mandándolo un año al hospital. Después de ese ataque a Santana, el tercero de sus escoltas, un hombre de Pinto, desapareció misteriosamente. Y el cuarto era mi amigo Gato, que sobrevivió milagrosamente a aquellos doce tiros. De haber tenido éxito el ataque contra Comandante Gato, habría sido el decimocuarto asesinato en el 23 de Enero entre grupos armados bolivarianos enfrentados entre sí. Después llegarían más. Como la ejecución de Arquímedes Franco, a cuyos autores aún buscaban mis camaradas tupamaros en el barrio de La Piedrita.
Por todo esto, Valentín Santana, supervisor de seguridad en la Universidad Central de Venezuela (UCV) desde hacía casi veinte años, es otro nombre clave en los movimientos armados bolivarianos. En una entrevista concedida al periódico
Quinto Día
el 6 de febrero de 2009, que le costó la libertad, Santana afirmó en relación al asalto al Palacio Arzobispal al que ahora me referiré: «Creo en un Dios revolucionario, con un fusil, un Dios que ama y castiga». Probablemente, si en lugar de venezolano Santana fuese iraquí, afgano o palestino y afirmase creer «en un Allah revolucionario, con un fusil, un Allah que ama y castiga», terminaría en una celda de Guantánamo acusado de yihadismo terrorista.
Los bolivarianos armados de La Piedrita, como los Tupamaros, enemigos mortales entre sí, presumen de haber limpiado de droga y violencia esta comunidad de casi tres mil personas, desde hace veinticinco años. Y por limpiar el barrio de violencia se entiende el ser más eficientemente violentos que los violentos a los que combatían. Ejecutados los traficantes y delincuentes del barrio y en vista de que ningún escuálido osaría cruzar las fronteras de La Piedrita delimitadas por sus grafitis y carteles amenazantes, La Piedrita salió del 23 de Enero para «dar guerra» en los barrios acomodados de Caracas. Sus acciones contra intereses opositores y medios de comunicación antichavistas con frecuencia tenían eco en la prensa nacional. «Queremos ser tan molestos como una piedrita en el zapato de la oposición.» Y como los demás grupos armados bolivarianos del 23 de Enero, La Piedrita no tiene ninguna intención de entregar las armas a pesar de que su lucha por llevar a Hugo Chávez a la presidencia de la nación triunfó hace más de una década.
Esa facción más extremista del chavismo cree posible una invasión norteamericana en Venezuela, o un nuevo golpe de Estado como el del 11 de abril, o un enfrentamiento bélico con Colombia o, en el fondo, cree que casi cualquier conflicto que enfrente el proceso revolucionario puede solucionarse «a través del punto de mira de un fusil». Y este sí es el problema profundo del proceso revolucionario. Medio siglo de tradición guerrillera está demasiado implantado en los corazones y las mentes de los radicales bolivarianos como para renunciar a las armas. Algunos apasionados seguidores de Chávez no solo están dispuestos a morir por él, lo cual siempre es heroico, sino también a matar por él. Incluso aunque el presidente nunca se lo haya pedido.
Y, si hay alguien experto en hacer cosas en nombre del proceso revolucionario sin que nadie se lo pida, es Lina Ron, líder suprema e indiscutible en La Piedrita.
Lina Ninette Ron Pereira, nacida en Anaco (estado de Anzoátegui) el 23 de septiembre de 1959, probablemente sea la líder de un grupo armado bolivariano más conocida de Venezuela. Cuarta hija del concejal izquierdista Manuel Ron Chira y la maestra Herminia Pereira, descubrió la dimensión política de la violencia cuando su padre fue detenido por homicidio. Estudió Medicina en la UCV, aunque abandonó la carrera en cuarto curso para convertirse en dirigente estudiantil en el Comité de Luchas Populares. Pero en cuanto Chávez llega al poder, Ron se convierte en una de sus defensoras más feroces, protagonizando todo tipo de incidentes diplomáticos. El primero, en septiembre de 2001 y que la catapulta a la fama, consistió en quemar una bandera de los Estados Unidos delante de la embajada norteamericana en Caracas, para celebrar los atentados del 11 de septiembre y la «lección que le habían dado al imperialismo yanqui». Lina Ron afirmó: «Lamentando la pérdida de civiles, que fue muy triste, los americanos se están chupando una cucharada de su propia medicina y están propiciando no la tercera, sino la cuarta guerra mundial. Ellos nos siguen considerando una colonia; lo que pasa es que del gallinero salió un gallo más gallo que el de ellos, que se llama Chávez».
Enfrentada con la oligarquía venezolana y los medios opositores, y al mismo tiempo con buena parte de los grupos revolucionarios chavistas, Lina Ron cuenta con su propio ejército personal en La Piedrita. Pero también dirige el Centro Cultural Cristóbal Altuve, que lleva el nombre de quien fuera su último esposo: un argentino del que heredó varios puestos en el mercado Boquerón, lo que le permite vivir holgadamente, dedicando su tiempo y esfuerzo al proceso revolucionario. La «Pasionaria chavista» ha realizado diferentes programas de televisión alternativos y es fundadora del partido Unidad Popular Venezolana (UPV), que apoya incondicionalmente al PSUV de Chávez. Sin embargo, su fama se debe a los diferentes asaltos y altercados violentos que ha protagonizado durante los últimos años y que han sido compilados en una biografía titulada
La incontrolable
, publicada por el periodista Douglas Bolívar en 2009.
Y desde luego, aquel miércoles 27 de febrero de 2008, aniversario del Caracazo y día de la nueva entrega de rehenes de las FARC a Venezuela, Chávez no le había pedido a La Piedrita que demostrase su fervor revolucionario de ninguna manera. Pero mucho menos asaltando el Palacio Arzobispal de Caracas. Sin embargo, un comando encabezado por Lina Ron y un buen grupo de estudiantes chavistas y miembros de los movimientos bolivarianos asaltaron el Palacio Arzobispal de Caracas, desalojando a todos los trabajadores sin que ninguno se atreviese a ofrecer la menor resistencia al asalto. Y durante dos horas los bolivarianos controlaron la sede eclesiástica de Venezuela.
7
Como habían previsto, no solo yo sino todos los periodistas de Caracas fuimos alertados del asalto, y en pocos minutos una pléyade de cámaras, redactores y reporteros salió hacia el lugar. En esta ocasión, y haciendo gala de una maquiavélica estrategia, Globovisión emitió en directo el mensaje que una Lina Ron encendida por la pasión escupió a borbotones sin pararse a pensar en lo que decía en cuanto identificó el logotipo de la principal cadena de la oposición entre los micrófonos presentes. Sincera y directa, como siempre, Lina Ron fracasó en sus intentos por parecer diplomática. En su enérgico monólogo denunció los registros policiales que se estaban haciendo en el 23 de Enero en busca de los miembros de otro grupo armado bolivariano, Venceremos, autor de cuatro ataques con explosivos esos días, incluyendo el de Fedecámaras, y exigió que se hiciesen los mismos registros en las casas lujosas de los barrios altos de la oposición. Ron también reivindicó, sin pudor, la memoria «del camarada Héctor Serrano», que a su juicio era un mártir de la lucha bolivariana a la altura del fiscal Danilo Anderson... A pesar de que Caimán había muerto al estallarle en las manos la bomba que intentaba colocar en Fedecámaras, y al fiscal Anderson le pusieron una bomba lapa en el coche.
Y, lo que es más temerario, Ron soltó todo tipo de acusaciones contra el canal Globovisión, acusándolo de conspirar contra el gobierno de Hugo Chávez en connivencia con Fedecámaras y con la Iglesia católica venezolana. Llegó a afirmar ante las cámaras, supongo que sin ser consciente de lo que estaba haciendo, que los continuos ataques de Globovisión contra el proceso revolucionario «provocan que se les ponga una bomba» y concluyó que «Globovisión es objetivo revolucionario». No contentos con eso, pocos días más tarde, tras los bombardeos en las selvas de Angosturas, los camaradas de La Piedrita repartieron un manifiesto a las puertas del Palacio Arzobispal, donde dejaban por escrito «nuestra disposición total a enfrentar con las armas», «nuestr(o)... reconocimiento... a las FARC y ELN» y «nuestro dolor... ante la lamentable pérdida de los comandantes Raúl Reyes, Julián Conrado y sus camaradas». Ese documento lo firman siete organizaciones bolivarianas diferentes.
Por supuesto, las amenazas de Lina Ron, un regalo para la oposición antichavista, se emitieron en todos los canales y todavía continúan colgadas en Youtube. Y, por si no fuera bastante, recordaba a todos la convocatoria a una vigilia de protesta ante la sede de Globovisión, esa misma noche. La lectura del manifiesto de La Piedrita a cargo del representante estudiantil Jorge Flores dio fin al asalto de forma pacífica. Sin embargo, en ese momento me temí que aquella noche del 27 de febrero los seguidores de Lina Ron perdiesen el control en la vigilia e intentasen otro asalto al canal opositor, como habían hecho con el Palacio Arzobispal. Porque la seguridad privada y armada de Globovisión no lo iba a permitir tan pacíficamente como los sacerdotes católicos.
Mientras Lina Ron y compañía asaltaban el Palacio Arzobispal de Caracas, los medios de comunicación venezolanos e internacionales todavía repetían una y otra vez las imágenes de la liberación de los cuatro rehenes de las FARC. Y todos podíamos ver a unos emocionados Gloria Polanco de Lozada, Orlando Beltrán Cuéllar, Luis Eladio Pérez y Jorge Eduardo Géchem Turbay que reían, lloraban, se abrazaban, todavía incrédulos de que el momento de su liberación realmente hubiese llegado por fin. Después de años encadenados a una choza de madera en medio de la selva y de los repetidos intentos frustrados para su liberación, los cuatro secuestrados no terminaban de creer que ya eran libres. Y solo repetían una y otra vez su agradecimiento a la senadora Piedad Córdoba y al presidente Hugo Chávez por haberlo hecho posible.
A media tarde, Telesur y VTV emitían en directo el emotivo reencuentro entre los liberados y sus familiares en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía. Chávez acababa de apuntarse otro triunfo internacional, consiguiendo lo que ni la diplomacia ni el ejército ni el gobierno colombiano habían logrado. De nuevo sus gestiones con las FARC, a través de Piedad Córdoba, habían conseguido liberar a los secuestrados.
Por su parte, Globovisión tenía otros problemas más graves porque, tal y como había advertido Lina Ron, esa noche unas doscientas personas pertenecientes a treinta organizaciones bolivarianas diferentes se concentraron ante sus instalaciones, en la Florida, y la tensión se cortaba en el ambiente. Como era lógico, Globovisión emitía en directo el asedio de los bolivarianos a su edificio, mientras monseñor Jesús González de Zárate, arzobispo auxiliar de Caracas, resaltaba la gravedad del asalto a la nunciatura apostólica a manos de los mismos radicales seguidores de Hugo Chávez que ahora asediaban Globovisión... y la buena noticia de los liberados de las FARC se diluyó en medio de aquellos titulares.
Probablemente fue el fuerte dispositivo policial, que rodeó a los manifestantes para evitar altercados, el que evitó que la cosa fuese más allá de algunos insultos hacia los trabajadores del canal más crítico con Chávez y algunas consignas a manos de mis camaradas tupamaros, La Piedrita o la Coordinadora Simón Bolívar. No olvidemos que desde el Palacio Arzobispal Lina Ron había dicho que Globovisión era «objetivo revolucionario» y que «provocaba ponerle una bomba». Pero aunque la concentración estaba convocada hasta el amanecer, después de cuatro horas de estériles bravatas, Lina Ron y sus seguidores comenzaron a dispersarse hacia las 22:00. Menos de dos horas más tarde, pude ser testigo en directo de algo sorprendente, inaudito. Algo que solo podría ocurrir en la Venezuela de Hugo Chávez...
De vuelta en mi habitación, estaba viendo el programa
La Hojilla
, en el Canal 8 (VTV), donde Mario Silva repartía sopapos dialécticos a la oposición con un sentido del humor a veces realmente ingenioso. Y de pronto, de forma absolutamente espontánea e imprevista, su rostro cambió de expresión cuando el realizador le dijo, a través de los auriculares, que estaban recibiendo una llamada telefónica que debían pasar a antena.
La Hojilla
es un programa en riguroso directo. Ni siquiera Silva sabía, al dar paso a la llamada, que quien estaba al otro lado del auricular telefónico era el mismísimo presidente Hugo Chávez. Un Chávez casi más entristecido que enojado por el comportamiento descontrolado de sus seguidores.
Con muy buen criterio, el presidente se lamentaba de que el día en que toda la prensa internacional podría haber destacado la buena nueva de que Venezuela había conseguido liberar a cuatro rehenes más de las FARC, aquella noticia había sido eclipsada por los teletipos sobre el asalto a la nunciatura apostólica y la amenazante vigilia contra Globovisión. Titulares que, junto al atentado contra Fedecámaras y el asalto a la embajada española en Caracas, habían conseguido disolver la optimista noticia del día entre un montón de teletipos sobre violencia, anarquía y descontrol, protagonizados por los chavistas radicales. Y en directo, en los micrófonos de
La Hojilla
, yo pude escuchar por primera vez a Hugo Chávez plantearse públicamente si Lina Ron y algunos dirigentes de La Piedrita podían estar infiltrados por la CIA, porque su comportamiento violento y descontrolado no hacía más que perjudicar la imagen internacional de la revolución bolivariana. Sobra decir que ninguno de los medios internacionales que publicaron las noticias sobre el asalto al Palacio Arzobispal o el asedio a Globovisión se hizo eco de la condena explícita que el presidente Hugo Chávez elevó, sin intermediarios, de tales actos vandálicos.