Authors: Antonio Salas
Irresponsablemente, yo no me resignaba a perder la oportunidad de infiltrarme en los campos de entrenamiento de las FARC en Colombia y, saltándome a la torera la advertencia de mi contacto, intenté comunicarme con Gustavo, mi entrevistador colombiano, devolviendo la llamada a los números desde los que me había telefoneado. Inútil. Eran celulares de alquiler en ciudades más cercanas a la frontera colombiana que a Caracas, así que supuse que mi entrevistador había regresado a Colombia. Intenté convencer a mis contactos tupamaros y revolucionarios para que me consiguiesen otra vía de acceso a la guerrilla, pero mi pataleta se zanjó unos días después con el comunicado emitido por el general Freddy Padilla de León, comandante general de las Fuerzas Militares de Colombia, en el que advertía: «Desde hoy, toda persona que tenga relación con las FARC se convierte inmediatamente en objetivo militar... Desde el mismo momento en que una persona está al lado de un terrorista se convierte en objetivo militar... una persona no puede ir a un campamento o tener vínculos con grupos al margen de la ley y salir tan tranquila y con la conciencia limpia...». Evidentemente, el general Padilla se refería a que entre los cadáveres encontrados en el campamento de Raúl Reyes había ecuatorianos, mexicanos, etcétera. Pero su declaración de principios me pareció un mensaje redactado para mí. Y mis esperanzas de llegar a los campamentos de las FARC en Colombia se volatilizaron... por el momento.
En Venezuela, mis camaradas revolucionarios recibían cada una de esas noticias con indignación. Aunque fue peor cuando surgió el tema de los primeros análisis de los ordenadores. Según las primeras noticias llegadas los días 3, 4 y 5 de marzo, técnicos del FBI e Interpol estaban analizando los ordenadores portátiles pertenecientes a los guerrilleros y repletos de información.
Mis camaradas y el mismísimo Hugo Chávez bromeaban una y otra vez con los «computadores antibombas» de las FARC, asegurando que, después de un bombardeo tan feroz como el que arrasó el campamento de Reyes, era imposible que los ordenadores pudiesen haber sobrevivido. Sin embargo, desde Bogotá llegaban teletipos constantemente, adelantando rumores sobre la información que unos informáticos forenses desplazados hasta Colombia estaban rescatando. ¿Qué secretos revelarían esos ordenadores y a quién involucrarían? Claro está, Hugo Chávez se llevaba todas las papeletas de la rifa.
Hasta que aparecieron en juego los ordenadores de Raúl Reyes, Chávez jamás había ocultado su simpatía por las FARC y el ELN, sobre todo este último, creado a imagen de la guerrilla liderada por el Che Guevara, inmortal símbolo de la izquierda revolucionaria en América Latina. En el colmo de la provocación, el 8 de noviembre de 2007 el comandante del Secretariado de las FARC Luciano Marín Arango, más conocido como Iván Márquez, apareció al lado de Hugo Chávez en el palco presidencial del palacio de Miraflores. Iván Márquez, responsable del Bloque Noroeste y Bloque Caribe de las FARC, teóricamente había aparecido en Caracas «de forma misteriosa», decía Chávez con descarada ironía, durante el proceso de negociación de la liberación de los secuestrados.
La presencia de guerrilleros de las FARC en Caracas y el diálogo de Hugo Chávez con la guerrilla colombiana son motivo de escarnio y escándalo mediático una y otra vez. Es lógico que mis compañeros europeos o norteamericanos o yo mismo podamos considerar ese diálogo como una complicidad terrorista, porque desconocemos que la presencia de las FARC, como de la ETA, en Caracas es muy anterior a Hugo Chávez. Puesto que lo que no suelen contar los detractores de Chávez es que la primera visita de Iván Márquez, junto con toda la cúpula de las FARC y el ELN a Miraflores, se produjo en 1991 cuando Carlos Andrés Pérez presidía la nación. A mediados de ese año, los guerrilleros acudieron a la embajada venezolana en Bogotá para solicitar al gobierno venezolano que Caracas acogiese las primeras conversaciones de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (no confundir con la actual CSB), que unía a miembros de diferentes grupos armados, como FARC, ELN, ELP, etcétera. Y en junio de ese año Iván Márquez, Miguel Suárez, Andrés
Ariel
París, Pablo Catatumbo, Alfonso Cano y su esposa Lucía Ramírez y otros guerrilleros de las FARC acudieron junto con Francisco Galán, Lucía González y otros miembros del ELN a Caracas. Y permanecieron en Venezuela durante varios meses, acogidos por el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Alojados primero en el hotel President y en las residencias Anauco Hilton después, se movieron libremente por Venezuela, como lo hacían desde tres años antes varios miembros de ETA...
Hasta quince dirigentes de la guerrilla colombiana salieron de sus campamentos clandestinos en la selva para acudir a Caracas. Sus pasaportes fueron visados directamente en la cancillería, para no revelar su presencia en Venezuela a las autoridades colombianas. Y Carlos Andrés Pérez también recibió en Miraflores a Alfonso Cano, actual comandante en jefe de las FARC. Existe una fotografía histórica, en la que aparecen los líderes de las FARC y el ELN reunidos en Caracas, ante la fachada del Instituto de Ideas Avanzadas de Sartenejas, en Baruta, donde celebraban sus reuniones, que deberían conocer todos los que denuncian la connivencia del gobierno de Venezuela con las FARC. Porque esa connivencia es real. Tan real como la que dicho gobierno ha tenido con la ETA española. Solo que en ambos casos es muy anterior a Chávez...
En enero de 2008, solo treinta y nueve días antes de la muerte de Raúl Reyes, Hugo Chávez había comparecido en la Asamblea Nacional, y durante su discurso trató frontalmente el tema de Colombia y las guerrillas. Recordemos que para entonces ya se habían frustrado varios intentos de recoger a los secuestrados liberados por las FARC en algún punto de la selva, al interferir las tropas colombianas, que querían aprovechar la entrega para ubicar a los guerrilleros. Y en esas semanas de negociaciones entre Venezuela y las FARC y en ese contexto, el 11 de enero Chávez dijo: «... y en ese esfuerzo, por supuesto, debemos seguir trabajando en distintos niveles con el gobierno de Colombia. Debemos seguir trabajando en distintos niveles con las FARC, con el ELN de Colombia. Nadie se moleste por ello, es imprescindible hacerlo. ¿Quién puede pensar en la posibilidad de algún acuerdo de paz si no hay contacto entre las partes enfrentadas? Lo digo aunque alguien pueda molestarse: las FARC y el ELN no son ningunos cuerpos terroristas, son ejércitos, verdaderos ejércitos. Son verdaderos ejércitos que ocupan espacio en Colombia y como tales hay que darles reconocimiento. Las FARC y el ELN de Colombia son fuerzas insurgentes que tienen un proyecto político, que tienen un proyecto bolivariano que aquí es respetado. Solicito a los gobiernos del continente que retiren a las FARC y al ELN de la lista de grupos terroristas del mundo, porque esa denominación tiene una sola causa: la presión de los Estados Unidos». Y después añadía: «Entonces yo, señor presidente de Colombia, quisiera retomar con usted el diálogo, pero en un nuevo nivel, le pido que comencemos reconociendo a las FARC y al ELN como fuerzas insurgentes de Colombia y no como grupos terroristas, y así lo pido a los gobiernos de este continente y del mundo...».
Esta es la cita completa, de la que muchos medios internacionales extractaron solo la reivindicación de las FARC y el ELN como movimientos insurgentes, descontextualizándola del momento de negociación por la liberación de los rehenes en que fue pronunciada.
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Incluso el ministro Rodríguez Chacín, en el momento de recoger a Clara Rojas y a Consuelo González, comete la torpeza de dirigirse con total naturalidad a los guerrilleros de las FARC, olvidando —o quizás no— que una cámara de Telesur estaba emitiendo el histórico momento en directo. Y cuando las rehenes de las FARC suben al helicóptero, Rodríguez Chacín dice, dirigiéndose a los guerrilleros:
—Eh... en nombre del presidente Chávez... estamos muy pendientes de su lucha. Mantengan ese espíritu, mantengan esa fuerza y cuenten con nosotros.
—Bien... Para servirles —responden los guerrilleros.
A lo que Chacín replica:
—Cuídense, camaradas.
En realidad es una conversación bastante comprensible en esas circunstancias especiales. Pero es un ministro de Chávez quien pronunció aquellas palabras. Así que también es comprensible que la oposición y los medios antichavistas utilizasen esa conversación políticamente para denunciar que los ministros del gobierno llamaban «camaradas» a los terroristas colombianos.
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Aunque todos esos críticos se olvidaban de mencionar la estancia de la cúpula de las FARC y el ELN en Caracas, acogida por Carlos Andrés Pérez, dieciocho años antes.
No, lo cierto es que la simpatía por las FARC del gobierno y de la misma mayoría del pueblo venezolano que vota a Chávez es antigua y evidente. Por ello no era extraño que, en esos primeros días de marzo de 2008, yo pudiese asistir a actos por todo Caracas convocados en honor a Raúl Reyes. Mientras, los chavistas más acérrimos aplaudían con entusiasmo cada nuevo ataque verbal de Chávez hacia Uribe: mafioso, narcogobernante, mentiroso, lacayo de Bush...
Pero todo cambió el 7 de marzo, cuando Rafael Correa, Álvaro Uribe y Hugo Chávez se vieron las caras personalmente en República Dominicana, durante la
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Cumbre del Grupo de Río. Mis camaradas bolivarianos y yo seguíamos el encuentro por televisión, convencidos de que, de un momento a otro, nuestro presidente Hugo Chávez arremetería contra Uribe, repitiéndole a la cara todas las cosas que llevaba una semana manteniendo en los medios de comunicación internacionales. Pero ante nuestro asombro e incredulidad, después de que el presidente colombiano volviese a disculparse por el ataque en territorio ecuatoriano y ofreciese un abrazo a Hugo Chávez, este lo aceptó sin replicar.
Nos quedamos estupefactos. No dábamos crédito. Aquel apretón de manos, aquella sonrisa cordial entre Chávez y Uribe hundió a algunos de mis amigos revolucionarios, que no podían entenderlo. Una de mis más queridas camaradas, revolucionaria y chavista hasta las cejas, no pudo disimular una lágrima que se deslizó por su mejilla. Aunque lloró en silencio, sin querer contagiar a nadie más su incomprensión. Se limitó a decirme, en un susurro:
—Lo hace por alguna buena razón, él tiene más información que nosotros...
Pero la fe de mi camarada era mucho más sólida que la de otros tupamaros, que encajaron aquel abrazo como un golpe directo a la mandíbula. Correa, en mi humilde opinión mucho más consecuente en su actitud, fulminó a Uribe con una feroz mirada, mientras aclaraba que le daba la mano como presidente, por el bien de sus pueblos, pero que como hombre no podía permitir aquel ultraje.
La crisis entre Venezuela y Colombia, sin embargo, continuó a medida que se filtraban a la prensa fragmentos de la información supuestamente encontrada en los ordenadores de Raúl Reyes, y que vinculaba a Chávez con las FARC mucho más allá de la mera negociación por la liberación de los rehenes. Cosa que, por otro lado, tampoco escandalizaba a ninguno de mis camaradas:
—Ahora los de Globovisión dicen que según el
laptop
de Reyes, Chávez le dio 300 millones a las FARC... ¡Carajo, teníamos que haberles dado 3000!
Las supervivientes al bombardeo del campamento, tratadas de urgencia en un hospital de Quito, serían posteriormente trasladadas a Nicaragua bajo la protección de Daniel Ortega, escapando así de la justicia colombiana. Las tres, sobre todo Lucía Morett, terminarían por convertirse en símbolos vivientes para la izquierda revolucionaria latinoamericana. Todavía lo son. Pero yo esperaba con ansiedad el regreso de Paúl del Río a Caracas porque a él, como a muchos de los asistentes al II Congreso de la CCB, la noticia del ataque al campamento de las FARC le había sorprendido en Quito y había decidido quedarse unos días más para esperar novedades. Además, no olvidemos que todos suponíamos que algunos guerrilleros supervivientes se encontraban todavía perdidos en la selva, intentando salir del país.
En cuanto pisó suelo venezolano, aceptó que grabase con él una entrevista, que me había negado antes de producirse aquellos acontecimientos. En aquel momento era tal el furor informativo y la tensión mediática que Del Río se sentía menos receloso, y aceptó.
Acordamos realizar la entrevista en el Cuartel San Carlos Libre, aprovechando los preparativos para el cine fórum sobre Ilich Ramírez. Por esa razón, Vladimir Ramírez y algún otro compañero del comité se unieron a la entrevista durante la grabación de la misma.
A pesar de sus sesenta y cinco años de edad, y de su probada y reconocida sensibilidad artística, Paúl del Río mantiene la mirada fría y la actitud enérgica del guerrillero que secuestró, años atrás, al futbolista más famoso del mundo. De hecho, cuando el club blanco patrocinó el documental
Real, la película
, sobre la historia del club blanco, su director Borja Manso tuvo que escoger cinco historias que resumiesen los momentos más importantes del club merengue, para reconstruirlas en el documental. Y el secuestro de Alfredo Di Stéfano fue uno de esos capítulos. El actor Manuel Escolano se encargó de interpretar el papel del histórico guerrillero venezolano en el film. Y el mismísimo Paúl del Río fue invitado a la premier de la película en Madrid, en agosto de 2005. Rastreando la hemeroteca me encontré con algunas fotografías de la presentación del documental, en las que Paúl del Río posa haciendo un gesto que no llamó la atención de ningún periodista español, pero que es el mismo con el que yo he posado y fotografiado a muchos guerrilleros latinos; un saludo tupamaro, imitando con las manos la forma de una pistola... ¡plomo!
Ante el objetivo de mi cámara, Paúl del Río fue quien primero me narró los pormenores del II Congreso de la CCB que, según él, habían vigilado muy de cerca diferentes servicios de información: «Ahí estaba la seguridad ecuatoriana, que no trabaja para Correa, estaba la seguridad colombiana, estaba la CIA, los israelitas, los paracos... tomando fotos, grabando, y haciendo seguimiento. Así que no se fíen, porque esa... supongo, a lo mejor no te pican con la máquina esa [la motosierra], sino que te dan un tiro...».
—¿Cómo empezaste en la lucha armada?
—La lucha no la inventé yo, yo fui arrastrado. A la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, el pueblo venezolano tenía una expectativa muy grande por la democracia, las libertades... pero todos esos sueños fueron traicionados por Acción Democrática y por Rómulo Betancourt, que lejos de abrirse a la democracia terminó de entregarles el país a los Estados Unidos y empezó a reprimir las manifestaciones, los reclamos del pueblo, que se sentía traicionado. Sus primeros años de gobierno fueron tan represivos y tan salvajes que hicieron olvidar rápidamente la dictadura de Pérez Jiménez. Y en el año 59, a raíz del triunfo de la revolución cubana, que para nosotros fue un gran aliento, empezamos a pensar que de alguna manera teníamos que responder a las agresiones de la policía política y del régimen de Betancourt, y comenzamos a organizarnos en aparatos armados clandestinos.