El Palestino (76 page)

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Authors: Antonio Salas

Finalmente, y pese a esa tensión existente entre Colombia y Venezuela desde la muerte de Reyes, el domingo 16 de marzo se celebró el Concierto por la Paz, impulsado por el cantante Juanes en la frontera de Colombia y Venezuela.

Mis paisanos Alejandro Sanz y Miguel Bosé, el venezolano Ricardo Montaner, el dominicano Juan Luis Guerra, el ecuatoriano Juan Fernando Velasco y los colombianos Carlos Vives y el mismo Juanes unieron sus voces en el escenario improvisado en el Puente Internacional Simón Bolívar, en el paso fronterizo colombovenezolano de Cucutá. Los mexicanos Maná prefirieron declinar la invitación de Juanes. La también colombiana Shakira, sin embargo, envió un mensaje excusando su asistencia pero apoyando el espíritu del evento.

Como bien dijo Alejandro Sanz desde el escenario, aquel concierto era histórico. Un intento de suavizar la crispación política entre tres países, a través de la música. Un llamamiento a todos los jóvenes de Venezuela, Ecuador y Colombia para que no prestasen atención a ningún llamamiento a la violencia. Juanes lo expresó muy claramente al inicio del concierto: «Estamos en la frontera de dos países hermanos que días atrás experimentó una crisis. Pero vinimos a reafirmar nuestro deseo de paz. Colombia jamás tendrá paz si no la tienen Venezuela y Ecuador».

Sin embargo, pese a una intención tan noble y a haber pedido a Uribe que no asistiese al concierto (que al fin y al cabo se celebraba técnicamente en suelo colombiano), debido a que este había prohibido la participación de Chávez y Correa, mis camaradas bolivarianos veían con desprecio aquel evento por la paz. Y no solo porque tiempo atrás tanto Alejandro Sanz como Miguel Bosé hubiesen sido declarados personas no gratas en Venezuela, a causa de sus escarceos con la oposición antichavista que es quien controla los grandes medios, sino porque la acomodada familia de Juanes en su Medellín natal, según mis camaradas, pertenecía a la oligarquía colombiana afín a Álvaro Uribe. Y cualquier afinidad con Uribe en aquellos días se consideraba un enfrentamiento a Chávez.

Más de cien mil personas acudieron a aquel llamamiento musical a la paz que durante cuatro horas sustituyó las consignas políticas por notas musicales. Y, aunque naturalmente no podía manifestarlo en voz alta, yo me sentí muy orgulloso de mis compatriotas Bosé y Sanz, y de vivir aquel acontecimiento histórico que Globovisión, quién si no, emitía en directo para toda Venezuela.

Estaba viendo el concierto con algunos camaradas bolivarianos cuando, de nuevo, la providencia se propuso poner a prueba mis nervios. Ocurrió justo cuando Alejandro Sanz estaba en el escenario intentando, como todos los participantes en el evento que después se repetiría en Cuba, que la tensión entre guerrilleros, paramilitares, terroristas y los ejércitos de tres países no explotase. Entre una canción y otra, el cantautor español transmitía un mensaje al público: «El mensaje es claro, no queremos guerras, no queremos guerras entre nuestros pueblos. Y ustedes son la garantía...», cuando de pronto se forma un pequeño tumulto en el escenario. Y uno de mis camaradas pronunció una frase que a mí me dejó literalmente petrificado:

—Ya está aquí Salas otra vez... Donde no se infiltre este pana, no se cuela nadie...

Me quedé quieto. Inmóvil. Sin poder reaccionar. Lo que mi camarada acababa de decir parecía dirigido a mí, como si los Tupamaros hubiesen descubierto mi identidad real desde el principio y hubiesen decidido desenmascararme en ese momento. Y no pude ni responder para justificar o excusar mi infiltración en Venezuela, ni mis intenciones en esta investigación. Me sentí tan indefenso como cuando me colé con una cámara oculta en el despacho de José Luis Roberto, líder del partido ultraderechista España2000 y cofundador de la federación de burdeles de España, y empezó a hablarme del maldito Antonio Salas, que se les había colado en el movimiento nazi para escribir
Diario de un skin
...
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O como cuando el recepcionista del hotel Intercontinental de Madrid me dijo que la habitación del coronel Bravo estaba a nombre de Antonio Salas. O como cuando, en la marcha chavista previa a las elecciones de 2006, aquel vasco se puso a hablarle a mis camaradas bolivarianos del periodista español Antonio Salas... Y esta vez no estaba en mi país. Estaba solo, y en otro continente. ¿Adónde iba a huir? Si los Tupamaros realmente habían descubierto mi identidad real, no existiría un lugar en todo Caracas donde pudiese esconderme...

Estaba tan impresionado por la frase que acababa de pronunciar mi camarada, que no presté atención a los gritos del tipo que acababa de subirse al escenario para arrebatar el micrófono a Alejandro Sanz y gritar al público: «Venezuela, Hugo Chávez, Alejandro Sanz... es la esperanza...». Simplemente apreté los puños y me quedé esperando alguna reacción de los camaradas bolivarianos, con todos los músculos en tensión... ¿Sacaría alguno un arma? ¿Estarían observando mis movimientos? ¿Cómo reaccionaría Alí Bey en un momento así? ¿Qué era lo más correcto en esa circunstancia, intentar huir a la carrera o hacerles frente? Y, sobre todo, ¿cómo habían podido averiguar que yo era Antonio Salas y que era un infiltrado? ¿O acaso solo lo sospechaban y aguardaban a mi próximo movimiento? Mi cuerpo estaba paralizado pero mi cerebro se había disparado intentando analizar todas las opciones para buscar la reacción más apropiada... Apenas transcurrieron unos segundos, que me parecieron interminables, antes de que mi camarada se girase directamente hacia mí para darme la puntilla:

—Palestino, ¿tú conoces a Salas? Ese pana es increíble, puede colarse en cualquier lugar y armarte un peo sin que te des cuenta...

No me lo podía creer, me habían descubierto y encima, sádicamente, estaban jugando conmigo. Por fortuna, la angustia duró solo unos instantes:

—¿No me oíste, Palestino? Que si conoces a Juan Salas.

—¿Juan Salas? ¿Cómo que Juan Salas? —pregunté desconcertado.

—Coño, pana, Juan Salas, claro, no lo ves... Este carajito es capaz de burlar la seguridad de cualquier evento para llamar la atención...

Para entonces la seguridad del concierto ya había rodeado a Alejandro Sanz y al tal Salas, que fue inmovilizado y conducido fuera del escenario. El tipo en cuestión, cuyo nombre real es Juan Bautista Sales Sierra, era un alborotador muy conocido en Venezuela, que se había hecho famoso infiltrándose en grandes eventos multitudinarios y burlando la seguridad de los mismos, para disfrutar de unos segundos de gloria.

El 4 de febrero de 2007, en plena celebración del 4-F, Juan Salas consiguió burlar la seguridad del presidente de Venezuela y llegar hasta el mismo palco desde el que Hugo Chávez estaba dando su discurso, emitido en directo por televisión. Las cámaras de VTV recogieron el momento en que Salas se asoma por detrás de Chávez, un segundo antes de que sus escoltas se abalanzasen sobre él.
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El mismísimo general Raúl Isaías Baduel, que en ese momento todavía era ministro de Defensa, es uno de los que interceptan a Salas, mientras Chávez continúa su discurso.

El 13 de septiembre de 2007, Salas se coló en el festival de Miss Venezuela, saltando al escenario en el instante en que era designada la triunfadora del concurso y arrebatándole la corona ante los ojos del público que atestaba el Poliedro de Caracas. Inmediatamente fue interceptado e inmovilizado por la seguridad del certamen.
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Ya en 2002, en ese mismo certamen, y con solo doce años, había conseguido llegar hasta Enrique Iglesias y colgarse de sus pantalones...

El 19 de febrero de 2008, Salas saltó al campo de juego durante el partido UA Maracaibo-Boca Juniors de la Copa América, y abrazó a Riquelme, quien lo escoltó hasta que fue detenido por la policía.
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Alejandro Sanz respiró aliviado cuando la seguridad del Concierto por la Paz se llevó al exaltado que había irrumpido en el escenario, pero yo respiré mucho más aliviado que Sanz, al saber que la alusión al infiltrado Salas era solo una coincidencia... Otra más.

Dos amigos del Chacal: Luis Enrique Acuña y el Viejo Bravo

Por fin, al día siguiente se celebró el primer cine fórum sobre Carlos el Chacal en Caracas, anunciado durante días en todos los medios internacionales afines a la izquierda más radical.
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Una actividad organizada por el Foro Itinerante de Participación Popular de Hindu Anderi, y nuestro Comité por la Repatriación de Ilich Ramírez. Primero se proyectó el documental sobre Ilich que Al Jazeera había emitido el sábado 10 de febrero del año anterior y, tras su proyección, una conferencia de Vladimir Ramírez donde insistió en presentar a su hermano como un héroe idealista y revolucionario, que había dedicado su vida a luchar por los más desfavorecidos. Algo que la audiencia estaba predispuesta a creer (especialmente algunos palestinos presentes en la sala, que tuve la oportunidad de conocer esa tarde). Pero lo más interesante llegó en el turno de preguntas.

De repente, en el fondo de la sala se puso en pie un hombre de aspecto robusto, pelo rizado y unos cincuenta y cinco años de edad, para hacer una defensa de Carlos el Chacal aún más entusiasta que la de su propio hermano pequeño. Decía haber conocido a Ilich en París, en la época del crimen de la rue Toullier. Yo llevaba varios años intentando encontrar amigos o compañeros de Ilich Ramírez en Venezuela, y ahora, gracias a la estrategia del cine fórum, eran ellos los que llegaban a mí.
Allahu akbar
.

Luis Enrique Acuña, también colombiano, aseguraba haber entablado amistad con el Chacal durante su estancia en París a través de Amparo Silva, una de las amantes de Carlos en la Europa de los setenta. Por supuesto, no dejé pasar la oportunidad para presentarme a Acuña, conseguir su número de teléfono y establecer una cita posterior para poder entrevistarle en profundidad. Acuña estaba entusiasmado. «Por favor, hacedle saber a Carlos que acá y en Colombia todos nos acordamos de él y apoyamos su lucha...»

—Luis, ¿cómo conociste a Comandante Carlos?

—En el año 1971, por intermedio de una gran amiga mía en París, y su hermana Cecilia y Guillermo, otro amigo, que conformaban una familia de colombianos, ahí conocí a Carlos, en el Quartier Latin, en un bar-restaurante donde tocaban música de Colombia... En ese lugar se encontraba Carlos con su novia, mi amiga Amparo Silva Masmela, de Onda Colombia.

—¿Cómo recuerdas a Carlos en ese época?

—A mí me impactó mucho la amistad de él, porque era un joven de un gran carisma y muy inquieto. Y lleno de mucho conocimiento, de gran nivel intelectual. Hablaba varios idiomas.

—¿Y cómo fue de intensa vuestra relación?

—Sí, una gran amistad, al extremo de que Amparo no me dejaba que me fuera a donde yo vivía, fuera de París, sino que me fuera con ellos a pernoctar a su apartamento.

—¿Cuánto tiempo estuviste viviendo con ellos?

—Unos dos meses. Yo estaba estudiando Economía Política en la Universidad de París.

—¿De qué hablaban?

—Él era una persona muy amena, muy intelectual. Y, por cierto, también tomábamos nuestro wiskecito en un carrito Volkswagen que yo tenía. Nos sentábamos a dialogar de Sudamérica, y por cierto él no me decía su nombre de Carlos, el me decía otro nombre, y decía que era peruano. Por supuesto él era muy reservado, pero Amparo Silva sí me comentó que él estaba estudiando en la Universidad Patricio Lumumba, en Moscú... Él era muy intuitivo, y sufría mucho por los países latinoamericanos, que pasábamos tantas necesidades y atropellos por los gobiernos imperialistas de antaño. Y él decía que su causa y su estudio radicaban en eso, en ciencias políticas, y que trabajaba con piedras preciosas.

—¿Y cuando se produjo el tiroteo en el apartamento de la rue Toullier...?

—Yo me enteré de eso por la prensa. Yo estaba en España entonces...

Luis Acuña hablaba del terrorista más peligroso del mundo con la admiración de un adolescente. En su particular visión de Ilich Ramírez, no existían atentados terroristas, sino «operaciones revolucionarias»; no existían víctimas inocentes, sino daños colaterales. Y en su obscenamente simplista percepción, aquel internacionalista venezolano, políglota y temerario, «parece un Francisco de Miranda moderno...».

El 28 de febrero mi colega Pedro Estrada, periodista de la revista española
FHM
, escribía a Muhammad Abdallah a través de la página web de Ilich Ramírez, para solicitarme información sobre Carlos el Chacal. Al parecer, mi compañero pretendía redactar un reportaje sobre el legendario terrorista, e hizo lo que se supone ha de hacer un reportero serio: contrastar la información. Y, para Estrada, como para John Lee Anderson y tantos otros periodistas internacionales, la persona más cercana a Ilich Ramírez era yo. No pude acceder a un cibercafé seguro hasta el 4 de marzo, fecha en la que leí su e-mail y lo respondí enviándole la información que me pedía. Y mientras lo hacía no podía dejar de sonreír. Porque
FHM
no solo era una de las revistas que primero me había dedicado un reportaje, tras la publicación de mis libros, sino que volvería a publicar mi entrevista, bajo un inmerecido titular que me resisto a reproducir, tras mi participación en el juicio contra Hammerskin-España. Intercambiamos algunos e-mails, e incluso me permití invitar a mi colega al cine fórum sobre Ilich Ramírez que estábamos preparando en Caracas. Evidentemente, Pedro Estrada no podía imaginar, al escribirse con Muhammad Abdallah, que en realidad se estaba escribiendo con el mismo Antonio Salas al que habían entrevistado anteriormente en
FHM
.
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Confío en que sepa disculpar mi silencio, y que no haya aclarado esta situación hasta ahora.

Al primer cine fórum, que tuvo lugar en Torre Banorient, en la plaza Venezuela, debería haber seguido una segunda sesión celebrada el 18 de marzo en el Cuartel San Carlos, que fue a la que invité a mi compañero Pedro Estrada, de
FHM
. Pero, cuando ya estábamos todos reunidos para iniciar la proyección, alguien recordó que era importante contar con un proyector de vídeo cuando lo que se intenta es proyectar una película. Un detalle que había pasado por alto la organización del Cuartel San Carlos... Así que nos dedicamos a celebrar el cine fórum sin proyección de cine.

Ante la enésima prueba de irresponsabilidad e ineptitud de mis camaradas bolivarianos, decidí irme con el Viejo Bravo a cenar algo. El coronel del ejército venezolano había acudido al San Carlos para asistir al cine fórum, pero se había quedado con las ganas. Así que me invitó a cenar.

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