El Palestino (77 page)

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Authors: Antonio Salas

Bravo, sus dos escoltas y yo nos acomodamos en una terracita del centro. Los guardaespaldas se sentaron en otra mesa, y pude percibir que al menos uno de ellos llevaba un arma bajo la camiseta. Hasta ese día no sabía que era posible esconder un arma bajo una simple camiseta.

Esa cena fue una sucesión de revelaciones, a cual más extraordinaria. El coronel es un hombre pequeño y enjuto. Muy discreto, casi invisible. A diferencia de su socio Issan, el de Hizbullah, nadie imaginaría a Bravo comandando unidades tácticas operativas. A pesar de que nos conocíamos desde mi primer viaje a Venezuela año y medio antes, y de nuestros numerosos encuentros tanto en Caracas como en Madrid, hasta esa noche nunca se había abierto tanto.

Y bajo aquel cielo caraqueño, el viejo coronel me aseguró que él también había conocido a Ilich Ramírez. Lo describió como un hombre alto, fuerte y elegante. Hablaba de él con afecto. Me aseguró que Issan, su socio, también había conocido a Ilich en Palestina, durante los años de lucha armada contra Israel.

Mientras compartíamos unas arepas, Bravo me confesó que había participado en el golpe de Estado —
versus
alzamiento popular— del 4 de febrero. El coronel era uno de los militares venezolanos que apoyó a Chávez en su primer intento de acceder al poder a través de las armas. Según Bravo, durante los combates en que los insurgentes de Chávez intentaban llegar a Miraflores, su unidad se encontró con un soldado leal al gobierno de Carlos Andrés Pérez, que con los nervios se había pegado un tiro a sí mismo en una pierna.

—Yo le pregunté a mi superior qué hacíamos con aquel tipo. No teníamos hospital ni médicos, ni tampoco teníamos la intención de hacer prisioneros. Y me dijeron que se le diera plomo, porque no podíamos llevarlo... y plomo le dimos...

El Viejo Bravo acababa de confesarme con toda serenidad cómo habían ejecutado, sumariamente, a un soldado enemigo herido. Y mientras me hacía esa confesión, y esto es lo que más me desconcertó, se dio cuenta de que había un indigente que miraba desde la calle cómo los clientes del restaurante estábamos cenando cómodamente. Bravo se levantó sin decir nada, se acercó al camarero y le compró un bocadillo y un botellín de agua para el mendigo. Como si fuese una rutina, el tipo que acababa de confesarme un asesinato le dio de comer al hambriento indigente y después continuó relatándome algunas anécdotas increíbles.

Y probablemente la que más me impresionó fue su peripecia con uno de los grupos armados bolivarianos. Según me dijo, un día lo reclamaron para encargarle un «trabajito».

—Me recogieron en mi casa, me metieron en un carrito y me llevaron fuera, hacia El Hatillo, porque el patrón quería proponerme dos posibles encargos. Al llegar allá me dijeron que tenían dos trabajos para mí, uno de 20 millones y otro de 30, y que yo decidiese cuál quería. Yo les dije que el de 20... Era matar al Chino... Chinito tiene que andar mosca, porque hay mucha gente que no lo quiere bien...

Yo no daba crédito. ¿En qué clase de mundo vivía esta gente? Bravo me estaba confesando que habían intentado contratarlo como sicario, por 20 millones de bolívares (unos 5700 euros), para que matase a su propio ahijado, mi camarada el Chino. Me costaba mucho trabajo poder creer estas cosas. Al menos, hasta que comenzaron a matar a otros camaradas tupamaros a mi alrededor. Entonces me empezaría a plantear que quizás Bravo no exageraba en sus anécdotas.

Como no exageraba al decirme que, por su cargo militar y su dilatada experiencia en la lucha armada, conocía todas las miserias de «los intocables» del chavismo; como Danilo Anderson, Nicolás Maduro o Juan Barreto. Doy fe de que en aquella conversación que mantuvimos en marzo de 2008 me adelantó muchos de los escándalos en los que se vería envuelto Juan Barreto, alcalde metropolitano de Caracas y principal valedor de los grupos bolivarianos en las instituciones oficiales, un año después. Cuando fuese acusado formalmente de corrupción, siendo apartado del PSUV y de toda la vida pública y política.

Bravo e Issan, el ex oficial de inteligencia de Hizbullah, no solo eran camaradas de armas, amigos y compañeros, también eran socios. Tenían una empresa de instalación de estructuras subterráneas, con ambiciosas expectativas comerciales en América y Oriente Medio. Por esa razón solían comer juntos en un restaurante árabe cercano a la plaza de Bolívar. Y allí comí con ellos en varias ocasiones. Solo después de muchas reuniones y pasado casi un año y medio de nuestro primer encuentro, Issan me confesó su relación con Hizbullah, su relación en el pasado con Ilich Ramírez y su amistad personal con Hassan Nasrallah y también con Leyla Khaled, la terrorista palestina más famosa de la historia, y la primera mujer que secuestró un avión. Según él, Khaled vivía en Beirut y, «si un día coincidimos tú y yo en Beirut, te prometo presentártela, y al jeque Nasrallah también...».

Nunca me permitió que nos hiciésemos una foto juntos. Afirmaba que el MOSSAD tenía puesto precio a su cabeza y no quería que los israelíes pudiesen localizar su paradero. Según me contó, nunca en detalle, durante años había trabajado como jefe de inteligencia de Hizbullah desarrollando misiones en Norteamérica y Sudamérica. Y afirmaba haber vivido dieciocho años en Nueva York. También me confirmó la historia de que le detuvieron en Portugal años atrás, y que habían sido Bravo y sus hombres quienes habían conseguido su liberación mediante un intercambio de rehenes, que yo no tengo forma de contrastar. De ahí su agradecimiento y su lealtad al coronel.

La fundación del PSUV

El 9 de marzo de 2008 se iniciaba el proceso electoral que llevaría a la fundación del actual Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), heredero del Movimiento Quinta República fundado por Hugo Chávez, y yo viviría ese acontecimiento histórico en primera persona. Ese domingo, los 2 450 377 integrantes de las patrullas del MVR debían escoger a los 772 delegados que participarían el noviembre siguiente en el I Congreso del PSUV, y Vladimir Ramírez Sánchez era candidato.

Resulta difícil para un extranjero comprender los mecanismos políticos que generaron la junta directiva del PSUV. El sistema bolivariano pretendía ser el más democrático de todos, una democracia participativa en la que el pueblo estuviese representado activamente. Cada «batallón», compuesto por entre cien y trescientas personas, incluía un vocero, un suplente y cinco comisionados de propaganda, política e ideología, organización y logística, trabajo social y defensa territorial. Todos elegidos por los votos de la asamblea.

Los «batallones» de cada parroquia o sector (entre cinco y diez por parroquia) se agrupaban en circunscripciones. Por ejemplo, en el caso del sector de Club Hípico eran doce batallones, que unidos a los de Prado del Este, etcétera, formaban la Circunscripción 120. Cada municipio agrupaba a un número determinado de parroquias, y cada estado a un número determinado de municipios. Vladimir Ramírez Sánchez era el vocero principal de su batallón, delegado de su circunscripción y comisionado de estrategia comunicacional del estado Miranda. Y doy fe de que se sudó la camiseta en cada uno de sus cargos. A pesar de que la oposición y los analistas de contraterrorismo intentan atribuir a Hugo Chávez un trato de favor para con Ilich Ramírez y su familia, yo, que viví en persona los primeros pasos de Vladimir en el PSUV, no vi ningún atisbo de favoritismo por parte del gobierno bolivariano, en una carrera que comenzó precisamente ese domingo.

Aquel día se ponía en marcha la tercera y última fase para la formación del PSUV, que pretendía aglutinar en una única fuerza política a toda la izquierda revolucionaria venezolana. Y la inmensa mayoría de los partidos políticos bolivarianos, desde Unidad Popular Venezolana (UPV) de Lina Ron, al Movimiento Tupamaro de Venezuela (MTV) de José Pinto, pasando por la Liga Socialista o el Movimiento por la Democracia Directa, se integraron en un único partido socialista venezolano, bajo el liderazgo de Hugo Chávez. Sin embargo, algunos, como el PCV de Jerónimo Carrera o el Tercer Camino del indomable Douglas Bravo, declinaron la invitación y mantuvieron su independencia del PSUV.

Y ese 9 de marzo, además, se elegían las autoridades transitorias del PSUV entre 200 candidatos que habían sido depurados por Chávez a una lista de 69, entre los que los electores deberían escoger a 15. Y reconozco que me sorprendió que en un ambiente de tan aparente libertad democrática, en uno de los países donde se celebran más elecciones populares para casi todo, Chávez fuese quien redactase una lista cerrada con los 69 candidatos posibles. Sobre todo cuando, además, señaló con energía a una decena de nombres como «dirigentes naturales» que debían permanecer en la dirección del partido; como Diosdado Cabello, Jessy Chacón o su propio hermano mayor Adán Chávez. Todos ellos, apoyos importantes del presidente en sus años de revolución bolivariana, y por ello de comprensible permanencia en el PSUV. «Son de los pocos que no le han traicionado, y el Presidente necesita alguien cerca en quien poder confiar», me aseguraba una amiga bolivarianita.

Sin embargo, lo que no hizo mucha gracia a algunos de mis camaradas, pese a ser chavistas incondicionales, es que el presidente incluyese en esa lista algunos nombres de los más conocidos de VTV, como Aristóbulo Istúriz, Vanessa Davies o Mario Silva, con evidente proyección mediática en el país pero menos preparación, trayectoria y experiencia política que otros muchos miembros del PSUV. Yo, desde mi ignorancia, interpreté esa «jugada» de Chávez como el tardío pero necesario reconocimiento del factor mediático, en el que llevaba años perdiendo la batalla contra la oposición. La segunda «jugada», en ese sentido, sería el Encuentro Latinoamericano contra el Terrorismo Mediático, que se celebraría en Caracas a finales de ese mes, para contrarrestar la reunión semestral de la Sociedad Interamericana de la Prensa (SIP), de evidente afinidad con la oposición, y que precisamente celebraría dicha reunión en la capital venezolana en esas mismas fechas. La verdad es que a mí me resultaba fascinante poder vivir, desde dentro, todos esos acontecimientos históricos. Y esa feroz lucha política sin cuartel...

Como fotógrafo oficial y responsable de imagen del Comité por la Repatriación de Ilich Ramírez, Vladimir me pidió que le acompañase al centro de votación de El Hatillo, la mesa electoral de su circunscripción, para filmar y fotografiar su ejercicio del voto en compañía de su esposa Carla. Hacía solo una semana que su hijo Carlos Mauricio, el periodista deportivo, acababa de cumplir años. Y cuatro días después los cumplía Aurora Beatriz, su hermosa hija. Sobrino y sobrina respectivos de Carlos el Chacal, a los que también tuve la suerte de conocer. De hecho, conforme pasaban las semanas, cada vez conocía a más familia y amigos del Chacal, lo que me permitía tener más elementos de juicio sobre la vida y personalidad del terrorista más peligroso del mundo.

En el centro de votación, Vladimir saludaba a todo el mundo. Era evidente que se trataba de un personaje conocido y querido en su comunidad, y no resulta extraño. Vladimir es un hombre extremadamente amable y cordial, y un político accesible y cercano, como la mayoría de los políticos bolivarianos. Muy distintos a los políticos europeos o americanos, y a años luz de los africanos o asiáticos. Al menos mientras no descubren la erótica del poder.

Creo que después de tantos meses en Venezuela, en diferentes viajes a lo largo de los últimos años, llegué a ganarme a pulso la confianza de Vladimir. De hecho, no tenía reparo en hacerme muchas confidencias, tanto profesionales como personales, y no solo referentes a su hermano —confidencias que, como tales, respetaré—. Es evidente que me encontraba en una posición privilegiada. Estaba en disposición de conocer informaciones inéditas en todas las biografías existentes sobre el Chacal, como la triste historia de Orel, su desconocida hermana; pero también todas las mentiras, exageraciones e invenciones que han nutrido durante décadas dichas biografías. Aunque lo mejor estaba por llegar.

Elba Sánchez y el cofre del tesoro

Mi supuesta relación con Al Jazeera y con los medios árabe-venezolanos había llegado hasta la celda de máxima seguridad de Ilich Ramírez en París. Le habían enviado los periódicos con mis reportajes, y supongo que nuestra breve conversación telefónica en diciembre de 2006 había terminado de disipar sus dudas. Y, si alguna quedase, mi trabajo constante e intenso como responsable de su página web en Internet las eliminó todas. Llevaba exactamente un año dedicando muchísimas horas y muchísimo esfuerzo a mantener su
website
oficial en la red, y todo aquel esfuerzo —tantas noches sin dormir plantado ante el ordenador, rodeado de diccionarios, libros y documentales sobre el legendario Chacal— iba a dar ahora sus frutos. Porque fue el mismo Ilich Ramírez quien le sugirió a su hermano pequeño que nos utilizase a mí y a mi amiga la periodista bolivariana para ordenar su archivo personal y para recoger el testimonio de su mamá, una mujer de edad ya muy avanzada, antes de que fuese demasiado tarde.

Cuando Vladimir me dijo esto, no podía dar crédito a mi fortuna. Elba Sánchez, la madre del Chacal, era un personaje etéreo, casi un fantasma en todas las biografías escritas en todo el mundo sobre Ilich, a pesar de que había sido uno de sus mayores referentes, porque, cuando sus padres se separaron, Ilich y sus hermanos se trasladaron a vivir a Londres, con su madre, mientras que su padre se quedaba en Venezuela. Durante décadas, toda la familia se había preocupado de protegerla de la prensa internacional, manteniéndola lejos de todos los micrófonos y las cámaras, y ahora el mismo Chacal me pedía que recogiese su testimonio en exclusiva: el testimonio de la mujer que trajo al mundo al terrorista más famoso del siglo
XX
. Realmente, Allah es clemente y compasivo.

Justo una semana después de aquellas primeras elecciones del PSUV, me vi en el coche de Vladimir junto con Ligia Rojas y mi amiga Beatriz, camino de Valencia, mientras escuchábamos el
Aló, Presidente
a través de RNV en la radio del auto. Ligia se pasó todo el viaje entre Caracas y Valencia contando chistes verdes y chascarrillos picantes. Pero también recordando anécdotas de su relación con Elba Sánchez y con Ilich Ramírez que harían las delicias de todos sus biógrafos.

Realmente no es fácil comprender la estrecha relación y la larga amistad que han mantenido Ligia Rojas y la madre del Chacal durante todos estos años. Lo supe en cuanto pude estrechar la mano y besar las mejillas de Elba María Sánchez. A pesar de su edad —Elba nació en San Cristóbal (Táchira) en 1931—, cuando la conocí mantenía la clase, la belleza y el glamur que enamoró a Altagracia Ramírez. Los años habían dibujado los surcos del paso del tiempo en su rostro, pero sus ojos, que no temen mantenerte la mirada, continuaban expresando mucha fuerza.

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