Authors: Antonio Salas
Al despedirnos, me hice unas fotos con Raimundo Kabchi, tan cordiales y sonrientes como las que me había hecho con el sheikh Mohammad Alí Ibrahim Bokhari. Y coloqué esas fotos en el álbum que había preparado, con imágenes de toda mi falsa biografía musulmana. Muy cerca de las de Dalal, mi supuesta esposa asesinada en Palestina. La verdad es que el álbum daba el pego, como había demostrado en Beirut cuando fui interceptado por los del Hizbullah auténtico. Cualquiera que registrase mis cosas y encontrase ese álbum, en el que se mezclaban fotos auténticas de mi infancia con otras de mis viajes por diferentes países árabes, las que compartía con mi «esposa asesinada» por los judíos, o con personajes como Bakri, Abayat, etcétera, o con Mohammad Alí Ibrahim Bokhari o Raimundo Kabchi, no dudaría de mi origen árabe y mi compromiso con el Islam. O eso esperaba, porque había llegado el momento de agarrar el toro por los cuernos y salir hacia la Isla Margarita en busca de Al Qaida.
En la mezquita no fue difícil encontrar hermanos y hermanas que conocían el rumor de los campos de entrenamiento de Al Qaida en Porlamar. Incluso, según me comentaron sin poder precisar demasiado, justo después del 11-S uno de los responsables de la comunidad islámica en Margarita había sido detenido y trasladado a Caracas para su interrogatorio a manos de agentes del FBI desplazados desde los Estados Unidos. La cosa prometía.
Los informes del Comando Sur y de la prensa opositora insistían en que era tan evidente la presencia terrorista en la isla, que los yihadistas contaban incluso con un programa de radio propio, «donde poder leer los comunicados terroristas y extender su mensaje de odio». Efectivamente, en algunos artículos sobre el tema pude leer esas referencias a un programa de radio de los yihadistas en Margarita, y esa era una noticia excelente, porque me facilitaría las cosas para localizar a los terroristas una vez llegase a Porlamar. Pero antes necesitaba ayuda.
Yusef W. es un entrañable empresario árabe, propietario de un supermercado situado casi bajo el histórico Puente Llaguno, testigo de una masacre que marcó la historia reciente de Caracas. Pero también es miembro del Foro de Solidaridad Árabe con Venezuela y vicepresidente de la Juventud Venezolana Libanesa. Desde mi primer viaje a Venezuela una corriente de simpatía nos envolvió recíprocamente. Aunque Yusef no era, todavía, un musulmán ejemplar. Tendría que pasar un buen susto, al borde de la muerte, y una inexplicable experiencia mística, dos años después, para replantearse toda su vida anterior, y su fe en la gloria de Allah y en sus milagros.
Pero antes de aquello Yusef, como el pornógrafo
Salaam1420
, era la prueba evidente de que los musulmanes, igual que los cristianos, judíos o budistas, pueden ser tan consecuentes con su religión como cualquier otro ser humano. O tan poco consecuentes. Yusef fumaba, bebía e incluso frecuentaba prostitutas, como cualquier otro respetable cristiano occidental. Y, pese a ello, la trastienda de su supermercado parecía un auténtico templo a los grandes revolucionarios de la historia. Compartiendo las mismas paredes del local, junto a un maravilloso cuadro de la Kaaba, en La Meca, aparecían grandes retratos lujosamente enmarcados del Che Guevara, Malcolm X, el subcomandante Marcos o Pancho Villa. Yusef era un ejemplo fantástico del Islam revolucionario del que hablaba Carlos el Chacal. Ese punto de intersección entre el Islam, o más bien el mundo árabe, y la lucha armada de tendencia comunista que a mediados de siglo
XX
inspiró los movimientos guerrilleros en América Latina, y a organizaciones como Hizbullah en el Líbano o el Frente Popular de Liberación de Palestina. Y Yusef conocía a unos y a otros. Tanto a los movimientos armados venezolanos, como los Tupamaros, La Piedrita, Alexis Vive, los Carapaica, etcétera, como a los grupos musulmanes de Isla Margarita. Y si no conocía directamente a alguien, sí sabía de un amigo, de un vecino, de un pariente que me podría llevar a ese alguien. Así que Yusef consiguió ponerme en contacto con otro hermano musulmán en el Táchira, Abu Ahmad, que a su vez me facilitó un teléfono de otro hermano en Nueva Esparta, Haled Guevara, que conocía a Alí Fakih, que era amigo de Khalid...
Así empezaba el nuevo hilo de Ariadna que tendría que recorrer hasta llegar a los temidos terroristas yihadistas de Isla Margarita, de los que tanto se había hablado. Y de los que se volvería a hablar en los Estados Unidos solo unas semanas después.
Aterrizar en el aeropuerto de Porlamar me produjo una sensación extrañamente familiar. Como volver a casa. Y eso no era buena señal. El de Nueva Esparta era el único estado insular de Venezuela. Tropical, extremadamente turístico y un «puerto libre» exento de los impuestos del SENIAT (el Servicio Nacional Integrado de Administración Aduanera y Tributaria) venezolano. Inevitable comparar Nueva Esparta con las Islas Canarias en España. Sobre todo al descubrir, nada más llegar, la enorme oferta de ocio que presenta Margarita a sus visitantes. Por todos lados había folletos y carteles que ofertaban excursiones, submarinismo, escalada deportiva, surf, senderismo... Y no solo eso: en Isla Margarita, y por mucho que Chávez se haya manifestado contra la explotación sexual femenina, se practica una de las más humillantes formas de prostitución que yo haya conocido, algo que no había visto ni durante el año que trafiqué con mujeres. En aquella idílica isla caribeña se encuentra uno de los pocos hoteles del civilizado Occidente judeocristiano que ofrece la posibilidad de alquilar «novias para las vacaciones, todo incluido». Un complejo turístico que se mantiene con un 60 por ciento de turistas norteamericanos y un 40 por ciento de europeos, que acuden en busca de una forma diferente de prostitución.
Alquilando la habitación en ese hotel, tienen la posibilidad de escoger entre varias «novias», la que les apetezca para convivir con ella, como una «pareja real» en todos los sentidos, veinticuatro horas al día. Y cuando digo
pareja
me refiero a la percepción más machista y chovinista del término, ya que la «novia» planchará, cocinará, fregará y por supuesto complacerá sexualmente al varón. Y si a las veinticuatro horas no está satisfecho, puede cambiar de habitación... o de novia. Claro que si las jóvenes candidatas, en general muchachas llegadas de Caracas, Zulia, Mérida o Táchira en busca de una oportunidad laboral en la Perla del Caribe, no son escogidas por el cliente de turno, o son repudiadas por no cumplir todos los caprichos de su «novio», no cobran la jornada. Al lado de esa forma de humillación, hasta el despreciable burka afgano me parecía casi más respetuoso con los derechos de la mujer.
Igual que me había desconcertado la actitud de los terroristas suicidas en Casablanca, que olvidaban los objetivos israelíes más valiosos en sus chapuceros atentados, me sorprendía la pasividad de los terroristas islámicos en Porlamar ante un antro como ese.
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Sinceramente, no comprendía cómo mis hermanos musulmanes, supuestos yihadistas terroristas, no habían dinamitado ya el puto hotel, con todos los clientes dentro. No se me ocurriría un objetivo más digno de un yihad que ese burdel disfrazado de respetable complejo turístico... desde el punto de vista terrorista, claro. Pero nada... Al Qaida en Isla Margarita parecía demasiado ocupada en otras actividades.
Porlamar me resultaba demasiado familiar. Aquella isla consagrada al ocio y el esparcimiento turístico me recordaba demasiado a las «islas afortunadas» de España, y al hacerlo caí en la cuenta de una obviedad, sepultada por mi maleta de prejuicios, de la que no me percaté hasta poner los pies en Margarita. ¿No resulta un poco contradictorio que Al Qaida escoja la isla más turística, visitada y mediática de Venezuela, para establecer sus campos de entrenamiento terrorista? De repente me di cuenta de que tal pretensión resultaba tan absurda como imaginar campos de entrenamiento de ETA en Ibiza. Y en ese momento empecé a sospechar que la historia de los grupos terroristas en Porlamar quizás tuviese la misma credibilidad que la denuncia de la presencia de Mustafá Setmarian en Venezuela, unas semanas antes de que fuese capturado en Pakistán.
Tras dejar mis cosas en uno de los hoteles (que no incluía «novia de alquiler»), empecé un largo periplo por bazares libaneses, tiendas de alfombras persas o restaurantes árabes, hasta poder localizar a uno de los máximos responsables del Islam en Isla Margarita: uno de los nombres señalado en todas las denuncias como líder de los campos de entrenamiento terrorista en Nueva Esparta. Y el supuesto terrorista, detenido inmediatamente después del 11-S, y desplazado hasta Caracas para ser interrogado por el FBI. Su nombre: Mohamad Abdul Hadi, vicepresidente de la Comunidad Islámica de Margarita.
Mohamad Abdul Hadi lleva tanto tiempo viviendo en Venezuela que todo el mundo le llama Manuel. Regenta uno de los abundantes comercios de la zona árabe de Porlamar, concretamente La Bella Dama, en la calle Velázquez esquina con bulevar Guevara. Y precisamente a él, al Che Guevara, junto a Gamal Abdel Nasser, es lo primero que me encontré al entrar en el despacho de Mohamad, en la trastienda del comercio. Una enorme fotografía de más de un metro de alto del Che y Nasser, durante la visita que el revolucionario argentino hizo a Egipto en 1965, presidía aquel despacho desde el que, según el Comando Sur norteamericano, se coordinaba Al Qaida en Margarita. Despacho que, por cierto, grabé de arriba abajo.
Es verdad que existía una abundante biblioteca, y que muchos de los libros estaban en árabe. De hecho identifiqué varios Coranes, hadices y algunos libros sobre teología islámica. Pero también vi libros en inglés y sobre todo en español. Libros sobre contabilidad, gestión de empresas, historia de las religiones, varios diccionarios y otros títulos tan variados como
Cazador de espías
, de Peter Wright, o una biografía de Marilyn Monroe, un poco improcedente en la biblioteca de un presunto integrista islámico. Quizás el libro más comprometido que vi en la biblioteca de Mohamad fue
Soldiers of God
. Intuyo que, en un hipotético registro a su despacho, ese sería el tipo de cosas que se resaltaría en el atestado policial, y no la biografía de Marilyn...
Mohamad Abdul Hadi es libanés, y no tiene problema en confesarse devoto nasserista y chavista. Tampoco oculta su simpatía por Hassan Nasrallah y por cualquiera que se enfrente a Israel y a la «masacre palestina». Decirle, y era cierto, que acababa de regresar del Líbano y de Palestina, y mostrarle mi mágico álbum de fotos familiar, con mis fotografías en Beirut, Ramallah o Yinín, me abrió las puertas y las ventanas a la comunidad islámica en Margarita. Nadie tenía la menor duda de que yo era uno de ellos. Y ellos llevaban mucho tiempo asentados en Porlamar. Sin embargo, los ataques furibundos contra la comunidad islámica en la isla nunca se dieron antes de la llegada de Chávez al poder. Quizás porque a nadie se le había ocurrido, antes del 11-S, que los comerciantes musulmanes de Margarita podían ser instrumentalizados como arma política contra el gobierno, a manos de la oposición. O esto es lo que sugiere el vicepresidente de la Comunidad Islámica de Margarita.
—Con Chávez o sin Chávez, íbamos a ser atacados —me explica Mohamad—. Aquí, durante tres años salíamos en primera página con titulares como «Terroristas árabes en Isla Margarita»; «Campos de entrenamiento terrorista en Isla Margarita»; «El presidente Bush demanda a comunidad árabe de Isla Margarita». Una vez vino el corresponsal del
Washington Post
para entrevistarme, y yo le dije que primero diese una vuelta por la isla, para conocer a la gente, la comunidad, y que luego hablaríamos. Así lo hizo. Dio una vuelta por el centro y alrededores de Porlamar y se dio cuenta de que había una gran comunidad árabe. Él publicó después «no es extraño ver una mujer con velo, detrás de la caja registradora, en una tienda de Isla Margarita»; «no es extraño ver a un comerciante árabe viendo Al Jazeera en su televisión por cable»; «hay una gran comunidad árabe en Isla Margarita, pero aquí todo el mundo vive en paz». No hay campos de entrenamiento, no hay ningún acto terrorista, aquí los árabes practican a diario su religión sin molestar a nadie. Salió la entrevista así en el
Washington Post
, y sin embargo al día siguiente Globovisión anuncia: «El presidente Bush demanda a la comunidad árabe de Isla Margarita según el
Washington Post
...».
—Yo he luchado con los hermanos de Hamas en Palestina, y no me avergüenzo... A veces la lucha armada es necesaria... —le dije, intentando provocar su reacción.
—No, hermano, es que no es verdad. James Hill siempre decía: «En Isla Margarita hay terroristas árabes», «los comerciantes árabes financian a terroristas». Y a raíz de eso vino la DEA. Aquí hay un banco de un libanés, con el que trabajamos todos los comerciantes pues nos da facilidades. La DEA vino e investigó el banco por tres meses. Investigaron todas las cuentas. Cliente por cliente, y nada. Se fueron sin encontrar nada raro. Pero seguían diciendo que si terroristas, que si campos de entrenamiento en Macanao... Macanao es desértico, no hay nada, solo muchos conejos y unos comerciantes libaneses que los domingos iban a cazar, ¿será que confundieron los conejos con terroristas? Vinieron de Caracas, del gobierno venezolano. Fotografiaron toda la isla, pero seguía la campaña. Que si el Centro Islámico de Porlamar terrorista... que si actividades terroristas... Nosotros nos cansamos de responder, pero al final decidimos entregarnos en manos de Dios.
De pronto, cuando Mohamad me explicó que el gobierno autónomo de Nueva Esparta no era el Movimiento Quinta República de Chávez (MVR), sino los adecos de la oposición, la cosa empezó a tener sentido... Según el vicepresidente de la comunidad árabe de Margarita, el gobierno de la isla, contrario a Chávez, había utilizado a la comunidad islámica como un arma arrojadiza contra el MVR, con excepcionales resultados mediáticos:
—Gente de aquí decía de nosotros que éramos terroristas. Cuando salimos en una manifestación para protestar por la guerra de Iraq, nos señalaban diciendo: «Ahí van los terroristas». Y lo increíble es que el mismo presidente del partido adeco es de origen libanés y siempre ha estado financiado por políticos árabes. Al darnos la espalda, fuimos apoyados por el ex gobernador, que era chavista. Quizás por eso nos decían terroristas... Recuerdo que era el último día en Ramadán de 2004. Entra el embajador Shapiro con su agregado militar y empezamos a explicarle nuestras actividades, a enseñarle la biblioteca, dónde rezamos, la escuela que estamos construyendo, etcétera. Nosotros hablábamos pero él no decía nada. Una hora más o menos... y hermano Muhammad... al final de la reunión, Charles Shapiro solo dijo esto: «Vine a pedir perdón por los problemas que les hemos causado». Este es el mejor certificado que nos han dado. El sucesor de Shapiro también vino y tenemos buena relación con la embajada americana... Queremos que nuestra comunidad tenga el comportamiento que el Profeta nos enseñó, ni derecha ni izquierda, sino la línea media. Así Dios nos lo mandó y así lo enseñamos a las generaciones que vienen.