Authors: Antonio Salas
También charlamos sobre los periodistas de Al Jazeera condenados, con o sin juicio previo, por su supuesta relación con Al Qaida:
—Tenemos el caso de Taysyr Aluny en España y también el de Sami Al Hajj en Guantánamo, que muy poca gente conoce. Sami Al Hajj está empezando su sexto año allí. El caso de Taysyr es horrible y lo que le está pasando a su familia... El juicio se manejó de una manera que para mí no es entendible. Empezó por una cosa, terminó por otra, y al final se le acusa básicamente de haber entrevistado a Ben Laden. No sé qué decir. ¿Cómo puede una nación como España aceptar eso?... Es como si yo entrevisto hoy a Chávez y mañana dicen que es un terrorista. ¿Me meterán a mí en la cárcel también? Entonces la mitad de los periodistas terminarán en la cárcel.
Creo que Dima se indignó especialmente cuando le recordé la acusación de ser los portavoces de Ben Laden por emitir sus comunicados:
—No se puede decir que seamos portavoces de nadie. Pasamos más veces al día las imágenes de Bush, o de Condoleezza Rice. Ellos salen todos los días y nadie nos ha acusado de ser voceros de los norteamericanos. Es un deber periodístico pasar las imágenes de ambas partes de la noticia para que el público pueda decidir. En el mundo árabe nos han acusado de ser voceros del MOSSAD, de la CIA y no sé de cuántas cosas más. Es una prueba más de nuestra objetividad.
Dima Khatib, y esto es muy interesante, compartía la opinión de millones de musulmanes, y también de muchos occidentales conspiranoicos, que sugerían que Al Qaida era un invento de la CIA:
—El 11-S fue la perfecta excusa para cambiarlo todo, para cambiar todas las cartas del juego. Y al final la presencia de Ben Laden, el hecho de que siga vivo, es una buena excusa para seguir con la guerra. Estoy segura de que, si realmente quisieran encontrarlo, lo harían. Ese señor manda vídeos bien editados y montados. Está trabajando cómodo. Por eso me parece absurdo que no lo hayan encontrado. Mucha gente piensa que Al Qaida ha beneficiado más a los Estados Unidos que al mundo árabe.
Como había hecho con Raimundo Kabchi, también aproveché aquel primer encuentro con Dima Khatib para tomarme unas fotografías con ella. En aquellas imágenes, los dos aparecemos sonrientes, relajados. Era consciente de que Dima Khatib es un rostro muy conocido en todo el mundo árabe, y aquellas fotos en actitud tan cercana con ella me resultarían extremadamente útiles. Más tarde, quienes vieron aquellas fotos en mi álbum personal solo pudieron interpretar que Muhammad Abdallah era alguien muy cercano a la cadena qatarí, o al menos a su ex redactora jefa y actual responsable en toda América Latina. Confío en que mi colega de Al Jazeera sepa disculpar y comprender aquel uso bienintencionado de su imagen.
Dima Khatib tampoco sabía dónde podía encontrar a la familia de Ilich Ramírez. Pero Comandante Candela, al escucharme hacer esa pregunta, interrumpió por primera vez:
—¿Has probado a preguntar a los Tupamaros? Si alguien te puede orientar en temas de lucha armada en Caracas, es el Chino.
Aunque es muy importante comprender el origen de los grupos armados chavistas en Venezuela, no me es posible relatar en tan breve espacio la dilatada historia de la injerencia norteamericana en América Latina. Existe abundante bibliografía al respecto. La Ley de Libertad de Información en los Estados Unidos ha desclasificado miles de documentos que reconocen las operaciones encubiertas de la CIA en Panamá, El Salvador, Nicaragua, República Dominicana, Guatemala, Guyana, Haití, Chile y un largo etcétera, destinadas a poner y quitar gobiernos, más favorables a los intereses norteamericanos en la región. Es lógico, los Estados Unidos siempre han antepuesto sus intereses al resto del mundo. Como todos los demás gobiernos. La diferencia es que no todos los servicios de inteligencia tienen la misma capacidad y recursos que la CIA para influir en otros países.
A lo largo de todo el siglo
XX
, esas operaciones encubiertas de la CIA contribuyeron a que diferentes dictaduras militares, ultraderechistas, llegasen al poder a través de golpes de Estado, atentados y/o fraudes electorales en toda América Latina. Y, por contrapartida, en todo el continente surgieron los grupos insurgentes, las guerrillas, mayormente ultraizquierdistas, que luchaban desde la clandestinidad contra esos gobiernos aliados de los Estados Unidos. El triunfo de Fidel Castro y el Che Guevara, derrocando a Fulgencio Batista en Cuba, terminó por convencer a los grupos armados en Latinoamérica de que era posible, de que la lucha revolucionaria armada podía triunfar sobre las dictaduras aliadas del imperialismo. O al menos esta es la interpretación que hacen esos grupos armados de la historia.
Grupos de todo tipo y condición, con una ideología o la contraria, con más o menos capacidad letal, en un extremo u otro del continente americano. Pero con algo en común: la opinión de que es posible conseguir la paz, la justicia y la libertad a través de un fusil o una bomba. Lo mismo que ahora proclaman los yihadistas.
La lista es interminable: los Montoneros, el Movimiento Nacionalista Tacuara o el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en Argentina; las Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka (FAL-ZW), el Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK) o la Comisión Néstor Paz Zamora (CNPZ) en Bolivia; el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) o la Unidad Revolucionaria Nacional (URNG) en Guatemala... Y también el Ejército Revolucionario del Pueblo en El Salvador; el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en Chile; las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) en Puerto Rico, etcétera. Todos ellos herederos del mismo espíritu que inspiraba en Europa a Terra Lliure, GRAPO o ETA en la España franquista; o al Movimiento 2 de Junio y la Fracción del Ejército Rojo (RAF) en Alemania; el Ejército Republicano Irlandés (IRA) y el Ejército Irlandés de Liberación Nacional (INLA) en Reino Unido; las Brigadas Rojas en Italia, o el Ejército de Liberación (UÇK) de Kosovo. Todos ellos, menos la española ETA, ya disueltos.
En América Latina, algunos de aquellos grupos guerrilleros continúan, todavía en el siglo
XXI
, defendiendo su ideología a través de la lucha armada: como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) o las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) en Colombia; Sendero Luminoso en Perú; o el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México. Sin embargo, otros evolucionaron dejando la lucha armada y transformándola en lucha política, como el Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador o la nueva versión del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), en Uruguay, cuyo candidato, el ex guerrillero José Mújica, ganaba en noviembre de 2009 las elecciones presidenciales. José Mújica, como había hecho antes Daniel Ortega en Nicaragua, demostró que un guerrillero podía dejar las armas y triunfar en política sin pegar un solo tiro. Ojalá otros siguiesen su ejemplo.
Los Tupamaros de José Mújica, precisamente, crearon una escuela guerrillera que, desde Uruguay, se extendió por toda América Latina. El Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros nació a principios de los sesenta, en el seno de la izquierda política, donde anarquistas, socialistas y maoístas, identificados con las tesis marxistas e inspirados por el triunfo de la guerrilla en Cuba, decidieron tomar las armas. Asaltos, secuestros, tiroteos... Los tupamaros uruguayos llevaron la guerrilla, tradicionalmente rural, a las grandes ciudades. Según algunas fuentes, la palabra
tupamaro
proviene del calificativo despectivo que las autoridades coloniales españolas utilizaban con los independentistas de 1811 en el Río de la Plata. Y su origen hay que buscarlo en el nombre del prócer peruano Túpac Amaru II, que encabezó el levantamiento indígena de 1780 contra los españoles.
De hecho, en 1984 se fundó en Perú el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Inspirado también en los camaradas uruguayos de veinte años atrás, y muy relacionados con otros grupos armados peruanos, como Sendero Luminoso, los tupamaros peruanos protagonizaron infinidad de atentados, tiroteos, secuestros y ejecuciones. Aunque sin duda su operación más famosa fue el asalto a la embajada de Japón en Lima, el 17 de diciembre de 1996.
Esa mañana, un comando del MRTA compuesto por catorce tupas, encabezados por Néstor Cerpa Cartolini (atención a este nombre) y Juan Valer Sandoval, que no era emerretista, burló la estricta seguridad de la embajada compuesta por más de trescientos agentes. Se celebraba el sexagésimo tercer cumpleaños del emperador de Japón, y la residencia del embajador estaba repleta de invitados: hombres de negocios, militares, diplomáticos. En una operación temeraria y audaz, el MRTA consiguió hacerse con el control de la residencia y con los ochocientos rehenes que había dentro. Y aunque esa misma noche los tupamaros permitieron salir a todas las mujeres, se inició un agónico encierro que duró cuatro meses, mientras todos los medios de comunicación del mundo estaban pendientes de Lima. Durante ese tiempo, los tupamaros fueron liberando a todos los prisioneros que no tenían una relación directa con el gobierno. Sin embargo, setenta y dos rehenes permanecieron en poder de los guerrilleros durante ciento veinticinco días de asedio.
Ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo en la negociación, el 22 de abril de 1997 el presidente peruano Alberto Fujimori dio luz verde a la Operación Chavín de Huántar, y ciento cuarenta agentes de élite tomaron al asalto la residencia del embajador. A pesar de que en el asalto murieron un rehén y dos agentes, se consideró un éxito, ya que el resto de prisioneros fueron liberados y los catorce tupamaros murieron allí mismo. Según pericias posteriores, en algunos casos de forma irregular.
El presidente de Venezuela Rafael Caldera, como otros mandatarios latinoamericanos del momento, apoyó a Fujimori en su decisión de atacar la embajada y eliminar a los terroristas. Pero una corriente de simpatía por los «héroes» del MRTA se extendió por todos los movimientos ultraizquierdistas del continente, y en Caracas, como en otras capitales latinas, surgieron simpatizantes del MRTA, e incluso grupos armados que adoptaron el nombre del líder del asalto, Néstor Cerpa Cartolini. Y esos círculos bolivarianos radicales, armados hasta los dientes y herederos de toda una tradición violenta en América Latina, como la Unidad Táctica de Combate Néstor Cerpa Cartolini, el Colectivo La Piedrita, el Movimiento Revolucionario de Liberación Carapaica, el Colectivo Alexis Vive, los Guerreros de la Vega, el Frente Bolivariano de Liberación y sobre todo el MRTA-Capítulo Venezuela y sus diferentes y enfrentados grupos tupamaros, se iban a convertir en mis nuevos amigos, maestros y camaradas de armas desde entonces. Y también en lo contrario.
Me sorprendió lo relativamente cerca que se encuentra el Palacio Presidencial de Miraflores de la legendaria parroquia del 23 de Enero. Dicen que es el barrio más peligroso de Caracas, «donde no se atreve a entrar la policía ni los periodistas», pero yo eso no lo supe hasta que ya estaba dentro. De lo contrario posiblemente no me habría atrevido a meterme allí.
Situado al noroeste de la ciudad, supongo que no tuve reparo en adentrarme en el 23 de Enero porque yo tenía allí una aliada: Carol, la joven que conocí en España durante mi investigación de las mafias del tráfico de mujeres y que se prostituía junto con sus hermanas en la agencia clandestina de mi amiga Ania. Así que en caso de problemas, al menos tenía alguien a quien acudir. O eso creía...
En sus diferentes sectores, como El Observatorio, La Piedrita, La Silsa, Mirador y un largo etcétera, conviven miles de revolucionarios, con experiencia en combate, que durante toda su vida pertenecieron a la guerrilla y protagonizaron enfrentamientos armados contra la policía o el ejército de la IV República. Algunos de ellos, me consta, lucharon al lado de Hugo Chávez cuando protagonizó el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Siempre me sorprendió que mis amigos chavistas se ofendiesen si alguien llamaba «golpe de Estado» a lo que ellos denominan «alzamiento popular», a pesar de que en aquella ocasión Hugo Chávez también se levantó en armas contra el primer presidente venezolano que había sido triunfador en dos elecciones democráticas no consecutivas. El calificativo de
golpistas
lo reservaban para quienes intentaron derrocar a Chávez en 2002, consiguiendo más o menos el mismo éxito que su «alzamiento popular» en 1992.
Aunque tengo mi propia teoría sobre los incompetentes e indisciplinados aliados de Chávez en aquel alzamiento, lo cierto es que fracasó, y Hugo Chávez fue capturado y condenado a prisión. Sin embargo, la inmensa mayoría de sus camaradas volvieron a sus casas, por ejemplo en el 23 de Enero, llevándose consigo las armas que habían utilizado en el golpe, es decir, el alzamiento, contra Carlos Andrés Pérez. Y esas armas siguen en el 23 de Enero y por toda Caracas. El 12 de noviembre de 2009, las autoridades venezolanas destruyeron treinta mil armas ilegales, en una operación sin precedentes contra el crimen organizado, pero me consta que son solo la punta del iceberg. Entre Venezuela y otros países latinos, y también árabes, existe un fluido tráfico de armas y municiones.
Milicianos, guerrilleros y tupamaros, que habían participado en la lucha armada antes y después del 4 de febrero de 1992, tampoco entregaron sus armas cuando, dos años después, Hugo Chávez salió de la cárcel, indultado por el presidente de Venezuela, y se convirtió a su vez en candidato a la presidencia. Ni las entregaron cuando, en 1999, Hugo Chávez gana las elecciones y llega por primera vez al poder. Según los Tupamaros, sus armas están al servicio de la Constitución bolivariana y del presidente Hugo Chávez, al que todos juran fidelidad. Pero al que todos desobedecen cuando insiste, una y otra vez, en que los grupos armados son ilegales y que deben entregar sus arsenales.
En su defensa, los Tupamaros y demás grupos armados bolivarianos alegan la presencia de paramilitares colombianos en el país, la existencia de grupos armados opositores, que conspiran contra el legítimo mandatario de Venezuela, y el incremento del crimen organizado en los barrios caraqueños, que —según ellos— la policía no está cualificada para combatir... De hecho, la leyenda negra que rodea a los Tupamaros se generó en su lucha armada contra el crimen organizado y el narcotráfico en los barrios de Caracas. Hartos de la impunidad de las mafias, los Tupamaros, como habían hecho la ETA original, el IRA y otros grupos armados, se erigieron en guardianes de su comunidad, asesinando a traficantes de drogas, violadores o asesinos. Sin juicios ni jurados. Aunque eso los convirtiese a ellos mismos, a la vez, en asesinos. Vamos, que no entregan las armas de ninguna de las maneras.