El Palestino (43 page)

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Authors: Antonio Salas

Solidario con otras «causas revolucionarias», como la mapuche, la etarra o la palestina, el líder tupamaro había tenido la oportunidad de compartir lucha armada con personajes casi míticos en la lucha guerrillera, como el subcomandante Marcos, del EZLN:

—... Estuvo combatiendo en Nicaragua... A él le decían el Mexicano. Es un hombre que tiene mucho amor, no solo al indígena zapatista, o al indígena mexicano, sino a toda la humanidad. Yo lo podría comparar con el comandante Tomás Borges, de Nicaragua. Un hombre muy ganado para el proceso de lucha, no solo en México o en el continente, sino en el mundo.

Y por supuesto, no solo conocía sino que confesaba su admiración por Ilich Ramírez Sánchez, alias
el Chacal
:

—Yo no lo veo como el Chacal, que es una vaina despectiva. El Chacal es un perro que come basura, escoria. Para mí es el comandante Ilich Ramírez, que se levanta contra Israel, hermano, que se levanta contra el Imperio norteamericano. Tiene una ideología. Cuando él ha hablado con periodistas internacionales, tiene un discurso coherente, basado en la liberación del pueblo palestino. En contra de las masacres que viene cometiendo el Estado israelí. Y partiendo de ahí es que hay que reivindicarlo. Como el comandante Ilich Ramírez, no como el Chacal. Un venezolano que queremos y abrazamos: un saludo para él, en ese calabozo, que creo yo que es el sitio más digno que hay en Francia.

Desde ese día el Chino Carías me acogería en su círculo de confianza. Fue el primero empeñado en facilitarme un arma en Caracas «Para tu seguridad», porque el Chino entiende la vida a través del punto de mira de un fusil. Y el destino querría que terminásemos compartiendo «misiones», no solo en América, sino también en Europa.

Esta entrevista se grabó a solo unas semanas de cumplirse el segundo aniversario del asesinato del legendario fiscal Danilo Anderson. Comandante Chino Carías, amigo personal de Anderson, había sido uno de los primeros funcionarios en llegar a la morgue de Caracas, en calidad de subsecretario de Seguridad Ciudadana, para identificar el cuerpo, dar el pésame a la familia, y para intentar evitar que el atentado contra Anderson desembocase en una
vendetta
incontrolable.

Danilo Baltasar Anderson era un personaje muy popular y querido en Venezuela, sobre todo después de muerto. Nacido en el barrio caraqueño de La Vega, el 29 de noviembre de 1966, se licenció en Derecho en la Universidad Central de Venezuela, en 1995, especializándose en criminalidad medioambiental. No pertenecía al MVR ni a ningún partido político, lo que le confería un cierto crédito como jurista independiente. En el año 2000 ingresó en el Ministerio Público como fiscal, y tras el golpe de Estado de 2002 él se encargaba de investigar a algunos miembros de la oposición venezolana, presuntamente relacionados con el golpe. El 18 de noviembre de 2004 una potente carga explosiva oculta bajo su coche acabó con su vida. Su asesinato colapsó al país. Y todavía lo hace en cada aniversario de la fatal fecha. Danilo Anderson recibió los mayores honores de héroe nacional en la historia moderna de Venezuela. Sus restos fueron velados en la capilla ardiente del Hemiciclo de la Asamblea Nacional. El presidente Chávez le concedió la orden póstuma del Libertador, y el paso de su cortejo fúnebre hasta el Cementerio del Este, escoltado por los miembros del gobierno más importantes —incluido Chávez y su vicepresidente José Vicente Rangel— fue transmitido por televisión...
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Y pese a todos esos honores, su asesinato continúa rodeado de misterios.

En aquellos días de mi primera visita a Caracas, el ex concejal Carlos Herrera y los hermanos del fiscal —Marisela y Juan José Anderson— preparaban un voluminoso libro que vería la luz algún tiempo más tarde, donde recogerían las partes más importantes del sumario, para señalar a los posibles autores intelectuales del crimen.
Verdades del Caso Anderson
, subtitulado: «Su muerte se planificó en una boda real y lo mandaron a matar los banqueros golpistas del 11 de abril», incluye más de ciento ochenta fotos y sesenta documentos policiales y judiciales (interrogatorios, autopsia, periciales, etcétera) nunca antes publicados. Según los autores, el asesinato del fiscal lo ordenaron los banqueros que apoyaron el golpe de Estado contra Chávez de 2002, y se planificó durante el enlace «real» entre María Vargas Santaella, hija del millonario banquero venezolano Víctor Vargas, y Luis Alfonso de Borbón, bisnieto del dictador español Francisco Franco y pretendiente a la corona de Francia como único heredero de su padre, Alfonso de Borbón y Dampierre, duque de Cádiz, y primo del actual rey de España, don Juan Carlos de Borbón. Pues bien, durante su boda en Santo Domingo (República Dominicana), el 6 de noviembre de 2004, a la que asistieron algunos de los personajes más influyentes de la oposición venezolana, se habría preparado el asesinato de Danilo Anderson, según desarrollan Herrera y los hermanos Anderson en ese voluminoso libro de 546 páginas que Primicias24 permite descargarse gratuitamente en su web.
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El Viejo Bravo e Issan S., el hombre de los ojos grises

El Chino Carías era un fichaje en mi infiltración. Lo supe en cuanto lo vi. Desgraciadamente, y a pesar de su evidente admiración por Carlos el Chacal y de su privilegiada situación en la DISIP y en la Asamblea Nacional, no tenía ni idea de cómo podía localizar a su familia. Sin embargo, me dijo que su «papá», un personaje aún más increíble que el Chino, sí lo había conocido personalmente «en los años del plomo». El Chino me abrió el camino para llegar hasta su «padre», pero recorrer ese camino costó mucho más tiempo y paciencia de lo que me habría costado en ningún otro lugar del mundo.

En mi humilde experiencia, Venezuela es el peor lugar del planeta para llevar adelante una investigación como esta. Allí parece que nadie tiene prisa y que todo el mundo te manda «a curtir cuero a Carora». El tráfico tampoco ayuda. Y para colmo el coche que yo tenía para moverme por Caracas era el viejo Seat Ibiza de mi colega periodista, comprado en España y con necesidad de varios repuestos imposibles de conseguir en Venezuela. Por esa razón en los momentos menos oportunos, y siendo fiel a las leyes de Murphy, el coche decidía dejarme tirado en los lugares más inconvenientes. Afortunadamente, llenarle el depósito de gasolina, que en Europa podía costarme 40 o 50 euros, en Venezuela no me costaba ni un euro. Y no era solo la gasolina lo que estaba casi regalado en Caracas. Los precios, en general, eran mucho más económicos que en Europa. Las misiones, los mercal y todas las demás ayudas del gobierno bolivariano, de los que hasta yo me he beneficiado sin ser nacional, abarataban las largas estancias en el país. Tal vez por eso los grandes centros comerciales, como el Sambil, el más grande de América Latina, estaban siempre abarrotados de ávidos consumistas, que se alejaban mucho de la imagen de pobreza y miseria que se vendía en Europa. Si a eso sumamos el calor tropical, la impuntualidad genética y lo «embarcadores» que eran mis amigos chavistas, el resultado era la desesperación permanente. Llegué a pensar, seriamente, que el único que trabajaba en Venezuela era Hugo Chávez, y sé que no es justo.

No importaba que concertase una cita con una fuente a las doce del mediodía... el tipo aparecía a las dos o a las tres de la tarde, si es que aparecía. Daba igual que acudiese a una oficina municipal o a una empresa privada. «El encargado no se encuentra» o «Vuelva más tarde» eran las respuestas habituales. Si quedaba con alguien para desayunar, el tipo se presentaba para comer. Si la cita era para comer, no aparecía hasta la cena. Por alguna razón los relojes de todos y cada uno de mis contactos en Venezuela funcionaban de forma diferente al mío. Sus horas
llaneras
podían durar noventa minutos en lugar de sesenta... o ciento veinte, o doscientos cuarenta... Y yo me perdía días enteros esperando... ¡Coño, y ni siquiera se molestaban en telefonear para advertir de un retraso! Tardé mucho tiempo, y mucha frustración, en comprender que aquello era lo normal.

Y si alguien me hizo entender eso y curtir mi capacidad de paciencia, fue el «papá» del Chino, a quien me presentaron en su despacho del centro de Caracas. Como dice el refrán venezolano, «Hijo de gato caza ratón». Y si Alberto Carías es un tipo inquietante e inusual, su «padre» le aventaja en un sentido y otro. Probablemente se trata de uno de los individuos más inquietantes y misteriosos que he conocido en toda mi vida. En realidad, José Bastardo no es el padre biológico de Alberto Carías, sino su mentor, y tampoco es conocido por ese nombre. Todo el mundo lo llama el Viejo Bravo. Todos los alias tienen un porqué. Basta ver los ojos rasgados, casi felinos, del Chino para saber por qué recibió ese mote. En el caso de Bravo, solo habría que conocer su currículum militar.

El Viejo Bravo tiene el rango de coronel en las fuerzas armadas venezolanas, aunque está retirado de servicio activo hace muchos años. Pequeño, medio ciego y con un profundo aspecto indígena, nadie sospecharía jamás que aquel hombrecillo amable y silencioso pudiese ser un ejecutor letal.

En cuanto el Chino le dijo que yo era palestino, una enorme sonrisa se dibujó en la cara del coronel Bravo, remarcando todavía más sus infinitas arrugas, y apretó con más fuerza mi mano al estrecharla. «Qué gran tipo era el Rais», me dijo, dándome a entender que había conocido personalmente a Yasser Arafat. Y así fue, aunque Bravo era extremadamente discreto. A pesar de su simpatía y cordialidad para conmigo, en mi primer viaje a Venezuela solo conseguí sacarle que hacia los años setenta había estado en la Franja de Gaza como observador del ejército venezolano. Allí había conocido la causa palestina, implicándose activamente en ella. Más tarde, y con aquellos contactos, había pasado al Líbano, donde se había implicado en la primera guerra Líbano-Israel luchando al lado de Hizbullah, y conociendo al que desde entonces sería su hermano y su socio: Issan S.

—Tienes que conocer a Issan, ese sí que es un guerrero musulmán de verdad... —me dijo, haciéndome entender que el tal Issan tenía algún vínculo importante con Hassan Nasrallah, líder de Hizbullah, pero el de verdad, no la ridícula imitación de Teodoro Darnott—. Llevamos juntos toda la vida. Y, cuando lo detuvieron en Portugal, solo pudimos liberarlo con una operación militar. En aquellos tiempos funcionaba...

Me empecé a poner nervioso. Bravo me estaba dando a entender que había combatido personalmente con Hizbullah en el Líbano y que un alto oficial de las milicias libanesas vivía actualmente en Venezuela. Además, me sugería que dicho oficial había sido detenido años atrás en Portugal, y él y un comando de Hizbullah habían secuestrado a varios personajes relevantes para forzar la liberación de dicho oficial libanés... No, aquello me sonaba demasiado fantástico. Me sonaba demasiado a las aventuras que se contaban sobre el Chacal. Con quien por cierto, con toda la naturalidad del mundo, Bravo decía haber coincidido en varias ocasiones, pero no había manera de sacarle más datos. Y es que Carlos el Chacal no era el único terrorista internacional con quien iba a terminar estableciendo una buena amistad durante esta infiltración... En cuanto Issan entró en el despacho de Bravo y me miró a los ojos, supe que tras aquellos dos tipos había mucha historia.

Issan S. tiene un poblado bigote, tan cubierto de canas como el cabello de su cabeza. Aunque casi siempre suele llevar gorra. Es alto y corpulento, y en cuanto lo vi me llamó la atención su relativo parecido físico con Carlos el Chacal. Pero Issan también me recordó en algo a Abraham A., el oficial del MOSSAD que había conocido durante mi infiltración en los skinheads neonazis y con quien había roto todo contacto desde mi primer viaje a Palestina. Issan tenía su misma mirada. Fría. Me echó un vistazo de arriba abajo cuando Bravo me presentó como un camarada palestino, y me desnudó con la mirada. Me alegré de no llevar la cámara oculta en ese momento, porque estoy seguro de que se habría dado cuenta. De hecho, hasta mi tercer viaje a Venezuela no me atrevería a utilizar la cámara oculta con Issan. Creo que es el segundo hombre que he conocido en toda mi vida que me imponía ese tipo de inquietud solo con su mirada.

En aquel primer viaje no conseguí sacarle ninguna información útil, salvo que también había conocido personalmente a Carlos el Chacal y que tenía buena relación con otra leyenda del terrorismo, Leyla Khaled. «Si un día viajas conmigo a Oriente Medio, te prometo que te la presentaré, a ella y al jeque Nasrallah...». Para los árabes, Leyla Khaled es una leyenda equiparable al Che Guevara en Occidente. Fue la primera mujer que secuestró un avión en la historia del terrorismo internacional. Después se hizo varias operaciones de cirugía estética para poder secuestrar el siguiente... A raíz de su militancia en el Frente Popular para la Liberación de Palestina, Leyla Khaled estaba en el punto de mira del MOSSAD, y según Issan había sido acogida y protegida por Hizbullah en Beirut, donde Issan la había conocido. Yo también la conocería dos años después, e incluso pasaría varios días en su compañía.

No hubo forma de averiguar nada más de Issan. Y tampoco me atreví a forzar la situación. La verdad es que aquel tipo de ojos grises, fríos como el hielo, me imponía mucho respeto. En aquella primera conversación, además de su relación con Khaled y con el Chacal, me comentó el inminente congreso revisionista que estaba preparando en Irán para diciembre de ese año. Si algo tienen en común Hizbullah y el gobierno iraní con mis antiguos camaradas neonazis, es su profundo odio a los judíos. Y, según el tipo de los ojos fríos, en diciembre de 2006 Teherán acogería el primer congreso mundial sobre revisionismo. Por primera vez en la historia, un gobierno acogería un evento en el que nazis e islamistas plantearían abiertamente su escepticismo hacia el holocausto judío.

El oficial de Hizbullah me lo puso en bandeja. No me apetecía mucho volver a infiltrarme con los neonazis, por tercera vez,
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pero era evidente que aquella nueva línea de investigación también merecía mi atención. Así que tendría que rescatar de mi armario de identidades falsas el traje de
Tiger88
que tan buenos resultados me había dado en
Diario de un skin
.

Descubrí que en Venezuela existen varias organizaciones neonazis, todas ellas antichavistas, y con presencia en la red, como el Movimiento Socialista Nacional ¡Venezuela Despierta!
(www.msnvd.tk)
; el movimiento Zulia88:
(www. galeon.com/zulia88)
o el Partido Nacional Socialista Venezolano:
(http://members.libreopinion.com/ve/pnsv/index.htm)
. Y lo inquietante es que todos ellos estaban vinculados con Nuevo Orden, el portal neonazi más influyente en lengua española del mundo, que se dirige desde España y a cuya responsable, Walkiria, conocía de mis tiempos como
Tiger88
. Iba a ser todo un reto volver a «colarme» en Nuevo Orden y en la comunidad neonazi española. Sobre todo porque se avecinaba el macrojuicio contra Hammerskin España en el que la Fiscalía me había pedido que declarase como testigo protegido, en base a mi infiltración entre los skin. Evidentemente, todos los neonazis de España estaban interesados en que yo no llegase con vida a ese juicio.

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