El Palestino (86 page)

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Authors: Antonio Salas

Como joven europea de veinte años, Yamila tiene las mismas necesidades, la misma pasión y la misma coquetería que cualquier otra chica europea cristiana, judía o atea. Pero Yamila es musulmana. Y eso no supone ningún conflicto. Mujer de carácter y con las ideas muy claras, puede combinar a la perfección el
hiyab
, que usa a diario en la universidad, con la lencería más sexy y atrevida. Simplemente siente que cada cosa tiene su momento y su lugar. Y no existe ninguna contradicción en sus estudios del Corán y su peregrinación a La Meca —desde que la conozco ya ha ido dos veces—, con su naturaleza como mujer. A Yamila debo agradecer que me ayudase a abrir mi mente también en este sentido. E incluso un poco más allá. Porque de la misma forma en que Yamila, como la mayoría de las jóvenes árabes y/o musulmanas en Occidente, puede compatibilizar su fe en el Islam con su sexualidad femenina, otras mujeres árabes y/o musulmanas han conseguido compatibilizar su fe, con la lucha armada.

Cuando dejas de delegar a un buscador de Internet o a un titular informativo tu comprensión sobre el Islam, descubres que no se diferencia tanto del cristianismo, el judaísmo, el hinduismo o cualquier otra religión. Ni para bien ni para mal. Porque en estos tiempos en que las miserias de tantos sacerdotes pedófilos o pederastas ensucian la credibilidad de la Iglesia en Occidente, como los casos de monjes proxenetas o traficantes enturbian el budismo en Oriente, el Islam tampoco se libra. La misma actitud hipócrita de los millones de cristianos que consumen los servicios sexuales de mis amigas prostitutas en los burdeles de toda Europa o América es la que se manifiesta en lugares como la Luna Roja, en Rawalpindi, donde yihadistas pakistaníes han convertido la prostitución transexual en una costumbre socializada, mientras cubren a sus mujeres con el inhumano burka. O en los locutorios de teléfonos eróticos marroquíes, donde las compañías europeas están estableciendo sus operarios por ser más baratos, y donde jóvenes musulmanas tienen que relatar a los pajilleros europeos o norteafricanos que demandan sus servicios las fantasías sexuales más tórridas...

El escándalo de miles de niños irlandeses violados por sacerdotes católicos, que tanto indignaba a mis compañeros de estudio coránico, no tiene nada que envidiar a los casi mil quinientos casos documentados de abusos sexuales a niños en Afganistán, solo el pasado año 2009, a manos de ultraconservadores islamistas talibanes. Realmente, es repugnante que en algunos países de tradición islámica un anciano octogenario pueda casarse con una niña que podía ser su nieta. En los burdeles europeos esos mismos ancianos, católicos o protestantes, solo quieren follárselas. Porque las seis niñas mexicanas vírgenes, de diez o doce años, que el narcotraficante Mario Torres me vendía para mis ficticios prostíbulos durante mi infiltración en las mafias de trata de blancas no iban a ser desposadas con ningún viejo talibán...
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Con una cruz o una media luna sobre el pecho, los hombres somos iguales en todos los rincones del mundo. Sobre todo en nuestras miserias. ¿Y las mujeres?

Mientras los medios de comunicación continúan ofreciéndonos una imagen pusilánime y socialmente nula de la mujer en el Islam, la realidad es que en diferentes partes del mundo, organizaciones armadas como Hamas, Yihad Islámico o Hizbullah adiestraban a mujeres en la lucha cuerpo a cuerpo, la fabricación de explosivos y el manejo de armas de fuego. Mujeres dispuestas a enfrentarse a una compañía de Cascos Azules, a un comando del MOSSAD o a una unidad de marines norteamericanos, sin un asomo de temor. Y sin necesidad de quitarse el
hiyab
.

En Iraq, en Irán, en Palestina, existen organizaciones armadas femeninas como las Brigadas ’Izz Al-Din Al-Qassam, dispuestas a morir y a matar por su nación o por su fe. En Occidente siempre han existido mujeres guerreras en las filas de las FARC, ETA, el IRA o las Brigadas Rojas, a las que consideramos terroristas, pero a las que nunca se ha reputado de sometidas o pusilánimes. Son literalmente mujeres de armas tomar. Y una de ellas, la más famosa, a la que también tuve la oportunidad de conocer, se ha convertido en un símbolo universal de la lucha armada revolucionaria, tanto en Palestina como en el resto del mundo.

Madres, hijas, hermanas... Terroristas con nombre de mujer

El 11 de marzo de 1978 un comando de once fedayín de la resistencia palestina interceptó un autobús israelí, con 36 pasajeros, cerca de Haifa. A causa de la refriega con el ejército israelí que intentó capturar a los miembros del comando, los ocupantes israelíes fallecieron, al igual que nueve guerrilleros palestinos participantes en la operación. Lo sorprendente e histórico de este episodio es que el jefe de aquel comando, al menos así ha entrado en la historia, era una mujer: la comandante Dalal Al Maghribi, que ese día alcanzó a través del martirio un lugar de honor en la historia de la resistencia palestina. Su nombre ha bautizado escuelas femeninas, campamentos de verano, programas de televisión e incluso una calle de Gaza. Su foto se convirtió, inmediatamente, en un símbolo de la fuerza de la mujer palestina contra la ocupación israelí. Dalal le demostró a los varones palestinos, incluso a los patriarcas tribales más machistas y chovinistas, que la mujer puede hacer algo más que cuidar a los niños y dar «reposo al guerrero». Les enseñó que era capaz de empuñar un fusil o activar un explosivo contra los ocupantes israelíes con la misma eficiencia y ferocidad que cualquier varón. Y, por desgracia, otras muchas siguieron su ejemplo. Un ejemplo que años después se repetiría en Iraq, Irán o Líbano. E incluso en un campo de batalla diferente: Europa o América.

Exactamente igual que en todos los ejércitos occidentales, en las llamadas organizaciones terroristas, las mujeres reclaman su derecho a la igualdad con el varón y las mismas oportunidades para matar en nombre de una bandera. Pero, a diferencia de la mujer en ETA, las FARC o el IRA, en algunas organizaciones islamistas, sobre todo en la resistencia iraquí y palestina, la mujer muyahida
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está dispuesta a morir matando. El último ejemplo feroz de esa capacidad asesina se produjo el pasado marzo de 2010 en el metro de Moscú, donde «las viudas negras», musulmanas afectadas por la muerte de sus novios o esposos en el conflicto de Chechenia, dieron un golpe mortal al Kremlin. Y la existencia de esa figura, la mártir, debería obligarnos también a replantear esa visión simplista, pedante y soberbia que muchos analistas del terrorismo tienen sobre el martirio en el Islam. Porque, obviamente, la muyahida que decide inmolarse en una operación de martirio no espera que veinte, ni treinta, ni cuarenta muchachos vírgenes la aguarden en el paraíso para satisfacer sus fantasías eróticas. Los hombres con frecuencia imaginamos en las motivaciones de los demás las propias.

En Palestina, por ejemplo, tras la segunda intifada, la resistencia se ahogaba en luchas internas, los enfrentamientos de sus dirigentes y sobre todo las hábiles y eficientes operaciones de guerra psicológica de la inteligencia israelí. Las misiones que el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) protagonizó en los años setenta y ochenta han pasado a la historia, y la falta de infraestructuras operativas ha reducido la resistencia a un puñado de misiles caseros lanzados desde Gaza o Cisjordania, algún tiroteo esporádico contra las patrullas israelíes, o los niños palestinos apedreando los tanques judíos.

En ese contexto, las mujeres palestinas tomaron el relevo constituyendo grupos aislados de guerrilleras, como las audaces componentes de las Brigadas ’Izz Al-Din Al-Qassam, una sección del brazo armado de Hamas, compuesto íntegramente por mujeres. En una entrevista con el semanario de Gaza
AlRisala
, publicada el 18 de agosto de 2005, la comandante de la primera de las unidades de las Brigadas ’Izz Al-Din Al-Qassam dijo que las mujeres se estaban entrenando con armas ligeras y «anhelaban el martirio». La comandante, que mantiene su identidad en el anonimato por razones obvias, dijo además, en tono demasiado sexista para mi gusto: «Criamos a nuestros hijos y realizamos nuestros deberes domésticos, el deber de alentar devoción a la religión, así como también a los otros deberes cotidianos, y el resultado final de ellos es el yihad por la causa de Allah. El yihad es un deber que a cada musulmán se le exige cumplir si puede. Nuestra unión a la organización militar es una de las tareas cotidianas esenciales... Es un honor para nosotras competir con los hombres, aun cuando su papel es más avanzado. Ellos son los hombres en el campo de batalla, valerosos, y hombres de sacrificio, pero estamos tratando de aliviarlos de algo de la carga. Detrás de cada hombre está una mujer que fortalece sus manos».

Para la comandante, la lucha por la libertad de Palestina implica, si es necesario, ofrecer la propia vida, y en este sentido todas las guerrilleras de las Brigadas ’Izz Al-Din Al-Qassam contemplan el ejemplo de Reem Al-Riyashi como un modelo. «La mártir Reem Al-Riyashi es como una corona en nuestras cabezas y una pionera de la resistencia. Nadie puede medir la magnitud de su sacrificio.»

Reem Al-Riyashi fue la primera mártir palestina de Hamas que se inmoló en una operación contra la ocupación israelí. Hasta ese momento las guerrilleras «suicidas» que se habían inmolado en Palestina formaban parte de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa o de otras organizaciones de resistencia palestina, no necesariamente musulmanas. A diferencia de las mártires anteriores, Reem Al-Riyashi, de solo veintidós años de edad, era madre.

Hasta enero de 2004, Hamas, y su fundador Ahmad Yassin, se opuso sistemáticamente a la inmolación de mujeres, como ocurría en el caso de otras organizaciones palestinas, por ejemplo, Al Fatah o Yihad Islámico. Yassin argumentaba que su función en la batalla contra Israel era otra y que había suficientes hombres para cometer los atentados. Pero Reem Al-Riyashi cambió esa política cuando se inmoló en el cruce Erez, en Gaza, intentando llevarse consigo a todos los israelíes posibles. El jeque Yassin aseguró entonces que el suicidio de Al-Riyashi marcaba una nueva etapa en la lucha de Hamas. Antes de hacer estallar su cinturón de explosivos, la joven dejó un vídeo en el que aparece vestida con los colores de Hamas y una ametralladora Kalashnikov en la mano, mientras lee una proclama según la cual: «Siempre quise ser la primera mártir de Hamas. Seré feliz cuando las partes de mi cuerpo se conviertan en esquirlas que maten al enemigo sionista».

Para los observadores occidentales, acciones como la de Reem Al-Riyashi son fruto del desvarío, la locura o el fanatismo religioso. Según los analistas israelíes, Al-Riyashi era una musulmana integrista e irracional. Sin embargo, olvidan que Reem fue la séptima mártir palestina, y que las seis anteriores no eran musulmanas miembros de Hamas, sino que pertenecían a organizaciones laicas, como Al Fatah, donde cristianas, musulmanas o agnósticas comparten su lucha por la recuperación de los territorios ocupados, y no por una imposición del Islam.

El martirio es el último recurso para la resistencia, cuando se han agotado todas las vías de lucha posibles. Cuando los gritos, las lágrimas o las piedras arrojadas contra los tanques ya no amortiguan la angustia de una mujer que ha perdido a sus hijos, a sus padres o a su marido a manos del ejército israelí; que ha sido torturada o vejada en las prisiones o cuya casa ha sido destruida, sus tierras incautadas y su historia robada por la ocupación. No se trata de justificar esos actos, sino de comprenderlos para intentar eliminarlos.

Unas operaciones suicidas, y por tanto desesperadas, que en Palestina se iniciaron el 27 de enero de 2002, cuando Wafa Idris, de veintisiete años y voluntaria de la Media Luna Roja, es decir la Cruz Roja árabe, hizo estallar la bomba que llevaba en el bolso, en un centro comercial situado en el corazón de Jerusalén. Además de Idris, murió Pinhas Toukatli, un israelí de ochenta y un años y 131 personas resultaron heridas. La Brigada de los Mártires de Al-Aqsa reivindicó el atentado. Wafa Idris era una refugiada huérfana y de clase baja. Pero, tras ella, abogadas, estudiantes universitarias y, en definitiva, mujeres de toda edad, estrato social y nivel cultural tomaron el camino del martirio como única forma posible de expresar su rabia, su angustia y su desesperación contra la ocupación israelí. Después, otras mujeres iraquíes o afganas han seguido su ejemplo.

No son mujeres oprimidas, desvalidas y ninguneadas por los varones, como pretende la propaganda occidental. Sino guerreras consecuentes... pero con frecuencia tan manipuladas psicológicamente como sus compañeros de martirio, por los mismos intereses geopolíticos o económicos.

En sus declaraciones al semanario
Al-Risala
, la primera comandante de las Brigadas ’Izz Al-Din Al-Qassam añadió: «Los gobernantes sionistas que hablaron sobre la Gran Tierra de Israel necesitan aprender la lección que la resistencia y sus hombres heroicos les enseñaron. Hoy ellos están progresivamente perdiendo sus recursos. No tenemos ningún deseo de matarlos mientras salgan de las tierras que nos robaron a nosotros. Estos son nuestros derechos y queremos obtenerlos. Si no se quieren ir por su propia voluntad, serán derrotados y [todo lo que quedará de ellos] serán restos de cadáveres... Sí, [yo también] tengo hijos que son mártires, un hijo que está prisionero, e hijos que fueron heridos, pero todo eso es de menor importancia [cuando es] por la causa de Allah. Gracias a Dios, no tengo ningún remordimiento y puedo soportar el sufrimiento de estas pérdidas. Estoy muy contenta de haber ofrecido [un sacrificio] y haber cosechado los frutos. La sangre de mi hijo no fue derramada en vano, y el encarcelamiento de mi [otro] hijo no es en vano. La resistencia se convirtió en una fruta madura. Este histórico giro es un prólogo a la gran victoria y a la reconquista del resto de las tierras».

Realmente, las palabras de la comandante dan que pensar. Y es que tras cada operación de martirio, como me explicó en Ramallah mi amigo el doctor Sehwail, «hay una historia personal, única e irrepetible». No sirven los tópicos ni los prejuicios simplistas que utilizamos en Occidente para intentar etiquetar esta terrible realidad a la que, en último extremo, tienen que enfrentarse las tropas occidentales desplazadas en Oriente Medio. Cada caso de muyahida mártir en Iraq, Afganistán o Palestina es diferente y único. Y probablemente sean los casos palestinos los mejor estudiados hasta la fecha, ya que la inteligencia israelí dedicó a esta nueva forma de terrorismo la atención que merecía desde el principio.

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