Authors: Antonio Salas
Ilich, además, me dio instrucciones para hacerle llegar a la nueva prisión en la que se encontraba paquetes postales con mis libros, documentos o DVD con programas emitidos por Al Jazeera y que le interesaban especialmente. Yo debía grabar esos programas y hacérselos llegar a través de Nadine Picquet, la directora de la cárcel de Poissy. También me dio instrucciones para gestionar los derechos de traducción de su libro
El Islam revolucionario
al español, y me ordenó que todas las gestiones legales pasasen a través de su esposa y abogada Isabelle Coutant-Peyre. Pero hubo dos cosas especialmente sorprendentes en aquellos primeros casi cuarenta minutos de nuestras conversaciones. Una fue su regañina porque le habían devuelto las cartas que me había escrito semanas antes, cuando le envié la foto de su mamá. Carlos el Chacal había respondido a mis envíos, escribiéndome al apartado postal que aparecía en el remite de mis cartas. El problema es que yo había utilizado mi apartado de correos, y mi nombre árabe. Ignoraba que el servicio postal español no autorizaba la entrega de una carta a un apartado de correos si no va a nombre del propietario legal. Así que en ese momento de la conversación se produjo una situación paradójica, que transcribo literalmente de la grabación:
—Mira, vamos a terminar de decir la cuestión, te envié, te envié a la dirección que venía en el remite... Lo envié a esa dirección al apartado postal, y me lo devolvieron por una cuestión de dirección desconocida...
—No, claro... —De pronto tenía que improvisar una excusa para justificar que le hubiesen devuelto sus cartas, y solo se me ocurrió una—. Claro... por el nombre... Es que el apartado no es mío, me dejan usarlo pero no es mío, es de un camarada. Entonces... tendrías que no poner nombre...
—No, no puedo enviar una carta sin nombre.
«¡Maldita sea mi suerte!», pensé. El comandante estaba intentando iniciar una correspondencia directa conmigo, sin los intermediarios de Venezuela, y el servicio postal español estaba devolviendo sus cartas porque el apartado de correos lo había contratado a mi nombre y no al de mi álter ego árabe. El control carcelario lógicamente no le permitía enviar cartas sin identificar al receptor, así que de nuevo me enfrentaba a esa familiar y desagradable sensación: aceptar un nuevo riesgo explícito o abortar la posibilidad de dar un paso de gigante en la investigación. Tenía al Chacal al teléfono, esperando una explicación, y en fracciones de segundo debía decidir si utilizaba mi nombre real, asumiendo el riesgo de que me reconociese como el periodista español autor de
Diario de un skin
, o colgaba el teléfono y me olvidaba del asunto. Y estaba claro que solo podía hacer una cosa, aceptar el riesgo. Así que con un hilo de voz, como si por decir mi nombre en un tono más bajo pudiese protegerme de ser descubierto, dejé a la voluntad de Allah que Ilich Ramírez pudiese reconocer o no el nombre de Antonio Salas...
—Ok... Bueno... pues... ponlo a nombre de... Antonio Salas.
Y de esa forma, desde aquel 23 de agosto de 2008, el terrorista más peligroso del mundo iniciaría una fluida relación epistolar conmigo, enviándome directamente fotos, documentos, escritos, etcétera, sin necesidad de pasar ya por la mediación de su hermano o los camaradas del comité en Venezuela. Cada una de sus cartas es, sin duda, un documento periodístico de valor incalculable. Y un continuo subidón de adrenalina cada vez que abría mi apartado de correos y me encontraba un nuevo paquete de Ilich Ramírez Sánchez
Carlos
, destinado a Antonio Salas.
Otra cosa que me sorprendió, en aquellos primeros cuarenta minutos de conversación grabada con Ilich, es que manifestaba reiteradamente sus escasos recursos económicos. A pesar de que todos los medios de la oposición venezolana, y a su rebufo toda la prensa internacional, denunciaban una y otra vez el apoyo incondicional de Hugo Chávez a Ilich Ramírez, con quien mantenía una «fluida correspondencia», su parentesco con el ministro de Energía y Petróleo de Venezuela y presidente de PDVSA Rafael Ramírez, o su supuesta fortuna secreta conseguida a través del soborno y la extorsión durante su época como «revolucionario profesional», lo cierto es que Chávez solo respondió a una carta del Chacal al principio de su primer mandato, Rafael Ramírez no tiene nada que ver con Ilich Ramírez y el legendario Carlos no cuenta con más ingresos que los que le envía su familia o simpatizantes. De hecho, se quejaba de que apenas podía pagar sus llamadas telefónicas: «Coño... Hablando contigo me he gastado ya 30 euros... Si te llamase mañana, me habría costado 20...», me dijo en esa primera conversación, para pedirme, a continuación, si yo podía conseguir alguna ayuda económica en las mezquitas o en la comunidad palestina española, para él. Realmente me dejó sin palabras. El hombre que había cobrado rescates multimillonarios a los principales gobiernos del siglo
XX
, que había comandado un ejército internacional de recursos incalculables, me estaba pidiendo que le enviase tarjetas telefónicas para poder telefonearme desde prisión, o alguna ayuda económica para comprarlas en París.
Consumado fumador de buenos cigarros, su principal vicio, me dejó saber cuánto le gustaría que pudiese conseguirle alguna cajita de habanos, que debería hacerle llegar a través de Iruani Luna, segunda secretaria del consulado venezolano en París. Y, por supuesto, hice que unos amigos me trajeran de Cuba unos cigarros que le hice llegar. Ahora que había mordido mi anzuelo, no era cosa de dejar escapar la presa por falta de cebo.
Para terminar, Ilich insistió en solicitar un permiso al departamento francés de Instituciones Penitenciarias para que yo pudiese ir a visitarlo a París personalmente. En su nueva prisión ya no se encontraba en régimen de aislamiento y podía recibir visitas. De hecho, según me contaría, recibía solo la visita de un viejo compañero de armas, que ya había cumplido su pena de prisión, y del hijo del presidente de la república bretona. Antes de eso, en todos los años que pasó incomunicado en Clairvaux solo había conseguido una autorización para la visita de su sobrina...
En otro de sus cuentos iniciáticos, el Mullah Nasruddin relata cómo todas las mañanas acudía al zoco para pedir limosna, y cómo a la gente le encantaba burlarse de él con el siguiente truco: le mostraban dos monedas, una diez veces más valiosa que la otra, y le pedían que eligiese cuál prefería. Nasruddin, siempre escogía la de menor valor. Y todos se reían de él. La historia del bobo del zoco se extendió por todo el condado, y día tras día grupos de hombres y mujeres mostraban a Nasruddin dos monedas, escogiendo el Mullah siempre la de menor valor. Pero un día apareció en el mercado un hombre generoso, que harto de ver a Nasruddin siempre ridiculizado le dijo: «Cada vez que te ofrezcan dos monedas, escoge la de mayor valor. Así tendrás más dinero y los demás no te considerarán un idiota». A lo que el sabio Mullah respondió: «Usted parece tener razón. Pero si yo elijo la moneda mayor, la gente va a dejar de ofrecerme dinero para probar que soy más idiota que ellos. No se imagina la cantidad de dinero que ya gané usando este truco. No hay nada malo en hacerse pasar por tonto si en realidad se está siendo inteligente».
Desde nuestra primera conversación telefónica, yo adopté con Ilich Ramírez el rol del joven admirador bobo y devoto, dispuesto a obedecer sin rechistar todas sus órdenes, siempre que no implicasen delitos, igual que había hecho con otros terroristas. Nadie se preocupa mucho de un tonto trabajador, obediente e inofensivo. Y, por fortuna, Ilich me reservaba para trabajos legales y políticos, como ser su altavoz en la red, gestionar su archivo o llevar su voz a ciertas reuniones internacionales. Solo en una ocasión tuve que echar mano de todo mi ingenio para desobedecer una de sus sugerencias. Ilich quería que yo me ocupase de abrir una cuenta bancaria en Europa, y controlar desde aquí los ingresos y donaciones a su nombre. El sistema bancario venezolano, y por tanto las cuentas que gestionaban sus hermanos Lenin y Vladimir, tiene unas tasas y limitaciones internacionales que dificultan mucho el envío de dinero a Francia, así que con frecuencia las ayudas que su familia reúne para la defensa de Ilich o para su manutención en prisión se envían en efectivo a través de amigos o funcionarios de la embajada que viajan a Francia. Convertirme en el administrador de Ilich Ramírez sí podría rozar el delito, según la opinión de un amigo abogado, así que aludí a mi situación irregular en Europa y a mis repetidos incidentes con la policía que controlaba las mezquitas para evitar esa responsabilidad.
Es evidente que esa primera conversación con Carlos marcó un antes y un después en mi infiltración. Desde ese día mi relación con el terrorista más famoso del siglo
XX
sería directa y fluida. No solo a través del correo, sino que desde el 23 de agosto me llamaría por teléfono todas las semanas, a veces incluso varias veces por semana. Y yo tendría que ingeniármelas para grabar todas aquellas conversaciones, donde, como y cuando se produjesen. De hecho fue Ilich quien sugirió: «… Es bueno que grabaras lo que hablemos nosotros, para no repetir ciertas cosas que no es necesario…», y yo di gracias a Allah por su autorización explícita. Como comprenderá cualquier compañero periodista, cada una de aquellas conversaciones exclusivas tenía un valor incalculable desde el punto de vista histórico, político, policial y periodístico. Y no podía dejar que quedase ni un minuto sin registrarlo convenientemente. Así que inventé un sistema de grabación para poder utilizar con los teléfonos móviles, y que pudiese llevar siempre encima. Preparado para grabar las nuevas conversaciones con Ilich Ramírez donde y cuando se produjesen. Por supuesto, a partir de ese día son muchas las anécdotas. Porque Chacal podía telefonearme en cualquier momento: mientras yo estaba en clase de árabe, haciendo la compra en un supermercado, conduciendo, durmiendo o en una reunión laboral. De hecho, todas esas y otras muchas situaciones se dieron. Y cuando sonaba el teléfono asignado para Ilich, estuviese donde estuviese, tenía solo unos segundos para salir corriendo, buscar un lugar lo más tranquilo posible (un servicio, una cabina telefónica, el interior de un coche, etcétera), sacar mi sistema de grabación y registrar todas sus llamadas.
Imposible resumir aquí las docenas de horas de conversación con Ilich que grabé durante el resto de 2008 y buena parte de 2009, en las que me hizo todo tipo de confesiones y confidencias, incluyendo crímenes explícitos y concretos, su relación con los autores del 11-S, su papel en la lucha armada palestina, etcétera. Me convertí en su principal enlace con el mundo exterior a través de la red informática e incluso en su canal de participación en reuniones internacionales de miembros de la lucha armada, que se produjeron a partir de entonces... La infiltración en la internacional del terrorismo ya no era un proyecto de investigación, se había convertido en una peligrosa realidad.
Durante el sagrado mes de Ramadán, que ese año comenzó el 1 de septiembre, Ilich se interesó varias veces por mi cumplimiento del ayuno y las oraciones preceptivas, y en la llamada telefónica que me hizo el 20 de septiembre de 2008 fui yo quien sacó el tema.
—Ilich, ¿qué tal llevas el Ramadán?
—Bien, no fumo.
—¿No? Pues en tu caso es duro eso...
—No, no fumo. Como, porque tengo que comer, porque soy diabético, pero no fumo. Eso es todo. No fumo desde... en todo el mes no fumo. Y empezaré de nuevo para el 29 al 30...
Obviamente, Ilich Ramírez, alias
Comandante Salem
, tiene una forma muy personal de entender y practicar el Islam. Lo que no evita que, tanto en la prisión de Clairvaux como en la de Poissy, disfrutase del respeto de la comunidad musulmana de presos. Hasta tal punto que en una de nuestras conversaciones
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me confesó que le propusieron dirigir la oración en la mezquita de la prisión:
—... Bueno, me acaban de dar una cosa que es de La Meca, un perfumito de esos, es del que se encarga los viernes de arreglar la zona de oraciones. Ayer esperamos por el imam y entonces el tipo que estaba allí antes de encargado (ininteligible)... Meca. Y no hay nadie. Y me dicen que me encargue yo. Digo, coño, cómo me voy a encargar yo de eso. Si me encargo yo de eso, tú vas a ver en los días siguientes en el
New York Times
que Carlos... no vale la pena darle armas al enemigo para que golpee a los creyentes. Yo arreglo las cosas, a mí la gente me escucha, ¿me entiendes?
Curiosamente, un tiempo después a mí también me propondrían ser el imam de una nueva mezquita recién constituida en España...
Y no es la única particularidad ideológica o religiosa de Ilich. Su forma de entender el comunismo, el socialismo o el fascismo también es muy atípica. Probablemente más de uno de sus seguidores incondicionales se escandalizaría al escuchar el afecto y la simpatía con que se refería el mítico comunista venezolano a los nazis. De hecho, su primera defensa de la extrema derecha la hizo en nuestra segunda conversación.
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Hablábamos justo sobre sus dificultades económicas, cuando me dice, literalmente:
—Esta semana, como no tenía dinero, me llegó un camarada que vino a verme ayer, le dieron un permiso excepcional, un tipo de derechas. Hijo del presidente histórico (ininteligible) de los nacionalistas bretones, que fue el presidente de la república bretona durante la guerra. Y... le dieron un permiso excepcional para la visita. Y había enviado 200 euros. No dura mucho pero para llamar rápidamente está bien...
—¿Y es de derechas? —pregunté yo, ingenuo.
—Son de derechas, sí. ¿Cuál es el problema que sean de derechas? —respondió Ilich a todas luces enojado por la pregunta—. Hombre, los de izquierdas que estoy conociendo, mi hermano... Yo he conocido tipos nazis que eran buena gente. Y he conocido comunistas traidores. Yo no dejo de ser comunista pero, coño. A mí eso de derechas o izquierdas, mi hermano... Dos cosas me interesan, exclusivamente... lo demás, cada quien se hace la paja como quiera. Primero, estás contra el sionismo y estás contra el imperialismo americano. Si estás con eso, estamos de acuerdo. Lo demás no me interesa. Si eres budista, tengas barba, no tengas barba, seas judío, no me importa... Lo demás es secundario, chico.
A continuación, Ilich Ramírez argumentó, con razones históricas, la existencia de nazis sionistas durante la Segunda Guerra Mundial, que mantuvieron buenas relaciones en Palestina «hasta finales de 1943». También resaltó el componente socialista, nacionalsocialista, del Reich, y lo diferenció de los elementos racistas posteriores. Y de pronto mencionó a un personaje, citado muy de pasada en alguna de sus biografías, y al que yo tenía olvidado totalmente.